hombres a La Caleta, para cortarles la retirada. Elena dice que hay una entrada debajo de los antiguos banos. Y de paso que Navarro envie mas hombres aqui.
– ?Que hacemos con la monja, comisario? ?Retiramos el cuerpo?
– Que sus hombres le ayuden, y lo tiendan en el suelo, junto al pozo. Cuando hayamos atrapado a los conspiradores, llamaremos a Pelaez y a Varga. Quiza seria mejor apostar a sus tres hombres en la sacristia, y nosotros vigilaremos la cueva por la ventana que hay al pie del altar.
– No creo que la cueva se inunde del todo -comento Fragela-. Al parecer, desagua por las grietas del suelo.
– ?Han registrado el convento?
– Seguimos sin encontrar a nadie. En cuanto lleguen mis hombres, lo recorreremos cuarto por cuarto.
Los dos detectives llevaban media hora agazapados junto al altar mayor, cuando observaron que el nivel del agua descendia subitamente en la cueva al abrirse la puerta metalica que la unia con el pasaje subterraneo y aparecer dos hombres con negros trajes de inmersion.
A una senal de Fragela, los agentes situados en la sacristia desenfundaron las pistolas. Otros dos submarinistas aparecieron a continuacion en la cueva, desprendiendose del casco. Sus comentarios ascendian por la entornada puerta.
– No consigo comprender de donde viene tanta agua. La pleamar fue hace doce horas, y sin embargo esto sigue medio inundado.
Bernal reconocio en el que hablaba al joven capitan visto en una anterior visita.
La proxima frase fue del coronel.
– Lo importante es haber sacado de la carcel a estos valientes. Que se cambien, y los llevaremos a sus celdas antes de que vuelva la procesion.
– Esto no es agua de mar, es agua dulce -observo uno de los huidos.
El coronel la probo.
– Cosas de ese prior chiflado. Debe de haber puesto en marcha la instalacion, para que su supuesto milagro se produzca en el momento oportuno. Cuidado con beber demasiada agua de esta -rio-, que os podriais encontrar con una sorpresa.
Comenzaron a subir los escalones que llevaban a la sacristia. No habian reparado en el cadaver de la monja, tendido detras del pozo. En el momento en que entraban en la pequena estancia, Bernal y Fragela, desenfundadas las armas, se unieron a los agentes que esperaban abajo.
– ?Policia Judicial! -voceo el comisario-. ?Quedan ustedes detenidos!
Los policias gaditanos esposaron rapidamente a los cuatro oficiales, que parpadeaban, de puro sorprendidos. El coronel fue el primero en recobrarse.
– ?Quien es usted? -exclamo-. ?Con que autoridad se atreve a detenerme?
Mostrandole su placa de comisario de primera, con su dorada estrella de grueso relieve, Bernal replico:
– Por orden de la JUJEM, el Ministro de Defensa y el del Interior. Se les conducira a la jefatura de la Policia Judicial, para ser interrogados.
– No hemos cometido ningun delito -intervino audazmente el joven capitan-. Somos leales a nuestra patria, que es mas de lo que se puede decir de usted.
– En primer lugar responderan de la muerte de una religiosa de este convento -dijo Bernal con firmeza-, cuyo cadaver se encuentra en la cueva de donde acaban de salir.
Los cuatro oficiales se miraron estupefactos, pero nada dijeron.
Expedidos ya los conspiradores en un furgon de la policia, de color pardo y enrejadas ventanillas, Bernal se quedo esperando la llegada de su patologo y de su tecnico pericial.
– Habra que detener tambien al padre Sanandres -le dijo a Fragela.
– Y, al vicealmirante que habia de llevarse por mar a los escapados, ?como le atrapamos, comisario?
– Creo preferible dejar eso en manos del contraalmirante Soto. Que la Armada tenga ocasion de limpiar sus establos de Augias. Despues de toda la ayuda que hemos recibido de ella, es lo menos que podemos hacer.
El doctor Pelaez llego jadeante, sus ojos miopes centelleando.
