un homicidio en Royal Oak. Se marcho apenas llegamos el sargento Robins y yo. Si le necesita, estara disponible a partir del mediodia. Los cadaveres estan aqui, senor. En lo que llaman la sacristia pequena.
Era tipico de Glynn Morgan no haber alterado en absoluto el escenario. Dalgliesh respetaba a Morgan como hombre y como detective, pero se alegro de que el deber, el tacto o una mezcla de ambas cosas, le hubieran obligado a retirarse. Constituia un alivio no verse obligado a halagar a un detective experto que dificilmente podia acoger con alegria al jefe de la nueva brigada CI que se entrometia en su trabajo.
Kate Miskin abrio de par en par la primera puerta a la izquierda y se aparto para que entrasen Dalgliesh y Massingham. La sacristia pequena estaba tan profusamente iluminada como un plato de estudio cinematografico. Bajo el resplandor de la luz fluorescente que banaba todo aquel extrano escenario, el cuerpo inerte de Berowne, con la garganta cortada, la sangre coagulada, el vagabundo apoyado en la pared como una marioneta sin cuerdas, parecieron por un momento una cosa irreal, un cuadro de Grand Guignol demasiado exagerado y elaborado para resultar convincente. Dirigiendo apenas una mirada al cadaver de Berowne, Dalgliesh avanzo pisando la alfombra hasta llegar a Harry Mack, y se puso en cuclillas junto a el. Sin volver la cabeza, pregunto:
– ?Estaban encendidas las luces cuando la senorita Wharton encontro los cadaveres?
– En el pasillo no, senor, pero ella dice que esta luz si estaba encendida. El nino lo confirma.
– ?Donde estan ahora?
– En la iglesia, senor. El padre Barnes esta con ellos.
– Hable un poco con ellos, ?quiere, John? Digales que yo tambien lo hare apenas pueda. Y procure ponerse en contacto con la madre del chico. Debemos sacarlo de aqui tan pronto como sea posible. Despues, quiero que vuelva usted aqui.
Muerto, Harry tenia un aspecto tan desalinado como debio de tenerlo en vida. De no haber sido por aquel babero de sangre, hubiera podido estar dormido, con las piernas estiradas, la cabeza inclinada hacia adelante, y su gorro de lana tapandole el ojo derecho. Dalgliesh puso la mano bajo su barbilla y levanto suavemente aquella cabeza. Tuvo la sensacion de que iba a desprenderse del cuerpo y rodar entre sus manos. Vio lo que esperaba encontrar: un solo corte a traves de la garganta, al parecer de izquierda a derecha, que habia seccionado la traquea hasta las vertebras. El
Llevaba unos pantalones viejos a cuadros, muy holgados en las perneras, y sujetos a los tobillos con cordeles. Sobre ellos, hasta donde la sangre permitia verlo, llevaba un jersey de punto sobre una camiseta de marinero. La maloliente chaqueta cruzada, llena de mugre, estaba desabrochada, y su parte izquierda colgaba, abierta. Dalgliesh la levanto cuidadosamente, tocando tan solo el borde extremo de la tela, y vio, debajo de ella, una mancha de sangre en la alfombra de unos dos centimetros de longitud y mas espesa en el extremo derecho que en el izquierdo… Mirando mas de cerca, creyo ver una traza de sangre, mas o menos de la misma longitud, en el bolsillo de la chaqueta, pero la tela de esta estaba demasiado sucia para poderlo afirmar con seguridad. Alguna que otra gota de sangre debio de haber caido o haber saltado desde el arma, antes de caer Harry, y despues habia manchado la alfombra al ser arrastrado el cuerpo hasta la pared. Pero ?de quien era la sangre? Si se demostraba que era de Harry, el descubrimiento tendria poca importancia, pero ?y si era de Berowne? Dalgliesh deseo que no tardara en llegar el biologo forense, aunque sabia que de momento no podia esperar una respuesta concreta. Durante la autopsia, se tomarian muestras de la sangre de ambas victimas, pero pasarian tres dias, como minimo, antes de que pudiera ver el resultado del analisis. No sabia que impulso le habia obligado a dirigirse primero hacia el cadaver de Harry Mack, pero ahora avanzo cuidadosamente a traves de la alfombra hasta llegar a la cama, y permanecio en silencio mientras contemplaba el cadaver de Berowne. Ni siquiera cuando tenia quince anos y se encontraba junto al lecho de muerte de su madre, habia sentido la necesidad de pensar y mucho menos de pronunciar, la palabra «adios». No se podia hablar con alguien que ya no estaba presente. Penso que las personas podian vulgarizarlo todo, pero no esto. Aquel cadaver, del que se habia apoderado una rigidez grotesca y que ya empezaba, o al menos asi se lo parecio a su sensible olfato, a emitir los primeros efluvios agridulces de la podredumbre, todavia tenia, a pesar de todo, una dignidad inalienable, puesto que antes habia sido un hombre. Sin embargo, sabia perfectamente con que rapidez se extinguia aquella humanidad espurea. Antes incluso de que el forense hubiera acabado su trabajo en el lugar del crimen y de que la cabeza fuera envuelta y las manos enfundadas en bolsas de plastico, antes incluso de que Doc Kynaston empezara a trabajar con sus bisturies, el cadaver seria una prueba, mas importante, mas voluminosa y mas dificil de conservar que otras pruebas del caso, pero de todos modos una simple prueba, etiquetada, documentada, deshumanizada, que solo suscitaria interes, curiosidad o repugnancia. Pero todavia no. Penso: «Yo conocia a este hombre, no muy bien pero le conocia. Me caia bien. Seguramente, merece algo mejor, por mi parte, que el hecho de observarlo con mis ojos de policia».
