Bernal regreso satisfecho a la jefatura gaditana. Todo lo concerniente al caso Melkart parecia ir viento en popa. El tratamiento diplomatico quedaba a la discrecion de Madrid, cuyo Ministerio de Asuntos Exteriores estudiaria la conveniencia de celebrar conversaciones a alto nivel, con el rey Hassan y con el presidente Chadli Benyedid, tal vez ignorantes de lo que se tramaba.
Paco Navarro le recibio con la noticia del urgente aviso cursado por Angel respecto a la nota de socorro arrojada por la ventana del convento y cuya caligrafia no era la de Elena.
– Que vuelvan a enviarme el coche, Paco. Voy a ver que ocurre alli. Fragela puede acompanarme, pero entrare solo, como si fuera de visita.
Fragela estaciono el automovil en la calle de Jesus Nazareno, pasado el convento, y siguio a Bernal con la mirada segun el comisario se acercaba al porton. Tambien Angel le observaba desde su ventana del hostal de enfrente.
Bernal tiro del llamador y oyo sonar dentro la campanilla, pese a lo cual nadie salio a la puerta. Pasados un par de minutos repitio la operacion, con lo cual se abrio la mirilla del postigo y un rostro masculino se asomo a ella.
– Hoy no hay ceremonia, y la procesion no sale hasta las nueve.
– Soy el comisario Bernal. Vengo a ver a mi esposa, que pasa aqui una semana de retiro.
– Ah, es usted, comisario. Yo soy el obispo Nicasio. Le recuerdo de su anterior visita -el eclesiastico abrio la puerta-. Entre, tenga la bondad, que ire a buscar a su senora. Creo que aun esta ocupada con el paso.
– Bastara con que me lleve junto a ella. No quiero distraerla de su trabajo.
Encontro a Eugenia en el patio trasero, rociando con agua las flores.
– Me ahorras un viaje, Luis. Iba a salir en tu busca.
Echando una mirada alrededor, Bernal pregunto:
– ?Donde podriamos hablar, Genita, que estuvieramos completamente en privado?
– En el locutorio, si quieres.
– No, en el locutorio, no. Vayamos al claustro grande.
Se sentaron en el banco de marmol del lado norte, donde Eugenia le entrego el sobre.
– Es de la senorita Fernandez. La reconoci en seguida, por la voz.
– Espero que no se lo hayas dicho, ni al prior ni a nadie.
– No, claro que no. Me di cuenta de que algo te traias entre manos -dijo con una mirada acusadora-. ?Que es todo esto?
– Dejame leer la nota, y luego te lo cuento -repuso Bernal, recorriendo rapidamente el informe de Elena, tras lo cual lanzo una ojeada a la minuscula casete incluida en el sobre. Volviendose por fin hacia su mujer, dijo en tono grave-: Esos dos oficiales que vienen por aqui, buscan que el padre Sanandres intervenga en un asunto ilegal, y mi proposito es impedirselo. De ningun modo debes mezclarte en esto, Genita, y lo mejor seria que te trasladases a mi hotel.
– Pero no puedo hacerlo ahora, Luis. Iba a participar en la Procesion del Silencio.
– ?A que hora es?
– Los costaleros y los cofrades empezaran a reunirse a partir de las ocho y media, y el paso sale a las nueve. No volveremos hasta la una.
– En cierto modo, eso me favorece, Genita. Te propongo que al terminar la procesion, te vayas a mi hotel. Lo que tengas aqui, lo puedes retirar manana, durante el dia. Toma la tarjeta de mi habitacion. Avisare en el hotel que llegaras un poco despues de la una. Y ahora llevame a ver la sagrada cueva.
– Pero si ya la conoces, Luis. Sor Serena me dijo que te la enseno.
– Quiero volver alli. Haz como si me estuvieras mostrando el convento, como harias con cualquier visitante seglar.
Eugenia le condujo a la iglesia, que estaba desierta, y luego hasta el altar mayor, por el pasillo central. Bernal se asomo al rectangulo de cristal instalado al pie del ara, pero solo pudo a ver la vacia boca del pozo.
