estrecha y plegable. Bueno, usted ya la ha visto…
– Si. ?Le dio alguna razon para ello?
– No. Me parecio una peticion corriente y no me atrevi a preguntar el motivo. No era hombre al que uno pudiera hacer demasiadas preguntas. Le hable de las sabanas y de la funda de la almohada, pero me dijo que el traeria todo lo necesario.
Y habia traido una sabana doble y habia dormido en ella, debidamente doblada. Ademas, habia utilizado la vieja manta militar ya existente, doblada debajo de el, y encima aquella otra manta a cuadros multicolores. La funda de lo que era, obviamente, un cojin de sillon tambien cabia suponer que fuera suya.
Dalgliesh pregunto:
– ?Se llevo la llave consigo o volvio a pedirla por la noche?
– Volvio a pedirla. Debian de ser mas o menos las ocho, tal vez algo antes. Se presento ante la puerta de la vicaria, con una bolsa. No creo que viniera en coche, pues no vi ninguno. Yo le di la llave. No volvi a verlo hasta la manana siguiente.
– Hableme de esa manana siguiente.
– Como de costumbre, me dirigi a la puerta sur. Estaba cerrada. La puerta de la sacristia pequena estaba abierta y vi que el no se encontraba alli. La cama estaba hecha, pulcramente. Todo estaba muy ordenado. Habia sobre ella una sabana y una funda de almohada dobladas. A traves de la reja, mire hacia la iglesia. Las luces no estaban encendidas, pero pude verlo. Estaba sentado en esta fila, algo mas alla. Yo fui a la sacristia y me vesti para la misa, y despues entre en la iglesia por la puerta de la verja. Cuando vio que la misa iba a celebrarse en la capilla de Nuestra Senora, se traslado y se sento en la ultima fila. No hablo en ningun momento. Alli no habia nadie mas. Aquella manana no le tocaba venir a la senorita Wharton, y el senor Capstick, que suele venir para asistir a la misa de nueve y media, estaba en cama con gripe. Estabamos solos los dos. Cuando termine la primera plegaria y me volvi hacia el, vi que estaba arrodillado. Comulgo. Despues, nos dirigimos juntos a la sacristia pequena. Me devolvio la llave, me dio las gracias, cogio la bolsa y se marcho.
– ?Y eso fue todo en aquella primera ocasion?
El padre Barnes se volvio y le miro fijamente. En la penumbra de la iglesia, su cara parecia exangue. Dalgliesh vio en sus ojos una mezcla de suplica, resolucion y pena. Habia algo que temia decir, pero que al mismo tiempo necesitaba explicar. Dalgliesh espero. Estaba acostumbrado a esperar. Finalmente, el padre Barnes hablo.
– No, hay algo mas. Cuando levanto las manos y yo deposite la hostia en sus palmas, crei ver… -hizo una pausa y despues prosiguio- que habia en ellas marcas, heridas. Crei ver estigmas.
Dalgliesh fijo la mirada en el pulpito. La figura pintada de un angel prerrafaelita portador de un lirio, con sus rubios cabellos rizados bajo un amplio halo, le devolvio la mirada con suave indiferencia. Despues pregunto:
– ?En las palmas?
– No. En las munecas. Llevaba una camisa y un jersey. Los punos le venian un poco anchos. Se deslizaron hacia atras, y entonces fue cuando vi aquello.
– ?Ha hablado con alguien mas sobre ello?
– No, solo con usted.
Durante todo un minuto ninguno de los dos hablo. En toda su carrera como detective, Dalgliesh no podia recordar una informacion procedente de un testigo que resultara mas ingrata y -no habia otra palabra- mas impresionante. Su mente se lleno de imagenes de lo que semejante noticia pudiera representar para su investigacion si alguna vez llegaba a hacerse publica: los titulares de los periodicos, las especulaciones divertidas de los cinicos, las multitudes de mirones, los supersticiosos, los credulos, los autenticos creyentes, llenando aquella iglesia en busca de… ?que? ?Una emocion, un nuevo culto, una esperanza, certidumbre? Pero su disgusto calo mas hondo que la irritacion ante esta indeseable complicacion de su investigacion, ante la extrana intrusion de la irracionalidad en una tarea tan arraigada en la busqueda de pruebas que pudieran presentarse en un tribunal, pruebas documentadas, demostrables, reales. Le estremecio, casi fisicamente, una emocion mucho mas intensa que la del disgusto, y una emocion de la que se sintio casi avergonzado, pues le parecio a la vez innoble y en si misma poco mas racional que el hecho en si. Lo que sentia en aquel momento era una revulsion casi lindante con el ultraje. Dijo:
– Creo que debe seguir guardando silencio. Esto no es importante por lo que se refiere a la muerte de sir Paul. Ni siquiera es necesario incluirlo en su declaracion. Si siente la necesidad de confiar en alguien, hable con su obispo.
