Advirtiendo que estaba al borde de un pozo, se aparto con movimientos medidos, pero como se le iba la cabeza, se detuvo en seguida. Debo de sufrir una conmocion, penso. Y entonces, de improviso, recordo donde estaba, y que tenia algo urgente que hacer. Avisar a Bernal. Si: eso era. ?No llevaba ella una linterna? Tanteo a su alrededor, y dio con ella, pero al tratar de encenderla, vio que el cristal estaba roto. Tremula de frio, empezo a arrastrarse por el pasaje, alejandose del pozo. El ruido del oleaje le atronaba los oidos. Intento ver la hora en su reloj, de esfera luminosa, pero no conseguia fijar la mirada. Siguio reptando, hasta que las manos tropezaron con la parte baja de una puerta. Estaba solidamente cerrada.
Como le pareciera oir voces al otro lado, trato de pedir socorro, mas solo consiguio emitir un grunido. Decidio reposar y cobrar fuerzas, pero la conmocion iba aduenandose de ella, y los musculos no la obedecian. Abrio los ojos y, al levantar la mirada, le parecio ver una imagen de Nuestra Senora. Asi pues, ?estaba en una iglesia? Alzo la mano y, aferrandose a la pared, consiguio alcanzar la estatuilla. A costa de un supremo esfuerzo logro asir la palma que tenia la Virgen en la diestra, y con eso la puerta se abrio repentinamente y ella fue a desplomarse al otro lado, en una estancia iluminada. Heridos los ojos por la luz, volvio a perder el sentido, al tiempo que la puerta se cerraba tras de ella con un chasquido metalico.
Nada mas salir del convento, Bernal entro en el hostal de enfrente, para hablar con Angel Gallardo.
– No he conseguido ver a Elena -anuncio-, pero mi mujer dice que se retiro a su celda a las tres y media, a descansar, y que seguramente bajara a las seis, para visperas. No he insistido en verla, para no despertar sospechas a sor Serena o al padre Sanandres. A la anciana sor Encarnacion, que es una bella persona, hace dos dias que no se la ve; oficialmente esta en su celda en rigurosa penitencia; pero algo me dice que fue ella quien lanzo por la ventana la nota de socorro.
Le mostro a Angel el informe de Elena, del que destaco la referencia a la sagrada cueva.
– Hice que mi mujer me llevase alli, pero no encontre nada. Solo que habian fregado hacia poco el vestuario de abajo. No pierdas de vista la puerta, sobre todo si aparecen los oficiales, y si surge alguna novedad, me telefoneas inmediatamente.
– Vale, jefe, Me gustaria saber que ha grabado Elena en esa cinta.
– Lo averiguare en seguida.
A su regreso a la sala de operaciones, Bernal escucho con Navarro y Fragela la grabacion magnetofonica. Al llegar al pasaje referente a la marcha de la operacion para el rescate de los oficiales recluidos en el fuerte de Santa Catalina, el comisario dijo:
– Hay que organizar en seguida la vigilancia del convento y del propio castillo. Y estar atentos cuando salgan con los fugados.
– ?No habria manera, jefe, de introducir algunos hombres en el convento?
– Hay una -intervino Fragela-. Los costaleros y los componentes de la Cofradia de la Palma se presentaran alli a las ocho y media, para sacar el paso a la Procesion del Silencio. Podriamos aprovecharlo para colar algunos agentes en el convento. Conozco al cofrade mayor, y estoy seguro de que no tendra reparo en procurarnos unos cuantos trajes y capirotes para que se disfracen.
– Excelente idea -aprobo Bernal-. Pidale cinco: para usted, Angel Gallardo y tres de sus hombres. Supongo que podran disimular armas debajo, ?no?, cuando menos la pistola reglamentaria…
– Si, comisario. Los habitos que usa esa cofradia son muy largos, de color morado, y se cubren con tunicas blancas y capirotes escarlata con agujeros para los ojos.
– Pues haga el favor de ponerse a ello en seguida, de modo que cuando lleguen los cofrades al convento, ustedes cinco se les unan con el mismo atuendo. Una vez en el interior, se esconden hasta que haya salido el paso. Y cuando aparezcan los militares los detienen a todos. Tu te quedas aqui, Navarro, para coordinar la operacion, y yo, que estare en un coche sin distintivos, al final de la cuesta del convento, me mantendre en contacto permanente.
– Supongo que no hay inconveniente en que llevemos transmisores portatiles, para estar en contacto.
– Creo que no. Dudo que, como en el caso de los marroquies, esos militares nos tengan intervenidas las comunicaciones. Por lo que llevo visto, esta es una maniobra de poca monta. Pero, en todo caso, usemos un codigo.
