tempestuosa, pero Massingham habia aprendido a disciplinar algunos de sus prejuicios desde entonces, ya que no en vano tenia el celebre temperamento Massingham. Y una nueva e incluso iconoclasta influencia, hasta cierta rivalidad saludable, podria resultar mas efectiva operativamente que la complicidad francmasona y machista que frecuentemente unia a un equipo de policias todos varones.

Dalgliesh empezo a despejar su escritorio, rapida pero metodicamente, y despues comprobo el contenido de la bolsa que se llevaba en casos de asesinato. Le habia dicho a Massingham cuatro minutos y estaria alli puntualmente. Se habia trasladado ya, como por un acto consciente de su voluntad, a un mundo en el que el tiempo era medido con precision, los detalles eran observados obsesivamente y los sentidos se mostraban sobrenaturalmente alerta ante los sonidos, los olores, las imagenes, un simple parpadeo o el timbre de una voz. Habia tenido que abandonar aquella oficina para ver numerosos cadaveres, en diferentes lugares y distintos estados de descomposicion, jovenes, viejos, pateticos, horripilantes y todos ellos con un solo hecho en comun, el de que habian encontrado una muerte violenta a manos de otra persona. Pero este cadaver era diferente. Por primera vez en su carrera, la victima era alguien a quien el habia conocido y apreciado. Se dijo que era inutil especular sobre la diferencia, en caso de haberla, que esto introduciria en la investigacion. Sabia ya que la diferencia estaba presente.

El jefe de policia habia dicho:

– Tiene la garganta cortada, posiblemente por el mismo. Pero hay un segundo cadaver, el de un vagabundo. Es probable que este caso resulte complicado en mas de un sentido.

Su reaccion ante la noticia habia sido en parte previsible y en parte compleja y perturbadora. Se habia producido ese impulso inicial de incredulidad tan logico cuando uno se entera de la muerte inesperada de cualquier persona conocida, aunque sea casualmente. Habria experimentado lo mismo si le hubieran dicho que Berowne habia muerto a causa de un infarto o de un accidente de coche. Sin embargo, a esta primera sensacion la habia seguido otra de afrenta personal, una vaciedad seguida por una oleada de melancolia, no lo suficiente intensa como para calificarla de dolor, pero mas aguda que una mera pena, y le habia sorprendido por su misma intensidad. Sin embargo, habia tenido la fuerza suficiente para decir:

– No puedo aceptar este caso. Estoy demasiado implicado, demasiado comprometido.

Mientras esperaba el ascensor, se dijo que no estaba mas implicado en este caso que en cualquier otro. Berowne habia muerto. Su tarea consistia en averiguar como y por que. Su compromiso residia en su trabajo con los vivos, no con los muertos.

Apenas habia cruzado las puertas giratorias cuando Massingham llego por la rampa con el Rover. Al acomodarse a su lado, Dalgliesh pregunto:

– ?Se han puesto en marcha los de las huellas y los fotografos?

– Si, senor.

– ?Y el laboratorio?

– Envian una biologa cualificada. Se reunira con nosotros alli.

– ?Ha podido hablar con el doctor Kynaston?

– No, senor, solo con su ama de llaves. El ha estado en Nueva Inglaterra, visitando a su hija. Siempre va alli en otono. Se le esperaba en Heathrow; en el vuelo BA 214, que llega a las siete y veinticinco. Ha aterrizado ya, pero probablemente esta atascado en la Westway.

– Siga llamando a su casa hasta que llegue.

– Doc Greeley esta disponible, senor. Kynaston estara fatigado a causa del viaje.

– Quiero a Kynaston, fatigado o no.

Massingham dijo:

– Lo mejor de lo mejor para este cadaver.

Algo que habia en su voz, una nota de diversion, incluso de desprecio, irrito a Dalgliesh. «Dios mio -penso-, ?me mostrare excesivamente sensible ante esta muerte, antes incluso de haber visto al difunto?» Se cino el cinturon de seguridad sin decir palabra y el Rover enfilo Broadway, la carretera que habia cruzado menos de dos semanas antes, disponiendose a visitar a sir Paul Berowne.

