toda probabilidad, habian decidido llevar a termino su plan aprovechando aquel apagon anual. La plaza se quedo sin mas luz que la procedente del hotel, profusamente iluminado, y la que partia de las ventanas de las casas-. Debe de ser una ocasion ideal para los carteristas. ?No les llueven los problemas a causa de esto?
– Ya lo creo, y tambien recibimos un monton de denuncias por abusos deshonestos. Las calles se convierten en un foco de peleas, sobre todo a causa de los borrachos que salen de los bares.
Al cabo de unos minutos, y como empezara a oirse un sordo rumor metalico, la gente congregada en la plaza guardo silencio. Precedido por una ondulante hilera de calidas luces, el paso del Descendimiento de la Cruz iba acercandose bamboleante a la plaza. Ante el marchaban una veintena de cofrades vestidos de morado, blanco y escarlata. Al llegar a la iglesia de San Francisco, su superior, el padre Sanandres, cubierto por sus galas de obispo, golpeo el suelo con un gran baculo, a fin de que los costaleros descansasen momentaneamente su agobiadora carga. Detras del paso iban una docena de mujeres penitentes, con la cabeza descubierta y ataviadas con el habito de arpillera color castano, los tobillos cenidos por delgadas cadenas y empunando en una mano un cirio y en la otra un pequeno azote con el que de vez en cuando se flagelaban suavemente la espalda.
Dios mio, penso Bernal, Eugenia debe de ir entre ellas. Bajo del coche y se acerco a la doble hilera de mujeres, que caminaban con la cabeza baja. Entre las ultimas distinguio a Eugenia, que observaba ansiosa la fachada del hotel.
– Por fin te encuentro, Luis, loado sea Dios. Tu inspectora no aparecio a las seis, para visperas, y despues de lo que me contaste, me tiene preocupada. No he podido salir antes, para avisarte, porque el padre Sanandres me pidio que ayudase a las penitentes a ponerse las cadenas.
– Me voy hacia el convento, Genita. Recuerda lo que te dije. No vuelvas a tu celda. Vente directamente al hotel y pide que te lleven a mi habitacion.
Nada mas entrar en el convento, Fragela, Angel Gallardo y los tres hombres a las ordenes de aquel, se dirigieron, invisible la cara bajo los altos capirotes puntiagudos, al claustro principal, apenas iluminado. Cuando los costaleros que les precedian se retiraron al patio de atras, para sacar a la calle el pesado paso de armadura de plata, los policias se escabulleron hacia el lado norte del claustro y se escondieron detras de las palmeras.
Una vez que la procesion se hubo agrupado y salido, Fragela se lo comunico por radio a Navarro.
– Mejor sera que usted se quede aqui con sus hombres -le susurro Angel a Fragela-, y espere a que los oficiales lleguen con los fugados. Tan pronto como crucen la puerta, los detienen. Yo me voy en busca de Elena Fernandez.
Despues de salir la procesion, el convento habia quedado en completo silencio, y Angel se pregunto quien estaria a cargo de la puerta. Aunque no conocia la distribucion del edificio, recordaba el croquis que Bernal habia dibujado en la pizarra de la sala de operaciones. Habiendo llegado a la puerta de la iglesia sin encontrar a nadie, se interno en el oscuro pasillo. La unica iluminacion del recinto procedia del conjunto de velas que, muy consumidas ya, ardian al pie de la imagen de Nuestra Senora de la Palma. Le parecio oir un borboteo de agua, y recordo entonces que la puerta de la sacristia se encontraba a la derecha del altar mayor. Al entrar, y para que el capirote no topase con el dintel, tuvo que bajar la cabeza. La estancia tenia encendida la luz. Vio a la derecha una puerta metalica, de donde llegaba un sonido como de manar de agua. Abrio unos centimetros y atisbo tras las ranuras que el capirote tenia para los ojos.
Esta debe ser la cueva sagrada, penso. Su interior estaba inundado hasta una altura de mas de un metro, pero lo que capto su atencion fue un pozo en cuya boca botaba grotescamente, invertido y zarandeado por la presion del agua, un cuerpo humano del cual solo distinguio las piernas, enfundadas en medias negras. Sintiendo que algo le agarraba un pie, bajo la vista.
Terminada la conversacion con su mujer, Bernal volvio al Renault y le pregunto al chofer:
– ?Se ha recibido algun mensaje?
