importante, pero sera util que se encuentre usted alli cuando el hable con sus padres. Usted ha tenido hermanos, y conoce a estos ninos pequenos.

– ?Quiere que vaya ahora, senor? -pregunto Massingham.

– Desde luego.

Dalgliesh sabia que esta orden no era grata. Massingham odiaba tener que abandonar el escenario de un crimen, aunque fuese temporalmente, mientras la victima siguiera en el, y esta vez se alejaria todavia de peor gana porque Kate Miskin, que habia regresado ya de Campden Hill Square, iba a quedarse alli. Pero si habia de marcharse, lo haria solo. Ordeno al chofer que abandonara el coche, con una sequedad poco usual en el, y partio a una velocidad que sugeria que Darren iba a disfrutar de un viaje especialmente emocionante.

Dalgliesh atraveso la puerta de la reja para adentrarse en la iglesia, pero se volvio para cerrarla suavemente tras de si. A pesar de sus precauciones, el metal resono intensamente en el silencio reinante y suscito ecos a su alrededor, mientras caminaba ya por la nave. Detras de el, fuera del alcance de su vista pero siempre presente en su mente, estaba todo el aparato propio de su oficio: luces, camaras, equipos, y un silencio truncado por voces susurrantes y tranquilas en presencia de la muerte. Sin embargo, ahi, protegido por elegantes rejas de hierro forjado, habia otro mundo todavia no contaminado. El aroma del incienso se intensifico y vio ante si un resplandor dorado, alli donde el reluciente mosaico del abside dominaba la atmosfera y la gran figura de un Cristo Glorioso, con sus manos perforadas extendidas, contemplaba toda la nave con ojos cavernosos. Se habian encendido otras dos luces en el templo, pero la iglesia todavia seguia oscurecida, comparada con el duro fulgor de los arcos voltaicos instalados en el escenario, y necesito todo un minuto para localizar al padre Barnes, una silueta oscura en el extremo de la primera hilera de sillas bajo el pulpito. Avanzo hacia el, oyendo sus propias pisadas sobre el suelo de mosaico, y preguntandose si al sacerdote le parecerian tan impresionantes como se lo parecian a el.

El padre Barnes estaba sentado muy erguido, con los ojos fijos en la resplandeciente curva del abside, su cuerpo tenso y contraido, como el de un paciente que esperase sentir dolor y se dispusiera a resistirlo. No volvio la cabeza al aproximarse Dalgliesh. Evidentemente, acababan de convocarle. Iba sin afeitar y las manos, rigidamente unidas sobre su regazo, parecian sucias, como si se hubiera acostado sin lavarselas. La sotana, cuyo largo y negro perfil realzaba todavia mas su magro cuerpo, era vieja y estaba llena de manchas de lo que parecia ser alguna salsa. Una de ellas parecia haber sido limpiada sin grandes resultados. Sus zapatos negros carecian de lustre y el cuero se resquebrajaba en los lados, mientras que la parte delantera tenia una tonalidad grisacea. Despedia un olor, en parte rancio y en parte desagradablemente dulzon, a ropas viejas e incienso, mezclado con un tufo de sudor acumulado, un olor que era una penosa amalgama de fracaso y temor. Cuando Dalgliesh descanso sus largas piernas al ocupar una silla contigua y apoyo un brazo en el respaldo, le parecio como si su cuerpo acompanara y, con su tranquila presencia, aliviara discretamente un cumulo de miedo y tension en su vecino, tan intenso que casi resultaba palpable. Sintio un repentino remordimiento. Desde luego, aquel hombre se habia presentado en ayunas para la primera misa del dia. Debia de estar anhelando cafe caliente y algun alimento. En otras circunstancias, alguien hubiera estado preparando te alli cerca, pero Dalgliesh no tenia la menor intencion de utilizar la cocina, ni siquiera para poner una tetera a hervir, hasta que el especialista hubiera realizado su tarea.

– No le entretendre mucho tiempo, padre -dijo-. Se trata tan solo de unas pocas preguntas y despues le acompanaremos a la vicaria. Todo esto debe de haber sido un golpe muy duro para usted.

El padre Barnes seguia sin mirarle, pero contesto en voz baja:

– ?Un golpe? Si, ha sido un golpe. Nunca hubiera debido permitirle tener la llave. En realidad, no se por que lo hice. No es facil explicarlo.

Su voz resultaba inesperada. Era una voz baja, un tanto ronca y con indicios de una energia mayor de lo que pudiera sugerir aquel cuerpo tan fragil; no era una voz educada, sino una voz en la que la educacion habia impuesto una disciplina que no habia borrado del todo el acento provinciano, probablemente de East Anglia, de la infancia. Finalmente se volvio hacia Dalgliesh y dijo:

– Diran que yo soy el responsable. No hubiera debido permitir que tuviese la llave. Soy culpable de ello.

