Finalmente, le introdujeron en la oficina exterior. La Camara todavia observaba las vacaciones estivales y aquella habitacion presentaba una quietud poco usual. Una de las maquinas de escribir estaba enfundada y un solo empleado repasaba papeles sin dar muestras de la urgencia que normalmente imperaba en el despacho privado de un ministro. La escena hubiera sido muy distinta unas semanas antes. Penso, y no por primera vez, que un sistema que requeria ministros que dirigieran sus ministerios, cumplieran con sus responsabilidades parlamentarias y emplearan el fin de semana para escuchar las quejas de sus electores, bien podia haber sido planeado para asegurar que las decisiones principales las tomaran hombres y mujeres cansados hasta el punto del abatimiento. Sin duda, ello aseguraba que dependieran todos, intensamente, de sus funcionarios permanentes. Los ministros vigorosos seguian siendo ellos mismos, pero los mas debiles degeneraban hasta convertirse en marionetas, aunque por otra parte esto no llegaba a preocuparles necesariamente. Los altos cargos ministeriales eran habiles en lo que se referia a ocultar, ante sus titeres, incluso la mas leve sacudida de las cuerdas y los alambres. Sin embargo, Dalgliesh no habia necesitado recurrir a su fuente privada de rumores ministeriales para saber que Paul Berowne no presentaba trazas de esta lacia servidumbre.

Berowne abandono su mesa y tendio la mano como si aquel fuese su primer encuentro. Tenia una cara severa, incluso algo melancolica, en estado de reposo, pero se transfiguraba cuando sonreia. Ahora sonrio al decir:

– Siento haberle hecho venir tan apresuradamente. Me alegra que hayamos podido localizarlo. No se trata de algo particularmente importante, pero creo que puede llegar a serlo.

Dalgliesh nunca podia mirarle sin recordar el retrato de su antepasado, sir Hugo Berowne, en la National Portrait Gallery. Sir Hugo no se distinguio especialmente, excepto por una obediencia apasionada, aunque infructuosa, a su rey. Su unico gesto notable registrado fue el de encargar a Van Dyke la ejecucion de su retrato, pero ello basto para asegurarle, al menos pictoricamente, una transitoria inmortalidad. Hacia ya mucho tiempo que la casa solariega de Hampshire habla sido vendida por la familia, cuya fortuna estaba muy mermada, pero el largo y melancolico semblante de sir Hugo, enmarcado por un cuello de exquisitos encajes, todavia contemplaba con arrogante condescendencia al gentio que pasaba por alli, el caballero decididamente monarquico del siglo XVII. La semejanza del actual baronet con el era casi sobrenatural. Tenia la misma cara larga y huesuda, los pomulos altos que descendian a lo largo de las mejillas hasta una barbilla puntiaguda, los mismos ojos separados con un marcado descenso del parpado izquierdo, las mismas manos palidas y de dedos largos, y la misma mirada fija pero ligeramente ironica.

Dalgliesh observo que la superficie de su mesa de trabajo estaba casi despejada. Era este un artificio necesario para todo hombre que, abrumado por el trabajo, deseara mantener su cordura. Ello permitia atender un asunto en un momento determinado, concederle plena atencion, dilucidarlo y despues apartarlo. En aquel preciso momento, indicaba que la unica cosa que exigia atencion era algo relativamente poco importante, un breve mensaje en una cuartilla de papel blanco. Se la entrego a Dalgliesh, y este leyo:

«El diputado en el Parlamento por el Nordeste de Herfordshire, a pesar de sus tendencias fascistas, es un liberal notorio cuando se trata de los derechos de las mujeres. Sin embargo, tal vez las mujeres debieran prestar atencion, puesto que la proximidad de ese elegante baronet puede ser fatal. Su primera esposa murio en un accidente de automovil; conducia el. Theresa Nolan, que cuidaba a su madre y dormia en su casa, se suicido despues de someterse a un aborto. Fue el quien supo donde encontrar el cadaver. El cuerpo desnudo de Diana Travers, su empleada domestica, fue hallado, ahogado, durante la fiesta de cumpleanos de su esposa, celebrada a orillas del Tamesis, una fiesta en la que se esperaba que el estuviera presente. Una vez es una tragedia privada, dos veces es mala suerte, tres veces empieza ya a parecer descuido.»

Dalgliesh comento:

– Esta escrito con una maquina electrica de bola. No son las mas faciles a efectos de identificacion. Y el papel procede de un bloque de tipo comercial corriente, de los que se venden a millares. Poca ayuda podemos encontrar en ello. ?Tiene alguna idea de quien pueda haber enviado esto?

– Ninguna. Uno llega a acostumbrarse a las cartas usuales de tipo insultante o pornografico. Constituyen parte de nuestro trabajo.