– Si, comisario. Del inspector Navarro, para que le llame usted urgentemente.
– Adelante, hermano Francisco. Aqui el prior. ?Que ocurre? Cambio.
– Nada mas apagarse las luces, hermano prior, han desaparecido dos penitentes. Estamos tratando de localizarlos. Cambio.
– Pero, hermano, ?como han podido apartarse de la grey? Cambio.
– Por el rompeolas. Cambio.
– Salgo en su busca para rodearlos. Cambio y cierro -respondio Bernal. Y volviendose hacia el conductor, explico-: Han sacado a los dos presos del castillo de Santa Catalina. ?Puede llevarme en seguida a la calle de la Concepcion?
– Con la procesion no sera facil, comisario, pero lo intentare.
Elena Fernandez habia conseguido arrastrarse hasta el peldano superior, justo sobre el nivel del agua. Sintio de pronto una rafaga de aire por encima de la cabeza, y viendo que la puerta metalica se habia abierto, levanto temerosa los ojos hacia el penitente encapuchado que la miraba tras las rendijas de su capirote color sangre.
– Ayudeme -dijo sin aliento.
El desconocido se arranco el puntiagudo cucurucho, y a Elena le dio un vuelco el corazon al reconocer la descarada sonrisa de Angel Gallardo, reprimida por la preocupacion que le inspiraba su estado.
– ?Estas bien, Elena? -pregunto inquieto mientras, levantandola, la sacaba a la sacristia.
– Solo un poco magullada. Algo me golpeo la cabeza en el tunel de ahi abajo.
– ?La monja desaparecida es la que esta en el pozo?
– Me temo que si. Era un encanto de anciana. Has de atraparles, Angel -dijo, tratando de cobrar fuerzas.
– No te preocupes. Y descansa. Fragela y sus hombres vigilan la puerta para detenerles cuando entren.
– Pero si no lo haran por ahi, Angel. Es lo que descubri antes. Traeran a los presos por una caverna que hay debajo de La Caleta. Tiene una escalera que la une con un pasaje que desemboca aqui.
– Primero te voy a llevar a lugar seguro. Luego ire a buscar a Fragela y llamare al jefe.
Al chofer de la policia le costo casi diez minutos llevar a Bernal a la calle de Jesus Nazareno, desde la cual dominaba la puerta del convento.
– Me resisto a entrar ahora y echar a perder la operacion -dijo el comisario-. Esperemos atentos.
Poco mas tarde la radio emitio la voz de Navarro.
– Urgente, para el hermano prior. Cambio de planes. Los penitentes han alterado su itinerario. Llegaran por debajo del paso, ?comprende? Por debajo del paso. Cambio.
– Recibido el mensaje, pero no acabo de comprenderlo. Cambio.
– Conviene que el hermano prior entre para recibirles. Cambio.
Bernal se dio cuenta de lo que trataba de decirle Navarro: los fugados iban a ser introducidos en el convento por otra ruta, desde
– De prisa, a la entrada principal -le dijo con subita decision al chofer.
Al saltar el del coche, un penitente encapuchado abrio el postigo.
– Bendito sea Dios, comisario, aqui esta usted -exclamo Fragela-. Hemos encontrado en la sagrada cueva a Elena Fernandez y a una monja muerta.
– ?Esta herida Elena? -quiso saber Bernal.
– Un poco conmocionada, y con un chichon. He pedido una ambulancia.
En ese momento surgieron del lado sur del claustro, sosteniendo a Elena, Angel y uno de los hombres de Fragela. Al avistar a Bernal, ella dijo sin aliento:
– Tiene que detenerles, jefe. Van a entrar a los presos por un pozo que une La Caleta con la cueva. Esta tarde estuve alli abajo y vi una instalacion hidraulica; por lo visto, la que hace manar el pozo. Creo que han ahogado a sor Encarnacion. Su cuerpo esta alli -dijo. Y con voz lastimera, concluyo-: Le he fallado, jefe.
– No te preocupes, Elena. Ve a que te atiendan esa herida, que nosotros nos cuidamos del resto. Y claro que no me has fallado. Estuviste magnifica -le aseguro antes de encaminarse al coche en compania del inspector Fragela.
– La cueva esta medio inundada, comisario. No veo como van a entrar por ahi.
– Con equipos de inmersion, es posible. Habra que estar al acecho. Pidale por radio a Navarro que envie mas