– Seguramente, un final un tanto apresurado de aquella velada…
– Lo de apresurado no puedo decirselo, pero el grupo se habia reunido temprano, poco despues de las siete. En caso de que sir Paul hubiera podido reunirse con ellos, sin duda se habrian quedado hasta mas tarde.
Dalgliesh dijo:
– Se ha sugerido que sir Paul pudo haber llegado aqui aquella noche, a pesar de todo.
– Lo he oido decir, comandante. Hubo una mujer que vino a interrogar a mi personal. No fue agradable. Yo no me encontraba aqui en aquellos momentos, pero me las hubiera tenido con ella. Puedo asegurarle que nadie vio a sir Paul aquella noche. Y su coche tampoco fue visto en el aparcamiento. Pudo haber estado alli, pero no fue visto. Y me pregunto que puede tener esto que ver con su muerte.
Generalmente, Dalgliesh podia decir cuando conseguia la verdad y cuando solo obtenia parte de ella. Era menos cuestion de instinto que de experiencia. Y Higgins estaba mintiendo. Decidio entonces hacer un intento y dijo:
– Sin embargo, alguien vio a sir Paul Berowne aquella misma noche. ?Quien fue?
– Monsieur, yo le aseguro…
– Necesito saberlo y estoy dispuesto a quedarme aqui hasta conseguirlo. Si quiere verse libre de nosotros, un deseo perfectamente logico por su parte, lo conseguira antes contestando a mis preguntas. El veredicto en la encuesta fue el de muerte accidental. Nadie, que yo sepa, ha sugerido que fuese otra cosa. Ella habia comido demasiado, habia bebido demasiado, se vio prendida entre los juncos y se apodero de ella el panico. Tiene un interes puramente academico el que muriese a causa de un corte de digestion o que se ahogara. Por consiguiente, ?que esta usted ocultando y por que?
– No ocultamos nada, comandante, absolutamente nada. Pero, como usted acaba de decir, aquella muerte fue un accidente. Por consiguiente, ?por que causar problemas? ?Por que incrementar el pesar? Y uno no puede estar seguro. Una figura que caminaba rapidamente, medio vista en la oscuridad, en la sombra del seto, ?quien puede decir quien era?
– Por consiguiente, ?quien le vio? ?Henry?
Fue menos una afortunada suposicion que una asuncion razonable. Casi con toda seguridad, Berowne no se habia dejado ver en el recinto y el portero era el miembro del personal que con mayor probabilidad pudo haberse encontrado fuera del edificio.
– Fue Henry, si.
Higgins admitio el hecho con una triste expresion de derrota. Sus ojos tristones miraron con reproche a Dalgliesh como si dijera: «He intentado ayudar, les he dado informacion y cafe, y vean ahora que he sacado con ello».
– Entonces, tal vez sera mejor que lo haga venir. Y me gustaria hablar con el a solas.
Higgins levanto el receptor del telefono y marco un solo numero, lo que le puso en comunicacion con la entrada principal. Henry contesto y fue convocado al despacho. Cuando aparecio, Higgins dijo:
– Le presento al comandante Dalgliesh. Por favor, expliquele lo que creyo ver aquella noche en que la joven se ahogo.
Despues, le dirigio una mirada casi de tristeza, se encogio de hombros y se retiro. Henry, imperturbable, se mantenia en posicion de firmes. Dalgliesh observo que tenia mas edad de lo que su figura erguida y arrogante parecia sugerir. Desde luego, estaba mas cerca de los setenta que de los sesenta.
Le pregunto:
– Ha servido usted en el ejercito, ?verdad?
– Si, senor, en los Gloucesters.
– ?Cuanto tiempo lleva trabajando aqui para el senor Higgins, para monsieur Jean Paul?
– Cinco anos, senor.
– ?Vive usted aqui?
– No, senor. Mi esposa y yo vivimos en Cookham. Es un lugar que nos cae muy bien. -Y anadio, como si esperase que un toque personal demostrase su buena voluntad para cooperar sinceramente-: Tengo mi pension del ejercito, pero un pequeno extra no le sienta mal a nadie.
