modernas, o bien con la fachada arenada de una fabrica vieja transformada en un bloque de elegantes lofts urbanos.
Aunque se trataba de un tramo corto de la colina, le costo un gran esfuerzo subirlo. Hubo un tiempo en que podia correr como el viento, robar con confianza un bolso o un articulo de una tienda, pero ahora solo podia llevar a cabo una actividad fisica durante un breve periodo de tiempo sin extenuarse, aparte de las horas inmediatamente posteriores a un chute o cuando iba colocado de anfetas. Nadie se fijo en el, salvo dos policias de paisano sentados a una mesa en el abarrotado Starbucks, y que gozaban de una clara panoramica de los tejemanejes que tenian lugar en la calle a traves de la ventana.
Los dos, vestidos de forma desalinada, podrian haber pasado por estudiantes que alargaban el cafe tanto como podian. Uno, mas bajo y fornido, con la cabeza rapada y perilla, llevaba una camiseta negra y vaqueros rotos; el otro, mas alto, de pelo fino, vestia una camiseta ancha suelta sobre unos pantalones militares. Conocian de vista a la mayoria de los delincuentes de Brighton, y desde que ambos habian ingresado en el cuerpo la foto de Skunk permanecia colgada en una pared de la comisaria central, junto a las de otros cuarenta malhechores, aproximadamente.
Para la mayoria de la poblacion de Brighton y Hove, Skunk era practicamente invisible. Con el mismo estilo de vestir que en los primeros anos de su adolescencia, hoy en concreto una sudadera de nailon arrugada encima de una camiseta naranja andrajosa, pantalones de chandal y deportivas, las manos en los bolsillos y el cuerpo inclinado hacia delante, se fundia en la ciudad como un camaleon. Era el uniforme de su pandilla, la WBC -la Well Big Crew-, una banda rival de la TMC -la Team Massive Crew-. No eran tan sanguinarios como la TMC, cuyos ritos iniciaticos se rumoreaba que consistian en dar una paliza a un poli, violar a una mujer o apunalar a un desconocido inocente, pero a la WBC le gustaba dar una imagen amenazadora. Sus miembros merodeaban por zonas de tiendas con la capucha puesta, y robaban cualquier cosa que estuviera a mano, atracaban a cualquiera que fuera tan estupido como para quedarse aislado y se gastaban el dinero principalmente en drogas y alcohol. Ahora Skunk era demasiado viejo para formar parte de la banda, no en vano la mayoria de sus miembros eran adolescentes, pero seguia vistiendo igual y le gustaba la sensacion de pertenecer a algo.
Llevaba el pelo rapado -Bethany se lo cortaba cada vez que iba a verle- y una franja de vello estrecha e irregular le bajaba desde el centro del labio inferior hasta la base de la barbilla. A Bethany le gustaba, decia que le daba un aspecto misterioso, en particular si llevaba las gafas de sol purpuras.
Pero tampoco se miraba demasiado en los espejos. De nino, solia pasarse horas contemplandose, intentando no ser feo, tratando de convencerse de que no lo era tanto como decian su madre y su hermano. Ahora ya no le importaba. Le habia ido bien con las chicas. A veces su cara le asustaba, la tenia tan seca, tan ampollada, tan descarnada… Parecia colocada con calzador sobre los huesos del craneo.
Su cuerpo estaba pudriendose, no hacia falta ser un genio para verlo. No eran las drogas lo que te destruia, sino las impurezas con que las mezclaban los camellos deshonestos. La mayoria de los dias tenia mareos, le ardia la cabeza como si tuviera fiebre, como si viviera en una calima permanente en un momento y entre la niebla invernal despues. Tenia la memoria hecha una mierda; no era capaz de concentrarse el tiempo suficiente para ver una pelicula o un programa de television hasta el final. Le salian ulceras constantemente. No podia retener la comida en el cuerpo. Perdia la nocion del tiempo. Algunos dias ni siquiera podia recordar cuantos anos tenia.
«Veinticuatro», penso; o por ahi. Queria preguntarselo a su hermano, cuando lo llamo a Australia la noche anterior, pero no habia funcionado.
Fue su hermano, tres anos mayor y treinta centimetros mas alto que el, quien le puso el nombre de Skunk, y a el le gusto bastante. Las mofetas [1] eran unos animales mezquinos y salvajes. Andaban a hurtadillas, se defendian. Con las mofetas no se jugaba.
