– ?Podria proporcionarnos una copia de ese documento, comandante? -pregunto-. Solo a efectos oficiales, ya me entiende.

Weintraub consulto con la mirada a sus ayudantes.

– De acuerdo, comisario. Se lo tenemos traducido al espanol.

Bernal cambio una mirada con Soto: o sea que los americanos tenian previsto que las cosas llegaran a eso… Bien, por lo menos tendria algo que enviar a Madrid en relacion con el submarinista muerto.

Como dando por concluido el aspecto formal de la reunion, el comandante se puso en pie, encendio un nuevo puro e indico con un ademan una bandeja con botellas de bourbon y agua de seltz.

– Una ultima cosa -dijo Bernal en tono suave-. Quisieramos informacion sobre cierto tipo de submarino de bolsillo que ha sido visto en la bahia. Nuestra Marina no tiene noticia de que hayan entrado aqui en servicio embarcaciones de esas caracteristicas.

El comandante se dejo caer en su sillon y mordio furiosamente su cigarro.

– Ni tampoco la tenemos nosotros, comisario. Los unicos submarinos que existen aqui son los que ya conoce su Gobierno.

Advirtiendo la sorpresa de Soto ante su pregunta, y la rapida mirada que dirigio Weintraub a sus auxiliares, Bernal dijo:

– Muy bien, comandante, le creo. Si entrase en la bahia algun submarino de ese tipo, sin duda perteneciente a alguna potencia extranjera, y se enteraran ustedes de ello, le agradeceria que se lo comunicasen inmediatamente al contraalmirante Soto.

Despues de que el y Soto hubieran rechazado cortesmente las copas que les ofrecian, so pretexto de que andaban faltos de tiempo, Bernal volvio sobre sus pasos y le entrego una lista al jefe de Seguridad.

– Tambien le agradeceria, comandante, que nos hiciese llegar una relacion de las actividades de estos oficiales destacados en su base.

Weintraub examino el papel con una expresion perpleja.

– Okay, comisario, me encargare de ello. ?De que se acusa a estos hombres?

– Por el momento, de nada, pero me gusta adelantarme a los acontecimientos -fue la andanada que le largo Bernal al americano como despedida.

Mientras salian de la base, el contraalmirante le pregunto a Bernal en que estaban metidos, segun el, los tres oficiales americanos.

– No lo se, pero vale la pena sondear un poco. A proposito, ?cree que podria conseguir que su jefe de relaciones politicas cenase hoy o almorzara manana con nosotros dos? Esta vez invito yo. ?Le parece que probemos El Anteojo, en la Alameda de Apodaca?

– Organizare la cosa, comisario. Pero los gaditanos no dejamos pagar a nuestros visitantes.

– Espero no tener que librar con usted las mismas batallas que con mis colegas madrilenos -suspiro Bernal-. Dicho esto, creo que es buen momento para darse un paseo en barco, sobre todo con un dia tan caluroso. ?Que le parece, podria conseguir que una de sus patrulleras nos llevase?

– Naturalmente. Nuestros medios estan a su disposicion. ?A donde quiere ir?

– Solo hasta el cabo Trafalgar, costeando, y volver. ?Quedamos a las cuatro y media?

A Elena Fernandez la vida religiosa le estaba resultando penosisima. Trato de romper la monotonia ayudando a sor Encarnacion en la cocina durante buena parte de la manana, y eso le dio no solo la oportunidad de hablar con la bondadosa y anciana monja, aprendiendo mucho de aquellas charlas, sino ademas de vigilar la puerta del despacho del padre Sanandres por la ventana lateral, que daba al lado sur del claustro.

Despues de ayudarlas a ella y a la cocinera en la preparacion de tres docenas de las pescadillas que llamaban «herreras», presentadas a la manera tipica de Cadiz, en pequenas bandejas para el horno y envueltas en sal gruesa, Elena oyo el anticuado timbre de la entrada y vio que sor Serena, la portera, salia a abrir. Los visitantes eran el coronel y el capitan cuya conversacion habia sorprendido la vispera, y eso hizo que el pulso, de emocion, se le acelerara.

Dijo a sor Encarnacion que se retiraba, para meditar antes de sexta, y enfilo la escalera hacia su celda, en busca del devocionario. Aprovecho la ocasion para sacar del compartimento secreto de su maleta la Rolleiflex miniatura y volvio presurosa al claustro. Aunque tuvo la desilusion de encontrarlo desierto, se sento en el banco de marmol del que ya era asidua, al lado norte del claustro, y fingio estar absorta en sus oraciones.