Dalgliesh repuso:

– No es usted responsable de ello. Usted lo sabe perfectamente y tambien lo saben ellos.

Aquellos «ellos», ubicuos, atemorizadores y capaces de juzgar. Penso, aunque no lo dijera, que un asesinato representaba una intensa emocion para aquellos que no tenian que llevar luto por nadie y ni siquiera se veian implicados directamente, y que en general la gente solia mostrarse indulgente con aquellos que facilitaban esta nueva emocion. El padre Barnes quedaria sorprendido -agradablemente o tal vez no- por el numero de asistentes a su misa el domingo siguiente.

– ?Podemos empezar desde el principio? -dijo-. ?Cuando vio por primera vez a sir Paul Berowne?

– El lunes pasado, hace poco mas de una semana. Vino a la vicaria a eso de las dos y media, y pregunto si podia visitar la iglesia. Habia venido primero aqui y habia descubierto que no podia entrar. Nos gustaria tener la iglesia abierta en todo momento, pero ya sabe usted lo que ocurre hoy. Hay toda clase de vandalos, personas que tratan de abrir la caja de las limosnas, que roban los cirios. En el portico norte hay una nota en la que se dice que la llave se encuentra en la vicaria.

– ?Supongo que no dijo que estaba haciendo en Paddington?

– Si, en realidad lo dijo. Dijo que un viejo amigo suyo se encontraba en el Hospital Saint Mary, y que deseaba visitarlo. Sin embargo, el paciente estaba sometido a un tratamiento y no se admitian visitantes, por lo que disponia de una hora libre Dijo que siempre habia deseado visitar la iglesia de Saint Matthew.

Por lo tanto, asi habia empezado la cosa. La vida de Berowne, como la de todos los hombres ocupados, estaba dominada por el reloj. Se habia reservado una hora para visitar a un viejo amigo, y, de una manera inesperada esta, hora le habia quedado disponible. Se sabia que le interesaba la arquitectura victoriana. Por fantastico que fuese el laberinto en el que ese impulso le hubiera introducido, al menos su primera visita a Saint Matthew ostentaba el sello confortable de la normalidad y la razon.

– ?Se ofrecio usted para acompanarlo? -pregunto Dalgliesh.

– Si, me ofreci, pero me dijo que no me molestara. Yo no insisti. Pense que a lo mejor queria ir el solo.

Asi que el padre Barnes no carecia de sensibilidad.

– Por lo tanto, le dio usted la llave -dijo Dalgliesh-. ?Que llave?

– La de reserva. Solo hay tres para el portico sur. La senorita Wharton tiene una y yo guardo las otras dos en la vicaria. Hay dos llaves en cada llavero, una para la puerta sur y otra, mas pequena, que abre la puerta de la reja. Si el senor Capstick o el senor Pool quieren una llave -se trata de nuestros dos sacristanes-, vienen a pedirla a la vicaria. Como puede ver, esta queda muy cerca. Solo hay una llave para la puerta principal del norte, que siempre guardo en mi estudio. No la dejo nunca a nadie, para que no se pierda. Por otra parte, es demasiado pesada para que se le de un uso general. Le explique a sir Paul que encontraria un folleto que describe la iglesia en el rincon destinado a las publicaciones. Lo escribio el padre Collins y siempre hemos tenido la intencion de ponerlo al dia. Los guardamos en la mesa que hay en el portico norte, y solo cobramos por cada uno tres peniques.

Volvio la cabeza con un gesto doloroso, como el de un enfermo de artritis, y casi como si invitara a Dalgliesh a comprar un ejemplar. Fue un gesto patetico y mas bien suplicante. Despues prosiguio:

– Creo que debio de coger uno, porque dos dias despues encontre un billete de cinco libras en la hucha. La mayoria meten alli tan solo los tres peniques.

– ?Le dijo quien era?

– Me dijo que se llamaba Paul Berowne. Siento decir que en aquel momento esto no significo nada para mi. No me dijo que fuese un diputado ni un baronet, ni nada por el estilo. Desde luego, despues de su dimision, supe quien era. Salio en los periodicos y en la television.

Hubo una nueva pausa y Dalgliesh espero. Al cabo de unos segundos, la voz empezo a sonar de nuevo, ahora mas vigorosa y mas resuelta.

– Creo que estuvo alli una hora, tal vez menos. Despues me devolvio la llave. Me dijo que le gustaria dormir aquella noche en la sacristia pequena. Desde luego, el no sabia que la llamamos asi. El me hablo de la pequena habitacion con la cama. La cama ha estado alli desde los tiempos del padre Collins, durante la guerra. El solia dormir en la iglesia durante la epoca de los bombardeos, para poder apagar las bombas incendiarias. Nunca la hemos sacado de alli. Tiene su utilidad cuando alguien se encuentra mal durante los servicios religiosos, o cuando yo quiero descansar antes de una misa de medianoche. No ocupa mucho sitio, ya que solo se trata de una cama

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