– El secante, esa taza de loza esmaltada, la servilleta de te y el dietario son cosas que tienen todas ellas su importancia, y hay tambien, en la reja de la chimenea, lo que parece una cerilla encendida recientemente. Necesitamos todo eso. Pero necesitamos tambien todo lo que se encuentre en la chimenea y en los recodos de las tuberias del fregadero. Lo mas probable es que el asesino se lavara en la cocina.

En realidad, nada de esto necesitaba ser expuesto, y menos para Charlie Ferris. Este era el hombre mas experto de la policia metropolitana, y el que Dalgliesh siempre esperaba que estuviera disponible cuando empezaba un caso nuevo. Era inevitable, dado su apellido, que se le apodara «Ferret»[1], aunque rara vez cuando la palabra podia llegar a sus oidos. Era bajito, con los cabellos de un color pajizo, facciones pronunciadas y un sentido del olfato tan bien desarrollado que, segun se rumoreaba, habia olfateado un suicidio en el bosque de Eppin, antes incluso de que los animales predadores llegaran al lugar del hecho. En sus momentos libres, cantaba en uno de los coros de aficionados mas famosos de Londres. Dalgliesh, que le habia oido cantar en un concierto organizado por la policia, nunca dejaba de sorprenderse ante la realidad de que un pecho tan estrecho y una estructura fisica tan fragil pudieran producir una voz de bajo tan profunda. El hombre era un fanatico en su tarea e incluso se habia procurado la indumentaria mas apropiada para sus investigaciones: unos pantalones cortos blancos con una camiseta, un gorro de natacion en tela plastica, perfectamente ajustado para impedir que los cabellos pudieran interferir en su busqueda, guantes de goma tan finos como los de un cirujano, y zapatillas de bano, tambien de goma, en sus pies desnudos. Su dogma era el de que ningun asesino abandonaba nunca el escenario de un crimen sin dejar detras de el alguna prueba de su delito. Y si la habia, Ferris la encontraba.

Se oyeron voces en el pasillo. Habian llegado el fotografo y los expertos en huellas. Dalgliesh oyo la retumbante voz de George Matthew que maldecia el trafico de la carretera de Harrow, y tambien la respuesta, mas apacible, del sargento Robins. Alguien se rio. No se mostraban insensibles ni particularmente cinicos, pero tampoco eran sepultureros a los que se exigiera una reverencia profesional frente a la muerte. El biologo forense todavia no habia llegado. Algunos de los cientificos mas distinguidos del Laboratorio Metropolitano eran mujeres, y Dalgliesh, que se reconocia una sensibilidad anticuada que de ningun modo les hubiera confesado, siempre se alegraba cuando resultaba posible retirar los cadaveres mas horripilantes antes de que ellas llegaran para investigar y fotografiar las manchas de sangre, y analizar la coleccion de muestras obtenidas. Puso en manos de Massingham la tarea de saludar a los recien llegados y comunicarles los detalles. Habia llegado el momento de hablar con el padre Barnes, pero primero deseaba cambiar unas palabras con Darren antes de que se lo llevaran a su casa.

VI

Dijo el sargento Robins:

– Se ha marchado ya, senor, pero ese diablillo nos ha estado tomando el pelo. No conseguimos arrancarle la direccion de su casa, y cuando finalmente nos dio una, era falsa, ya que se trataba de una calle que no existe. Nos hizo perder miserablemente el tiempo. Creo que ahora nos dice la verdad, pero para conseguirlo tuve que amenazarlo con el Departamento de Menores, la Asistencia Social y Dios sabe cuantas cosas, antes de que hablase. E incluso entonces, trato de burlarnos y evadirse. Tuve la suerte de poder alcanzarlo.

La senorita Wharton habia sido conducida ya a Crowhurst Gardens por una agente de la policia, sin duda para verse rodeada alli por un ambiente de conmiseracion y reconfortada con una taza de te. Habia realizado meritorios esfuerzos para recuperar su integridad, pero, a pesar de todo, se mostro confusa acerca de la secuencia exacta de los acontecimientos antes de llegar a la iglesia y hasta el momento en que habia abierto la puerta de la sacristia pequena. Lo importante para la policia era si ella o Darren habian entrado en aquella habitacion, lo que suponia el riesgo de que el escenario hubiese sido alterado. Ambos aseguraron que no habia sido asi. Aparte de esto, poco era lo que pudiera decir la buena mujer, por lo que Dalgliesh habia escuchado brevemente su historia y habia permitido que se marchara.

