cuando la murmuracion escrita, pero su revista no es un segundo Private Eye. En primer lugar, Ackroyd no tiene los bemoles necesarios para ello. No creo que, en toda la historia de esa publicacion, haya corrido jamas el riesgo de encontrarse ante una querella. Por lo tanto, la revista es, desde luego, menos audaz y menos divertida que el Eye, excepto en lo que se refiere a sus resenas literarias y teatrales. Estas contienen una perversidad que no deja de ser amena. -Recordo que solo la revista Paternoster, habria podido describir una reposicion de la obra de Priestley Llama un inspector, como una obra teatral sobre una joven sumamente cargante que causaba una serie de trastornos a una familia respetable. Anadio-: Los hechos en si seran exactos, aunque habra que comprobarlo. Sin embargo, el tono es sorprendentemente maligno para una publicacion como Paternoster.

Berowne repuso:

– Si, claro, los hechos son exactos.

Hizo esta afirmacion con calma, casi con tristeza, sin dar ninguna explicacion y, al parecer, sin intencion de ofrecer ninguna.

Dalgliesh sintio el deseo de preguntar «?Que hechos? ?Los hechos de este periodico o los hechos de la carta original?» Sin embargo, decidio no hacer esta pregunta. No se trataba todavia de un caso para la policia, y todavia menos para el. Por el momento, la iniciativa debia partir de Berowne. Se limito a decir:

– Recuerdo la investigacion sobre la muerte de Theresa Nolan, pero la muerte de Diana Travers, ahogada, es un hecho nuevo para mi.

– No salio en la prensa nacional -explico Berowne- Hubo un par de lineas en el periodico local, informando sobre la investigacion efectuada. No se hacia mencion a mi esposa. Diana Travers no participaba en su fiesta de cumpleanos, pero ambas cenaron en el mismo restaurante, el Black Swan, junto al rio, en Cookham. Parecio como si las autoridades adoptaran el lema de aquella compania de seguros: «?Por que convertir en drama una crisis?».

Por consiguiente, se habia echado tierra sobre el asunto, al menos en cierto modo, y Berowne lo habia sabido. La muerte de una joven que trabajaba para un ministro de la Corona y que se ahogo despues de cenar en el mismo restaurante en el que cenaba la esposa del ministro estuviera o no presente este, hubiera justificado, en circunstancias normales, al menos un corto parrafo en uno de los periodicos nacionales. Dalgliesh pregunto:

– ?Que desea que haga yo, senor ministro?

Berowne sonrio.

– Pues sepa que no estoy muy seguro. Mantener cierta vigilancia, creo yo. No espero que asuma usted esa tarea personalmente. Evidentemente, ello seria ridiculo. Pero si se convierte en un escandalo publico, supongo que alguien tendra que hacerle frente. Llegados a este extremo, yo queria meterle a usted en el asunto.

Pero esto era precisamente lo que no habia hecho. Con cualquier otro hombre, Dalgliesh habria senalado este detalle y ademas con cierta aspereza. El hecho de que no sintiera la menor tentacion de hacerlo con Berowne le interesaba. «Habra informes sobre ambas investigaciones -penso-. Puedo obtener la mayoria de los datos a partir de fuentes oficiales. Por lo demas, si se ve sometido a una acusacion abierta, tendra que procurar salir limpio de ella.» Y si esto sucedia, el que se convirtiera en una cuestion para el personal y para la nueva brigada que se estaba proponiendo, dependeria de la magnitud del escandalo, de la certeza de las sospechas y de aquello a lo que estas apuntaran. Se pregunto que esperaba Berowne que hiciera el: ?Encontrar a un chantajista potencial o investigarlo a el por un doble asesinato? Pero parecia probable que al final se produjera algun tipo de escandalo. Si la carta habia sido enviada a la Paternoster Review, era casi seguro que tambien habria llegado a otros diarios o revistas, posiblemente a algunos de los de ambito nacional. De momento, era posible que optaran por contener el fuego de sus canones, pero eso no queria decir que hubieran arrojado la carta a la papelera. Probablemente, la habian estudiado mientras consultaban con sus abogados. Mientras tanto, esperar y vigilar era, probablemente, la opcion mas prudente. No obstante, en nada podia perjudicar tener una conversacion con Conrad Ackroyd. Ackroyd era uno de los chismosos mas notables de Londres. Media hora pasada en el elegante y confortable salon de su esposa solia resultar mas productiva y muchisimo mas amena que unas cuantas horas transcurridas hojeando archivos oficiales.

Berowne dijo:

– Tengo que reunirme con un grupo de electores en la Camara. Quieren que les ensene el lugar. Si tiene tiempo, tal vez quiera venir a acompanarnos.

