escalinata que daba acceso al establecimiento.

– ?No queria el jefe, Paco, que se siguiesen los movimientos de todos los arabes? -pregunto-. Pues bien, cuatro de ellos acaban de bajar de un cochazo delante de un hotel de cuatro estrellas de la plaza principal de aqui.

– No estara de mas que te enteres de quienes son, Angel, y que estan haciendo ahi.

– Lastima que no disponga de un coche sin distintivo. Podria ser que se trasladasen a otro sitio.

– Si necesitas respaldo, vuelve a llamarme. Yo voy a hablar con Fragela, el inspector de aqui, a ver como estan de coches K en Cadiz.

Angel entro con naturalidad en el vestibulo del hotel y se encamino al casi desierto bar situado a la derecha de la recepcion. Resolviendo que convenia mantener despejada la cabeza, pidio un San Francisco y se puso a charlar con el joven camarero. De los cuatro arabes no se veia ni rastro; probablemente habian subido a sus habitaciones.

Despues de intercambiar unas cuantas bromas, en particular concernientes a las dos chicas de la recepcion, Angel se intereso, como quien no quiere la cosa, por el numero de huespedes que recibia el hotel durante la Semana Santa.

– Ya no es lo de antes -dijo el mozo-, aunque se hospedan algunos oficiales norteamericanos cuando les llega de visita la mujer. Dan unas propinas fenomenales. Para mi, que no acaban de aclararse con nuestro dinero. Casi siempre pagan en dolares.

– ?Y los arabes? -indago Angel-. ?Sueltan buenas propinas?

– Que va, ni por equivocacion. No pisan el bar. Se dice que no toman bebidas alcoholicas en publico, pero que en el transbordador las compran, libres de impuestos, para su consumo -dijo el camarero, algo escandalizado-. A mi no me dan ni un duro, y a las camareras, tampoco.

– ?Y que hacen aqui? Porque no parecen turistas, ?verdad? ?Son hombres de negocios?

– Segun Marife, la de recepcion, no. Marife es la bonitilla, la que llena las fichas; y como los pasaportes vienen en arabe y ella no lo entiende, como tampoco el frances, puestos a eso, les tiene que preguntar la profesion. Dice que son peces gordos de Rabat.

– ?Y siempre se hospedan aqui los mismos?

– No sabria decirle. A mi, con esas barbas y esos albornoces, me parecen todos iguales. Dios sabe que haran, todo el dia encerrados en la habitacion.

– ?No salen mucho?

– Solo al casino del Puerto. Segun los choferes, son grandes jugadores, aunque por aqui no se les pierden los dirhams.

Dandose cuenta de que no podria inspeccionar ni las fichas de registro ni los pasaportes de los arabes del hotel sin romper el incognito de que se beneficiaba, mientras que la policia local si podia llevar a cabo una verificacion de rutina, Gallardo decidio telefonear de nuevo a Navarro desde la cabina de antes, por si acaso la recepcionista del hotel intervenia la llamada.

El comisario Bernal estaba leyendo con vivo interes el informe que Angel Gallardo habia cursado por telefono acerca de su conversacion con los pescadores.

– Habra que entrevistarse de nuevo con el comandante de Seguridad de la base de Rota, Paco -comento-. No solo resulta que los norteamericanos disponen, al parecer, de un nuevo tipo de arma de neutralizacion de personas que funciona a base de rayos laser, sino que ademas, y por las trazas, ahora tienen un submarino enano del que no se ha informado a nuestra Armada. Mejor sera que llames al contraalmirante Soto a San Fernando y le pidas que nos concierte una cita.

– De acuerdo, jefe; ahora le llamo. ?Que hago con los arabes de Angel? El cree que, si se desplazan de ese hotel de Rota, necesitara apoyo.

– Mira a ver que puede conseguirnos Fragela en materia de coches K. Me temo que ese asunto resulte trabajo perdido. Segun los primeros analisis de datos que ha traido Fragela, hay una apreciable afluencia de comerciantes norteafricanos que pasan por Algeciras, muchos de ellos hacia Cadiz y Jerez, en viaje de negocios, pero en su mayoria son gente de poca monta. Ese Cadillac de que habla Angel, de matricula marroqui, parece algo mas prometedor. No perdemos nada dejando que los siga y prestandole un poco de ayuda. No se me ocurrio que pudiera tener que desplazarse. ?Ha llegado ya algun mensaje de Elena?

