silenciosamente. Le parecio importante recibirle de pie, pero no pudo reprimir una mueca de dolor cuando en su cadera artritica recayo el peso de su cuerpo, y supo que la mano que agarraba la empunadura de su baston temblaba. Inmediatamente, el se encontro a su lado y le dijo:
– ?No, por favor! Le ruego que no se mueva.
Con una mano firme en el brazo de ella, la ayudo carinosamente a acomodarse de nuevo en el sillon. A ella le desagradaba el contacto de tipo casual, la presencia de conocidos o extranos a los que su impedimento parecia autorizar a tocarla, como si su cuerpo fuese un obstaculo enojoso que debiera ser empujado suavemente para colocarlo de nuevo en su sitio. Quiso librarse de aquel contacto firme, autoritario, pero consiguio resistir a este impulso. Sin embargo, no pudo evitar que sus musculos se contrajeran con aquel contacto, y supo que a el no le habia pasado por alto aquel rechazo instintivo. Una vez la hubo acomodado, gentilmente y con una competencia profesional, el se sento en una silla frente a ella. Les separaba una mesa baja. Un circulo de madera de palisandro pulimentada establecia el dominio de el: fuerza contra debilidad, juventud contra edad, medico y paciente sumisa. Con la excepcion de que ella no era su paciente. El dijo:
– Tengo entendido que espera una intervencion para sustitucion de cadera.
Habia sido Barbara, desde luego, la que se lo habia explicado, pero el se guardaria de ser el primero en mencionar el nombre de ella.
– Si, estoy en la lista del hospital ortopedico.
– Perdoneme, ?por que no acudir a una clinica privada? ?No estara usted sufriendo innecesariamente?
Ella penso que aquello era una observacion incongruente, casi indecorosa, con la que iniciar una visita de pesame, pero tal vez fuese el modo que el tenia de enfrentarse a su dolor y su estoicismo, refugiandose en el terreno profesional, el unico en el que se sentia seguro y que le permitia hablar con autoridad.
Lady Ursula contesto:
– Prefiero que me traten como una paciente de la Seguridad Social. Me agradan mis privilegios, pero este es, precisamente, uno de los que no deseo.
El sonrio levemente, como si quisiera contentar a un chiquillo.
– Me parece un tanto masoquista.
– Tal vez si; sin embargo, no le he convocado aqui para pedirle una opinion profesional.
– Que, como ginecologo, de todos modos no tendria competencia para ofrecerle. Lady Ursula, esta noticia sobre lo que le ha ocurrido a Paul es terrible, increible. ?No habria debido avisar a su propio medico? ?O tal vez a un amigo? Deberia tener a alguien a su lado. Es un error quedarse sola en momentos como este.
Ella repuso:
– Tengo a Mattie si necesito los paliativos de costumbre: cafe, alcohol o calor. A los ochenta y dos anos, las pocas personas a las que una desea ver estan ya todas muertas. He sobrevivido a mis dos hijos, y eso es lo peor que puede ocurrirle a un ser humano. Tengo que soportarlo, pero no tengo por que hablar de ello.
Hubiera podido anadir: «Y menos con usted», y le parecio como si estas palabras, aunque no pronunciadas, flotaran en el aire entre los dos. Por unos momentos, el guardo silencio como si las calibrase, aceptando la justicia que contenian. Despues dijo:
– Desde luego, yo la hubiera visitado mas tarde, aunque no me hubiese telefoneado. Pero es que no tenia la seguridad de que deseara ver a alguien tan pronto. ?Recibio mi carta?
Debio de haberla escrito apenas Barbara le comunico la noticia y la habia enviado por mediacion de una de sus enfermeras, que, en su apresuramiento por regresar a casa despues de una noche de guardia, ni siquiera se habia detenido para entregarla en mano, y se habia limitado a introducirla en el buzon. En ella, el habia empleado todos los adjetivos de costumbre. No habia necesitado un diccionario de sinonimos para decidir la respuesta apropiada. Despues de todo, el asesinato era algo espantoso, terrible, horrendo, increible, un verdadero ultraje. Pero la carta, una obligacion social cumplimentada con excesivo apresuramiento, carecia de conviccion.
Y, por otra parte, hubiera debido saber que no resultaba procedente hacer que su secretaria la pasara a maquina. Sin embargo, penso ella, eso era tipico. Eliminando aquella patina tan cuidadosamente adquirida de exito profesional, prestigio, modales ortodoxos, el hombre autentico quedaba a la vista: ambicioso, algo vulgar, sensible tan solo cuando se le pagaba ostensiblemente. Pero sabia que gran parte de esto era prejuicio, y que el prejuicio era peligroso. Debia procurar delatarse lo menos posible si la entrevista habia de transcurrir como ella deseaba. Y no era justo criticar la carta. Dictar un pesame a la madre de un marido asesinado al que uno le habia estado poniendo cuernos durante los ultimos tres anos, era algo que hubiera exigido mucho mas que el limitado vocabulario social que el pudiera poseer.
