Mallorca, Menorca y Cartagena. Levaron anclas esta manana.

– Buena noticia -replico Bernal.

– La JUJEM tambien ha ordenado el envio de tropas de Sevilla a San Fernando, y ha puesto a nuestra disposicion un escuadron de los GEO.

– Esos chicos del Grupo Especial de Operaciones podrian sernos muy utiles en el Hotel Salineta -observo el comisario, que seguidamente comunico a Soto las ultimas noticias sobre los marroquies escondidos en Chiclana.

– Tengo cierta informacion para usted, Bernal. Eche una ojeada a este catalogo confidencial que el vicealmirante encargado de los suministros y pertrechos se digno pasarme esta manana.

El folleto, que llevaba el nombre de una firma britanica, iba dirigido a empresas de suministros navales de todo el mundo y presentaba un nuevo y revolucionario modelo de embarcacion de alta velocidad, capaz, entre otras cosas, de sumergirse y estacionarse en el lecho marino, y de deslizarse, sin ser detectada, hasta un determinado objetivo. Sus dimensiones eran solo de 5 metros de largo, por 1,5 de ancho y 1,25 de alto, y su reserva de combustible le permitia transportar a cuatro tripulantes en recorridos de hasta cien millas nauticas. Su velocidad maxima en superficie era de treinta nudos, y sus dos motores electricos la facultaban para desplazamientos de hasta seis millas nauticas en inmersion. A causa de su tamano, lograba pasar inadvertida para la mayoria de detectores de radar y sensores sonar. La nueva embarcacion, accesible a las armadas extranjeras, podia resultar un arma valiosisima en la lucha contra la pirateria, el contrabando y el terrorismo. Bernal penso que, de caer en malas manos, podia ser empleada precisamente para esos fines.

– Segun los fabricantes, Soto, las armadas extranjeras han encargado ya una serie de estas embarcaciones. Muy bien podria ser una de ellas la que vieron los pescadores en la bahia. Habra advertido, supongo, que las paredes laterales se deshinchan por medio de una bomba cuando se sumerge y que se adhieren a los costados del casco, de fibra de vidrio. Eso explicaria los surcos paralelos que vimos en la arena, en la isla de Sancti Petri.

– Lo mismo opino, comisario. Podria ser esta la embarcacion que emplean.

– ?Habria manera de averiguar si han entregado alguna a Marruecos?

– Lo intentare, desde luego.

Elena se sintio descargada de un peso enorme al avenirse Eugenia Bernal a llevar el mensaje a su marido. Resuelta entonces a introducirse, si le era posible, en la cueva situada bajo el altar, entro en la iglesia, que le parecio vacia. Acercandose a la imagen de Nuestra Senora de la Palma, envuelta en un crespon negro, encendio una vela, mientras miraba sigilosa a su alrededor. Aparte del chisporroteo de los cirios, no se percibia sonido alguno. Tanteo la puerta de la sacristia. No estaba cerrada con llave. Una vez dentro, probo la manija de la puerta metalica, y su asombro fue grande al ver que cedia. Trasponiendola con el mayor silencio posible, aplico el oido hacia las reprimidas voces que ascendian de la sagrada cueva.

Reconocio la voz aspera de sor Serena y las quejumbrosas protestas del padre Sanandres, pero no alcanzo a oir lo que decian en lo que era, sin duda, una discusion. No se les veia, porque estaban en un cuartito situado debajo de la sacristia, con la puerta entornada. Elena descendio los peldanos de piedra y se acerco al pozo sagrado, que tenia a su alrededor un pretil de piedra, construido sobre la caliza natural de la roca. Decidio esconderse detras de aquel murete y sorprender cuanto pudiera de la conversacion.

El padre Sanandres y la monja salieron poco mas tarde y subieron a la sacristia sin volverse ni echar la llave a la puertecilla inferior. Cuando les hubo perdido de vista, Elena se asomo al pozo, pero no consiguio ver nada. Deslizandose a continuacion tras la pequena puerta, se encontro en una especie de vestuario, en cuya pared colgaba de un gancho un traje de submarinista. Advirtiendo, al examinarlo, que estaba mojado, se llevo a los labios una gota de agua: a diferencia de la que se dispensaba a diario a las mujeres, aquella era salada. Un misterio que le parecio importante resolver. Las aletas del equipo de inmersion habian dejado en el suelo de piedra un rastro que llevaba a una pared desnuda. Al llegar a ella, palpo cuidadosamente la mamposteria y la golpeo con los nudillos. Los ladrillos del centro, que sonaban a hueco, apuntaban claramente la existencia de una puerta falsa.