– Nada todavia, jefe; pero Lista esta al acecho, para establecer contacto cuando llame la catalana.

Elena Fernandez se habia escondido en la manga de su habito de novicia el sobre cerrado que contenia su mensaje para Bernal, y cuando la campana llamo a visperas, se encamino al corredor que conducia a la capilla. Sabiendo que el comisario tenia previsto organizarle un contacto por mediacion de una de las mujeres que visitaban el convento diariamente a la caida de la tarde, se rezago, con no poca impaciencia, lejos de las puertas del oratorio.

El padre Sanandres le dedico una solemne inclinacion de cabeza al pasar por el claustro precediendo a la pequena asamblea de monjes, y las monjas le pidieron entre susurros que esperase con los demas seglares y se sentara a la derecha de la nave central, detras de las religiosas. Reparando en una mujer de envarada espalda, que vestia un habito identico al suyo y tenia la nariz aguilena y la expresion altanera parecidas a las de dona Carmen Polo, senora de Meiras, comprendio que debia tratarse de Eugenia Bernal, la mujer de su jefe.

Sor Serena fue a abrir el postigo de la puerta principal, para dar paso al grupo de ruidosas mujeres que aguardaban empunando sus vacios recipientes de cristal.

– Vamos, un poco de respeto -vitupero la monja-. No sabemos si el agua fluira hoy, y como no tengais mas tiento, seguramente no lo hara.

Elena escruto ansiosamente los rostros de las recien llegadas, preguntandose cual de ellas intentaria establecer contacto. Le inquietaba el que la inexperta aficionada lo hiciese de forma tan ostensible que llamase la atencion del padre Sanandres o de alguna de las monjas. Pero como sor Serena la mandase entrar en la capilla por delante de las asiduas visitadoras, tuvo que situarse de mala gana a la misma espalda de la que creia esposa de Bernal.

Iniciado el oficio, Elena lanzo subrepticias miradas a las mujeres que tenia detras, pero ninguna de ellas parecia interesarse en absoluto en su persona.

Elena siguio el oficio de visperas maquinalmente, sin apenas mirar el misal, y a medida que el padre Sanandres atacaba las palabras finales, fue invadiendola una sensacion de desesperanza, mientras que la carta destinada a Bernal parecia quemarle la carne bajo la manga. Concluido el servicio, las mujeres congregadas a su espalda se levantaron de golpe y se encaminaron al altar. Adelantandose, estiraban el cuello detras del padre Sanandres, y fijaban la atenta mirada en un panel de cristal engastado en el suelo, frente al altar. Por encima de ellas descollaba muy alta una majestuosa imagen de Nuestra Senora de la Palma, de tamano mayor que el natural, de brazos acogedoramente abiertos, pero con esa fria expresion facial, ajena a lo humano, que los imagineros andaluces suelen imponer a sus creaciones. Las dos mujeres mas proximas al ara forzaron el avance, mirando, ansiosas, al oficiante.

– ?Mana el agua, padre? ?Tendremos milagro?

El extrano personaje de purpureas vestiduras episcopales permanecia frente a ellas estatico, desplegados los brazos y ladeada la cabeza en actitud de oracion. Parece un santo de El Greco, penso Elena. La embargaba una extrana sensacion, casi como de estar presenciando un misterio pagano, que se vio acrecentada cuando una de las seglares, una mujer alta, de huesos grandes y melena color castano, exclamo con un grito tosco:

– ?Ahi esta, chicas! Empieza a manar.

Algunas de sus companeras empezaron a proferir voces de aliento, hasta que el padre Sanandres, abriendo por fin los ojos, bajo la mirada.

– ?El milagro se ha operado una vez mas! -exclamo con voz sepulcral-. ?He aqui el agua de la vida, fluyendo de la roca viva!

A una senal suya, un acolito bajo los empinados peldanos que conducian a la cueva situada bajo el altar, de donde reaparecio poco mas tarde, portando un gran caliz de plata. Apinadas con avidez a su alrededor, las mujeres destaparon sus botellas. Luego de pronunciar una bendicion sobre la copa, el prior procedio a verter porciones del cristalino liquido en los recipientes que le tendian.

Aprovechando que todas las miradas se hallaban pendientes de la insolita ceremonia, Elena se escabullo del

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