Estaba gastando algunos de sus dolares, libras, euros de tiempo. Mas valia gastarse el dinero; no podias llevartelo contigo.
Se llevo la mano a la boca y se la chupo unos momentos. El escozor seguia alli y no estaba seguro de si eran imaginaciones suyas, pero la hilera de minusculas marcas rojas, rodeadas por un cardenal tenue del color de una mancha de nicotina, parecia mas amoratada.
A poca distancia, un grupo de percusion tocaba musica caribena. Island in the Sun, isla soleada.
Una vez estuvo a punto de ir a una isla soleada. Estaba todo planificado y luego paso «eso». La vida se habia cagado en el desde una gran altura. Bueno, exactamente la vida no. No, no, no.
Solo uno de sus habitantes.
El aire tenia un sabor salado. Olia a cabos, oxido, barniz de barco y, cada pocos minutos, llegaba un hedor repentino y tenue, pero muy claro, a orina. Un rato despues de que se pusiera el sol, saldria la luna. Los hombres tambien se habian cagado en eso.
El recibo de su cuenta, ya pagada, estaba debajo del cenicero, ondeando como una mariposa moribunda en la suave brisa marina. Siempre estaba preparado, siempre listo para su siguiente movimiento. Nunca podia predecir cual seria. A diferencia del sol.
Se pregunto adonde iba ese disco ocre de gases silenciosos y achicharrantes e intento calcular mentalmente algunos de los husos horarios del mundo. Ahora mismo, a 21.700 kilometros de distancia, seria una bola carmesi, elevandose poco a poco en el horizonte en Sydney. Aun reluciria abrasador en lo alto del cielo de la tarde de Rio de Janeiro. Daba igual donde estuviera, nunca era consciente de su poder. Del poder que le daba a la gente. A diferencia de el, que si era consciente del poder que llevaba dentro.
El poder de la vida y de la muerte.
Perspectiva. Todo dependia de la perspectiva. La oscuridad de un hombre era la luz de otro. ?Como era posible que tanta gente no se percatara de ello?
?Esa chica estupida, sentada en la playa unos metros por delante de el, que miraba mas alla de los cuerpos tumbados en la playa, a la masa monotona, cambiante, del oceano? ?Las velas flojas de las yolas y las tablas de windsurf? ?Las manchas grises distantes de los buques cisterna y portacontenedores descansando, inmoviles, a lo lejos en el horizonte, como juguetes en una estanteria? ?Los banistas estupidos de ultima hora que chapoteaban en el inodoro asqueroso que imaginaban que era un mar puro y limpio?
?Sabia Sophie Harrington que esta era la ultima vez que veia todo aquello?
?La ultima vez que oleria los cabos alquitranados, la pintura de barca o la orina de desconocidos?
Toda la maldita playa era una alcantarilla de carne desnuda. Cuerpos con ropa escasisima. Blanca, roja, morena, negra. Exhibiendose. Algunas de las mujeres iban en topless, putas asquerosas. Observo a una que se paseaba, la cabellera pelirroja despeinada hasta los hombros, las tetas hasta el estomago, el estomago hasta la pelvis, bebiendo una botella de cerveza rubia o negra -estaba demasiado lejos para distinguirlo-, el culo gordo saliendo de una tela de nailon azul electrico, los muslos marcados por la celulitis. Se pregunto como le quedaria la mascara antigas con su pubis pelirrojo desgrenado aplastado en la cara de el. Se pregunto a que oleria ahi abajo. ?A ostras?
Entonces, centro la atencion de nuevo en la estupida chica que estaba sentada en la playa desde hacia dos horas. Ahora se levantaba, pisaba los guijarros, con los zapatos en la mano, haciendo una mueca de dolor con cada paso que daba. ?Por que, se pregunto, no se calzaba? ?Tan corta era realmente?
Le formularia la pregunta luego, cuando estuviera a solas con ella en su dormitorio y tuviera la mascara antigas en la cara, cuando su voz le llegara terrible y ominosa.
Tampoco es que le importara la respuesta.
