hay nadie mas.
– Entonces es mejor que vayas. Ya se lo dire al jefe. Siento lo de la copa. -Y anadio, con los ojos todavia fijos en la cara de ella-: Ahora no seria conveniente.
– ?Claro que no seria conveniente! No es necesario que me lo indiques. ?Y cuando va a serlo?
Caminando a su lado por el pasillo, en direccion a su despacho, ella pregunto de pronto:
– ?Que pasaria si tu padre cayera enfermo?
– No lo he pensado. Supongo que mi hermana vendria de Roma.
Claro, penso ella. ?Quien mas podia ser? El enojo contra el, que ella habia empezado a pensar que se estaba disipando, afloro de nuevo con vigor. El caso empezaba por fin a llegar a su desenlace, y ella no estaria presente. Tal vez solo estuviera ausente un dia y medio, pero no podia ser en peor momento. Y la cosa no podia durar mucho mas. Al contemplar el rostro de Massingham, cuidadosamente controlado, ante su puerta, penso: El y el jefe se quedan ahora mano a mano. Sera como en otro tiempo. El tal vez lamente lo de la copa que no vamos a tomar juntos, pero eso sera lo unico que lamente.
III
El jueves fue uno de los dias mas frustrantes que Dalgliesh podia recordar. Habian decidido conceder un respiro a Swayne y no hubo interrogatorio, pero una conferencia de prensa convocada para primera hora de la tarde habia resultado particularmente dificil. Los medios de comunicacion se estaban impacientando, no tanto por la falta de progresos como por la de noticias. O bien sir Paul Berowne habia sido asesinado, o se habia dado muerte por su propia mano. En el segundo caso, la familia y la policia admitirian el hecho, y en el primero ya era hora de que la nueva brigada se mostrara mas explicita sobre sus progresos para echarle el guante al asesino. Tanto dentro como fuera del Yard, habia causticos comentarios en el sentido de que la brigada se hacia notar mas por su sensibilidad que por su efectividad. Como susurro un superintendente del Cl al oido de Massingham, en el bar:
– Feo caso para dejarlo sin resolver; es de los que se crean su propia mitologia. Menos mal que Berowne era de derechas y no de izquierdas, pues de lo contrario alguien estaria ya escribiendo un libro para demostrar que lo degollo el MI 5.
Ni siquiera la reunion de cabos sueltos, aunque satisfactoria, habia disipado su depresion. Massingham le habia informado sobre una visita suya a la senora Hurrell. Debio de mostrarse persuasivo, pues la senora Hurrell admitio que su esposo, pocas horas antes de su muerte, le habia hecho una confidencia. Se habia pasado por alto una pequena factura de carteles, al preparar las cuentas finales antes de las ultimas elecciones generales. Habria situado los gastos del partido por encima del limite estatutario y habrian invalidado la victoria de Berowne. El propio Hurrell habia cubierto la diferencia y habia decidido no decir nada, pero el hecho pesaba sobre su conciencia y quiso confesarlo a Berowne antes de morir. Que finalidad creia conseguir con esta confesion era algo que resultaba dificil determinar. La senora Hurrell no sabia mentir y Massingham explico que se habia mostrado insistente, aunque de modo poco convincente, en el hecho de que su marido nunca habia confiado en Frank Musgrave. Pero no era este un camino que necesitaran explorar. Estaban investigando un asesinato y no un caso de ilegalidad, y Dalgliesh estaba convencido de que conocia a su hombre.
Y Stephen Lampart habia quedado exento de toda posibilidad de participacion en la muerte de Diana Travers. Sus dos invitados de la noche en que esta se ahogo, un especialista de moda en cirugia plastica y su joven esposa, habian sido visitados por Massingham. Al parecer, conocian a este ligeramente y, entre invitaciones a beber y el grato descubrimiento de que tenian amistades comunes, confirmaron que Stephen Lampart no habia abandonado la mesa durante la cena y que habia empleado menos de dos minutos para ir a buscar el Porsche, mientras ellos esperaban, charlando con Barbara Berowne, ante la puerta del Black Swan.
Pero fue util despejar este detalle, como tambien lo fue saber, a partir de las investigaciones del sargento Robins, que la esposa y la hija de Gordon Halliwell se habian ahogado mientras pasaban unas vacaciones en Cornwall. Por breve tiempo, Dalgliesh se habia preguntado si Halliwell podia haber sido el padre de Theresa Nolan. Nunca le habia parecido la cosa muy probable, pero la posibilidad habia de ser explorada. Todo eran cabos sueltos, ahora bien atados, pero la linea principal de la exploracion seguia bloqueada. Las palabras del comisario ayudante seguian resonando en su cerebro, tan insistentes e irritantes como un sonsonete de la television: «Encuentrame la prueba fisica».
