occidental de su mundo.

La fria brisa de la tarde se habia levantado ya, y Bernal se estremecio como si le azotasen los espectros de participantes en antiguos y atroces ritos.

– Hagamos una rapida inspeccion, contraalmirante, y volvamos a Cadiz.

No encontraron indicio alguno de presencia humana en el castillo en ruinas y sin techumbre, batido de tan antiguo por los vendavales del Atlantico y deteriorado por gruesos depositos de guano. La desolacion del paraje parecia afectarles a todos.

Al llegar al extremo occidental del bajo acantilado, percibieron un sordo retumbar bajo los pies.

– ?Hay alguna gruta debajo de estas rocas, Soto?

– Si, una especie de cavidad que forma una chimenea por donde se cuela, detras de los muros del castillo, el agua de la marea.

– Vi algo parecido en Cascais, al oeste de Lisboa -comento Bernal-, un lugar que llaman A Boca do Inferno.

Acercandose al punto indicado por el contraalmirante, se asomo a una profunda sima de la cual solo alcanzo a ver el arenoso fondo y el fluir y refluir de las olas. Pero luego reparo con sorpresa en dos profundos surcos paralelos en el lecho de grava, y en una escala de cuerda, manifiestamente nueva, que colgaba a menos de media distancia de la base del pozo.

De vuelta en su celda despues del almuerzo de cuaresma, celebrado despues de sexta y que habia consistido en pescadilla al horno y una ensalada, Elena Fernandez extrajo la pelicula de la camara en miniatura. Sellado cuidadosamente el minusculo carrete, lo guardo en un cartucho de plastico negro. Redacto un breve informe que unio a la pelicula en un grueso sobre dirigido al comisario Bernal. Todo estaba listo ya para la visita vespertina de las seglares que asistian a la Adoracion Diurna.

Tendida en el estrecho catre, se pregunto que otra cosa podia interesarle a Bernal que hiciera. Estaba claro que debia inspeccionar la sacristia y la Santa Cueva en la primera oportunidad que se le presentase. Tenia que descubrir que se traian entre manos alli abajo el padre Sanandres y los dos oficiales. Entretanto lo unico util que podia hacer era observarles en sus visitas al convento, que parecian producirse solo por las mananas.

Como la tarde era agradablemente calurosa, decidio bajar al soleado claustro. Encontro alli a sor Encarnacion, que le propuso ir a ayudar a la senora de Bernal en el patio trasero. El paso del Jueves Santo representaria el Huerto de Getsemani, por lo cual Eugenia estaba ocupada en desprender de su tallo centenares de lirios azules y blancos que prendia en una red tendida sobre el piso de la plataforma.

– Esas flores deben de haber costado una fortuna -comento Elena.

– Los hermanos de la cofradia han estado ahorrando todo el ano y han organizado muchos actos sociales, para reunir dinero suficiente -repuso la bondadosa y anciana monja-. Hacen una labor magnifica. Solo las flores del Jueves Santo han costado mas de cien mil pesetas.

– Y prenderlas en esta red nos va a llevar casi dos dias- dijo Eugenia Bernal.

Estuvieron trabajando casi hasta el toque de nona, momento en que la senora de Bernal se encamino a la iglesia. Sor Encarnacion retuvo a Elena y le dijo en un premioso susurro:

– ?Podria hablar un momento a solas con usted, senorita? Se que su padre es una persona importante, y quiza pueda intervenir. Estoy muy preocupada a cuenta de esos oficiales que vienen aqui a diario. Temo que sean una mala influencia para el pobre padre Sanandres. A veces se deja llevar por el entusiasmo. Es algo que he observado a menudo en los que practicamos la vida contemplativa: cuando se nos ofrece la oportunidad de actuar, solemos llevar demasiado lejos las cosas. Y sor Serena, que es una fanatica de derechas, le tiene dominado. Es una mujer muy peligrosa -la anciana monja se persigno.

– Ayudare gustosa en lo que sea, hermana -respondio Elena, tratando de disimular su avidez-. Tambien prometio usted ensenarme la Santa Cueva.