Al cabo de un rato oyo que se abria la puerta del despacho del prior, a quien vio salir acompanado de ambos oficiales. Despues de comprobar que no hubiera nadie mas en el claustro, Elena saco la diminuta camara y la acomodo entre los dos macetones que reposaban en el repecho del arco, confiando en que el trio se acercase lo bastante para la toma. Pero se quedo chasqueada al ver que partian en direccion inversa, hacia la capilla. ?Debia arriesgarse a seguirles? Bien mirado, nada tenia de sospechoso el que entrase alli a orar.

Con subita decision se guardo la camara en el bolsillo del habito y se encamino, llena de audacia, a la puerta del oratorio. Deteniendose junto a la pila del agua bendita, en la entrada, examino el terreno. El templo, al parecer, estaba desierto.

?Donde se habrian metido aquellos? Seguramente el prior les habria llevado a la sacristia. Avanzo por el pasillo y se detuvo ante la hornacina de Nuestra Senora de la Palma, a la derecha del altar mayor. Habiendo encendido un cirio, se arrodillo como en actitud de orar, pero con el oido aguzado, al acecho de voces. No oyo nada. Se le ocurrio entonces asomarse al panel de cristal existente al pie del altar, donde percibio un resplandor de luz artificial procedente de la cueva donde brotaba el manantial milagroso coincidiendo -empezaba a deducir- con el flujo de las mareas, como asi lo sugerian las diarias variaciones del horario que regia aquella curiosa ceremonia de la Adoracion Diurna.

A fuerza de adelantar la cabeza entre los jarrones de azucenas y gladiolos colocados a ambos lados del altar, alcanzo a ver la superficie de las gorras de plato de los militares y la calva del padre Sanandres. ?Que estarian tramando? Buscando con la mirada un escondite, reparo en el confesionario de pulido roble situado a la derecha del templo. Despues de cerciorarse de que nadie la observaba, se deslizo al interior del compartimento reservado al confesor, que ofrecia mejor cobijo, y preguntandose si estaria cometiendo un sacrilegio, cerro la puerta. La celosia de madera le permitia dominar el altar y la puerta que llevaba a la sacristia y a la gruta inferior. Varga, el tecnico, le habia asegurado que la camara resultaria efectiva aun con luz muy pobre, en especial por la pelicula en blanco y negro y muy rapida que el habia cargado. Al comprobar si se ajustaba a los rombos del enrejado, vio, por el minusculo visor, que abarcaba una considerable porcion del muro contrario. Ajusto la lente zoom, y se sento a esperar.

En la penumbra del confesionario, Elena consulto con cierto desasosiego su reloj. ?Que harian tanto tiempo en la caverna el padre Sanandres y los dos oficiales? Como tardaran mucho en salir, llamarian a sexta, y si sor Serena reparaba en su ausencia del oficio de mediodia, ella se veria en serias dificultades. En cuanto a la posibilidad de que la descubrieran sentada en el confesionario, donde el cura, haria un papel ridiculo.

Faltaban poco mas de diez minutos para las doce; pronto sonaria la campana y los religiosos y religiosas de la orden irian a congregarse no lejos de donde estaba ella agazapada. Recobro la esperanza al oir que se abria una puerta, y enfoco la camara hacia el otro lado, el de la sacristia, pero no aparecio nadie. Torciendo la vista por el entramado de la celosia, advirtio consternada que la senora de Bernal acababa de entrar en la capilla y se encaminaba hacia la imagen de Nuestra Senora de la Palma, ante la cual encendio una vela y se arrodillo en oracion.

Percibio entonces Elena un murmullo de voces masculinas, y a continuacion la puerta de la sacristia se abrio inesperadamente. Viendo aparecer en el visor al coronel y al capitan, se puso a tomar fotos, en la esperanza de que alguna resultase aprovechable… y de que no se percibiese el leve chasquido que producia la palanca al pasar la pelicula. El prior y sus acompanantes se pararon en seco al ver a Eugenia Bernal arrodillada ante el altar de la Virgen, y como los otros le dirigieran una mirada inquisitiva, el padre Sanandres les tranquilizo con un cabeceo, para, luego, al cruzar junto a Eugenia, saludarla con otra inclinacion. En cuanto les vio salir, Elena, advirtiendo que la senora de Bernal seguia vuelta de espaldas a ella, se armo de coraje y, abriendo la puerta del confesionario, salio tan rapida y silenciosamente como pudo. Creia ya haberse escabullido con exito, cuando la puerta, por haberla abierto mas de la cuenta, chirrio de una forma espantosa, a lo cual Eugenia volvio vivamente la cabeza y se puso en pie.

– Pero, querida, no confiesan hasta la tarde… ?Acaso no te lo han dicho las hermanas? Hay una hora

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