Sin embargo, no dejaba de resultar irritante que Darren se encontrase todavia alli. Si era necesario proceder a un nuevo interrogatorio, lo correcto era que el nino estuviera en su casa y con sus padres presentes. Dalgliesh sabia que la aparente indiferencia en la expresion del nino no garantizaba que aquel horror no le hubiese afectado. No siempre era un trauma evidente lo que mas trastornaba a un nino, y no dejaba de ser curioso que este se mostrara tan poco dispuesto a permitir que se le devolviera a su casa. Normalmente, un trayecto en coche, aunque fuera un coche de la policia, tenia su emocion para un nino, sobre todo en unos momentos en que empezaba a reunirse cierto gentio capaz de atestiguar su notorio papel en el asunto, un gentio atraido por los metros de cinta blanca que sellaban toda la parte sur de la iglesia, por los coches policiales y por el inconfundible furgon mortuorio, negro y siniestro, aparcado entre el muro de la iglesia y el canal. Dalgliesh se encamino hacia el coche de la policia y abrio la puerta; despues dijo:

– Soy el comandante Dalgliesh. Y es hora de que regreses a casa, Darren. Tu madre estara preocupada.

Y, seguramente, el nino deberia estar en la escuela. El curso debia de haber empezado ya. Pero eso, gracias a Dios, era un problema que no le incumbia a el.

Darren, pequeno y con un aspecto extremadamente desalinado, se habia acomodado en la parte izquierda del asiento delantero. Era un nino de aspecto extrano, con una carita de mono, palida bajo un sembrado de pecas, con nariz chata y ojos vivarachos detras de unas pestanas rizadas y casi incoloras. Era evidente que el y el sargento Robins se habian estado midiendo su mutua paciencia casi mas alla de todo limite, pero se animo al ver a Dalgliesh y pregunto con una infantil beligerancia:

– ?Es usted el jefe aqui?

Un tanto desconcertado, Dalgliesh contesto con cautela.

– Mas o menos, asi es.

Darren miro a su alrededor con ojos brillantes y suspicaces, y despues manifesto:

– Ella no ha sido. Quiero decir la senorita Wharton. Ella es inocente.

Muy serio, Dalgliesh repuso:

– No, no creemos que haya sido ella. Como tu sabes, se necesito mas fuerza de la que pudieran tener una senora de cierta edad y un nino. Tu y ella estais fuera de toda sospecha.

– Vale, entonces todo va bien.

Dalgliesh le pregunto:

– ?Te cae bien?

– Es una buena mujer. Pero necesita que se ocupen de ella. Es bastante boba. No sabe valerse por si misma. De todas maneras, yo me ocupo de ella.

– Creo que ella confia en ti. Ha sido una suerte que estuvierais juntos los dos cuando habeis encontrado los cadaveres. Para ella, debe de haber sido espantoso.

– Le ha dado un soponcio. No puede soportar ver la sangre, ?comprende? Por eso no tiene television en color. Dice que no puede pagarselo, pero eso es una tonteria. Al fin y al cabo, siempre esta comprando flores para BVM.

– ?BVM? -repitio Dalgliesh, mientras su mente buscaba una marca de coche desconocida.

– Esa estatua en la iglesia. Esa senora vestida de azul, con cirios delante. La llaman BVM. Ella siempre esta poniendo flores alli, y encendiendo velas. Valen diez peniques cada una. Cinco peniques las pequenas.

Sus ojos se desviaron como si se encontrara en un terreno peligroso y se apresuro a anadir:

– Creo que no quiere tener television en color porque no le gusta el color de la sangre.

Dalgliesh contesto:

– Creo que, probablemente, tienes razon. Nos has sido muy util, Darren. ?Verdad que estas seguro de que ninguno de los dos ha entrado en ese cuarto?

– No, ya lo he dicho. Siempre he estado detras de ella.

Sin embargo, aquella pregunta no le habia resultado grata y por primera vez parecio como si le abandonara una parte de su desparpajo. Se arrellano en su asiento y, con una expresion enfurrunada, miro a traves del parabrisas.

Dalgliesh regreso a la iglesia y busco a Massingham.

– Quiero que acompane a Darren a su casa. Tengo la sensacion de que nos oculta algo. Tal vez no sea

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