Gallardo encontro alli al sargento Perez, a quien puso al tanto de la situacion. Minutos mas tarde les invitaron, con una nueva sena, a cruzar la puerta de antes, donde encontraron a la impresionante persona del director, de chaque y corbata blanca.

– Tengo entendido, inspector, que se trata de un asunto de la mayor importancia.

– Cuestion de seguridad estatal -repuso Angel con firmeza.

– En tal caso le llevare a un punto de observacion, en la confianza de que no le dira a nadie que existe ese lugar.

– Solo a mi superior, el comisario Bernal.

– Perfectamente. Siganme.

Precedidos por su guia, Angel y el sargento salvaron un corto tramo de escaleras y se internaron en un corredor de techo muy bajo, donde se percibia clarisimamente el zumbido de los climatizadores. El director les hizo entrar en un cuartito y se llevo un dedo a los labios.

– Ahora, cuidado con hacer ruido.

Apreto un boton y en el suelo se descorrio un panel que permitia ver desde arriba a los croupiers y jugadores congregados en la salle privee. Vio Angel que ademas de los dos marroquies habia otros tres jugadores, estos con el uniforme blanco de la Marina estadounidense.

– ?Quienes son los otros tres? -le susurro al director.

– Oficiales de la base de Rota -bisbiseo aquel-. Hare que le traigan copias de sus documentos de identidad.

– ?Puede oirse la conversacion?

– Apretando este pulsador. Hay microfonos debajo de la mesa de juego. Si le interesa grabar algo, el jefe de seguridad le indicara como.

– ?Todo el casino tiene instalaciones como esta? -pregunto Angel, curioso.

– Solo en la medida necesaria para garantizar nuestra seguridad y la de los clientes.

El comisario Bernal no consiguio dormir mas que a ratos en su confortable cama del Hotel de Francia y Paris: no dejaba de darle vueltas a la decision del Ministerio de Defensa de no intervenir en la conjura para la liberacion de los tres militares recluidos en el castillo de Santa Catalina. Sus unicas medidas serian reforzar la guardia el sabado por la tarde y vigilar estrechamente a los conspiradores, una vez conocida su identidad. Aunque la decision le parecia arriesgada, Bernal no dejaba de reconocer la conveniencia de dejar, antes de lanzarse sobre ellos, que los propios confabulados se comprometieran. Pero la causa de su preocupacion y de su inquieto insomnio era la posibilidad de que existiese una relacion entre aquel complot de politica interna y la muerte del submarinista y del antiguo guardia civil ahorcado en Sancti Petri, aun cuando el no viera vinculaciones obvias. Por otra parte, ?que conexiones reales habia conseguido establecer entre ambos asesinatos, prescindiendo de las enigmaticas senales luminosas y del submarino enano y las demas embarcaciones que habian desaparecido de la pantalla de radar? Una sola palabra: Melkart, o Melqart, o incluso Melkhart, presente en el tatuaje del submarinista muerto y en el mensaje en Morse de que diera cuenta el vigilante de costas poco antes de ser eliminado. Era indispensable que averiguara su significado, pues aquella palabra constituia su unico punto de partida.

Estaba adormeciendose por fin, cuando el telefono de la mesilla sono con agudo timbrazo. Se incorporo en la cama, encendio el aplique que habia sobre ella en la pared y mientras se llevaba el auricular al oido, encendio un Kaiser.

– Aqui Bernal. ?Diga? ?Soto? ?Que hora es? ?Las dos menos veinte? ?Que ocurre? -y escucho con creciente atencion-. ?Y luego desaparecio de la pantalla de radar, como la ultima vez? ?Que decia el mensaje radiado? - tomando un cuaderno, anoto el texto que el contraalmirante le dictaba-. Melkart a Eritrea: Cita en bahia Ballena a las 23- 30 horas del diez. Confirmen con senal luminosa previa al desembarco.

Tras consultar su agenda, Bernal comento:

– El diez de abril es el proximo sabado, Soto. ?Donde esta Bahia Ballena? ?Que no aparece en el mapa ningun lugar con ese nombre? Pues sera cosa de que sus chicos del Servicio Secreto rebusquen con paciencia en los indices geograficos. Muy bien, Soto. Nos veremos por la manana, a eso de las ocho y media, y seguidamente nos iremos a visitar otra vez al comandante norteamericano. Hasta manana.