– Pero esto se acerca a una acusacion de asesinato -dijo Dalgliesh-. Si encontramos al remitente, supongo que sus abogados aconsejaran una querella.

– Una querella, si; asi lo creo yo.

Dalgliesh penso que quien hubiera redactado aquel mensaje era una persona con cierta educacion. La puntuacion era cuidadosa y la prosa tenia cierto ritmo. Aquella persona, cualquiera que fuese su sexo, se habia preocupado por la ordenacion de los hechos, y por obtener la mayor cantidad posible de informacion relevante. Sin duda, estaba por encima de los anonimos usuales y vulgares que llegaban al buzon de un ministro, y precisamente por ello era algo mucho mas peligroso.

Devolvio la hoja y dijo:

– Esto no es el original, desde luego. Es una fotocopia. ?Ha sido usted, senor ministro, la unica persona que lo ha recibido, o no lo sabe con certeza?

– Fue enviado a la prensa, al menos a una publicacion, la Paternoster Review. Aparece en la edicion de hoy. Acabo de verla.

Abrio el cajon de su mesa, saco la revista y se la entrego a Dalgliesh. La pagina ocho tenia un doblez, y Dalgliesh la recorrio con la mirada. La revista habia estado publicando una serie de articulos sobre miembros jovenes del Gobierno, y esta vez le tocaba el turno a Berowne. La primera parte del articulo era inofensiva, de hechos concretos, apenas original. Equivalia a una breve revision de la carrera anterior de Berowne como abogado, con su primer y fallido intento de entrar en el Parlamento, su exito en las elecciones de 1979, su ascenso fenomenal hasta alcanzar el rango ministerial, y su probable promocion a primer ministro. Mencionaba que vivia con su madre, lady Ursula Berowne, y con su segunda esposa en una de las pocas casas todavia en pie de las construidas por sir John Soane, y que tenia una hija de su primer matrimonio, Sarah Berowne, de veinticuatro anos, que se movia en el ala izquierda de la politica y a la que se suponia distanciada de su padre. Mostraba una actitud de desagradable sarcasmo respecto a las circunstancias de su segundo matrimonio. Su hermano mayor, el comandante sir Hugo Berowne, habia encontrado la muerte en Irlanda del Norte y Paul Berowne se habia casado con la prometida de su hermano al cabo de cinco meses del accidente de coche en el que habla muerto su esposa. Tal vez fuese apropiado que, en tan penosos momentos, la prometida y el esposo encontrasen mutuo consuelo, aunque nadie que haya visto a la hermosa Barbara Berowne podria suponer que el matrimonio fuese meramente cuestion de deber fraternal.» La revista seguia pronosticando, con notable percepcion pero muy escasa caridad, acerca del futuro politico de su personaje, pero gran parte de lo que decia era poco mas que simples habladurias propias de las camarillas politicas.

El aguijon se encontraba en el parrafo final, y su origen era inconfundible. «Se sabe que es un hombre al que le gustan las mujeres, y no cabe duda de que muchas de ellas lo juzgan atractivo. Sin embargo, las mujeres que han estado mas proximas a el han tenido una curiosa mala suerte. Su primera esposa murio en un accidente de coche, ocurrido mientras conducia el. Una joven enfermera, Theresa Nolan, que cuidaba a su madre, lady Ursula Berowne, se suicido despues de someterse a un aborto y fue Berowne quien descubrio su cadaver. Hace cuatro semanas, una joven que trabajaba para el, Diana Travers, fue hallada ahogada despues de una fiesta celebrada en ocasion del cumpleanos de su esposa, una fiesta en la que se esperaba que el estuviera presente. Para un politico, la mala suerte es tan perjudicial como la halitosis. Es algo que podria seguir acosandolo en su carrera politica. Podria ser el mal olor de la desdicha, mas bien que la sospecha de que no sabe lo que realmente quiere, lo que frustrara el pronostico de que este hombre ha de ser el proximo primer ministro conservador.»

Berowne observo:

– La Paternoster Review no circula por el Ministerio. Tal vez seria mejor que lo hiciera. A juzgar por esto, es posible que nos perdamos cierta diversion, ya que no informacion. Yo la leia a veces en el club, sobre todo por sus resenas literarias. ?Sabe usted algo acerca de la revista?

Dalgliesh penso que bien hubiera podido hacer esa pregunta a la gente de relaciones publicas de su ministerio. No dejaba de ser interesante que, al parecer, hubiera optado por no hacerlo. Contesto:

– Hace anos que conozco a Conrad Ackroyd. Es el propietario y el editor de la Paternoster. Su padre y su abuelo ya lo eran antes. En aquellos tiempos se imprimia en Paternoster Place, en la City. Ackroyd no gana ni un centimo con ella. Su padre le dejo bien provisto mediante otras inversiones mas ortodoxas, pero supongo que tampoco presenta numeros rojos. A el le gusta de vez en

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