El padre Barnes se limito a contestar:
– No hablare de esto con nadie mas. Creo que necesitaba hablar de ello, compartirlo, pero ahora ya se lo he dicho a usted.
Dalgliesh repuso:
– La iglesia estaba escasamente iluminada. Usted ha dicho que no se habian encendido las luces. Estaba en ayunas. Pudo haberlo imaginado, y tambien pudo haber sido una ilusion debida a la escasa luz. Por otra parte, vio las marcas tan solo durante un par de segundos, cuando el alzo las palmas de sus manos para recibir la hostia. Pudo usted haberse equivocado.
Penso: «?A quien estoy tratando de tranquilizar, a el o a mi?». Y despues vino la pregunta que, contra toda razon, habia de formular:
– ?Que aspecto tenia? ?Diferente? ?Cambiado?
El sacerdote meneo la cabeza y seguidamente contesto, con una inmensa tristeza:
– Usted no lo entiende. Yo no hubiera reconocido una diferencia, incluso en el caso de haberla. -Despues, parecio recuperar fuerzas y prosiguio mas resueltamente-: Fuera lo que fuese lo que vi, estaba alli. Y no duro mucho tiempo. Y no es un hecho tan inusual. Se han dado otros casos antes. La mente actua sobre el cuerpo de una manera muy extrana: una experiencia intensa, un sueno poderoso. Y, como dice usted, la luz era muy debil.
Por consiguiente, tampoco el padre Barnes queria creerlo. Buscaba argumentos para rechazarlo. Bien, penso Dalgliesh, eso siempre era mejor que una nota en la revista parroquial, una llamada telefonica a los diarios o un sermon el domingo siguiente sobre el fenomeno de los estigmas y la sabiduria inescrutable de la providencia. Le intereso descubrir que compartian la misma desconfianza, acaso la misma revulsion. Mas tarde, habria un tiempo y un lugar para considerar por que habia ocurrido eso, pero de momento habia otras preocupaciones de caracter mas inmediato. Cualquiera que fuese la causa que habia llevado a Berowne de nuevo a aquella sacristia, habia sido una mano humana, la suya o la de otro, la que habia empunado aquella navaja. Dijo:
– ?Y ayer por la noche? ?Cuando le pregunto si podia volver?
– Por la manana. Me llamo poco despues de las nueve. Me dijo que llegaria despues de las seis de la tarde, y, precisamente a esa hora, vino a buscar la llave.
– ?Esta usted seguro de la hora, padre?
– ?Ya lo creo! Estaba viendo las noticias de las seis. Acababan de empezar cuando llamo a la puerta.
– ?Y tampoco le dio ninguna explicacion?
– No. Llevaba la misma bolsa. Creo que vino en autobus o en metro, o tal vez andando. No vi ningun coche. Le entregue la llave en la misma puerta, la misma llave. Me dio las gracias y se fue. Por la noche, no fui a la iglesia, ya que no tenia ninguna razon para hacerlo. No me entere de nada hasta que el nino vino a buscarme y me dijo que habia dos muertos en la sacristia pequena. Usted ya conoce lo demas.
– Hableme de Harry Mack -dijo Dalgliesh.
Era evidente que el cambio de tema resultaba grato y el padre Barnes fue locuaz hablando de Harry. El pobre Harry era un problema para la parroquia de Saint Matthew. Por alguna razon, que nadie conocia, durante los ultimos cuatro meses se habia acostumbrado a dormir en el portico sur. Solia acostarse sobre una capa de periodicos y taparse con una vieja manta que a veces dejaba en el portico, preparada para la noche siguiente, y que otras veces se llevaba, enrollada y atada alrededor de su cintura con un cordel. Cuando el padre Barnes encontraba la manta, no se atrevia a retirarla de aquel lugar. Despues de todo, era el unico cobijo que tenia Harry, sin embargo, en realidad no era apropiado dejar que el portico se utilizara como refugio o como almacen para las pertenencias de Harry, de aspecto poco grato y mas bien maloliente. En realidad, se habia comentado en el Consejo Parroquial si convenia instalar una verja con una puerta, pero esto se juzgo poco caritativo y habia cosas mas importantes en las que invertir el dinero. De hecho, ya resultaba bastante dificil reunir la aportacion que se esperaba de los feligreses. Todos habian intentado ayudar a Harry, pero la cosa no era facil. Este era bien conocido en el Refugio del Viajero de Cosway Street, en Saint Marylebone, un excelente lugar donde solia tomar