bando y encaminose hacia la salida. Al cabo de un instante, la mujer alta se separo del apinamiento y enfilo el pasillo con andar desenvuelto. Al igualarse, dijo con voz susurrada pero muy audible:
– ?O sea que es usted la senorita Fernandez?
Elena asintio mudamente y la siguio a paso rapido hacia el claustro.
– Tiene algo para mi, ?
Elena le deslizo el sobre y, al hacerlo, le apreto suavemente la mano, en expresion de gracias, tras lo cual, y con la mayor discrecion posible, regreso a los bancos traseros de la capilla. Nadie parecia haberse percatado de su breve ausencia.
Despues de su tercera llamada a Paco Navarro, para prevenirle de que los arabes podian trasladarse al nuevo casino instalado al norte del Puerto de Santa Maria, Angel, sentado en un alto taburete de un modesto bar que daba frente al hotel de los arabes, permanecia al acecho, mientras esperaba el coche K que habia de procurarle el inspector Fragela: un pequeno Seat 600 de color rojo.
Mientras Gallardo vigilaba la entrada del hotel, se habia presentado en la recepcion un sargento de paisano, de la comisaria de Rota, con el aparente fin de someter a una comprobacion rutinaria las fichas de registro de los clientes llegados con motivo de la Semana Santa. La recepcionista, que le conocia de esas revisiones periodicas, le hizo pasar al despacho del gerente y le entrego un montoncito de tarjetas blancas y, con ellas, cuatro pasaportes.
– Las fichas correspondientes a estos no las tengo llenas todavia -le dijo-. Con los pasaportes arabes, nunca me aclaro.
Como el sargento le pidiera permiso para utilizar la fotocopiadora, la muchacha conecto la maquina y le dejo aplicado a su tarea. Siguiendo las instrucciones recibidas de Fragela, fotocopio inmediatamente los pasaportes de los cuatros huespedes marroquies.
Angel, que seguia instalado en un taburete junto a la ventana del bar de enfrente, apenas dirigio una mirada al sargento de paisano cuando abandono este el hotel, ignorante de que aquella discreta visita iba a procurarle en breve las senas personales de los africanos sospechosos. Transcurrido casi un cuarto de hora, vio detenerse en la calle secundaria que quedaba junto al bar, el coche K, el pequeno Seat rojo. Pago los tres cafes que habia tomado, doblo su ejemplar de
– No tiene esto mucha potencia, ?no?, si tenemos que perseguir a un Cadillac -comento Angel al chofer de la policia gaditana, que como el, iba de niqui y vaqueros.
– Parecera de poca potencia, pero lleva un motor trucado. Cuando nos metamos en autopista, tendras que agarrarte a las gafas de sol -dijo, al tiempo que le tendia el sobre que le habian mandado recoger en la comisaria de Rota.
Angel examino las fotocopias de los pasaportes de los cuatro visitantes marroquies, que por cierto no habian salido todavia del hotel, y se las tendio a su colega.
– Aunque las fotos han salido mal, son estos los sospechosos. ?Que tal estas de frances?
– Se un poco, porque pase cuatro anos destinado en Ceuta.
– Entonces tambien sabras algo de arabe -exclamo Angel-. Los pasaportes estan en estos dos idiomas.
– Lo malo es que no lo leo -confeso el policia gaditano-: nunca consegui descifrar esos garabatos. Pero a lo mejor me desenvuelvo con el frances.
– La profesion que dan estos dos,
– Si, eso mismo.
– ?Y no te parece una ocupacion un poco rara, tratandose de musulmanes?
– Pues no sabria decirte… En Ceuta se importaba mucho vino, y los espanoles de alli no se lo bebian todo.
– ?Que dices de este? -pregunto Angel, senalando la tercera fotocopia-. ?No es piloto de las Fuerzas Aereas marroquies?
– Si, exacto -confirmo el conductor-. A lo mejor es el quien ha traido a los otros en avion. Como veras, los sellos de entrada son del aeropuerto de Jerez y tienen fecha de hoy. No hay vuelos internacionales con Jerez, asi que han venido en un aparato particular.
