– ?Que dice? -pregunto una voz-. ?Que Sidonio ha muerto?
– Fue asesinado en la estacion del Rossio -aclaro el teniente-. Hace cosa de un mes y medio, antes de Navidad.
Con el pais en pie de guerra y el Norte en rebeldia, los militares del Mino fueron instalados en un cuartel de Lisboa, donde aguardaron el desenlace de los acontecimientos. Pero Afonso no era del Mino y tenia a su familia en Rio Maior, del lado de aca de la frontera invisible que, durante los tormentosos veinticinco dias que duro la Monarquia del Norte, dividia el pais. Sin nada que lo atase a la capital, el capitan se presento en el cuartel general, lleno los documentos que regularizaban su situacion, solicito un permiso, que le concedieron inmediatamente, y dos dias despues, ya bien dormido y comido, se dirigio a la estacion del Rossio. Corrian los primeros dias de febrero de 1919 cuando cogio un tren hasta Caldas da Rainha y siguio en calesa hasta Rio Maior, conteniendo a duras penas la ansiedad que le llenaba el pecho.
El reencuentro con su familia fue emotivo y triste. Afonso supo entonces que su padre habia muerto el ano anterior, como consecuencia de una caida cuando recogia frutas de un arbol. El capitan fue ese dia al cementerio a visitar la tumba donde se encontraba sepultado. Deposito una corona de flores junto al tumulo, murmuro una oracion y encargo una misa en memoria de Rafael Laureano.
Por la noche, la familia se reunio en Carrachana para cenar. Vinieron los hermanos, Manuel, Jesuina, Joao y Joaquim, con sus respectivas familias, todos juntos para celebrar el regreso del benjamin. Dona Mariana coloco en la mesa una olla con
– Esta muy bueno, madre, esta realmente sabroso -exclamo, acompanando la sopa con pan.
– ?Y como no iba a estar bueno? -Se rio Manuel, el mayor-. Para quien ha estado comiendo todas esas porquerias en Francia y en Alemania, este debe de ser un manjar de reyes.
– Di si nuestros platos no son mejores que los de los extranjeros, ?eh? Dilo, anda -lo desafio Jesuina.
– Claro -asintio Afonso-. ? Donde hay en Francia una olla, un cocido como este?
– ?Que comen ellos, hijo? -quiso saber Mariana.
– Bien, comen mas o menos lo que nosotros comemos, solo que elaborado de manera diferente y con nombres finos. Por ejemplo, en vez de lenguado frito, ellos dicen lenguado
– ?Y tu comias eso, hijo mio?
– A veces, cuando iba a los
– ? Ay, que nombres raros! -comento Jesuina-. ?Vaya por Dios! ?Me da impresion!
– Oye, Jesuina, comportate -intervino Joaquim-. ?Que nombres querias que los franceses diesen a su casas de comida, eh? Tasca de Ze Russo, ?no? -Solto una gran carcajada-. Seria gracioso: los franceses diciendose unos a otros: «?Oye, que me voy a la Tasca de Ze Russo a comer un magro de cerdo!».
Todos se rieron. Manuel solia tener gracia cuando se reunian en grupo. Ahora se sentia como el jefe de la familia, por ser el hombre mayor despues de la muerte de su padre, le gustaba animar las reuniones familiares.
– Oye, Manel, que no es nada de eso -repuso Jesuina, avergonzada por ser blanco de la pulla de su hermano-. Solo me sentia sorprendida de ver que Afonso sabe palabras extranjeras, solo eso.
– Pero, Afonso, ?entonces tenias que comer esas cosas de los franceses? -insistio su madre, siempre preocupada por la alimentacion de su hijo durante la guerra; a fin de cuentas, comprobo, el muchacho llego hecho un palo de flaco, hasta se le veian las costillas, pobre: decididamente la comida no debia de ser alli gran cosa.
