– Hay algo que pudo haber escrito y que tal vez no seco inmediatamente, algo que otra persona bien pudo haber deseado destruir.
Nichols se mostraba a veces algo lento en su captacion, pero nunca le asustaba tomarse el tiempo necesario. Ahora lo hizo, y despues dijo:
– Eso necesitaria tres firmas, claro. Es una teoria interesante, y sin duda reforzaria el motivo para dos de tus sospechosos, como minimo. Pero tampoco constituye prueba. Cada vez volvemos a lo mismo. Es un edificio ingenioso el que has construido, Adam, y yo me siento medio convencido por el. Pero lo que necesitamos son pruebas solidas, concretas. -Y anadio-: Podriamos decir que es como la Iglesia, un edificio ingenioso erigido sobre suposiciones sin demostrar, logico en si, pero solo valido si uno puede aceptar la premisa basica, la existencia de Dios.
Parecio complacido con la analogia y Dalgliesh dudo de que fuera de su propia cosecha. Vio como el comisario ayudante hojeaba las restantes paginas del expediente casi con negligencia. Cerrando la carpeta, dijo:
– Es una lastima que no hayas podido seguir los movimientos de Berowne despues de salir el del sesenta y dos de Campden Hill Square. Da la impresion de que se hubiera desvanecido en el aire.
– No del todo. Sabemos que se dirigio a la oficina de los Westerton, los agentes de fincas, en Kensington High Street, y vio a uno de los socios, Simon Follett-Briggs. Pidio que alguien de la firma le visitara el dia siguiente para inspeccionar y valorar la casa. De nuevo, una accion dificilmente comprensible en un hombre que piensa suicidarse. Dice Follett-Briggs que se mostraba tan despreocupado como si le diera instrucciones para vender un apartamento de un par de habitaciones por cuarenta mil libras. El expreso con tacto su pesar por el hecho de que la familia vendiera una casa en la que habia vivido desde que fue construida, pero Berowne replico que ellos la habian tenido durante ciento cincuenta anos y que ya era hora de que alguien mas tuviera esa oportunidad. No estaba dispuesto a comentar ese punto y solo deseaba asegurarse de que fuese alli alguien, a la manana siguiente, para efectuar la valoracion. Fue una entrevista breve y se marcho a eso de las once y media. Despues de esto, no hemos podido seguir sus pasos, pero pudo haber pasado por uno de los parques o caminado junto al rio. Se habia enfangado los zapatos, y estos hablan sido despues lavados y limpiados.
– ?Limpiados donde?
– Exactamente. Sugiere que pudo haber vuelto a su casa, pero nadie admite haberle visto. Tal vez hubiese pasado desapercibido en caso de haber entrado y salido rapidamente, pero no si se quedo el tiempo suficiente para limpiarse los zapatos. Y el padre Barnes esta seguro de que llego a la iglesia a las seis. Tenemos casi siete horas que justificar.
– ?Y viste a ese Follett-Briggs? La gente tiene a veces nombres extraordinarios. Debia de estar hecho polvo. La venta hubiera supuesto una buena comision. Pero supongo que aun podra conseguirla si la viuda decide vender.
Dalgliesh guardo silencio.
– ?Y dijo Follett-Briggs cuanto pensaba sacar?
Era, penso Dalgliesh, como si hablara de un coche de segunda mano.
– No quiso comprometerse, desde luego. No ha inspeccionado la casa y tenia la impresion de que las instrucciones de Berowne ya no rigen. Sin embargo, con un poco de presion aplicada con tacto, murmuro que esperaba conseguir mas de un millon. Excluyendo el contenido, desde luego.
– ?Y todo va a parar a la viuda?
– Va a parar a la viuda.
– Pero la viuda tiene una coartada. Y tambien la tiene el querido de la viuda. Y, que yo sepa, todos los demas sospechosos en el caso.
Cuando Dalgliesh recogio su carpeta y se dirigio hacia la puerta, la voz del comisario ayudante le persiguio como una suplica.
– Solo una prueba concreta, Adam. Es todo lo que necesitamos. Y, por el amor de Dios, procura conseguirla antes de que tengamos que convocar la proxima conferencia de prensa.