– Busquemos algo de tipo religioso, jefe -propuso Navarro-. De esa forma, si nos interceptan, los mensajes pasaran por avisos sobre el movimiento y el horario de las procesiones.
– Muy bien pensado -dijo Bernal-. Estudiadlo con Fragela, a ver que se os ocurre.
Elena Fernandez temblaba violentamente cuando abrio los ojos a la mortecina luz de la cueva. Trato de recordar donde estaba y cuanto tiempo llevaba alli. Era como salir de una pesadilla, en la cual se habia visto obligada a trepar por una escalera vertical, que parecia no tener fin, huyendo de olas que se arremolinaban furiosas a sus pies. Consiguio incorporarse sobre un codo y fijar los ojos en su reloj. ?Las 7.45? ?De que, de la tarde o de la manana? Al forzar la memoria, recordo que tenia algo urgente que hacer.
Sintiendo que el suelo retemblaba como por efecto de una vibracion mecanica, escucho atentamente. En el centro de la cueva habia una roca grande coronada por el brocal de un pozo. De alli parecia llegar un borboteo que iba cobrando volumen. Del pozo surgio de improviso un grueso chorro de agua que, superando el pretil, comenzo a caer sobre la roca e invadir el suelo. ?Dios santo, iba a ahogarse! Viendo, a dos metros de distancia, un tramo de escalones de piedra, se arrastro desesperadamente hacia alli aranando el pavimento. Por fin alcanzo el primer peldano y, con el agua lamiendole ya los pies, consiguio auparse a el. El ruido del chorro habia cambiado de repente, como si algo obstruyera su salida, y volvio la cabeza en aquella direccion. Del brocal habian emergido dos piernas humanas enfundadas en medias negras y con zapatos de tacon bajo, en medio de una flotante vestidura cuyos pliegues caian sobre el cerco de piedra.
Las piernas se agitaban obscenamente, como al ritmo de un acto sexual con un companero invisible.
Impulsada por la fuerza del agua, una de ellas se levanto sobre el brocal, y a continuacion aparecio parte del torso. De el se desprendio entonces una prenda blanca que fue a parar a la roca de la base. Elena la reconocio: era una toca. Dios santo, lo que estaba brotando cabeza abajo en el pozo, parcialmente sustentado en aquella grotesca postura por la fuerza del agua, era el cuerpo de una monja. Salvo, aterrada, los restantes peldanos y trato de alcanzar el picaporte. Pobre sor Encarnacion, sollozo. De que espantosa manera se habian deshecho de ella. Un estremecimiento sacudio a Elena segun se desvanecia otra vez.
A las ocho y cuarto de la noche Bernal asistia, desde el asiento delantero derecho de un Renault 18 sin distintivos estacionado en la ancha calle de Jesus Nazareno, a la llegada de los veintiocho componentes de la Cofradia de la Palma, que en ese instante subian la cuesta hacia la entrada del convento. Entre ellos iban Fragela, tres de sus hombres y Angel Gallardo, todos ellos vestidos como el resto de los cofrades, con la sola diferencia de las pistolas y los radiotelefonos que llevaban bajo el amplio ropon.
El cuadro que componian mientras avanzaban por la calle de la Concepcion resultaba siniestro, casi amenazador. Cuando hubieron entrado en el convento, Bernal pidio al policia que iba al volante, que le llevase a la plaza de Calvo Sotelo, donde se estacionaron frente a la puerta del hotel, bajo los naranjos. Con ayuda de un plano donde se senalaba el itinerario que iba a seguir, Bernal vio que la Procesion del Silencio tardaria unos veinte minutos en cubrir la distancia comprendida entre el convento y la plaza. Utilizo la radio del coche, para comunicarse con Paco Navarro, que estaba en la sala de operaciones.
– ?Me oye usted, hermano Francisco? Los cofrades y los costaleros han llegado a la hora prevista. El paso saldra en breve. Cambio.
– Mensaje recibido, hermano prior. Espero establecer contacto con nuestros cofrades dentro de unos minutos. Cambio y cierro.
Fumando un pitillo tras otro, Bernal observaba a la muchedumbre que se iba congregando en las aceras de la plaza, en cuyos balcones familias enteras esperaban la mas solemne de las procesiones de Semana Santa, que habia de desarrollarse en absoluto silencio.
A las nueve menos cuarto se apago subitamente el alumbrado callejero.
– ?Un fallo del fluido? -pregunto Bernal al chofer.
– No, comisario. Ocurre todos los anos. La ciudad entera queda a oscuras hasta medianoche, por la Procesion del Silencio.
– Con eso no habia contado -dijo Bernal preocupado, comprendiendo que los conspiradores militares, con