Lo unico que le importaba era lo que habia escrito cuando tenia doce anos en el apartado en blanco para notas que cerraba su cuaderno escolar Letts azul. Ese cuaderno era una de las pocas posesiones que aun conservaba de su infancia. Estaba dentro de una pequena caja metalica donde guardaba aquellas cosas que tenian un valor sentimental para el. La caja se encontraba en un garaje, bastante cerca de aqui, que alquilaba por meses. De nino habia aprendido la importancia de hallar un espacio propio en este mundo, por muy pequeno que fuera. Donde poder guardar tus cosas. Sentarte y pensar.
Fue en un espacio privado que encontro cuando tenia doce anos donde se le ocurrieron por primera vez las palabras que anoto en su cuaderno:
Si realmente quieres hacer dano a alguien, no lo mates, eso solo duele un tiempo breve. Es mucho mejor matar aquello a lo que aman. Eso les dolera para siempre.
Repitio esas palabras una y otra vez, como un mantra, mientras seguia a Sophie Harrington, guardando una distancia prudente, como siempre. Ella se detuvo y se puso los zapatos, luego recorrio el paseo maritimo, pasando por delante de las tiendas con la fachada de ladrillo rojo del Arches, uno de cuyos locales era una galeria de artistas de Brighton, y luego por una marisqueria, se paro ante un grupo de percusion, vio una mina antigua de la Segunda Guerra Mundial que el mar habia arrastrado y que ahora estaba colocada sobre un pedestal, y una tienda que vendia sombreros de playa, cubos, palas y molinetes giratorios.
La siguio a traves de una muchedumbre despreocupada y bronceada, rampa arriba hacia la concurrida Kings Road, donde doblo a la izquierda, en direccion oeste, y dejo atras el Hotel Royal Albion, el Old Ship, el Odeon Kingswest, el Thistle, el Grand, el Metropole.
Con cada minuto que pasaba estaba mas excitado.
La brisa zarandeaba los laterales de su capucha y por un momento casi se la quito. La agarro con fuerza sobre su frente y saco el movil del bolsillo. Tenia que hacer una importante llamada de negocios.
Espero a que cruzara un coche de policia, la sirena ululando, antes de marcar, mientras seguia caminando, cincuenta metros detras de ella. Se pregunto si Sophie iria a pie hasta su casa o cogeria un autobus o un taxi. En realidad no le importaba. Sabia donde vivia. Tenia su propia llave.
Y disponia de todo el tiempo del mundo.
Luego, con una punzada de panico repentina, se dio cuenta de que habia olvidado en la terraza del bar la bolsa de plastico que contenia la mascara antigas.
Capitulo 31
Linda Buckley habia sido muy inteligente al ocupar un sillon de piel en el amplio vestibulo, elegante y comodo, del Hotel du Vin, penso Grace mientras entraba en el edificio con Glenn Branson. Estaba lo suficientemente cerca de la recepcion para escuchar si alguien preguntaba por Brian Bishop y disfrutaba de una buena vista de las personas que accedian al hotel y lo abandonaban.
La agente de Relaciones Familiares dejo a reganadientes el libro que estaba leyendo,
– Hola, Linda -la saludo Grace-. ?Es bueno el libro?
– ?Fascinante! -contesto ella-. Stephen, mi marido, estuvo en la marina mercante, asi que se un poquito de barcos.
– ?Esta nuestro huesped en su habitacion?
– Si. Hable con el hace una media hora, para ver como se encontraba. Maggie ha salido a hacer unas llamadas. Le hemos dado un respiro. Esta tarde ha sido bastante intensa, en particular en el deposito, cuando ha identificado a su mujer.
Grace inspecciono el concurrido vestibulo. Todos los taburetes de la barra de acero inoxidable, al fondo de la sala, estaban ocupados, igual que todos los sofas y sillas. Habia un grupo de hombres vestidos de esmoquin y mujeres en trajes de noche, como si estuvieran a punto de ir a un baile. No vio a ningun periodista.
– ?Aun no hay prensa?
– Por el momento, no -respondio-. Le he registrado con un nombre falso, Steven Brown.
Grace sonrio.
– ?Buena chica!
– Puede que con eso ganemos un dia -dijo Linda-. Pero llegaran pronto.
«Y con suerte, para entonces Brian Bishop ya estara encerrado en una celda», penso para si.