VII
Sarah Berowne encontro la postal sobre la mesa del vestibulo el lunes por la manana. Era una postal del Museo Britanico, que representaba un gato de bronce con pendientes en las orejas, y con un mensaje de Ivor escrito con su letra apretada y vertical. «Te he telefoneado, pero en vano. Espero que te encuentres mejor. ?Podemos cenar juntos el martes proximo?»
Por consiguiente, todavia utilizaba su codigo. Disponia de una pequena coleccion de postales de los principales museos y galerias de Londres. Toda mencion de telefonear significaba una propuesta que hacer, y este mensaje, una vez descifrado, pedia que ella estuviera cerca del puesto de venta de postales del Museo Britanico el proximo martes. La hora variaba segun el dia. Los martes, la cita era siempre para las tres. Como otros mensajes similares, este daba por sentado que ella podia acudir. De lo contrario, ella habia de telefonear para decir que le era imposible ir a cenar. Pero el siempre habia dado por supuesto que ella cancelaria cualquier otro compromiso cuando llegara una postal. Un mensaje enviado de esta manera era siempre urgente.
Era, penso ella, un codigo que dificilmente burlaria el ingenio de la policia y menos de los servicios de seguridad, si se interesaban por el, pero tal vez su misma sencillez y su caracter de mensaje abierto fuesen una salvaguarda. Despues de todo, ninguna ley prohibia que unos amigos pasaran una hora visitando juntos un museo, y la cita era preferentemente logica. Siempre podian inclinarse sobre la misma guia, hablar en el murmullo casi obligatorio, desplazarse a voluntad en busca de las galerias desiertas.
En aquellos primeros y arriesgados meses, despues de haberla reclutado el para su Celula de los Trece, cuando ella empezaba a enamorarse de el, habia mirado esas postales como hubiera podido hacerlo con una carta de amor, atisbando en el vestibulo en espera de que el correo cayera en el buzon, apoderandose de la postal y absorbiendo su mensaje como si aquellas letras apretadas pudieran decirle lo que tan desesperadamente ella necesitaba que se le dijera, pero que sabia que el jamas escribiria y mucho menos diria. Pero ahora, por primera vez, leyo la convocatoria con una mezcla de depresion y de irritacion. La nota era ridiculamente breve, y no seria facil estar en Bloomsbury a las tres. ?Y por que diablos no podia telefonear? Rompiendo la postal, sintio lo que nunca habia experimentado antes: que el codigo era un truco infantil e innecesario, fruto de la necesidad obsesiva de el de manipular y conspirar. Era algo que a los dos les ponia en ridiculo.
El llego, como siempre, puntual y selecciono unas postales en el puesto de venta. Ella espero mientras el pagaba y, sin hablar, salieron juntos de la galeria. A el le fascinaban las antiguedades egipcias y, casi instintivamente, se dirigieron primero hacia las galerias de la planta baja y permanecieron juntos mientras el contemplaba el enorme torso granitico de Ramses II. En cierta ocasion, a ella le habia parecido que aquellos ojos muertos, aquella boca medio sonriente y finamente cincelada sobre la barba prominente, eran un simbolo poderosamente erotico del amor de los dos. Muchas cosas se habian susurrado entre ellos, en frases breves y elipticas, mientras lo contemplaban como si vieran al faraon por primera vez, tocandose los hombros y luchando ella contra el anhelo de extender la mano para sentir los dedos de el entre los suyos. Pero ahora todo su poder se habia extinguido. Era un artefacto interesante, una losa enorme de granito resquebrajado, pero nada mas. El dijo:
– Se cree que Shelley utilizo estas facciones como modelo cuando escribio «Ozymandias».
– Ya lo se.
Dos turistas japoneses, finalizada su inspeccion, se alejaron de alli. Sin ningun cambio en el nivel o el tono de su voz, el dijo:
– La policia parece estar mas segura ahora de que tu padre fue asesinado. Supongo que disponen de los informes forenses sobre la autopsia. Han venido a verme.
Un escalofrio de miedo recorrio su espalda como agua helada.
– ?Por que?
– Con la esperanza de romper nuestra coartada. No lo han hecho y, desde luego, no pueden. A menos que te convenzan a ti. ?Han vuelto?
– Una sola vez. No el comandante Dalgliesh, sino la mujer detective y un hombre mas joven, el inspector jefe Massingham. Se interesaron por Theresa Nolan y Diana Travers.