– «Al ano siguiente de m…» -Vacilo, no entendio la fecha, pero continuo-. «Y estando el Rey en el lugar de Valle de parayso que hay por cima del monasterio de Sancta ma das V.tudes, por causa de la gran peste que en los lugares principales de aquella Comarca habia a seis dias de marzo a Ribo a Reselo, en lixboa Xrova colo nbo y taliano qvenia del descubrimiento de las islas de Cipango, y dAntilla que por mandado de los Reyes de castilla habia hecho…»

– ?Que es eso? -pregunto Madalena.

El profesor miraba las dos hojas con aire intrigado.

– Esto…, pues…, -balbucio- esto me parece la Cronica de D. Joao II, de Ruy de Pina. -Vacilo un momento; deprisa seconvencio, sin embargo, de que su respuesta era correcta y sintio que la confianza le crecia en el pecho-. Este es, por lo visto, el fragmento en que el cronista portugues comienza a relatar el encuentro de Cristobal Colon con el rey don Juan II, con ocasion del regreso del Almirante del primer viaje, aquel en que descubrio America.

– ?Y es importante?

– Bien…, pues…, es importante, sin duda. Pero inesperado. -Miro a la viuda con una expresion desconcertada-. Por un lado, porque este texto se conoce desde hace ya mucho tiempo, no constituye ningun secreto. Por otro, porque esta cronica va contra la tesis que defendia su marido. -Senalo la tercera y cuarta lineas de la segunda pagina-. ?Lo ve? Dice: «Xrova colo nbo y taliano». Ahora bien, su marido defendia justamente lo contrario, que Colon no era italiano.

– Pero Martinho me dijo que habia guardado en la caja fuerte la gran prueba…

– ?La gran prueba? ?La gran prueba de que? ?De que Colon era italiano? -Meneo la cabeza en un gesto de perplejidad-. No lo entiendo, no tiene sentido.

Madalena Toscano sujeto las dos hojas y las examino con cuidado.

– ?Y esto que es? -pregunto, senalando unos trazos a lapiz en el reverso de la primera hoja.

El profesor leyo el apunte.

– Que extrano -murmuro.

– ?Que es eso?

Tomas se encogio de hombros, sin saber que pensar.

– No lo se, no tengo idea. -Esbozo una mueca con la boca-. ?Codice 632? -Se rasco el menton, pensativo-. Debe de ser la signatura de este documento.

– ?La signatura?

– Es el numero de referencia de un documento en una biblioteca. Los archiveros tienen una signatura para identificar cada documento y cada libro que guardan en las bibliotecas. A traves de la signatura, es mas facil localizarlos en los…

– Se muy bien que es una signatura -interrumpio Madalena.

Tomas la miro, cohibido. El aspecto negligente y decaido de Madalena Toscano le daba un aspecto de mujer humilde, pero la verdad es que aquel rostro envejecido y aquel cuerpo arrugado escondian a una senora culta, antigua frecuentadora de los medios academicos y habituada a vivir rodeada de libros. El aspecto sucio y desordenado de la casa, medito Tomas, no se debia solo al descuido provocado por la muerte de su marido, sino al hecho de que aquella, en realidad, no era una mujer acostumbrada a las tareas de la limpieza domestica.

– Disculpe -murmuro el visitante-. Creo que su marido debe de haber tomado nota de esta signatura para hacer una consulta bibliografica.

Madalena volvio a analizar la signatura.

– ?Un codice? -Si. -Tomas sonrio-. No es mas que un manuscrito compuesto de hojas de papiro, pergamino o papel, unidas por el mismo lado, como si fuesen un libro.

– ?Y cree que esto es papel?

– Tal vez -opino el profesor-. Al ser un manuscrito del siglo xvi, no obstante, yo diria que probablemente es pergamino. Pero tambien puede ser papel, es posible.

Madalena cogio la tercera hoja que se encontraba en la caja fuerte.

– ?Y ha visto esto?

Era un folio blanco, con un nombre y un numero escrito por debajo. Tomas alzo las cejas al ver el nombre.

– Conde Joao Nuno Vilarigues -leyo el historiador.

– ?Lo conoce?

– Nunca he oido hablar de el. -Tomas recorrio con la vista los guarismos que habia por debajo de aquel nombre-. Parece un numero de telefono.

La viuda se inclino sobre la hoja.

– Dejeme ver -dijo y reflexion n momento-. Que gracioso, creo reconocer este prefijo. En los ultimos tiempos, Martinho llamaba muchas veces…

– ?A este numero?

– No lo se, tal vez. Pero el prefijo era ese.

– ?Y de donde es este prefijo?

Madalena se incorporo sin una palabra, salio de la habitacion y volvio un momento despues con un voluminoso libro bajo el brazo. Tomas reconocio la guia telefonica. La viuda consulto las primeras paginas, buscando los prefijos nacionales. El dedo se deslizo por los guarismos hasta inmovilizarse en uno de ellos.

– ?Ah, aqui esta! -exclamo. El indice recorrio la linea hasta el nombre del lugar correspondiente a aquel prefijo-. Tomar.

El permanente arrullo de las palomas llenaba la Praga da Repvtblica de un borboteo musical; eran aves gordas, bien alimentadas, picoteando en la calle y revoloteando a saltos, que agitaban las alas de un lado para el otro, llenaban los tejados, cubrian los pequenos salientes en las fachadas, se posaban en la estatua de don Gualdim Pais, la enorme figura de bronce erguida en el centro de la plaza.

Algunas palomas paseaban junto a los pies de Tomas, ronroneando, indiferentes al hombre sentado en el banco de madera, solo preocupadas en encontrar unas sabrosas migajas mas en el empedrado blanco y negro que cubria casi toda la plaza, mas parecidas a minusculos peones parduscos que deambulasen por un gigantesco tablero de ajedrez. El visitante miro a su alrededor, apreciando el elegante edificio de los Pacos do Concelho de Tomar y toda la plazoleta central hasta fijar su atencion en la original iglesia gotica a la derecha, la iglesia de Sao Joao Baptista; la fachada blanca de cal desgastada del santuario ostentaba un elegante portal manuelino, muy trabajado, rematado por un cimborrio octogonal; sobre la iglesia se imponia la vecina torre amarillo tostado, un imponente campanario color tierra que exhibia con orgullo un trio simbolico debajo de las campanas, donde se reconocian el blason real, la esfera armilar y la cruz de la Orden de Cristo.

Un hombre de traje gris oscuro, con chaleco y pajarita plateada, se acerco con una mirada fija, interrogante, al forastero.

– ?Profesor Noronha? -pregunto vacilante.

Tomas sonrio.

– Soy yo -asintio-. Y usted es el senor conde, supongo.

– Joao Nunes Vilarigues -se presento el hombre, poniendose muy rigido y golpeando un talon en otro, como si fuese militar. Inclino la cabeza, en un saludo ceremonioso-. Servidor.

El conde era delgado y de estatura media; su aspecto, enigmatico. Llevaba el pelo, negro y canoso en las sienes, peinado hacia atras, con entradas en el extremo de su ancha frente. Pero lo que mas se destacaba en el eran los bigotes finos, la perilla puntiaguda y, sobre todo, sus ojos negros y penetrantes, casi hipnoticos; parecia un viajero en el tiempo, un hombre del Renacimiento italiano, un Francesco Colonna que hubiera abandonado la gran Florencia de los Medicis y volado directamente hasta el crepusculo del siglo xx.

– Muchas gracias por haber aceptado este encuentro -le agradecio Tomas-. Aunque, debo confesarlo, no sepa de que vamos a hablar.

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