que el frio del crepusculo invadia la sombra creciente y entraba en sus ropas, salieron del Jardin Zoologico y se refugiaron en el calor del coche. En el viaje a casa, pasaron por el centro comercial de Oeiras e hicieron las compras para abastecer el frigorifico. Margarita quiso un disco de dibujos animados y lleno el carrito de chocolates. «Es pa'a mis amigos», explico. Tomas ya habia renunciado a oponerse a estos ataques de generosidad, a su hija le encantaba comprar regalos para todo el mundo y hasta llegaba al extremo de dar algo suyo cuando a alguien le gustaba. Salieron del hipermercado y fueron a un restaurante de comida rapida, donde pidieron dos hamburguesas con patatas fritas y gaseosa.

– ?Como te llamas? -pregunto Margarida, observando desde la barra al chico ocupado en envolver la comida.

– ?Eh? -se sorprendio el camarero, levantando la cabeza para mirar a aquella chica de aspecto extrano que le habia dirigido la palabra junto a la caja registradora.

– ?Como te llamas?

– Pedro -respondio, siempre dominado por la prisa en atender.

– ?Estas casado?

El chico solto una carcajada, divertido con la inesperada indiscrecion de la nina.

– ?Yo? No.

– ?Tienes novia?

– Pues… si.

– ?Es bonita?

– Matgarida -interrumpio Tomas, que ya veia que el interrogatorio se salia de la raya y que el camarero se sonrojaba-. Deja al senor en paz, no ves que esta trabajando.

La nina se callo un instante. Pero fue solo un instante.

– Le das besos en la boca, ?no?

– ?Margarida!

Se llevaron a casa la comida envuelta. Cenaron en la sala viendo television, con los dedos sucios del ketchup y la grasa de la comida rapida. Hacia las once de la noche fueron a acostarse, pero Tomas se vio en la obligacion de leerle, por enesima vez, la historia de Cenicienta, ritual del que ella no podia prescindir.

– ?Que hiciste durante la semana? -le pregunto su padre cuando cerro el libro y Cenicienta ya vivia feliz con su principe en el palacio.

– Fui al colegio y a ve' al docto' Olivei'a.

– ?Ah? ?Y que te ha dicho?

– Que tengo que hace' mas analisis.

– ?De que?

– De sangue.

– ?De sangre? Eso es nuevo. ?Por que?

– Po'que estoy muy palida.

Tomas la contemplo. Realmente, tenia la piel muy blanca, de una blancura desvaida, poco saludable.

– Hmm -murmuro mientras la observaba-. ?Y que mas ha dicho?

– Que tengo que hace' dieta.

– Pero tu no estas gorda. Margarida se encogio de hombros.

– El ha dicho eso.

Tomas se volvio hacia la mesilla de noche y apago la luz de la lampara. Se acerco a su hija y la abrigo mejor.

– ?Y mama? -pregunto en la oscuridad-. ?Como esta?

– Esta bien.

– ?Sigue llorando?

– No.

– ?No llora?

– No.

Tomas se quedo callado un momento, decepcionado.

– ?Crees que ya no me quiere? -pregunto para ver si se enteraba de algo mas. -No.

– No me quiere, ?eh?

– No.

– ?Por que dices eso, hija?

– Po'que ella tiene aho'a un amigo nuevo. Tomas se incorporo en la cama, sobresaltado.

– ?Como?

– Mama tiene un amigo nuevo.

– ?Un amigo? ?Que amigo?

– Se llama Ca'los y la abuela dice que es muy guapo. Es mucho mejo' pa'tido que tu.

Capitulo 14

Suaves.

Como los pasos de una bailarina deslizandose graciosamente por un escenario, como el arrullar de un bebe consolado junto al seno calido y acogedor de su madre, comenzaron siendo suaves los movimientos de las hojas que se alzaban del suelo, revoloteando en saltos intermitentes hasta ponerse a remolinear, girando y girando sobre un eje invisible, sopladas por una brisa calurosa que poco a poco empezo a agitarse; la brisa se transformo asi, de ese modo gradual, casi imperceptible, en un remolino de polvo, un torbellino de aire que arrastraba las hojas amarillas y rojizas por la calle, rodando en una extrana danza de vida, de un rumbo tan incierto que muy pronto el vortice ventoso abandono la acera e invadio la ajetreada calle que bordeaba las murallas de la ciudad vieja. Tomas evito la columna de vientos giratorios, que, en forma de embudo, erraba sobre el asfalto, y acelero el paso, cruzando la calle Sultan Suleyman junto a la Kikar Shaar Shkhem y mezclandose con la multitud. Piedras antiguas, milenarias, asomaban por los rincones, guardando memorias que, en aquella ciudad, estaban hechas de sangre y dolor, de esperanza, fe y sufrimiento. Piedras fuertes como metales y lisas como marfil.

Suaves.

El dia habia amanecido fresco y seco, aunque el sol se revelase inclemente e insoportable para quien se sometia a el sin proteccion en la cabeza. Una masa de gente surgia de todos lados y bajaba la vasta escalinata, convergiendo en la gran puerta en una aglomeracion creciente, como hormigas golosas que afluyeran hacia una gota de miel, cada vez mas y mas, concentradas frente a la mirada atenta y vigilante de los hombres con uniformes verde oliva y casco, los soldados del Tsahal que paraban a un transeunte aqui e interpelaban a otro alli, siempre para pedir los documentos y revisar las bolsas con los M-16 que se balanceaban en bandolera. Las armas parecian descuidadas, pero todos sabian que eso era pura apariencia. El movimiento en torno a la monumental puerta de Damasco era nervioso, compacto, con personas y mas personas hormigueando en direccion a la gran entrada, rodeando los puestos ambulantes con frutas, verduras y panes dulces, murmurando palabras imperceptibles, insultando, dandose codazos las unas a las otras; y Tomas ahi en el medio, junto a los arabes que lo rodeaban con los olores a sudor de quienes habian venido de lejos a hacer compras al souk o a rezar a Ala en la gran mezquita de Al Aqsa. Apretado por la mole humana que lo arrastraba hacia la gran entrada norte de la ciudad vieja de Jerusalen, alzo la cabeza y vio, arriba, a dos soldados israelies instalados en la cima de la puerta de Damasco, acechando a la multitud entre las almenas de la muralla, escrutando cada figura humana, una a una, en busca de senales que desencadenasen la alerta.

La corriente humana lo transporto por la gran puerta, pero el camino enseguida volvio a estrecharse, entrando en el caserio bajo del barrio musulman. Tomas se sentia como si lo arrastrasen las aguas, incapaz de resistirse a su tremenda fuerza, siguiendo la marea en una actitud de abandono, dejandose llevar hacia una calle estrecha y bulliciosa; se veia alli una tienda de artesania y, al lado, puestos con frutas: reconocio naranjas, platanos y datiles, e incluso frascos con almendras y aceitunas negras.

Enfrente se le abrian tres caminos; se dispersaba la multitud de modo que se volvia menos denso el flujo de gente que brotaba sin cesar por la puerta de Damasco. Busco con la mirada el nombre de las calles; la de la

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