Cuando el padre expuso por primera vez a la senorita Wharton la sugerencia de Susan Kendrick en el sentido de que tal vez le conviniera pasar uno o dos dias con ellos en la vicaria de Nottingham hasta que las cosas se hubieran apaciguado un tanto, ella lo acepto con gratitud y una sensacion de alivio. Se acordo que fuese a Nottingham inmediatamente despues del juicio y que el padre Barnes fuese con ella en metro hasta King's Cross, para ayudarla a llevar su unica maleta y acomodarla en el tren. Aquel plan parecio la respuesta a una plegaria. El casi untuoso respeto con el que ahora la trataban los McGrath, que parecian mirarla como una valiosa posesion que realzaba la categoria de ellos en el barrio, lo consideraba ella mas pavoroso que su anterior antagonismo. Seria un alivio escapar de sus avidos ojos y sus interminables interrogatorios.
La encuesta judicial no fue una prueba tan dura como ella creia. Solo se tomo declaracion, brevemente, acerca de la identidad y el descubrimiento de los cadaveres antes de que, a peticion a la policia, se aplazara la vista. El juez de primera instancia trato a la senorita Wharton con grave consideracion y su presencia en el estrado de los testigos fue tan breve que, apenas se dio cuenta de que se encontraba en ella, se la invito a abandonarla. Sus ojos, ansiosamente escudrinadores, no habian podido ver a Darren. Conservaba el confuso recuerdo de haber sido presentada a numerosos extranos, entre ellos un joven rubio que dijo ser el cunado de sir Paul. Nadie mas de la familia estaba presente, pero habia varios hombres vestidos de oscuro que, segun le dijo el padre Barnes, eran abogados. En cuanto a este, resplandeciente con su sotana y birrete nuevos, se mostro totalmente a sus anchas. La guio, con brazo seguro, a traves de los fotografos, saludo a miembros de su parroquia con un aplomo que ella jamas habia visto en el, y trato a la policia con singular familiaridad. En un momento de perplejidad, la senorita Wharton llego incluso a pensar que aquellos asesinatos parecian haberle sentado bien.
Pasado el primer dia en Saint Crispin, supo que su visita no iba a constituir un exito. Susan Kendrick, aunque en avanzado estado de gestacion de su primer hijo, no mostraba ninguna merma en sus energias y cada minuto de su jornada parecia ocupado por sus quehaceres parroquiales o domesticos, o bien por la clinica de fisioterapia en el hospital local, a la que dedicaba parte de su tiempo. Aquella vicaria enclavada en plena ciudad nunca estaba vacia y, excepto en el estudio del padre Kendrick, no habia tranquilidad en ninguna parte. Continuamente presentaban a la senorita Wharton a personas cuyos nombres no acertaba a captar y cuyas funciones en la parroquia nunca adivinaba. En lo referente a los asesinatos, su anfitriona se mostraba debidamente compasiva, pero era evidente que abrigaba la opinion de que no era razonable que alguien se sintiera perpetuamente trastornado por unos muertos, por mas desagradable que hubiera sido su final, y que explayarse en esa experiencia era, en el mejor de los casos, un error, y en el peor absolutamente morboso. Pero la senorita Wharton habia llegado a la etapa en la que le hubiera sido util hablar, y echaba de menos a Darren con una ansiedad que se estaba haciendo desesperada, preguntandose donde estaba, que seria de el, y si era feliz.
Habia expresado su placer respecto al bebe que esperaban, pero el nerviosismo se habia trocado en timidez y sus palabras habian sonado como extremadamente sentimentales incluso a sus propios oidos. Frente al solido sentido comun de Susan respecto a su embarazo, ella llego a sentirse como una solterona absurda. Se habia ofrecido para ayudar en la parroquia, pero la incapacidad de su anfitriona para encontrarle una tarea que se aviniera a sus habilidades redujo todavia mas su confianza. Habia empezado a merodear por la vicaria como el raton de sacristia que probablemente ellos creian que era, y al cabo de un par de dias sugirio con nerviosismo que debia empezar a pensar en regresar a casa y nadie hizo el menor intento para disuadirla.
Pero la misma manana del dia de su partida se decidio a confiar a Susan su preocupacion por Darren, y en este punto la duena de la casa se mostro util. La burocracia local no tenia secretos para ella. Sabia a quien llamar, como descubrir el numero, y habia hablado a la voz desconocida del otro extremo de la linea con el tono de una autoridad conspiradora mutuamente reconocida. Efectuo la llamada desde el estudio de su marido, con la senorita Wharton sentada en la silla convenientemente situada para quienes buscaban el consejo del vicario. Durante la conversacion telefonica, se sintio como la indigna destinataria de una paciente atencion profesional, vagamente consciente de que hubiera hecho mejor papel de haber sido una madre soltera o una delincuente, preferiblemente ambas cosas a la vez, y ademas negra.
