Capitulo 4

Alfonso estaba sentado en una banqueta en Picantin Post, fumando un cigarrillo, cuando oyo una sirena Strombo dando el alerta de gas toxico. La alarma sonaba justo a su lado y parecia que iba a perforarle los timpanos. Sobresaltado, el capitan miro el lugar de donde venia el sonido y descubrio, con estupefaccion, que era Agnes quien hacia sonar la Strombo. Se agito en la banqueta, confundido. No daba credito a sus ojos. Pero, en el instante siguiente, se deshicieron las dudas, era realmente ella, sintio que un balsamo de felicidad le llenaba el alma y que le recorria el cuerpo una liberadora sensacion de euforia. Corrio hacia la mujer, inmensamente aliviado por verla viva, la tremenda alegria que lo invadia relego a segundo plano la extraneza de encontrarla alli, en las trincheras. Pero, cuando se acercaba a su adorada francesa, preparandose para cenirla en un maravilloso abrazo de reencuentro, vio el bulto gris de un aleman que aparecia en las trincheras, justo detras de Agnes. Empuno la pistola y lo derribo. Luego aparecio otro aleman, y otro mas, y otro. Cubriendo el cuerpo de Agnes, fue abatiendo a uno tras otro. Pero los alemanes no paraban de llegar, parecian un hormiguero, avanzaban inexorablemente e intentaban rodearlos. Afonso comenzo a desesperar, a sentir que no lograria frenar aquella inevitable oleada de asaltantes. Protegia a Agnes con su cuerpo y abria fuego sin descanso a diestro y siniestro, febrilmente, los mataba uno a uno y ellos, aun asi, avanzaban, eran tantos que el oficial portugues acabo presa del panico, intento abrazar a Agnes y disparar al mismo tiempo, sintio que querian llevarsela, que intentaban robarsela, que pretendian matarla, eso no podia ser, eso no lo podia permitir, ni pensarlo, ni pensarlo, una enorme congoja le lleno el alma, un indecible terror domino su corazon antela perspectiva de volver a perderla. Se puso a llorar, implorando a la Divina Providencia que la salvase, que la dejase quedarse con el, Agnes era ahora un fragil bulto a sus espaldas, ambos rodeados por alemanes que avanzaban amenazadores, ella protegida debilmente por un desesperado Afonso.

– ?Que ocurre, hijo?

Afonso se descubrio sentado en la cama, gritando y llorando, con un nudo en la garganta, mientras su madre, junto a la puerta, lo miraba alarmada. Sintio gotas de sudor en la frente, estaba jadeante y con lagrimas en los ojos. Miro a su alrededor, momentaneamente confundido, atolondrado, pero acabo entendiendo. Suspiro.

– No es nada, madre. He tenido una pesadilla.

Dona Mariana se llevo la mano al pecho.

– Ay, que susto me has dado, Afonso. Gritabas tanto que daba miedo, valgame Dios.

– Ha sido solo una pesadilla.

– Es la segunda vez que te ocurre esta semana, hijo. A ver si suenas con cosas mas alegres, ?me has oido?

– Si, madre. Buenas noches.

– Buenas noches, hijo. Descansa, anda.

Afonso cerro los ojos, se recosto en la cama e intento calmarse. Desde que se entero de la muerte de Agnes, experimentaba esa pesadilla, siempre diferente y, no obstante, siempre la misma, repetitiva, recurrente. Se acordo de las conversaciones con su amada sobre Freud y la importancia de los suenos e intento imaginar lo que Agnes le habria dicho sobre esa pesadilla en particular. Tal vez ocultaba un deseo y un sentimiento de culpa, el deseo de verla viva y los remordimientos por no haber sabido protegerla de la muerte, por no haber estado con ella en el momento de la enfermedad, quiza su presencia habria sido determinante para impedir el tragico desenlace. Asaltaban la mente de Afonso mundos alternativos, diferentes hipotesis, la palabra «si» lo atormentaba en todo momento. «Si al menos hubiese hecho algo diferente -pensaba-. Si no le hubiese conseguido aquel puesto en el hospital, o si me hubiese quedado con ella el dia en que fui a verla al hospital por ultima vez, o si me hubiese escapado de los campos alemanes, o incluso si hubiese hecho algo diferente, algo que alterase la cadena de los acontecimientos, tal vez ella aun estaria viva.» Eran tantos los «sies», tantas las pequenas cosas que no se habian alterado, tantas las minusculas piedrecitas que provocaron aquel doloroso alud. Lo consumia la culpa, cruel e implacable, obsesiva e incansable.