– Dudo de que este abierta la puerta de la cueva, Luis. Si quieres, llamare a sor Serena.
– Ni se te ocurra, Eugenia -replico el vivamente-. Bajo ningun concepto debes hablar de este asunto a ninguna persona de aqui, Mantente al margen, ?entendido?
Entraron en la sacristia, y Bernal probo la manija de la puerta metalica: no tenia echada la llave. Bajo la escalera, mientras Eugenia aguardaba indecisa en el umbral, y recorrio la cueva con la mirada. Advirtiendo entonces que la puerta situada a un extremo de la sacristia estaba entornada, entro en el pequeno vestuario, que registro, sin encontrar el traje de submarinista que habia visto alli en su primera visita. Examino el suelo. Daba la impresion de haber sido fregado hacia poco.
Desandando sus pasos, volvio a donde Eugenia esperaba abatida.
– ?Cuando viste a Elena Fernandez por ultima vez? -le pregunto a su mujer.
– Almorzamos juntas, Luis, pero luego me dijo que se iba a descansar a su celda.
– ?Y el padre Sanandres y sor Serena?
– Tambien asistieron al almuerzo.
– ?Falta alguien del convento?
– No, Luis, nadie. Aguarda… A sor Encarnacion hace dos dias que no la veo… Dice la portera que esta en su celda, en rigurosa penitencia, hasta manana.
– ?Da a la calle su celda?
– No sabria decirtelo. Los cuartos de las monjas son de clausura: no entro alli. Mi celda esta en la parte interior.
Bernal se daba cuenta de que debia oir cuanto antes lo grabado por Elena.
– Eugenia, tengo que marcharme ahora mismo. No olvides venirte al hotel tan pronto haya terminado la procesion. No vuelvas aqui. Pero voy a encargarte algo. Si no vieses a Elena Fernandez para visperas, dejamelo dicho en el Hotel de Francia y Paris. ?Querras hacerme ese favor?
– Desde luego. Pero ella dijo que nos acompanaria en la procesion.
– Yo estare al acecho, Genita. Volveremos a hablar cuando salgais. No iras a ponerte uno de esos capirotes, ?verdad? No sea que no te reconozca…
– Solo los cofrades los llevan. Nosotras iremos con este habito, y descalzas.
Bernal penso que su mujer se iba a dejar los pies en el adoquinado.
Los inspectores Lista y Miranda, agazapados junto al capitan Barba en un encinar, tenian enfocados los prismaticos hacia el Hotel Salineta.
– Antes de que ustedes llegaran, estuvieron haciendo practicas de tiro -les dijo Barba-. En la cantera abandonada que hay debajo del hotel.
– Y ahora estan jugando al tenis -comento Miranda-. ?Cuantos son?
– Aunque a mi todos los moros me parecen iguales, llevo contados quince, en inmejorable forma fisica.
– Creo que el jefe acierta al decir que son oficiales.
En la sinuosa carretera que partia de Chiclana, aparecio en ese momento un largo Cadillac.
– Vaya, tienen visitas -observo Barba.
Los policias se ocultaron en la espesura al pasar el resplandeciente automovil.
– La matricula es arabe -apunto Miranda.
El coche entro en el patio con palmeras que daba frente al hotel y fue a detenerse ante el portico del establecimiento. Dos arabes de chilaba se apearon del vehiculo. Les abrieron inmediatamente.
– Voy a hacer que mis hombres anoten la matricula y averiguen si entraron por Algeciras y cuando -dijo el capitan.
– Pero no use la radio, ?quiere? -pidio Miranda-. Deben tener intervenidas todas las comunicaciones de la Guardia Civil y la policia.
Elena Fernandez volvio lentamente en si, con la impresion de haber sonado que estaba presa en una oscura cueva de rezumantes paredes bajo la cual batian las olas. Se llevo una cautelosa mano a la frente, por ver si sangraba, pero la herida ya se habia secado. Le daba vueltas la cabeza, y si cerraba los ojos veia estrellas azules y blancas. Se incorporo despacio y se palpo las extremidades, por si tenia roto algun hueso.