– Si, madre, tambien comia eso, pero solo cuando estaba en la retaguardia. Cuando iba a las trincheras, nos daban una carne que venia en latas inglesas, y eso era mucho peor que la alimentacion francesa, creame. Y, cuando me apresaron los boches, la cosa empeoro mas aun, los tipos casi no tenian carne para sus soldados y mucho menos para nosotros.
– ?Ah, si, hijo? ?Y esos que comen?
– ?Quienes? ?Los gringos o los boches?
– Los dos.
– Los gringos comen mucho
– Nadie hace las comiditas que te hace tu madre, ?no?
– Oh, madre, claro que no.
– No hay comida como la de nuestra madrecita -coincidio Manuel, siempre de buen humor y ya ligeramente chispo por el vino. Miro a su mujer y anadio-: Nuestra madrecita y mi Au- rinda, desde luego.
– ?Ah, menos mal! -repuso la mujer.
Afonso miro a su alrededor, como si buscase algo. Desde que llego a su casa queria saber si Agnes le habia escrito, esa era una cuestion absolutamente esencial, prioritaria. Necesitaba saber su paradero, recibir noticias, entrar en contacto con ella, buscar la manera de ir a Flandes para ver si la encontraba o para quedarse alla. Ademas, y segun sus calculos, ya debia de ser padre desde hacia unos dos o tres meses, pero necesitaba la confirmacion. El problema era plantear la cuestion, no sabia bien como hacerlo. Trago saliva y encaro a dona Mariana, esforzandose por darle la mayor naturalidad posible a la pregunta que tenia que hacerle.
– Madre, digame, ?no ha recibido ninguna carta para mi? -pregunto, fingiendo que ese interes le habia surgido en aquel momento.
– ?Carta de donde, hijo?
– Yo que se. De Francia, por ejemplo.
– ?De Francia?
Dona Mariana se mostraba genuinamente sorprendida. Afonso, acuciado por la impaciencia y doblegado por la ansiedad, no resistio y fue derecho al grano.
– ?Sabe, madre?, estoy esperando una carta de una senora francesa.
Hubo una risotada general, para gran embarazo de Afonso, inmediatamente arrepentido por haber planteado la cuestion delante de todos. La madre sonrio y le guino un ojo.
– Asi que mi nino con amiguitas francesas, ?eh?
Afonso se sonrojo.
– Oh, madre, no es nada de lo que usted esta pensando…
– ? Ah, gran Afonso! -bramo Manuel desde el otro lado de la mesa-. ?Ya me parecia que ibas a honrar el nombre de los machos de la familia, carajo! ?Eso es ser hombre! Seguro que todas las francesas han ido a comer de tu mano, ?eh? ?Que buena vida debes de haber pasado en Francia!
– ?Callate, Manel! -ordeno su mujer, la aspera Aurinda-. Basta ya de bromas, deja al muchacho en paz.
Pero fue Mariana quien no lo dejo.
– ?Y Carolina entonces? ?Ya no quieres saber nada de ella?
– Pero ?que tengo yo que ver con Carolina, madre? Ella esta casada y espero que sea muy feliz.
– No esta casada. Esta viuda.
– ?Viuda? ?Que le ocurrio a su marido?
– Pillo el tifus. Hubo una epidemia tremenda el ano pasado, en marzo, y el senor ingeniero estiro la pata.
– Pobre.
– ?Pobre, no! No haberse metido con Carolina, que era tuya. ?Oye, y tal vez hasta esta mejor ahora! -Lo miro con picardia-. Asi como asi, ahora esta sin hombre.
– ?Vete a por ella! -grito Manuel, con unas gotas de tinto escurriendosele del bigote.
– Callate, Manel -insistio Aurinda.
La paciencia de Afonso habia llegado al limite.
– Basta, parad con eso -exclamo con voz irritada-. ?Dejadme en paz!
– Vale, vale, no te pongas nervioso.
Afonso respiro hondo. Habia planteado la cuestion y ahora llegaria hasta el fin.