De nuevo, esta peticion equivalia a una orden.

Pero cuando abandonaron el edificio, se dirigio sin ninguna explicacion hacia la izquierda y bajo la escalinata hacia Birdcage Walk. Ello significaba que harian el camino hasta la Camara siguiendo el trayecto mas largo, o sea, bordeando Saint James's Park. Dalgliesh se pregunto si habria cosas que su acompanante quisiera confiarle y que expresara con mayor facilidad fuera de su despacho. Aquellas cuarenta hectareas de parque, de una belleza arrebatadora pero austera, atravesadas por senderos tan oportunos como si hubieran sido trazados a proposito para conducir de un centro de poder a otro, debian de haber oido mas secretos que cualquier otra parte de Londres, penso Dalgliesh.

Pero si era esa la intencion de Berowne, estaba destinada a quedar truncada. Apenas habian atravesado Birdcage Walk cuando fueron saludados por un grito estentoreo y Jerome Mapleton troto hasta llegar a su altura, con su semblante rubicundo y sudoroso, casi perdido el aliento. Era el diputado de un distrito electoral de Londres Sur, un escano seguro que de todos modos el nunca dejaba vacio, como si temiera que una simple ausencia de una semana pudiera ponerlo en peligro. Veinte anos en la Camara todavia no habian mitigado su extraordinario entusiasmo por su tarea y su conmovedora sorpresa ante el hecho de que el se encontrase realmente alli. Hablador, gregario e insensible, se unia, como impulsado por una fuerza magnetica, a cualquier grupo mas numeroso o mas importante que aquel del que formase parte en el momento. La ley y el orden eran su interes primordial, preocupacion que le otorgaba popularidad entre sus prosperos electores de la clase media, agazapados detras de sus cerraduras de seguridad y de las decorativas rejas de sus ventanas. Adaptando su tema a su audiencia de aquel momento, inicio en el acto una charla parlamentaria sobre la comision recientemente nombrada, dando saltitos entre Berowne y Dalgliesh como una barca pequena en aguas alborotadas.

– Esa comision… «La labor policial de una sociedad libre: la proxima decada»… ?No se llama asi? ?O se trata de «La labor policial en una sociedad libre: la proxima decada»? ?No se pasaron la primera sesion para decidir si habia que incluir una u otra preposicion? ?Es tipico! ?Verdad que estudian la politica en la misma medida que los recursos tecnicos? ?No se trata de un cometido muy importante? ?No resultara esa comision mas numerosa de lo que normalmente se considera como efectivo? ?No era la idea original revisar de nuevo la aplicacion de la ciencia y la tecnologia a la labor policial? Al parecer, la comision ha ampliado sus terminos de referencia.

Dalgliesh repuso:

– La dificultad consiste en que los recursos tecnicos y la politica no se dejan separar facilmente, al menos cuando se busca una labor policial practica.

– Ya lo se, ya lo se. Y creame que lo agradezco, mi querido comandante. Por ejemplo, esa propuesta de controlar los movimientos de vehiculos en las autopistas. Pueden hacerlo, desde luego, pero la cuestion es si deben hacerlo. Pasa algo parecido con la vigilancia. ?Pueden ustedes estudiar metodos cientificos avanzados, divorciados de la politica y la etica de su uso actual? Esta es la cuestion, mi querido comandante. Usted lo sabe, y todos lo sabemos. Y a este respecto, ?podemos seguir confiando en la doctrina tradicional segun la cual al jefe superior de policia le incumbe decidir la distribucion de recursos?

Berowne intervino a su vez:

– Supongo que no se le ocurrira en ningun momento pronunciar la tremenda herejia de que deberiamos contar con una fuerza nacional de policia.

Hablaba sin interes aparente, con la mirada fija hacia adelante. Era como si estuviera pensando: «Puesto que se nos ha pegado este pelmazo, vamos a plantearle un tema previsible y a escuchar sus previsibles opiniones».

– No. Pero seria mejor tenerla por voluntad y por intencion que por defecto. De iure, senor ministro, no de facto. Bien, no va a faltarle trabajo, comandante, y, dada la filiacion del grupo de trabajo, tampoco le resultara aburrido.

Hablaba con cierta ironia y Dalgliesh sospecho que habia tenido ciertas esperanzas de ser tambien un miembro. Entonces le oyo anadir:

– Supongo que ese es el atractivo que ofrece su trabajo para la clase de hombre como usted.

«?Que clase de hombre?», penso Dalgliesh. El poeta que ya no escribe poesias. El amante que sustituye el

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