De adolescente, lo suyo eran los coches. Descubrio, sin pensar en ello realmente, que tenia facilidad para robarlos. Y cuando se corrio la voz de que podia mangar cualquier coche que quisiera, de repente vio que tenia amigos. Lo habian detenido en dos ocasiones, la primera vez le dejaron en libertad condicional y le prohibieron conducir, a pesar de que era demasiado joven para tener carne, y la segunda, con agravantes de agresion, lo recluyeron en una institucion para delincuentes juveniles durante un ano.
Y ahora, esa tarde, en el humedo papel doblado que tenia en su bolsillo, figuraba el encargo para otro coche. Un modelo nuevo de Audi A4 descapotable, automatico, con pocos kilometros, azul metalico, plateado o negro.
Se detuvo a respirar y de repente se apodero de el un miedo oscuro e indefinido que elimino de su cuerpo todo el calor del dia e hizo que se sintiera como si acabara de entrar en un congelador. Volvia a picarle la piel, igual que antes, como si un millon de termitas treparan por ella.
Vio la cabina telefonica. Necesitaba esa cabina. Necesitaba ese chute para centrarse, equilibrarse. Entro y el esfuerzo de tirar de la pesada puerta le dejo casi sin respiracion. «Mierda.» Se apoyo en la pared de la cabina; hacia calor y no corria el aire, estaba mareado, le fallaban las piernas. Descolgo el telefono, y sujetandose con una mano, saco una moneda del bolsillo, la introdujo en la ranura y marco el numero de Joe.
– Soy Wayne Rooney -dijo en voz baja, como si alguien pudiera oirle-. Estoy aqui.
– Dame tu numero. Ahora te llamo.
Skunk espero, cada vez mas nervioso. Al cabo de varios minutos, por fin sono el movil. Nuevas instrucciones. Mierda, Joe estaba volviendose paranoico. O tal vez habia visto demasiadas peliculas de James Bond.
Salio de la cabina, avanzo unos cincuenta metros, luego se detuvo y, tal como le habian ordenado, miro el escaparate de una tienda donde se cortaba gomaespuma por encargo.
Los dos policias seguian bebiendo sus cafes frios. El mas bajo y fornido, que se llamaba Paul Packer, cogio su taza tras introducir el dedo corazon en el asa. Ocho anos atras, en una refriega, Skunk le habia arrancado la parte superior del dedo indice de la mano derecha por debajo del primer nudillo.
Este era el tercer trapicheo que habian presenciado en la ultima hora. Y sabian que en estos momentos estaria sucediendo lo mismo en media docena de puntos conflictivos de todo Brighton. A cualquier hora del dia y de la noche. Intentar impedir el trafico de drogas en una ciudad como esta era como intentar frenar un glaciar lanzandole piedrecitas.
Para alimentar una adiccion a las drogas de diez libras al dia, un consumidor cometeria delitos por valor de tres a cinco mil libras al mes. No habia muchos consumidores que gastaran diez libras al dia; la mayoria necesitaba veinte, cincuenta, cien o mas. Algunos podian tener colocones de tres o cuatrocientas libras al dia. Y muchos intermediarios sacaban tajada. Las ganancias eran abundantes a lo largo de toda la cadena. Se hacian algunas detenciones, limpiaban las calles y al cabo de unos dias aparecian un monton de rostros nuevos, con nuevas existencias. Tipos de Liverpool. De Bulgaria. De Rusia. Todos tenian una cosa en comun: ganaban una pasta gracias a desgraciados como Skunk.
Pero Paul Packer y su companero, Trevor Sallis, no habian pagado cincuenta libras con fondos de la policia a un informador para que les ayudara a encontrar a Skunk y detenerlo por posesion. Era un personaje demasiado insignificante para tomarse esa molestia. Esperaban que los condujera a un tipo absolutamente distinto, de un nivel muy distinto.
Al cabo de unos momentos, un chico bajito y gordo de unos doce anos, cara redonda y pecosa y pelo corto de punta, que llevaba una camiseta de South Park, pantalones cortos y deportivas de baloncesto sin cordones, y que sudaba profusamente, se acerco a Skunk.
– ?Wayne Rooney? -pregunto el chaval, con voz chillona y confusa.
– Si.
El chico se saco de la boca un paquetito envuelto en celofan y se lo dio a Skunk, quien a su vez se lo metio en la boca y le entrego el Motorola. Segundos despues, el chico subia corriendo la colina. Y Skunk regresaba a su autocaravana.
Paul Packer y Trevor Sallis salieron por la puerta del Starbucks y le siguieron colina abajo.
Capitulo 25
El Centro de investigaciones de Sussex House ocupaba la mayor parte de la primera planta del edificio. Se accedia a el a traves de una puerta con un lector de banda magnetica situada al final de un area grande, en su mayor parte abierta, que albergaba los despachos de los jefes del Departamento de Investigacion Criminal y su