su comida del mediodia y recibir, cuando la necesitaba, atencion medica para dolencias leves. Era un tanto inclinado a la bebida y, de vez en cuando, intervenia en reyertas. Saint Matthew habia hablado con el Refugio acerca de Harry, pero nadie sabia que podia sugerirse. Habian tratado de persuadir a Harry para que tuviese una cama en su dormitorio comun, pero el no lo admitia. No podia soportar el contacto intimo con otras personas, y ni siquiera tomaba su comida en el albergue. La metia entre rebanadas de pan y se la llevaba, para comer en plena calle. El portico era su lugar, recondito y orientado hacia el sur, fuera de la vista de los demas.
Dalgliesh dijo:
– Por lo tanto, no es probable que llamara a la puerta ayer por la noche, para pedir a sir Paul que le dejara entrar.
– ?Oh, no! Harry nunca hubiera hecho tal cosa.
Pero de algun modo habia entrado. Tal vez se habia instalado ya bajo su manta cuando llego Berowne. Berowne, inesperadamente, le habia invitado a compartir su cena. Pero ?como pudo persuadir a Harry? Pregunto al padre Barnes lo que pensaba el al respecto.
– Supongo que debio de ocurrir asi. Es posible que Harry ya estuviera en el portico. Generalmente se acostaba bastante temprano. Y era una noche inusualmente fria para el mes de septiembre. Sin embargo, es muy extrano. Debio de ver en sir Paul algo que le dio confianza. No era una cosa que acostumbrara hacer. Incluso los empleados del Refugio, tan experimentados con los vagabundos de la ciudad, no lograban persuadir a Harry para que pasara la noche alli. Sin embargo, claro esta que ellos solo se ocupan de un dormitorio. Era dormir o comer con otras personas lo que Harry no podia soportar.
«Y aqui -penso Dalgliesh- tenia la sacristia principal para el solo. Pudo haber sido esta seguridad y, tal vez, la promesa de una cena lo que le persuadiera para entrar.» Pregunto:
– ?Cuando estuvo usted en la iglesia por ultima vez, padre? Le hablo del dia de ayer.
– Desde las cuatro y media hasta las cinco y cuarto, mas o menos, cuando lei las visperas en la capilla de Nuestra Senora.
– Y cuando la cerro al salir, ?que seguridad puede tener de que no hubiera alguien alli, tal vez escondido? Evidentemente, usted no registro la iglesia…, ?por que habria de hacerlo? Sin embargo, si alguien hubiera estado escondido en ella, ?habia alguna probabilidad de que usted lo hubiera visto?
– Creo que si. Ya ve usted como es la iglesia. No tenemos bancos de respaldo alto, tan solo las sillas. No hay ningun lugar en el que alguien hubiera podido esconderse.
Dalgliesh sugirio:
– ?Tal vez debajo del altar, del altar principal o del de la capilla de Nuestra Senora? ?O acaso en el pulpito?
– ?Debajo del altar? Es un pensamiento terrible, un sacrilegio. Pero ?como hubiera podido entrar? Cuando yo llegue, a las cuatro y media, encontre la iglesia cerrada.
– ?Y nadie habia cogido las llaves durante el dia, ni siquiera los sacristanes?
– Nadie.
Y la senorita Wharton habia asegurado a la policia que su llave no habia abandonado su bolso.
– ?Pudo haber entrado alguien durante las visperas? -inquirio-. ?Tal vez mientras usted estaba rezando? ?Estaba usted solo en la capilla de Nuestra Senora?
– Si. Entre, como de costumbre, por la puerta sur, y la cerre, asi como la puerta de la verja. Despues, abri la puerta principal. Esta representa la entrada natural para cualquiera que desee asistir a un servicio. Mi gente sabe que siempre abro la puerta principal para las visperas, y es una puerta muy pesada y chirria atrozmente. Siempre estamos hablando de engrasarla. No creo que hubiera podido entrar nadie sin oirlo yo.
– ?Dijo usted a alguien que sir Paul iba a pasar aqui la ultima noche?
– No, desde luego que no. No pude decirselo a nadie. Y, por otra parte, tampoco lo hubiera dicho. El no me pidio que lo guardara en secreto; en realidad, no me pidio nada. Sin embargo, no creo que le hubiese gustado que lo supiesen otras personas. Nadie mas supo nada acerca de el, al menos hasta esta noche.