El capitan se quedo dos meses encerrado en casa de su madre, en Carrachana. Se encerro en la habitacion con sus demonios, atormentado por los fantasmas que le ensombrecian el alma. Carolina fue a verlo varias veces durante las dos primeras semanas. A partir de la tercera semana comenzo a visitarlo todos los dias. Al principio ella hablaba y el se mantenia callado, en silencio, deprimido, sumido en sus recuerdos y en sus planes destrozados, a veces con ataques de ansiedad o accesos de culpa. Padecia de insomnio y temia quedarse despierto, lo atormentaban las pesadillas y tenia miedo de dejarse arrastrar por el sueno. No comia, se sentia debil y sin energia, la boca se le secaba y le dolia la cabeza, habia dejado de lavarse, de afeitarse o de cambiarse de ropa. Se mostraba apatico, ensimismado, callado, solitario, no pasaban cinco minutos sin que pensase en Agnes, sin que se apenara por su desgracia. Los suenos y los pensamientos se concentraban obcecadamente en el mismo tema, como si intentara reorganizar el pasado, como si se afanase por un desenlace diferente, mas feliz. Le costaba aceptar la realidad, alimentaba a veces la secreta esperanza de recibir una carta que lo desmintiese todo, se despertaba por la manana con la fugaz ilusion de que todo no habia sido mas que una pesadilla, pero solo era un breve instante de fantasia traicionera. Deprisa volvia en si y entendia que el libreto ya estaba escrito, no era posible trastornar el pasado, lo hecho ya estaba hecho, aquel era un camino ya recorrido y sin retorno, una opera triste que ya habia sido cantada. Pequenas cosas, palabras, sonidos, melodias, aromas, naderias, le recordaban a Agnes. Le dolia la forma abrupta en que todo se habia producido, la imposibilidad de despedirse. Se angustiaba pensando en los instantes anteriores al fallecimiento, se preguntaba si ella habia sufrido, si se habria asustado, si se habia dado cuenta de la inminencia de la muerte, insidiosa e inexorable como una terrible tormenta que se abate sobre la tierra. En esos instantes, se volvia aun mas sombrio, deprimido, taciturno, se sentia vacio y se ensimismaba, se sumergia en las tinieblas de un abismo sin fondo.

En un determinado momento, sin embargo, comenzo a reaccionar. Despues del choque inicial y de los primeros meses de depresion, dias cuya existencia no era ahora mas que un oscuro borron en su memoria, desperto del letargo. Se acordo de las palabras de Agnes sobre el efecto terapeutico de la comprension de los traumas y de la verbalizacion de los sentimientos y sintio que lo dominaba una inesperada energia, ligera pero firme. Ayudado por el recuerdo de la francesa y por todo lo que ella le habia ensenado con respecto a la mente y a sus malestares, comenzo gradualmente a intentar resolver aquel sufrimiento que lo paralizaba. Dio el primer paso cuando se dispuso a escuchar a Carolina, sobre todo cuando ella le hablaba del trauma de la muerte de su marido. Se comprendian bien, habian pasado por lo mismo, habian perdido «al otro» y les costaba encarar la realidad. En cierto sentido, eran almas gemelas, hermanos en el dolor.

Afonso se fue abriendo lentamente. De oyente pasivo se convirtio en narrador activo, al principio titubeante, era dificil transformar los sentimientos en palabras, el dolor era inefable, inexpresable. Pero, con el tiempo, el capitan se volvio mas locuaz, mas articulado su discurso, resurgio poco a poco del abismo en el que estaba sumido. Sentado en la cama o asomado a la ventana, revivio dolorosamente el pasado, convirtio los sentimientos en palabras, le hablo de Agnes, de su vida, de sus suenos, de sus proyectos compartidos, del amor que no habia vivido y del dolor que lo desgarraba. Lloro como un nino cuando comenzo a rozar la profunda herida que le rasgaba el corazon, hablaba entre sollozos y con esfuerzo, temiendo aquel sufrimiento pero enfrentandolo para resolverlo; lo afronto con tal determinacion que hasta parecia un acto de autoflagelacion, daba pena verlo sufrir de aquella manera.

Una tarde, despues del almuerzo, el padre Alvaro entro en la habitacion de Afonso. Carolina salio para dejarlos a solas. El sacerdote se sento al borde de la cama en la que Afonso estaba acostado y se asusto ante el aspecto de su antiguo discipulo, con el pelo despeinado y revuelto que le daba cierta apariencia de enfermo, de loco. El capitan, a su vez, miro al religioso que lo llevo, siendo adolescente, a Braga: lo hallo viejo, con la piel surcada de arrugas y el cuerpo flaco cada vez mas encorvado, casi como si le estuviese creciendo una joroba, los pelos canosos que se desordenaban rebeldes en la cabeza y en la barba.

– ?Que ocurre, hijo? -pregunto el padre Alvaro con una voz tierna-. ?Que te ocurre?

Afonso se quedo callado. Lo examino con la mirada y despues se fijo en el infinito, en un punto perdido mas alla de la ventana. Solo hablo al cabo de unos tres minutos.

– ?Por que? -le pregunto por fin el capitan.

El cura lo observo sorprendido.

– ? Como?

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