Curiosamente, represento mas bien un alivio que una irritacion enterarse de que el padre Barnes habia telefoneado mientras el se encontraba en la conferencia de prensa, y habia dicho que le interesaba verle. El mensaje era un tanto confuso, pero no mucho mas que el propio padre Barnes. Al parecer, el clerigo queria saber si la sacristia pequena podia ser desprecintada, y cuando, si era posible saberlo, se iba a devolver la alfombra a la iglesia. ?Se ocuparia la policia de hacerla limpiar, o era este un asunto que le incumbia a el? ?Tendrian que esperar hasta que fuese presentada en el juicio? ?Habia alguna posibilidad de que el Consejo de Compensacion de Perjuicios Criminales pagara otra nueva? Parecia extrano que incluso una persona tan fuera de este mundo como el padre Barnes pudiera esperar de veras que las facultades reglamentarias del CCPC incluyeran el suministro de alfombras, pero, para un hombre que empezaba a temer que aquel caso de asesinato nunca llegara a ser sometido a juicio, esa inocente preocupacion por un detalle tan trivial resultaba reconfortante, incluso conmovedora. Obedeciendo a un impulso, decidio que bien valia la pena hacerle una visita al padre Barnes.
En la vicaria nadie contesto, y todas las ventanas estaban cerradas. Y entonces recordo su primera visita a la iglesia, y aquel tablero que anunciaba las visperas a las cuatro los jueves. Presumiblemente, el padre Barnes estaria en la iglesia. Y asi era. La gran puerta norte no estaba cerrada con llave y, cuando hizo girar la pesada manija de hierro y abrio, se encontro con el ya esperado aroma del incienso y vio que estaban encendidas las luces en la capilla de Nuestra Senora y que el padre Barnes, con sobrepelliz y estola, dirigia las oraciones. El numero de fieles era superior a lo que Dalgliesh hubiese esperado y el murmullo de las voces llego hasta el, claramente, como un susurro suave y desacorde. Se sento en la fila mas cercana a la puerta y escucho pacientemente las visperas, aquella parte tan descuidada y esteticamente tan satisfactoria de la liturgia anglicana. Por primera vez desde que la conocia, la iglesia estaba siendo utilizada para el fin para el que habia sido construida, pero le parecio sutilmente cambiada. En el candelabro de multiples brazos donde el miercoles anterior ardia una unica vela, habia ahora una doble hilera de cirios, algunos de ellos recientemente encendidos, y otros que chisporroteaban con su ultima y tremula llama. No sintio el menor impulso de contribuir a aquella iluminacion. Bajo la luz reinante, el rostro prerrafaelita de la Virgen, con su aureola de cabellos rizados y dorados bajo la alta corona, resplandecia como si acabara de ser pintada, y las voces distantes llegaban hasta el como augurios premonitorios del exito.
La ceremonia fue breve. No hubo sermon ni canticos y, a los pocos minutos, la voz del padre Barnes, que llegaba como si fuese desde lejos pero muy clara, tal vez porque las palabras eran tan familiares, recito la Tercera Colecta como peticion de ayuda contra los peligros: «Te rogamos que ilumines nuestras tinieblas, Senor, y que tu gran misericordia nos defienda de todos los males y peligros de esta noche, por el amor de tu unico Hijo, Jesucristo, nuestro Salvador».
Los fieles murmuraron su amen, se levantaron y empezaron a dispersarse. Dalgliesh se levanto y se adelanto. El padre Barnes salio presuroso a su encuentro, con un revuelo de tela de lino blanca. Desde luego, habia conseguido un nuevo aplomo y casi, pudo creer Dalgliesh, mayor estatura fisica desde su primer encuentro. Ahora parecia mas pulcro, mejor vestido, incluso mas rollizo, como si una leve pero no mal recibida notoriedad hubiera anadido carne a sus huesos.
Dijo.:
– Muy amable por su parte el haber venido, comandante. Estare con usted en seguida. Solo tengo que vaciar las cajas de las ofrendas. A mis feligreses les agrada que yo mantenga esta costumbre. No es que esperemos encontrar gran cosa en ellas.
Saco una llave del bolsillo de sus pantalones y abrio la caja sujeta al candelabro votivo frente a la estatua de la Virgen, y empezo a introducir las monedas en una bolsa de cuero cuya boca se cerraba con un cordon. Dijo:
– Mas de tres libras en calderilla y seis monedas de una libra. Nunca habiamos conseguido tanto, hasta ahora. Y tambien las colectas ordinarias han aumentado desde los asesinatos.