– Y el cuarto hombre comercia, al parecer, en articulos generales -comento Angel-. ?Como se explica que un oficial de las Fuerzas Aereas haga de piloto de dos comerciantes en vinos y un hombre de negocios?
– A lo mejor es pariente de uno de ellos -sugirio el gaditano-. Por los nombres, desde luego, no se puede saber, debido al curioso sistema de patronimicos que usa esa gente. Se llaman «hijo de fulano», sin mas, o incluso «nieto de mengano». Cuando estaba alli, llegue a pensar que todos eran familia.
En ese preciso momento advirtieron que el portero del hotel hacia senas al chofer del voluminoso Cadillac estacionado en el aparcamiento, entre las palmeras que le daban sombra, y los cuatro arabes de chilaba aparecieron bajo la marquesina de la puerta.
– En marcha -dijo Angel-. Ya puedes ir arrancando.
El comisario Luis Bernal leia con expresion grave el primer y breve mensaje de Elena Fernandez, sacado subrepticiamente del convento.
– ?Quieres llamar a Fragela, Paco? -pidio a Navarro-. Quiza pueda el aclarar un poco este asunto.
Mientras aguardaba la llegada del inspector local, y estudiando el gran plano mural de la ciudad, Bernal advirtio que el castillo de Santa Catalina formaba una estrella de cinco puntas, tres de las cuales sobresalian de un pequeno promontorio situado al oeste de la ciudad vieja, junto a los desiertos banos de La Caleta, y a no mas de medio kilometro, o entre siete y ocho travesias, del Convento de la Palma.
Cuando llego Fragela, Bernal les invito a el y a Navarro a acompanarle a su despachito interior, cuya puerta cerro.
– Vamos a ver, Fragela; cuentenos lo que sepa sobre la guarnicion del castillo de Santa Catalina. ?Es numerosa?
– Ni mucho menos. Diez oficiales y treinta y cinco hombres, como maximo. La mayor parte de la guarnicion militar se aloja en los antiguos cuarteles en la calle del Doctor Gomez Ulla, frente al Parque Genoves -y senalo en el mapa mural los edificios en cuestion.
– ?Y quien esta preso ahi, en el castillo, quiero decir? -pregunto Bernal.
– Dos de los oficiales convictos en el consejo de guerra por la abortada intentona militar del ano pasado. Pero, como comprendera, se trata de informacion reservada. El ministerio ha repartido a los sentenciados por las distintas regiones militares, y los va trasladando de una a otra periodicamente.
– Para impedir nuevas conjuras, supongo -comento Bernal-. No estara de mas, Fragela, que lea este informe que acabamos de recibir de la agente que tenemos situada en el Convento de la Palma. Como vera, sorprendio la conversacion de dos oficiales, un coronel y un capitan, que al parecer proyectan un asalto al castillo de Santa Catalina el sabado por la noche. Los conspiradores, que se proponen liberar a esos prisioneros, le proponian al padre Sanandres usar el convento como casa franca.
El inspector Fragela leyo con detenimiento el informe.
– No lo tendrian facil -comento esceptico-. El fuerte tiene una sola puerta de acceso, y las almenas estan guardadas dia y noche por centinelas armados. Y por mar no pueden intentarlo de ninguna manera: cualquier embarcacion que usasen acabaria destrozada contra los escollos, que son formaciones de conchas fosilizadas y caliza.
– Pero cuentan con que el sabado por la noche, con el comienzo de los actos de Semana Santa, la guarnicion estara ligera de hombres, y en todo caso pueden tener complices en el interior. Si consiguieran sacar a los presos, ?cual seria su mejor ruta de escape?
Bernal volvio frente al plano mural, acompanado por Fragela y Navarro.
– Si no se declarara la alarma inmediatamente -dijo Fragela-, tendrian buenas posibilidades, yendo en coche, de seguir el Campo del Sur hasta la Puerta de Tierra, y desde alli, por esta ancha avenida, hacia la via Augusta Julia, o hacia el puente Jose Leon de Carranza, para cruzar la bahia. Pero si recibieramos aviso rapidamente,