– Me ha encontrado usted por chiripa, Bernal. Iba a tomar el ultimo vuelo que sale hoy para Barajas. Debi imaginar que me encontraria usted otro fiambre. ?Donde lo tiene?
– Se trata de una monja, Pelaez. Elena dice que su cadaver salio del pozo, escupido, cabeza abajo, por la presion del agua. Quiero que lo examine.
– Que insolita cosa. Siempre me proporciona usted casos interesantisimos. Bajemos a echarle un vistazo.
– El nivel del agua ha menguado bastante -dijo Bernal-, pero hay que dar con el prior, para que nos diga como se para el mecanismo hidraulico.
– Parece que su marcha coincide con el nivel del mar, abajo, en La Caleta -comento Fragela.
Al examinar de cerca el cadaver de la monja, Bernal exclamo sorprendido:
– ?Pero esta no es, como creia Elena, sor Encarnacion, la anciana que el pasado sabado me preparo aquella limonada! Es sor Serena, la portera. Que sus hombres se pongan a registrar las celdas en seguida, Fragela.
Bernal dejo a Pelaez y a Varga entregados a su trabajo y, sentado en un banco de la iglesia, se puso a pensar en quien habia atacado a Elena Fernandez y dado muerte a sor Serena. Primero considero la posibilidad de que hubiesen sido los dos oficiales, cuando salian a liberar a los presos; sin embargo, no habian cruzado la puerta del convento, pues Angel, que la habia tenido vigilada todo el tiempo, les hubiera visto. Que hubiesen escalado el pozo desde abajo, atacado a Elena y luego deshecho el camino, para liberar a los presos a las ocho y media, parecia improbable. No tenia sentido alguno. ?Lo habria hecho el padre Sanandres, antes de salir con la procesion? ?Absurdo! Por mucho que quisiese neutralizar a Elena, ?que interes podia tener en matar a su leal colaboradora? Bernal se dio cuenta de que no podia sacar nada en claro en tanto Pelaez no le indicase las causas de la muerte de sor Serena y aproximadamente a que hora se habia producido. Necesitaba una declaracion completa de Elena, si su estado le permitia prestarla, y tambien tenia que interrogar a los cuatro oficiales. Al igual que al patologo y al tecnico, le esperaba una noche agitada.
10 DE ABRIL, SABADO
Una vez comunicadas a Madrid las detenciones, Bernal y Navarro estuvieron interrogando por separado a los oficiales hasta las cinco y media de la manana, sin conseguir informacion alguna sobre la muerte de la monja. A continuacion se dedicaron al padre Sanandres, que tras la caminata penitencial, seguida por la larga espera insomne en la celda policiaca con que veia sustituida la que ocupaba en el monasterio, presentaba un agotado aspecto. Nervioso en extremo, pero dispuesto a hablar, explico que el viejo mecanismo hidraulico instalado en la cueva inferior actuaba por el propio movimiento de las mareas, si bien se atascaba a veces, a causa de una valvula defectuosa, ante lo cual, y poniendose el traje de inmersion, el bajaba a subsanar la averia. En forma alguna avergonzado por instrumentar ese fraude religioso, sustentaba que el agua poseia en efecto propiedades milagrosas.
– ?Cuando vio por ultima vez a sor Serena? -le pregunto Bernal-. Porque no le acompano en la procesion, ?verdad?
– No: se quedo en el convento, para cuidar de sor Encarnacion, que se habia excedido en su ayuno cuaresmal.
– ?Y a que hora la vio por ultima vez?
– A las seis, para visperas.
– ?A donde fue ella despues?
– A la cocina, a prepararle un caldo a la enferma. Pero me sorprendio que con todo el esfuerzo que habia dedicado a decorar el paso, no bajase a verlo salir. Por suerte, dona Eugenia me ayudo con las penitentes.
A quien se lo cuentas, penso Bernal.
– Hablenos ahora de los dos militares, el coronel y el capitan.
Inicialmente el prior alego ignorar el plan de los oficiales y se fingio escandalizado al enterarse de que los evadidos entraron «bajo cuerda» en el convento.