Y no debia de ser tan pequeno, penso Dalgliesh. Alli, probablemente las propinas eran generosas y la mayor parte de ellas, dada la fragilidad humana ante las depredaciones del fisco, debian de considerarse como libres de impuesto. Henry estaria deseoso de conservar su empleo.
Le dijo:
– Estamos investigando la muerte de sir Paul Berowne. Nos interesa todo lo que pudiera ocurrirle durante las ultimas semanas de su vida, por mas que los detalles puedan parecer irrelevantes o poco importantes. Al parecer, el estuvo aqui la noche del siete de agosto, y usted le vio.
– Si, senor, atravesando el aparcamiento de los coches. Aquella noche, uno de nuestros clientes se disponia a marcharse y yo fui a buscarle su Rolls. No tenemos personal en el aparcamiento, senor, y esa tarea me apartaria a mi de la puerta principal demasiado a menudo. Pero, de vez en cuando, hay clientes que prefieren que se les aparque el coche y que me entregan sus llaves al llegar. Antonio, uno de los camareros, me aviso que uno de esos clientes se disponia a marcharse y yo fui a buscarle el coche. Me encontraba alli, metiendo la llave en la cerradura, cuando vi a sir Paul atravesar el aparcamiento y caminar junto al seto, en direccion a la salida que conduce al rio.
– ?Que seguridad puede tener de que se tratara de Sir Paul Berowne?
– Toda la seguridad, senor. No viene aqui muy a menudo, pero tengo buen ojo para las caras.
– ?Sabe que coche conduce?
– Un Rover negro, creo. Una matricula A. No puedo recordar el numero.
No puede o no quiere, penso Dalgliesh. Seria dificil identificar un Rover negro, pero el numero de matricula era una prueba irrefutable. Pregunto:
– ?Y no habia ningun Rover negro aparcado, aquella noche?
– No lo vi, senor, y creo que me hubiera dado cuenta.
– ?Y dice que caminaba con paso vivo?
– Muy vivo, senor; podriamos decir que como si tuviera algun objetivo fijo.
– ?Cuando hablo usted de esto con monsieur Jean Paul?
– A la manana siguiente, senor. Me dijo que no era necesario decirselo a la policia. Sir Paul tenia perfecto derecho a pasear junto al rio si asi se le antojaba. Dijo que seria mejor esperar hasta que se hiciera el juicio. De haber habido senales en el cuerpo, cualquier sugerencia de juego sucio, la cosa habria sido diferente. La policia desearia saber los nombres de todo el que hubiera estado aqui aquella noche. Pero se trato de una muerte por accidente. El juez quedo convencido de que aquella joven se ahogo en el rio. Despues de esto, monsieur Jean Paul decidio que no dijeramos nada.
– ?Ni siquiera despues de la muerte de sir Paul?
– No creo que monsieur pensara que la informacion pudiera ser util, senor. Sir Paul Berowne estaba muerto. ?Que podia importar que hubiera dado un paseo junto al rio seis semanas antes?
– ?Ha contado usted esto a alguien mas? ?A alguna otra persona? ?A su esposa, a alguien que trabaje aqui?
– A nadie, senor. Vino una senora, haciendo preguntas. Aquel dia, yo estaba de baja porque no me encontraba bien. Pero si hubiera estado aqui, no hubiera dicho nada, a no ser que monsieur me hubiese indicado que no habia inconveniente en ello.
– ?Y unos diez minutos despues de verle usted caminando a traves del aparcamiento, sir Paul telefoneo para decir que no podia venir?
– Si, senor.
– ?Dijo el desde donde llamaba?
– No, senor. No pudo haber sido desde aqui. El unico telefono publico que tenemos esta en el vestibulo. Hay una cabina telefonica en Mapleton, que es el pueblo mas proximo, pero casualmente se que aquella noche el telefono estaba estropeado. Mi hermana vive alli y queria telefonearme. Que yo sepa, no hay ninguna otra cabina aqui cerca. Aquella llamada fue todo un misterio, senor.
– Cuando usted menciono esta cuestion el dia siguiente, ?que pensaron usted y monsieur acerca de lo que sir Paul podia estar haciendo aqui? Tengo entendido que hablaron ustedes de esta cuestion.
Henry dejo pasar unos momentos y finalmente contesto: