«Es extrano -penso- que mi mente razone, en tanto que mi cuerpo parece haberse dado por vencido.»

Sin embargo, era verdad. No era posible que el siguiera alli, escondido en la iglesia, cuchillo en mano. A menos que aquellos dos hubieran muerto hacia muy poco. No obstante, la sangre no parecia muy reciente… ?o tal vez si? De pronto, sus intestinos ronronearon. «Dios mio, rogo, no permitas que ocurra nada de esto, al menos ahora. Yo nunca voy al retrete.» No seria capaz de ir, una vez atravesada esa puerta. Penso en la humillacion que ello supondria, en la llegada del padre Barnes, acompanado por la policia. Ya resultaba suficientemente humillante encontrarse tumbada alli, como un monton de ropa vieja.

– Date prisa -repitio-. Yo me encuentro bien. ?Pero tu date prisa!

El nino salio, disparado. Cuando estuvo lejos, ella siguio alli, luchando contra aquel terrible desconcierto de sus intestinos y contra la necesidad de vomitar. Trato de rezar, pero, extranamente, parecia como si las palabras se mezclaran todas ellas entre si. «Descansen en paz las almas de los inocentes, en la misericordia de Cristo.» Pero tal vez no eran ellos los inocentes. Deberia haber una plegaria que sirviera para todos los hombres. Para todos los seres asesinados en todo el mundo. Tendria que preguntarselo al padre Barnes. Con toda seguridad, el lo sabria.

Y entonces la asalto un nuevo y diferente terror. ?Que habia hecho de su llave? Miro la que tenia en la mano. Tenia atado un gran rectangulo de madera, chamuscado en un extremo, alli donde el padre Barnes lo habia acercado demasiado a la llama del gas. Por consiguiente, esa era la llave del padre, la que guardaba en la vicaria. Debia de ser la que ella habia encontrado en la cerradura y le habia entregado a Darren para que volviera a cerrar la puerta. Por lo tanto, ?que habia hecho con la suya? Revolvio freneticamente su bolso, como si la llave fuera una pista vital y su perdida equivaliera a un desastre, viendo en su imaginacion una legion de ojos acusadores, a la policia que le exigia explicaciones, y el rostro cansado y decepcionado del padre Barnes. Pero sus dedos nerviosos la encontraron en su sitio, entre el monedero y el forro del bolso, y entonces la saco con un suspiro de alivio. Debia de haberla guardado automaticamente, al descubrir que la puerta ya estaba abierta. Sin embargo, no dejaba de ser extrano que no pudiera recordarlo. Todo era como un vacio entre el momento de su llegada y aquel otro momento en el que habia abierto de par en par la puerta de la sacristia pequena.

Advirtio entonces una sombra que se cernia sobre ella y, al levantar la vista, vio al padre Barnes. Una sensacion de alivio inundo su cuerpo. Pregunto:

– ?Ha telefoneado a la policia, padre?

– Todavia no. Crei mas procedente verlo todo yo mismo, por si se trataba de una broma del chiquillo.

Por tanto, pasaron junto a ella para entrar en la iglesia y en aquella habitacion espantosa. No dejaba de ser extrano que, acurrucada en su rincon, ni siquiera lo hubiese advertido. La impaciencia se agolpo como un vomito en su garganta. Le entraron ganas de gritar: «?Bueno, ahora ya lo ha visto!» Habia pensado que, cuando el sacerdote llegara, todo recuperaria su normalidad. No, no una total normalidad, pero si que todo tendria mas sentido. Existian las palabras adecuadas y el las pronunciaria. Sin embargo, al mirarle, supo que el padre no aportaria ningun consuelo. Observo su cara, desagradablemente moteada por el frio matinal, con barba de mas de un dia, los dos pelos erizados junto a las comisuras de la boca, el rastro de sangre negruzca en el agujero izquierdo de la nariz, como si hubiera tenido una hemorragia nasal, y los ojos todavia medio pegados por el sueno. Que absurdo pensar que el le traeria fuerzas, que de alguna manera haria soportable aquel horror. El hombre ni siquiera sabia que habia de hacer. Habia ocurrido lo mismo con la decoracion de Navidad. La senora Noakes siempre se habia ocupado del pulpito, ya desde los tiempos del padre Collins. Y entonces Lilly Moore sugirio que eso no era justo, pues deberian turnarse las demas en el pulpito y en la pila bautismal. El hubiese tenido que tomar una decision y mantenerse firme. Siempre ocurria lo mismo. Pero vaya momento de pensar en la decoracion de Navidad, con la mente llena de muerdago de flores de pascua, rojas como la sangre. Pero esta no era tan roja, sino mas bien de un color pardo rojizo.

