dieteticas.

– Hmm -murmuro Tomas, engolfado en sus pensamientos-. ?Marrano era un judio que fingia ser cristiano? - Si.

– ?Y Colon era marrano?

– Sin duda.

– ?Podria ser un marrano genoves?

El rabino se rio.

– La expresion marrano remite a un judio iberico -explico-. De cualquier modo, y siendo judio, Colon jamas podria ser genoves…

– ?Ah, no? ?Y por que?

– Porque desde el siglo xii, los judios tenian prohibido quedarse en Genova mas de tres dias. En el siglo xv, en la epoca de Colon, esa prohibicion seguia en vigor. O sea, si era genoves, no podia ser judio. Si era judio, no podia ser genoves.

– Entiendo.

– Ademas, hay algo muy interesante que usted tiene que saber. Existe una curiosa tradicion judaica segun la cual, en los siglos xv. y xvi, la palabra «genoves» era un eufemismo para designar a un «judio».

– Esta bromeando…

– No, de ninguna manera. Era comun en aquel tiempo, cuando alguien queria decir «aquel hombre es judio», que dijese «aquel hombre es de nacion». Nacion judaica, se entiende. Pero, al parecer, en aquella epoca de persecuciones antisemitas, muchos judios, cuando un cristiano los interrogaba, se llamaban tambien genoveses. Por ello a veces se afirmaba que tal persona era «de nacion genovesa», una forma ironica o discreta de indicar que era judia. ?Entiende?

– Pero ?hay pruebas de eso?

– Esto es algo que se sabe a partir de la tradicion oral hebraica, no hay documentos que afirman tal cosa textualmente.

Pero existe una confirmacion implicita en una carta enviada en 1512 por el padre Antonio de Aspa, de la Orden de los Jeronimos, al gran inquisidor de Castilla. En esa carta, Aspa escribio que, en la primera expedicion al Nuevo Mundo, Colon llevo a bordo a «cuarenta genoveses». Pero hoy se sabe que casi todos los tripulantes de la primera expedicion eran castellanos, aunque entre estos hubiese algunas decenas que serian de nacion judaica, probablemente marranos. Es decir, Aspa estaba realmente informando a la Inquisicion de que habian ido cuarenta judios a bordo. Pero, segun hacian algunos en aquel tiempo, no los llamo judios. Por ironia o pudor, los llamo genoveses.

– Hmm -volvio a murmurar el historiador, perdido en un mundo unicamente suyo, reviendo en la memoria una pregunta mil veces formulada y jamas respondida-: ?Cual Eco de Foucault pendiente a 545?

– ?Como?

Tomas se agito, repentinamente acalorado.

– Es una pregunta que me hicieron una vez. «?Cual Eco de Foucault pendiente a 545?» -Se levanto de la mesa, la excitacion galopaba en su interior; se sentia totalmente incapaz de quedarse quieto-. Basandome en una revelacion de Umberto Eco, creia que la respuesta era «judio portugues» o «cristiano nuevo». Pero, al final, no. La respuesta correcta es otra. ?Sabe cual es?

El rabino nego con la cabeza.

– No tengo la menor idea.

Tomas sonrio.

– Es «marrano».

Capitulo 15

Los dedos aferraron la manivela de la caja fuerte y la hicieron girar lentamente; la caja metalica respondia con un «tic-tic» tranquilo a medida que pasaban los numeros de la clave y la manivela circulaba con precision mecanica en el sentido de las agujas del reloj, como si fuese una maquina bien afinada. Madalena Toscano observaba detras del hombro de Tomas, con los ojos muy abiertos, expectantes, contemplando la operacion.

– Oiga -susurro-. ?Esta seguro de que esa es la clave?

El profesor consulto la hoja donde habia apuntado la solucion.

– Ya veremos -murmuro.

Inserto los numeros, uno a uno, en la caja fuerte. El doce, el uno, el diecisiete, el diecisiete de nuevo. «Tic- tic-tic-tic.» Solo la respiracion del profesor y de la viuda, que en el silencio rumoreaban afanosas y profundas, respondian a aquel frio sonido metalico, tan exacto y sereno, tan minusculo y tan tremendamente irritante. Aquel les parecia el sonido de una caja recelosa, ansiosa por guardar su secreto con excesivo celo; era el ruido meditativo de una maquina desconfiada, posesiva, enfrentada a un desafio que la obligaba a medir la hipotesis que mas temia, la de abrirse como una flor y liberar, a disgusto, el perfume de su misterio. Se les antojaba que esa especie de nicho preferia mantener olvidado su tesoro, encerrado en el silencio, y era ese mudo duelo entre hombre y caja fuerte, entre clave y secreto, entre luz y tinieblas, lo que alimentaba la tension a media luz en aquella habitacion enmohecida. Tomas se acerco al final de la secuencia, aguardo un momento, ansioso por ver si por fin habria atinado con la clave, respiro hondo y coloco los ultimos guarismos. El uno, el trece, el catorce. «Tic tic-tic.» ?Quien cederia? ?El hombre o la caja?

Un clic final fue la respuesta.

Como la entrada de la caverna de los cuarenta ladrones cuando se ha pronunciado el «Abrete, Sesamo» milagroso, asi la caja se abrio cumplida la secuencia magica.

– ?Ah! -exclamo Tomas cerrando el puno en senal de victoria-. ?Lo hemos conseguido!

– ?Gracias a Dios!

Se inclinaron sobre la caja finalmente vencida e intentaron observar el contenido. Al principio, sin embargo, solo vislumbraron una sombra opaca, una tiniebla espesa e impenetrable; era como si la caja de metal aun se resistiese, recalcitrante, en agonia, prolongando el enigma en un ultimo soplo de vida, ocultandolo bajo el manto de una neblina densa y cargada; les parecia un moribundo porfiadamente aferrado a la vida, esperando contra la esperanza, encubriendo en un rincon oscuro de las entranas profundas el arcano tesoro que tanto tiempo lo habia aislado del mundo, perdido en el tiempo, exiliado de la memoria. Pero los ojos de los intrusos se habituaron deprisa a esa densa sombra; la oscuridad se fue haciendo mas tenue hasta que ambos lograron por fin vislumbrar unas hojas apoyadas en la superficie del interior.

El profesor metio la mano por la boca abierta de la caja fuerte y, timidamente, casi con miedo, como un explorador frente a la selva desconocida, palpo la textura lisa y fria del papel alli escondido; cogio con delicadeza esas hojas que, segun creia, encerraban un misterio antiguo y las saco despacio, como si fuesen una reliquia olvidada, petalos delicados, una fragil concha fustigada por la tempestad del tiempo, trayendolas al fin de vuelta a la luz del dia.

Eran tres hojas.

Las primeras eran dos fotocopias que examino con atencion. Le parecio a simple vista que se trataba de las copias de dos paginas de un documento del siglo xvi. Comenzo recorriendolas con los ojos, como quien intenta captar solo la imagen general de algo que no comprende; despues, con mas cuidado, recurrio a su vasta experiencia de paleografo y leyo a partir de la ornee, localizada en la parte de abajo de la primera fotocopia, descifrando el contenido en apariencia impenetrable.

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