Despues, Susan Kendrick le dio el veredicto. De momento, ella no podia ver a Darren, pues la asistenta social no lo juzgaba ni mucho menos deseable. Habia comparecido ante el Tribunal de Menores y se habia cursado una orden de supervision. Esperaban disponer un programa de tratamiento inmediato para el, pero hasta que este estuviera satisfactoriamente en marcha, no creian prudente que viera a la senorita Wharton. Esto solo podia provocar recuerdos desagradables. Se habia mostrado muy poco dispuesto a hablar de los asesinatos, y su asistenta social juzgaba que, cuando estuviera preparado para hacerlo, convenia que fuese ante alguien debidamente cualificado en materia de ayuda social y capaz de actuar sobre el trauma sufrido por el nino. El aborrecera todo esto, penso la senorita Wharton. Nunca le habian gustado las intromisiones.
Echada en la cama, la primera noche en su casa, despierta como tan a menudo solia estarlo ultimamente, tomo una decision. Iria a Scotland Yard y pediria ayuda a la policia. Seguramente, esta tendria alguna autoridad, o al menos cierta influencia sobre la asistenta social de Darren. Siempre se habian mostrado muy amables y serviciales con ella y podrian asegurar a las autoridades municipales que a ella se le podia confiar el cuidado de Darren. Esta decision proporciono cierta tranquilidad a su turbado espiritu y se quedo dormida.
A la manana siguiente se sintio menos confiada, pero su resolucion se mantenia inquebrantable. Saldria despues de las diez, pues de nada le serviria encontrarse con la hora punta del trafico. Se vistio cuidadosamente para esta excursion; las primeras impresiones siempre eran importantes. Antes de salir, se arrodillo y rezo brevemente para que la visita fuese un exito, para que se la atendiera con comprension, para que Scotland Yard no fuese el lugar atemorizador que ella imaginaba, y para que el comandante Dalgliesh o la inspectora Miskin estuvieran dispuestos a hablar con la autoridad local y explicar que ella ni siquiera mencionaria los asesinatos ante Darren si su asistenta social lo consideraba imprudente. Camino hasta la estacion de metro de Paddington y tomo la Circle Line. En la estacion de Saint James's Park se equivoco de salida, quedo desorientada durante unos minutos y tuvo que preguntar el camino hasta el Yard. Y de pronto, al otro lado de la calzada, vio el signo giratorio y el gran edificio rectangular de cristal, tan familiar gracias a los telediarios.
El vestibulo de entrada la sorprendio. No recordaba con seguridad lo que habia imaginado ella: un agente uniformado de guardia, tal vez una reja de acero, incluso una hilera de presos esposados, conducidos bajo escolta a las celdas. Pero se encontro ante un mostrador de recepcion de lo mas corriente, atendido por dos mujeres jovenes. Habia mucha gente en aquel lugar, que mostraba un aspecto de actividad eficiente pero al mismo tiempo relajada. Hombres y mujeres ensenaban sus pases y se dirigian, charlando alegremente, hacia los ascensores. Excepto la llama conmemorativa que ardia en su pedestal, penso, aquello podia ser cualquier oficina. Pregunto por la inspectora Miskin, tras haber decidido que se trataba de una cuestion en la que una mujer podia mostrarse mas comprensiva que un hombre, y que dificilmente podia molestar al comandante Dalgliesh con algo de tan escasa importancia, excepto para ella. No, admitio, no estaba citada. Se le pidio que se sentara en una de las sillas colocadas ante la pared de la izquierda, y espero mientras la joven telefoneaba. Su confianza aumento y sus manos, que se aferraban a su bolso, se relajaron gradualmente. Fue capaz, incluso, de interesarse por las continuas idas y venidas de la gente, de sentir que tenia derecho a encontrarse alli.
Y, de pronto, la inspectora Miskin aparecio junto a ella. No esperaba esta aparicion; mas bien creia que un ordenanza la acompanaria a su despacho. Esta economizando tiempo, penso. Si cree que es importante, entonces me hara subir. Y resulto obvio que la inspectora Miskin no juzgaba que fuese algo importante. Cuando la senorita Wharton le hubo explicado el motivo de su visita, se sento junto a ella y guardo silencio unos momentos. «Se siente decepcionada -penso la senorita Wharton-, Esperaba que le trajera alguna noticia sobre los asesinatos, que recordara algun detalle nuevo o importante.» Entonces la inspectora dijo:
– Lo siento, pero no creo que podamos ayudarla. El Tribunal de Menores ha cursado una orden de supervision a la autoridad local. Ahora, el caso es de su incumbencia.
– Lo se. Es lo que la senora Kendrick me dijo, pero yo creia que ustedes podrian ejercer su influencia. Despues de todo, la policia…
– En esto no tenemos influencia.
Estas palabras le parecieron tremendamente definitivas y la senorita Wharton paso a la suplica:
– Yo no le hablaria del asesinato, aunque a veces pienso que los ninos son mas fuertes que nosotros en ciertos aspectos. Pero tendria el mayor cuidado. Me sentiria mucho mejor solo con poder volver a verle, aunque fuese por poco rato, solo para saber que se encuentra bien.
– ?Y por que no puede hacerlo? ?Le han dicho algo al respecto?
– Ellos piensan que no debe hablar de los asesinatos hasta que logre superar el trauma con alguien