complicado. Y no creo que el se hubiera peleado ante ella, al menos sabiendo que ella estaba alli. Pero, por otra parte, no creo que lo supiera. Ella debio de esconderse entre las matas cuando le vio venir.
Dalgliesh creia saber por que Berowne se encontraba en la orilla del rio. Habia llegado para sumarse a la cena, para saludar a su esposa y al amante de su esposa, para tomar parte en una charada civilizada, como el marido complaciente, la figura clasica de la farsa. Y entonces oyo el murmullo de la corriente, olio, como lo hizo Dalgliesh, aquel intenso y nostalgico aroma del rio, con su promesa de unos momentos de soledad y de paz. Y, tras unos momentos de vacilacion, cruzo la entrada del seto para pasar del aparcamiento a la orilla del rio. Una cosa tan infima, la obediencia a un simple impulso, lo llevo hasta aquella sacristia ensangrentada.
Y debio de ser entonces cuando Swayne, tal vez poniendose la camisa por la cabeza, salio de entre los matorrales para enfrentarse a el, como la personificacion de todo lo que el aborrecia en su vida y en su propia persona. ?Habia interpelado a Swayne respecto a Theresa Nolan, o ya estaba enterado de todo? ?Seria aquel otro secreto que la joven le habia confiado en aquella ultima carta, el nombre de su amante?
Dalgliesh pregunto nuevamente, con suave insistencia:
– ?De que hablaron, senorita Gentle?
– Sobre todo de mi obra, de mis libros. Estaba en realidad muy interesado en saber como empece a escribir y de donde sacaba yo mis ideas. Claro que no he publicado nada en los ultimos seis anos. La literatura que yo cultivo no esta muy de moda. Me lo explico el senor Hearne, siempre tan amable y tan dispuesto a ayudar. Hoy, la ficcion romantica es mas realista, y mucho me temo que yo soy demasiado anticuada. Pero ya no puedo cambiar. La gente se muestra a veces un poco hostil con los novelistas romanticos, ya lo se, pero somos exactamente lo mismo que los demas escritores. Cada uno solo puede escribir lo que necesita escribir. Y yo me considero muy afortunada. Tengo buena salud, mi pension de vejez, mi casa, y a Makepeace para hacerme compania. Y sigo escribiendo. El proximo libro puede ser el de la suerte.
Dalgliesh pregunto:
– ?Cuanto tiempo se quedo sir Paul?
– Pues varias horas, casi hasta la medianoche. Pero no creo que lo hiciera por cortesia. Creo que estaba a gusto aqui. Seguimos sentados, charlando, y prepare unos huevos revueltos cuando nos entro apetito. Habia bastante leche para ellos, pero no, claro esta, para la coliflor con bechamel. En cierto momento, el dijo: «Nadie en todo el mundo sabe donde estoy en este momento, ni una sola persona. Nadie puede encontrarme». Y lo dijo como si yo le hubiera dado algo precioso. Estaba sentado en esta butaca, la que usted ocupa ahora, y parecia sentirse de lo mas comodo con la bata vieja de mi padre, como si estuviera en su propia casa. Usted es muy parecido a el, comandante. No me refiero a su fisico. El era rubio y usted muy moreno. Pero es usted como el: la manera de sentarse, las manos, la manera de andar, incluso un poco la voz.
Dalgliesh dejo su taza sobre la mesa y se levanto. Kate le miro, sorprendida, y en seguida se levanto tambien y recogio su bolso. Dalgliesh se oyo a si mismo dando las gracias a la senorita Gentle por el cafe, reiterandole la necesidad de guardar silencio, y explicandole que les gustaria tener una declaracion por escrito y que, si era necesario, vendria a buscarla un coche para llevarla a New Scotland Yard. Habian llegado ya a la puerta cuando, obedeciendo a un impulso, Kate pregunto:
– Y cuando el se marcho aquella noche, ?fue la ultima vez que usted le vio?
– ?Oh, no! Le vi la misma tarde en que murio. Creia que ustedes lo sabian.
Dalgliesh intervino con tacto:
– Pero, senorita Gentle, ?como ibamos a saberlo?
– Yo pensaba que el le habria dicho a alguien adonde iba. ?Es importante esto?
– Muy importante, senorita Gentle. Hemos estado tratando de seguir sus movimientos aquella tarde. Diganos que ocurrio.