No le habia visto desde hacia casi tres meses y de nuevo le impresiono su buen aspecto.
Habia sido un joven atractivo, alto, un tanto desalinado y con una espesa cabellera negra, pero ahora aquella figura desalinada habia sido pulida y perfeccionada por el exito; ofrecia su alta figura con una facil seguridad y sus ojos grises -que, como ella sabia, utilizaba tan certeramente- reflejaban una solidez fundamental. Su cabello, escarchado ahora por algunas canas, todavia era espeso, con un desorden que los peluqueros mas caros aun no habian disciplinado por completo. Era un detalle que contribuia a su atractivo, indicando una individualidad indomable, muy distante del modelo tedioso y convencional de apostura masculina.
Se inclino hacia adelante y la miro fijamente, con sus ojos grises ablandados por la compasion. Ella se indigno ante aquella facil adquisicion de la preocupacion profesional, pero tuvo que reconocer que la adoptaba muy bien. Casi espero que el le dijera: «Hicimos todo lo posible, todo lo humanamente posible». Despues se dijo a si misma que aquel pesar podia ser autentico. Habia de resistir a la tentacion de menoscabar sus facultades, de clasificarlo como el apuesto y experimentado seductor de los seriales baratos. Fuera lo que fuese, aquel hombre no era tan sencillo de calibrar. Ningun ser humano lo es. Y estaba, al fin y al cabo, reconocido como un buen ginecologo. Trabajaba de firme y conocia su oficio.
Cuando Hugo estudiaba en Balliol, Stephen Lampart fue su amigo mas intimo; en aquel tiempo, ella le apreciaba y parte de este aprecio todavia persistia, mezclado con resentimiento y solo reconocido a medias, pero vinculado a recuerdos de paseos bajo el sol en Port Meadow, almuerzos y risas en las habitaciones de Hugo, con anos de esperanza y promesa. Fue el muchacho inteligente, guapo y ambicioso procedente de un hogar de clase media baja, simpatico, divertido, capaz de conseguir la compania que deseara gracias a su aspecto y a su ingenio, astuto al ocultar la ambicion que hervia en el. Hugo fue el privilegiado, con una madre hija de un conde, un padre baronet y distinguido militar, poseedor del nombre Berowne, heredero de lo que quedara de la fortuna de los Berowne. Por primera vez, se pregunto si el no se habria sentido antagonista, no solo de Hugo, sino de toda su familia, y si su traicion subsiguiente no tendria unas largas raices en el terreno de una antiquisima envidia. Dijo:
– Hay dos cosas que debemos discutir, y tal vez no haya mucho tiempo ni tampoco otra oportunidad. Acaso deba decir, en primer lugar, que no he solicitado su presencia aqui para criticar la infidelidad de mi nuera. No estoy en condiciones de criticar la vida sexual de nadie.
Los ojos grises mostraron cautela.
– Es muy prudente por su parte. Pocos estamos en condiciones de hacerlo.
– Sin embargo, mi hijo ha sido asesinado. La policia pronto lo sabra, si no lo sabe ya. Y yo ya lo se ahora.
El repuso:
– Perdone, pero ?puede estar segura de ello? Todo lo que Barbara pudo decirme al telefonear esta manana era que la policia habia encontrado el cadaver de Paul y el de un vagabundo… -hizo una pausa- con heridas en sus gargantas.
– Los dos tenian la garganta cortada. Los dos habian sido degollados. Y, a juzgar por el tacto exquisito con el que se comunico la noticia, supongo que el arma fue una de las navajas de Paul. Supongo que Paul pudo haber sido capaz de matarse. La mayoria somos capaces, si atravesamos situaciones lo suficientemente penosas. Pero de lo que no era capaz era de matar a ese vagabundo. Mi hijo fue asesinado, y esto significa que hay ciertos hechos que la policia se obstinara en descubrir.
El pregunto, con toda calma:
– ?Que hechos, lady Ursula?
– Que usted y Barbara se entienden.
Las manos unidas flojamente sobre el regazo de el se contrajeron, para relajarse inmediatamente. Sin embargo, se mostro incapaz de enfrentarse a la mirada de ella.
– Comprendo. ?Fue Paul o Barbara quien se lo explico?