Con la vista fija al frente, solo consciente a medias del mundo existente mas alla de la claustrofobica comodidad del coche, y de las manos de Massingham aferradas al volante, del cambio de marchas practicamente insonoro, del tendido de semaforos de trafico, permitio deliberadamente que sus pensamientos se despojaran del presente y de toda conjetura acerca de lo que le esperaba, y, mediante un ejercicio mental, recordo, como si algo importante dependiera de la exactitud de sus recuerdos, todos los momentos de aquella ultima entrevista con el hombre que ahora estaba muerto.

III

Era el jueves cinco de septiembre y el se disponia a salir de su despacho y dirigirse a la Escuela de Policia de Bramshill, para iniciar una serie de conferencias ante los mandos superiores, cuando le llego la llamada desde aquella oficina privada. El secretario particular de Berowne hablaba como suelen hacerlo los de su categoria. Sir Paul agradeceria que el comandante Dalgliesh pudiera dedicarle unos minutos. Seria conveniente que viniera en seguida. Dentro de una hora, sir Paul tenia que abandonar su oficina para reunirse con un grupo de sus electores en la Camara.

Dalgliesh apreciaba a Berowne, pero esta convocatoria era mas que inconveniente No se le esperaba en Bramshill hasta despues del almuerzo y habia planeado aprovechar su viaje al norte de Hampshire para visitar unas iglesias en Sherborne Saint John y Winchfield, y almorzar en un pub cercano a Stratfield Saye, antes de llegar a Bramshill con el tiempo suficiente para cambiar las cortesias usuales con el comandante antes de iniciar su conferencia a las dos y media. Se le ocurrio pensar que habia llegado a la edad en que un hombre espera sus placeres con menos avidez que en la juventud, pero se siente desproporcionadamente enojado cuando sus planes sufren un trastorno. Se habian producido los usuales preliminares largos, fatigosos y ligeramente agrios para la creacion de la nueva brigada en el CI, y su mente estaba pensando ya con alivio en la solitaria contemplacion de unas efigies de alabastro, unos cristales del siglo XVI y las impresionantes decoraciones de Winchfleld. Sin embargo, parecia como si Paul Berowne no quisiera dedicar largo tiempo a su entrevista. Todavia podian resultar posibles sus planes. Salio de su despacho, se puso su abrigo de mezclilla, en prevision de una manana otonal incierta, y, cruzando Saint James's Station, se dirigio al Ministerio.

Al cruzar las puertas giratorias, penso una vez mas en lo mucho que preferia el esplendor gotico del antiguo edificio de Whitehall. Reconocia que debia de ser exasperante e inconveniente para los que trabajaban en el, pero, al fin y al cabo, lo habian construido en una epoca en que las habitaciones las calentaban estufas de carbon alimentadas por todo un ejercito de sirvientes, y en que un par de docenas de notas cuidadosamente escritas a mano por los legendarios excentricos del Ministerio bastaban para controlar unos acontecimientos que ahora requerian tres divisiones y dos subsecretarios. Sin duda, el nuevo edificio era excelente en su clase, pero si la intencion habia sido la de expresar una autoridad firme pero atemperada por cierta humanidad, no estaba muy seguro de que el arquitecto lo hubiera conseguido. Parecia mas apropiado para una empresa multinacional que para un gran ministerio del Estado. Encontraba a faltar particularmente los enormes retratos al oleo que dignificaban aquella impresionante escalinata de Whitehall, siempre intrigado por las tecnicas con las que artistas de diversos talentos aceptaban el reto de dignificar las facciones ordinarias, y a veces mas que vulgares, de sus modelos mediante la explotacion visual de magnificos ropajes, y grabando en sus caras mofletudas la energica solucion del poder imperial. Pero al menos habian quitado la fotografia de estudio de una princesa real que, hasta fechas recientes, adornaba el vestibulo de entrada. Era un retrato que parecia mas adecuado para un salon de peluqueria del West End.

Fue reconocido con una sonrisa por el conserje de la recepcion, pero a pesar de ello sus credenciales fueron cuidadosamente examinadas y se le pidio que esperase al ordenanza que habia de escoltarlo, aunque el habia asistido a suficientes reuniones en aquel edificio como para estar razonablemente familiarizado con aquellos particulares pasillos del poder. Quedaban ya muy pocos de los antiguos ordenanzas, y durante anos el Ministerio habia reclutado mujeres. Estas acompanaban a los visitantes con una competencia jovial y maternal, como si quisieran tranquilizarles en el sentido de que el lugar, si bien podia parecerse a una prision, era tan acogedor como una clinica, y que los que iban alli lo hacian por su propio bien.

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