Aunque examino con detenimiento el contorno, Elena no vio mas que una pequena imagen de Nuestra Senora de la Palma, en el muro lateral, con un ramillete de flores debajo. Inspecciono de cerca la estatuilla, que palpo en toda su superficie, sin descubrir nada que, conforme a lo que esperaba, actuase de palanca o de conmutador. Al tocar entonces la palma que tenia la Virgen en la mano, la puerta escondida se abrio subitamente a su espalda, y una fria bocanada de aire entro procedente de un oscuro pasadizo visible mas alla. Sacando la linternita que llevaba en el bolsillo, la encendio. Al entrar en el tunel, la puerta giro sobre sus goznes y se cerro a su espalda. Despues de seguir la galeria por espacio de unos veinte metros, se encontro en una caverna natural, tan grande por lo menos como la sagrada cueva, en cuyo centro advirtio la boca de una ancha chimenea rocosa con una escalera metalica descendente.

Asomandose al borde, distinguio, distante, en el fondo de la cavidad, el rumor del mar. Con subita resolucion, se recogio el habito e inicio el descenso. Fue largo y dificil, y para formarse una idea de la profundidad, se dedico a contar los peldanos. A trechos se paraba, para examinar las paredes con la linterna. Pronto el ruido del mar fue cobrando volumen, y ella se pregunto si no habria acertado poniendose el traje de inmersion: pero ya era tarde. Penso que quiza estuviera proxima la marea baja, lo cual le permitiria inspeccionar el fondo del pozo y descubrir el secreto de la sagrada cueva.

Cuando llevaba contados ciento treinta y cinco peldanos, y como se sintiese mareada, se detuvo un momento. De pronto distinguio un tenue resplandor al fondo; confio que fuese la luz del dia. Al reemprender el descenso, una de las alpargatas le resbalo al pisar un alga, con lo cual perdio un par de peldanos, y como se aferrase, para no caer, a la roca de la pared, se hizo un corte en la mano con el borde de una concha de ostra fosil, afilada como una navaja. Se afianzo, para vendarse los dedos con el panuelo, y, despacio, reanudo la bajada.

El ruido del mar era ya muy audible, y la brisa le sacudia el pelo. Por fin sento un pie en la arena del fondo, pero habiendo tomado antes la precaucion de sumergirlo hasta la pantorrilla en el agua del mar, que afluia ya mas perezosamente, con pausas cada vez mayores entre una y otra ola.

Contenta de haber dejado la escalera, cruzo chapoteando hasta una amplia caverna existente detras de la base del pozo, donde una instalacion hidraulica ronroneaba suavemente. De modo que por eso bajaba tan a menudo el padre Sanandres a la cueva… Vio que las tuberias de la maquinaria ascendian hasta empotrarse en el techo. Parecian muy antiguas, y supuso que tendrian algo que ver con el manantial de agua dulce. Quiza explicara aquello el que el agua fluyese con tal impetu a la sagrada cueva, bajo el altar. Se trataba, en efecto, de un «mecanismo», pero que por las trazas debia datar del pasado siglo.

Sentandose en una roca, se examino la herida de la mano. La sangre que seguia manando en abundancia, habia empapado el panuelo. Se arranco una tira de la combinacion y reforzo con ella el vendaje. Aunque no podia, desde donde se encontraba y a la luz de la linterna, apreciar la gruta en toda su superficie, lo que vio bastaba para confirmarle que toda, o casi toda ella, debia quedar sumergida con la marea alta, a juzgar por la abundancia de mejillones y estrellas de mar.

Transcurrido un rato, se fue a reconocer la larga galeria, de fuerte pendiente, que conducia al exterior. Las olas habian retrocedido mucho. Avanzo con cautela, examinando las paredes segun progresaba. Llego asi a un punto desde el cual se divisaba una pequena bahia con un largo espolon a la derecha.

La salida del pasaje estaba cerrada por una reja de herrumbrosos barrotes entre los cuales no era posible deslizarse. Una cadena con un candado nuevo, de acero inoxidable, aseguraba el picaporte. Pegando la cara a la verja, diviso, sobre el espigon, un fuerte de muros construidos en forma de estrella. ?Seria aquel el castillo de Santa Catalina, el que habia visto la noche de su llegada a Cadiz, antes de introducirse en el convento? De ser asi, la gruta donde se encontraba debia dar a La Caleta, bajo los antiguos banos.

Con subita lucidez comprendio entonces que habia interpretado mal la conversacion del prior con los oficiales conjurados, la que grabara en la sacristia: los evadidos de la prision militar entrarian por aquel pasaje y, salvando la escalera metalica, accederian al convento, refugio seguro hasta que el almirante pudiera sacarlos de alli por mar, siguiendo la misma ruta. Tenia que informar de inmediato al comisario, pues sin duda el habia ordenado que vigilasen la puerta principal del convento, con lo cual nada iba a sacar.

Volvio presurosa a la base del pozo, olvidando el esfuerzo del ascenso por el ansia de regresar. En el preciso momento en que, alcanzado el final de la escalera, apoyaba las cansadas manos en la piedra del suelo, un golpe brutal, en la cabeza, la dejo sin sentido.

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