Bernal se quedo despierto en la cama, dandole vueltas a aquel ultimo texto interceptado. Echo mano de un mapa plegable de la Costa de la Luz. Aparecian en el numerosas bahias y calas, pero ninguna cuyo nombre tuviese que ver con ballenas. Consulto nuevamente su libreta. El diez, Sabado Santo, era precisamente la fecha prevista por los militares para sacar a los dos presos del fuerte de Santa Catalina. ?Habria en definitiva entre ambos casos una relacion que se le escapaba? Mientras lo cavilaba febrilmente, se despidio de dormir ya aquella noche. El remedio era solo uno: echarse al coleto un libro tediosamente tecnico, hasta que la pesadez del texto le rindiese. Siempre habia encontrado en aquellos volumenes, con su carga de informacion inutil, mejor cura contra el insomnio que en ningun somnifero, y tal era el efecto que normalmente conseguia con su coleccion de obras referentes a la antigua historia de Madrid. Tomo pues el abultado tomo de la Historia de Cadiz y su provincia, de Adolfo de Castro, publicada en 1858, y se lo asento en el abdomen, distendido sobre el descompuesto estomago. Pronto se quedo atascado en una prolija disquisicion a proposito de los distintos nombres que los clasicos habian dado a las tres islas principales que comprendieran antano Cadiz y San Fernando, y en los intentos de don Adolfo, un tanto oscuros, de vincular las arcaicas referencias con la realidad geografica actual.

A punto ya de adormecerse, se le vino a los ojos la palabra Eritrea, nombre en otro tiempo de Cadiz. ?Donde habia oido aquello, y hacia poco? Su cansado cerebro se dio por vencido, y Bernal se abandono por fin al sueno.

A las dos de la madrugada Angel Gallardo salia no poco satisfecho del casino: llevaba en el bolsillo una cinta con la breve pero vehemente conversacion que los visitantes marroquies habian mantenido en ingles con los tres oficiales de Marina americanos. Junto al tapete verde de la salle privee, era poco lo que se habia hablado: justo lo que el juego requeria. Angel observo que todos los presentes consumian generosas cantidades de Glenmorangie, un whisky de malta de diez anos, y que las apuestas, a juzgar por los fajos de dolares que los jugadores canjeaban de vez en cuando por fichas, eran enormes. Pero cuando sirvieron la esplendida cena fria, se interrumpio el juego, y en ese momento se inicio la conversacion particular. Habia sido una suerte que el sistema de vigilancia del casino fuese tan eficaz.

Provistos por los camareros de platos donde se amontonaban la langosta, los cangrejos y diversos mariscos, los componentes del grupito se retiraron a una espaciosa mesa de superficie de cristal, adornada con un haz de secas ramas de avellano en torno a una lampara ultramoderna, que contenia un microfono, y Angel grabo cuanto alli se dijo. La unica dificultad estaba en que ni el ni su acompanante, el sargento de paisano, sabian bastante ingles para seguir la conversacion, pese a lo cual Angel capto una serie de nombres y lugares: Alhucemas, Ceuta, Melilla y, aunque no estaba seguro, tal vez «Melkart». ?No le habia pedido Bernal que mantuviese atentos los oidos ante la posible aparicion de esa misteriosa palabra o nombre en clave?

Al regresar los jugadores junto al tapete, el jefe de seguridad les habia servido a el y a su companero unos excelentes emparedados que regaron con cerveza, y asi abordaron una nueva y tediosa espera.

Era mas de la una y media cuando, habiendo cesado abajo, en el cabaret, los ecos de la voz extranamente aguda de La Penca en su ultimo chotis, los jugadores recogieron sus fichas y abandonaron la sala privada. Sentados en el interior del pequeno Seat junto a la salida del estacionamiento, Angel y su acompanante vieron avanzar el resplandeciente Cadillac hasta el pie del portico del casino. Tambien repararon en el automovil de la Marina estadounidense, estacionado, con su chofer al volante, bajo una palmera. Angel anoto el numero de la matricula, sin duda correspondiente a los transportes navales

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