Yacia con la cabeza hacia la puerta y formando un angulo de cuarenta y cinco grados con la cama, cuyo extremo inferior tocaban sus zapatos. La mano izquierda estaba extendida y la derecha mas cercana al cuerpo. La cama habia sido cubierta con una manta de lana, tejida a mano y formando cuadros de colores chillones. Parecia como si Berowne se hubiera agarrado a ella al caerse, tirando de ella hasta el punto de que se habia doblado en parte a su derecha. Sobre ella habia una navaja abierta, con la hoja cubierta de sangre coagulada, a unos pocos centimetros de su mano derecha. Era extraordinaria la cantidad de detalles que se grabaron simultaneamente en la mente de Dalgliesh. Una delgada franja de lo que parecia ser barro seco entre el tacon y la suela del zapato izquierdo; las manchas de sangre que formaban una costra sobre la lana de cachemira, de color beige, del sueter; la boca entreabierta, inmovilizada en un rictus mitad sonrisa y mitad mueca; aquellos ojos muertos que, mientras los contemplaba, parecian encogerse en sus orbitas; la mano izquierda, con sus dedos largos y palidos, curvados y delicados como los de una chica; la palma de la mano derecha, cubierta de sangre. Sin embargo, el conjunto del cuadro le dio una impresion de falsedad, y supo el motivo. No era posible que Berowne hubiera podido empunar la navaja con la mano derecha y agarrarse a la manta al caer. Pero si primero habia dejado caer la navaja, ?por que esta habia quedado sobre la manta y tan convenientemente proxima a su mano, como si se hubiera deslizado de los dedos ya entreabiertos? ?Y por que la palma habia de estar tan llena de sangre, casi como si la mano de otro la hubiera levantado y pasado por la sangre que brotaba de la garganta? Si el propio Berowne hubiera utilizado la navaja, con toda seguridad la palma de la mano que la hubiera empunado no habria quedado tan ensangrentada.
Noto un leve rumor a su lado y, al volverse, vio que la inspectora de detectives Kate Miskin estaba mirando, pero no al cadaver, sino a el.
En seguida aparto la vista, pero no antes de que el hubiera detectado, con disgusto, una expresion de grave y casi maternal solicitud. Inquirio con aspereza:
– ?Y bien, inspectora?
– Parece evidente, senor, que se trata de un asesinato seguido por suicidio. La clasica serie de heridas infligidas por la misma persona: tres cortes, dos como intento y el tercero que llega hasta la traquea. -Y anadio-: Podria utilizarse como ilustracion en un libro de texto de medicina forense.
– No es dificil reconocer lo evidente -repuso el-. Sin embargo, es aconsejable una mayor lentitud para creerlo. Quiero que usted comunique la noticia a su familia. La direccion es el numero sesenta y dos de Campden Hill Square. Alli estan la esposa y una madre ya anciana, lady Ursula Berowne, asi como una especie de ama de llaves. Utilice su discrecion para averiguar cual es la mas indicada para recibir el primer golpe. Y llevese consigo un agente. Cuando la noticia corra, es posible que les importunen y necesiten proteccion.
– Si, senor.
No mostro ningun resentimiento al recibir la orden de retirarse del escenario. Sabia que la tarea de llevar la noticia no era ningun encargo rutinario, que no la habian elegido a ella simplemente por tratarse de la unica mujer del equipo y considerar el que se trataba de una mision propia de mujeres. En realidad, ella daria la noticia con tacto, discrecion e incluso compasion. Dios sabia que habia tenido suficiente practica en sus diez anos en la policia. Sin embargo, no dejaria de traicionar el dolor de los demas, acechando y escuchando, incluso mientras pronunciara las palabras formales de su pesame, el mas leve parpadeo, cualquier tension de las manos y de los musculos faciales, esperando la palabra imprudente, o cualquier otro signo de que, para alguna persona de aquella casa de Campden Hill Square, la noticia pudiera no ser una novedad.