Pobre padre Barnes, penso, disolviendose su irritacion para convertirse en sentimentalismo. Es un fracaso como yo. Somos los dos unos fracasados. Noto a su lado la presencia de Darren, que temblaba. Alguien deberia llevarle a su casa. «Oh, Dios mio -penso-, ?que sera todo esto para el, para los dos?» El padre Barnes seguia a su lado, dandole vueltas a la llave de la puerta con sus manos sin enguantar. Ella dijo entonces, suavemente:

– Padre, debemos avisar a la policia.

– ?La policia? Desde luego. Si, hemos de avisar a la policia. Telefoneare desde la vicaria.

Pero seguia titubeando y, obedeciendo a un impulso, ella pregunto:

– ?Los conoce, padre?

– Oh, si, si… El vagabundo es Harry Mack. ?Pobre Harry! A veces dormia en el portico.

No era necesario que se lo contara, pues ella ya sabia que a Harry le gustaba dormitar en el portico. Habia asumido la tarea de limpiarlo despues de marcharse el, retirando las migas, las bolsas de papel, las botellas vacias, y a veces cosas incluso peores. Habria debido reconocer a Harry, aquel gorro de lana, la chaqueta… Trato de no pensar en el motivo de no haber sido capaz de hacerlo. Pregunto, con la misma suavidad de antes:

– Y el otro, padre, ?lo ha reconocido?

El la miro desde su altura. Ella pudo ver su temor, su desconcierto y, por encima de todo, una especie de asombro ante la enormidad de las complicaciones que iban a surgir. Contesto lentamente, dejando de mirarla:

– El otro es Paul Berowne, sir Paul Berowne. Es…, era ministro de la Corona.

II

Apenas abandono el despacho del jefe superior de policia y regreso a su oficina, el comandante Adam Dalgliesh telefoneo al inspector jefe John Massingham. El auricular fue descolgado con la primera llamada y la disciplinada impaciencia de Massingham llego a traves de la linea con tanto vigor como su voz. Dalgliesh dijo:

– El jefe ha hablado con el Ministerio del Interior, Hemos de ocuparnos de esto, John. De todas maneras, la nueva brigada inaugurara su existencia el proximo lunes, asi que solo nos adelantamos en seis dias. Y Paul Berowne puede ser todavia, tecnicamente, el diputado por el Nordeste de Hardfordshire. Al parecer, el sabado escribio al ministro de Hacienda para solicitar el condado de Chilton, y nadie parece muy seguro de si la dimision data del dia en que se recibio la carta o de la fecha en que el ministro firmo la autorizacion. Sin embargo, todo esto es puramente tecnico. Hemos de asumir el caso.

Pero Massingham no estaba interesado en los detalles del procedimiento para el abandono de un escano parlamentario, y pregunto:

– ?Estan seguros en la division de que el cadaver es el de sir Paul Berowne?

– Uno de los cadaveres. No olvide al vagabundo. Si, es Berowne. Hubo una comprobacion de identidad en el lugar de autos, y, al parecer, el parroco local le conocia. No era la primera vez que Berowne pasaba la noche en la sacristia de la iglesia de Saint Matthew.

– Curioso lugar para ir a dormir.

– O a morir. ?Ha hablado con la inspectora Miskin?

Una vez empezaran a trabajar juntos, ambos la llamarian Kate, pero ahora Dalgliesh le otorgo su debido rango. Massingham contesto:

– Hoy esta libre de servicio, senor, pero consegui encontrarla en su casa. He pedido a Robins que recoja su equipo y ella se reunira con nosotros en el lugar de los hechos. Tambien he avisado a los demas.

– De acuerdo, John. Puede sacar el Rover. Nos encontraremos fuera. Cuatro minutos.

Paso por su mente que tal vez a Massingham no le habria desagradado que Kate Miskin hubiese abandonado ya su casa y hubiese sido imposible entrar en contacto con ella. La nueva brigada habia sido organizada en el Cl para investigar delitos graves que, por razones politicas o de otra indole, necesitaran ser manejados con gran sensibilidad. A Dalgliesh le resultaba tan evidente el hecho de que la brigada necesitaria una detective experimentada, que habia dedicado sus energias a elegir la mas apropiada, en vez de especular sobre si encajaria o no en el equipo. Habia seleccionado a Kate Miskin, de veintisiete anos de edad, por su hoja de servicios y su actitud durante la entrevista, convencido de que poseia las cualidades que el estaba buscando. Eran tambien aquellas que mas admiraba en un detective: inteligencia, valor, discrecion y sentido comun. Quedaba por ver que otras cosas pudiera aportar con su contribucion. El sabia que ella y Massingham habian trabajado juntos, antes de ser nombrado el inspector detective de division y ella sargento. Se rumoreaba que su relacion habia sido a veces

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