– No hay mucho que decir. Llego, inesperadamente, poco antes de las tres. Recuerdo que yo estaba escuchando la Hora de la Mujer en Radio Cuatro. Llego caminando y llevaba una bolsa de viaje. Debio de recorrer los seis kilometros desde la estacion, pero parecio sorprendido cuando yo le dije lo lejos que quedaba. Me explico que le apetecia una caminata junto al rio. Le pregunte si habia comido algo y me contesto que tenia un poco de queso en su bolsa y que eso le bastaba. Debia de estar hambriento. Por suerte, yo me habia guisado un estofado de buey para almorzar y quedaba un poco, por lo que le hice entrar y comerselo, y despues tomamos cafe juntos. No hablo mucho. No creo que viniera para hablar. Despues dejo aqui la bolsa y fue a dar su paseo. Regreso alrededor de las cuatro y media y yo hice te. Tenia muy sucios los zapatos -los prados junto al rio han estado muy encharcados este verano- y, por tanto, le di mi caja de betunes y el se sento en la escalera y se dedico a limpiarlos. Despues, recogio su bolsa, se despidio y prosiguio su camino. Asi de sencillo.
Asi de sencillo, penso Dalgliesh. Las horas en blanco justificadas, aquel pegote de barro en el zapato explicado. No habia ido a ver a su amiga, sino a una mujer a la que en toda su vida solo habia visto otra vez, una mujer que no hacia preguntas, que no andaba con exigencias, que le habia dado aquellos momentos de paz que el recordaba. Habia querido pasar aquellas horas alli donde absolutamente nadie supiera encontrarle. Y debio de ir directamente desde Paddington hasta la iglesia de Saint Matthew. Tendrian que comprobar los horarios de los trenes y cuanto tiempo pudo haberle exigido todo el viaje. Pero, Berowne hubiese podido ir a su casa, recoger su diario y, a pesar de ello, llegar a la iglesia a las seis de la tarde.
Mientras miraba la puerta que se cerraba, Kate dijo:
– Conozco a una anciana que, en su lugar, diria: «Nadie quiere saber nada de mis libros, soy pobre, soy coja y vivo en una casucha humeda con un perro como unica compania». Y ella dice: «Tengo buena salud, mi pension, mi casa, la compania de Makepeace, y sigo escribiendo».
Dalgliesh se pregunto en quien estaria pensando ella. Habia en su voz un rencor que a el le resultaba nuevo. Despues recordo que habia una abuela de edad avanzada en algun rincon de aquel cuadro, y reflexiono. Era la primera vez que ella aludia veladamente a una vida privada. Antes de que pudiera contestar, ella prosiguio:
– Por tanto, esto explica por que dijo Higgins que la ropa de Swayne estaba chorreando. Despues de todo, era una noche de agosto. Si habia estado nadando desnudo y se habia vestido despues de ahogarse la chica, ?por que habia de estar chorreando? -Y anadio-: ? Es un nuevo motivo, senor, un motivo mas. La paliza, la humillacion, arrojado al rio y sacado a rastras de el, como un perro, y ademas delante de la chica.
Dalgliesh dijo:
– Si, desde luego, Swayne debia de odiarle.
Y en consecuencia tenia, por fin, no solo el motivo para un asesinato, sino tambien para aquel asesinato en particular, con su mezcla de planificacion y de impulso, y su brutalidad, el ingenio mostrado en el, aquella astucia que no habia sido suficientemente aguda. Lo tenia ante el con toda su mezquindad, su arrogancia, su esencial incapacidad, pero tambien con toda su terrible violencia. Reconocia la mente que habia tras ello. Habia tropezado con casos similares, la mente de un asesino que no se contenta meramente con arrebatar una vida, que venga la humillacion con la humillacion, que no puede soportar la idea torturante de que su enemigo respire el mismo aire, que desea ver a su victima no solo muerta, sino tambien caida en desgracia, la mente de un hombre que se ha sentido despreciado e inferior toda su vida pero que nunca mas volvera a sentirse en inferioridad. Y si su instinto acertaba y Dominic Swayne era su hombre, para echarle mano tendria que quebrantar a una mujer vulnerable, solitaria y obstinada. Se estremecio y se subio el cuello de la chaqueta. El sol se extinguia ya en los prados y el viento era mas fresco, y desde el rio llegaba un olor humedo y siniestro, como el primer aliento del invierno. Oyo la voz de Kate:
– ?Cree que podremos destruir su coartada, senor, por algun metodo ortodoxo?
Dalgliesh cobro nuevos animos y se encamino hacia el coche.
– Debemos intentarlo, inspectora, debemos intentarlo.
SEXTA PARTE. Consecuencias mortales
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