– Si que lo hice -exclamo sor Encarnacion-. Voy perdiendo la memoria. Pero esta tarde no podra ser, porque la marea no habra bajado lo bastante. Podemos quedar en vernos alli manana, despues de prima. Desde luego estos viejos huesos no me dejaran bajar con usted, pero le ensenare el secreto. Y de paso tendremos ocasion de hablar en privado.

Oyeron la campanilla de la puerta principal, y luego la campana grande toco a Adoracion Diurna. Elena se palpo el bolsillo del tosco habito, para cerciorarse de que el grueso sobre con la pelicula seguia alli. Le tranquilizo observar que la catalana alta estaba, como de costumbre, con las demas seglares, y que no trataba de atraer la atencion de ella.

Terminado el oficio con la ceremonia del agua milagrosa, Elena se escabullo al claustro y aguardo en su lado sur. Pronto aparecio la catalana, que al cruzarse con ella la saludo con un «Hola, senorita». Elena le entrego el sobre y sonrio agradecida. Al darse la vuelta, vio en la puerta de la iglesia a sor Serena mirandola con profundo recelo.

– ?No estaba usted en la ceremonia, senorita?

– Si, si, pero como crei que ya terminaba, estaba esperando a la senora Bernal para ayudarla a decorar el paso.

– Muy atento por su parte, senorita -respondio friamente la monja de prietos labios-. Espero que estos dias de retiro le sean de beneficio espiritual.

?La habria visto entregando el sobre? se pregunto inquieta Elena. Sor Serena parecia estar siempre al acecho, y surgia como por ensalmo dondequiera que uno fuese, como si actuara de ojos y oidos del padre Sanandres de un lado a otro del convento.

Elena paso el resto de la tarde ayudando a Eugenia Bernal en la colocacion de las flores bajo la severa direccion de sor Serena. A la bondadosa sor Encarnacion no la vio para nada.

Bernal pidio al teniente que fuese a buscar a la patrullera dos rollos de cuerda a fin de que Lista bajase al pozo e inspeccionara la escala y los extranos surcos visibles en la arena del fondo.

– No hay que entretenerse demasiado, comisario -le advirtio el contraalmirante-, o nos sorprendera la bajamar y no podremos zarpar. Ademas, va a anochecer.

– ?De cuanto tiempo disponemos?

– Una hora, aproximadamente -dijo Soto, consultando su reloj- ?Por que no enviamos abajo a uno de los marineros con el inspector?

– Cuantos menos sean los que pisen esas marcas, mejor. Lista tiene experiencia en ese trabajo.

Dos de los tripulantes fueron bajando lentamente a Lista hasta que tuvo a su alcance la escala de cuerda, que estaba atada a un puntal hundido en la roca. Despues de comprobar su resistencia, descendio por ella, a partir de ahi con mas facilidad, sirviendose de una pequena linterna para inspeccionar las paredes de la chimenea segun bajaba.

– ?Es natural ese pozo? -pregunto el comisario a Soto.

– Asi lo creo. Es el mar, que erosiona la caliza en los puntos mas debiles. Tenemos varios de estas caracteristicas a lo largo de la costa. Los hay bajo el propio Cadiz.

Alcanzado el fondo, Lista se puso a inspeccionar los amplios surcos paralelos que hendian el guijarroso suelo.

– Esto se ensancha y forma una cavidad mas grande, jefe -grito hacia lo alto-. Queda debajo del castillo. Y este pasadizo lleva al mar.

Lista desaparecio un momento. Al regresar, Bernal le pregunto con voz que retumbaba en las paredes del pozo:

– ?Que son esas marcas, Lista?

– De alguna clase de embarcacion. Siguen hasta la playita que hay a la salida de la cueva. Y se paran justo en la entrada de la caverna grande. Si me manda la camara y el flash de pistola, tomare unas fotos.

Fueron a buscar el aparato a la patrullera y se lo bajaron atado a una segunda cuerda. La operacion le llevo poco tiempo, y Bernal le pidio que volviese arriba.

– ?Que clase de embarcacion pudo dejar esos surcos paralelos, contraalmirante?

– Tambien a mi me intriga, comisario. No puede tratarse de un barco corriente. ?Quiza un catamaran?

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