Dalgliesh siguio interrogandole sobre el papel secante y la cerilla apagada. El padre Barnes explico que la sacristia pequena habia sido utilizada dos dias antes, el lunes dia dieciseis, al reunirse alli, como de costumbre, el Consejo Parroquial a las cinco y media, inmediatamente despues de las visperas. El habia presidido, sentado ante la mesa, pero no habia utilizado secante. Siempre escribia con un boligrafo. No habia advertido ninguna marca reciente, pero, por otra parte, no era muy perspicaz para fijarse en esa clase de detalles. Estaba seguro de que ninguno de los componentes del Consejo habia encendido aquella cerilla. Solo fumaba George Capstick y lo hacia en pipa, utilizando un encendedor. Por otra parte, este no habia asistido al Consejo, porque todavia estaba convaleciente de una gripe. Los demas habian hecho la observacion de que resultaba muy agradable no verse envueltos en el humo de su pipa.
Dalgliesh dijo:
– Se trata de detalles pequenos y probablemente sin importancia, pero le agradeceria que no los comentara. Y me gustaria que echara usted un vistazo al secante y tratara de recordar que aspecto tenia el lunes. Por otra parte, hemos encontrado un tazon de loza esmaltada, bastante sucio. Nos resultaria util comprobar si pertenecia a Harry.
Y, al ver la cara del padre Barnes, anadio:
– No es necesario que vuelva a entrar en la sacristia pequena. Cuando el fotografo haya terminado su tarea, nosotros le traeremos el tazon. Y despues, supongo que le apetecera volver a la vicaria. Mas tarde, necesitaremos una declaracion, pero eso admite espera.
Siguieron sentados durante un minuto, en silencio, como si lo que se habia transmitido entre ellos necesitara ser asimilado en paz. Dalgliesh penso que, por lo tanto, alli radicaba el secreto de la quijotesca decision de Berowne de dimitir en su cargo. Habia sido algo mas profundo y menos explicable que la desilusion, que la inquietud propia de cierta edad, o que el temor de un escandalo amenazante. Lo que le sucedio en aquella primera noche en Saint Matthew, fuera lo que fuese, le indujo, el dia siguiente, a cambiar toda la direccion de su vida. ?Le habria dirigido tambien hacia su muerte?
Al levantarse los dos, oyeron el rumor metalico de la puerta de la verja. La inspectora Miskin esperaba en el pasillo. Cuando llegaron junto a ella, anuncio:
– Ha llegado el forense, senor.
VII
Lady Ursula Berowne estaba sentada en su salon, en el cuarto piso del numero sesenta y dos de Campden Hill Square, y desde alli contemplaba las copas de los arboles como si fueran una vision distante, casi indistinguible. Le parecia como si su cabeza fuese una copa llena a rebosar, que solo ella pudiera mantener estable. Una sola sacudida, un estremecimiento, una leve perdida de control, y la copa se derramaria en un caos tan terrible que solo podia terminar en la muerte. Era extrano, penso, que su respuesta fisica al shock fuese ahora la misma que se habia producido despues de encontrar la muerte Hugo, de modo que su dolor actual se anadia al dolor que sentia por el, renovandolo como si acabara de enterarse de la noticia de su muerte. Y los sintomas fisicos habian sido los mismos: una sed intensa, la sensacion de que su cuerpo se habia apergaminado y encogido, una boca seca y amarga como si la infectara su propio aliento. Mattie le habia preparado, una y otra vez, cafe fuerte, que ella consumio casi hirviendo, sin leche, sin notar su dulzor excesivo. Despues, dijo:
– Me gustaria comer algo, algo salado. Unas tostadas con anchoas…
Penso que era como una mujer prenada por el dolor, sometida a extranos antojos.
Pero esto habia cesado ya. Mattie insistio en colocar un chal sobre sus hombros, pero ella lo rechazo, exigiendo que se la dejara a solas. Penso: «Hay un mundo fuera de este cuerpo, de este dolor. Debo entrar de nuevo en el. Sobrevivire. Debo sobrevivir. Siete anos, diez como maximo, es todo lo que necesito». Y ahora esperaba, acumulando energias para hacer frente a los primeros de muchos visitantes. Sin embargo, al primer visitante lo habia convocado ella misma. Habia cosas que era preciso decirle, y tal vez despues no hubiera mucho tiempo.
Poco despues de las once, oyo el timbre de la puerta, despues el chirrido de la cerradura y un apagado ruido metalico al cerrarse la puerta de la verja. Se abrio la puerta de su salon, y Stephen Lampart entro