con quien. Nosotros nos concentramos en la comida y en el servicio. Comprendera que nosotros no somos escritores de chismes.
– Pero supongo que recordara si estuvo cenando con su primo, el senor Stephen Lampart, el martes de esta semana, hace tan solo tres dias.
– El diecisiete. Asi es. Se sentaron a las nueve menos veinte minutos. Es una pequena mania mia la de anotar la hora en que cada cliente se sienta a la mesa. La reserva era para las nueve menos cuarto, pero llegaron un poco antes. Tal vez monsieur quiera inspeccionar el libro…
Abrio el cajon de su escritorio y saco el libro. Obviamente, penso Dalgliesh, habia estado esperando una visita de la policia y habia colocado esta prueba al alcance de su mano. Junto al nombre de Lampart la hora estaba escrita con claridad. Y no habia ninguna senal de que las cifras hubieran sido alteradas.
Dalgliesh pregunto:
– ?Cuando se reservo la mesa?
– Aquella misma manana. A las diez y media, creo. Siento no poder ser mas preciso.
– Entonces tuvo suerte al conseguirla…
– Siempre podemos encontrar una mesa para un antiguo y estimado cliente. Pero, desde luego, es mas facil si se hace reserva. Esta llamada telefonica fue suficiente.
– ?Que aspecto tenian el senor Lampart y lady Berowne cuando llegaron?
Los ojos oscuros miraron con reproche a los suyos, como si protestaran en silencio contra una pregunta tan carente de tacto.
– ?Que aspecto podian tener, comandante? Dos personas hambrientas. -Seguidamente, anadio, como si temiera que su respuesta hubiera sido imprudente-: Como de costumbre. La dama siempre se muestra simpatica, muy amable. Se alegraron de que pudiera ofrecerles su mesa predilecta, en el rincon y junto a la ventana.
– ?A que hora se marcharon?
– A las once o poco mas tarde. Nadie se apresura ante una buena cena.
– ?Y durante la cena? Supongo que hablarian…
– Hablaron, monsieur. En una cena, es un placer compartir una buena comida, un buen vino y una buena charla con una persona amiga. Pero, en cuanto a lo que dijeran, nosotros no escuchamos nunca, comandante. Nosotros no somos la policia. Comprendera que se trata de buenos clientes.
– A diferencia de algunos de los clientes que tuvo usted aqui la noche en que Diana Travers se ahogo. Supongo que tuvo tiempo para fijarse en ellos.
Higgins no mostro sorpresa ante este subito cambio en el interrogatorio. Extendio las manos con un gesto de resignacion muy frances.
– Por desgracia, ?a quien podian pasarle por alto? No eran de la clase de clientes a los que solemos atraer aqui. Durante la cena, se comportaron bien, pero despues… Bien, la cosa no fue agradable. Me senti aliviado cuando salieron del comedor.
– Tengo entendido que sir Paul Berowne no formaba parte del grupo de su esposa.
– Exactamente. Cuando llegaron, el senor Lampart dijo que sir Paul esperaba reunirse con ellos mas tarde, a tiempo para tomar un cafe. Sin embargo, como debe saber, telefoneo a las diez, o tal vez algo mas tarde, y dijo que no le seria posible venir.
– ?Quien contesto a esta llamada?
– Henry, mi conserje. Sir Paul quiso hablar conmigo, y Henry me aviso en seguida.
– ?Reconocio la voz de sir Paul?
– Como he dicho, el no venia aqui muy a menudo, pero conocia su voz. Era una voz… ?como le diria? Una voz caracteristica, sorprendentemente parecida a la de usted, comandante, si me permite decirlo. No podria jurarlo, pero en aquel momento no tuve la menor duda acerca de quien me estaba hablando.
– ?Y ahora tiene alguna duda?
– No, comandante, no puedo decir que la tenga.
– En cuanto a los dos grupos que vinieron a cenar, el del senor Lampart y el de los jovenes, ?se mezclaron entre si, se saludaron unos a otros?
– Tal vez lo hicieran al llegar, pero las mesas no estaban proximas.
El debio de encargarse de ello, penso Dalgliesh. Si hubiera existido el menor signo de embarazo por parte de Barbara Berowne, o de insolencia por parte de su hermano, Higgins lo habria advertido.
– Con respecto a los miembros del grupo de Diana Travers, ?los habia visto antes aqui?
– Que yo recuerde, no, excepto el senor Dominic Swayne. Ha cenado aqui un par de veces con su hermana, pero han pasado ya varios meses desde la ultima vez. Sin embargo, en cuanto a los demas no puedo estar seguro.
– ?No dejaba de ser extrano que el senor Swayne no estuviera incluido en la cena de cumpleanos de lady Berowne?
– Monsieur, no me incumbe a mi dictaminar a quien deben invitar mis clientes. Sin duda, habria sus razones. Solo habia cuatro personas en el grupo del cumpleanos, una reunion intima. La mesa estaba bien equilibrada.
– ?Pero se habria desequilibrado si hubiese llegado sir Paul?
– Asi es, pero solo se le esperaba para tomar cafe y, despues de todo, era el esposo de la dama.
Dalgliesh paso a interrogar a Higgins sobre los hechos que condujeron al accidente de Diana Travers.
– Como he dicho, me alegre cuando aquellos jovenes abandonaron el comedor y, a traves del invernadero, pasaron al jardin. Se llevaron dos botellas de vino. No era el mejor clarete, pero para ellos era suficientemente aceptable. A mi no me gusta ver tratar mi vino como si fuera cerveza. Se oyeron muchas risas y me preguntaba si debia enviar a Henry o Barry para que les hicieran una advertencia, pero se alejaron por la orilla hasta dejar de oirse. Fue alli donde encontraron aquella barcaza. Estaba amarrada, atracada podriamos decir, en un pequeno islote, unos ochenta metros aguas arriba. Ahora, desde luego, la han retirado de alli. Tal vez no hubiera debido estar, pero ?por que voy a culparme yo? No eran ninos, aunque se comportaban como tales. Yo no puedo controlar lo que hagan mis clientes cuando se encuentran fuera de mi propiedad, y de hecho tampoco cuando estan aqui.
Habia utilizado la palabra «culpar», pero el pesar sono a hueco. Ninguna voz hubiera podido expresar menos preocupacion. Dalgliesh sospecho que Higgins solo se culpaba de una cena echada a perder o de un servicio deficiente. Prosiguio:
– Lo siguiente que se es que el
– ?Y la chica estaba desnuda?
– Como sin duda le habran dicho ya. Se habia quitado toda la ropa y se habia zambullido para nadar. Fue una gran imprudencia.
Reino un silencio mientras el rememoraba aquella imprudencia. Despues, Dalgliesh dejo sobre la mesa su taza de cafe y dijo:
– Fue oportuno que el senor Lampart estuviera cenando aqui aquella noche. Resultaba natural, desde luego, apelar a su ayuda.
Los ojos oscuros, cuidadosamente privados de toda expresion, miraron fijamente a los suyos.
– Fue lo primero que se me ocurrio, comandante, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegue al comedor, me dijeron que el grupo del senor Lampart acababa de marcharse. Yo mismo vi el Porsche cuando tomaba la curva del camino de entrada.
– Por consiguiente, ?el senor Lampart pudo haber ido a buscar su coche al aparcamiento, poco antes de que usted se enterase de la tragedia?
– Es posible, desde luego. Tengo entendido que el resto del grupo le espero ante la puerta.