Grace se dirigia a las escaleras, cuando se detuvo. Branson estaba mirando con ojos sonadores a cuatro atractivas jovencitas que estaban sentadas en un sofa bebiendo cocteles. Grace movio una mano para distraer a su companero. Glenn se acerco a el de manera pensativa.

– Solo estaba pensando… -dijo el sargento.

– ?En piernas bellas?

– ?Piernas has dicho?

Por su mirada de perplejidad, Roy se percato de que su amigo no miraba ninguna chica; ni siquiera las habia visto. Simplemente miraba al vacio. Paso un brazo paternal y amistoso alrededor de la cintura de Branson. Delgada y dura como una roca gracias a las pesas, era como si tuviera un arbol joven y robusto dentro de su chaqueta, no el abdomen de un ser humano.

– Te recuperaras, colega -le dijo.

– Me siento como si estuviera viviendo la vida de otro… ?Sabes que quiero decir, tio? -dijo Branson mientras subian el primer tramo de escaleras-. Como si hubiera salido de mi vida y me hubiera metido en la de otro por error.

La habitacion de Bishop estaba en el segundo piso. Grace llamo a la puerta. No obtuvo respuesta. Llamo mas fuerte. Luego, dejando a Branson que esperara en el pasillo, bajo las escaleras y subio con el director de guardia, un hombre de treinta y pocos anos vestido con elegancia y que abrio la puerta con una llave maestra.

Estaba vacia. Hacia un calor sofocante y estaba vacia. Seguido de cerca por Branson, Grace cruzo la habitacion a grandes zancadas y abrio la puerta del bano. Estaba inmaculado, intacto, salvo por el hecho de que la taza del vater estaba levantada.

– ?Esta es la habitacion? -pregunto Grace.

– Por supuesto, senor, la habitacion del senor Steven Brown -afirmo el director.

Las unicas pistas de que alguien habia estado en aquel lugar en las ultimas horas eran una marca profunda en la colcha purpura, cerca de los pies de la cama, y una bandeja de plata en el centro del colchon con una taza de te frio, una tetera, una jarrita de leche y dos galletas en un paquete sin abrir.

Capitulo 32

Mientras caminaba por la acera larga y ancha del paseo maritimo de Kings Road, Sophie intentaba recordar que tenia en la nevera o el congelador para cenar. O que latas habia en el armario. No es que tuviera mucha hambre, pero sabia que debia comer algo. Un ciclista la adelanto ataviado con su casco y con ropa de lycra. Dos jovenes pasaron con sus monopatines.

Hacia un tiempo habia leido en una novela una frase que se le quedo grabada: «Las cosas malas suceden en dias hermosos».

Aquel 11 de septiembre hizo un dia hermoso. Era una de las cosas que mas le impresionaron de todas las imagenes, que el impacto de los aviones contra las torres no habria tenido la misma resonancia emocional si el cielo hubiera estado gris y hubiera lloviznado. Uno casi espera que pasen cosas malas los dias grises.

Hoy habia sido un dia de mierda por partida doble o quizas incluso triple. Primero la noticia de la muerte de la mujer de Brian, luego la frialdad de el cuando le llamo para intentar consolarle. Y ahora se daba cuenta de que todos sus planes para el fin de semana se habian ido al garete.

Paso una hilera de tumbonas y se acerco a una barandilla metalica color turquesa que daba a la playa, y apoyo los codos. Justo debajo de ella, en una superficie de gravilla que en su dia habia sido un estanque para barcos, varios ninos jugaban lanzandose unos a otros pelotas de vivos colores. Los padres charlaban a unos metros de distancia, vigilandolos atentamente. Ella tambien queria ser madre, queria ver a sus hijos jugando con sus amiguitos. Siempre habia imaginado que seria una buena madre. Sus padres habian sido buenos con ella.

Eran personas agradables, decentes, que seguian enamoradas despues de treinta anos de matrimonio; todavia se cogian de la mano cuando paseaban. Tenian una pequena empresa, importaban tapetes, servilletas y manteles de encaje hechos a mano en Francia y China y los vendian en ferias de artesania. Llevaban el negocio desde su casita situada en una pequena propiedad cerca de Orford, en Suffolk, utilizando un granero como almacen. Podia coger el tren e ir a verlos manana. Siempre se alegraban de que fuera un fin de semana, pero no estaba segura de si era el tipo de fin de semana que le apetecia.

En estos momentos no estaba nada segura de lo que queria. Sorprendentemente, solo sabia, por primera vez desde que lo conocia, que no era Brian. Hacia bien en no verla hoy. Y era imposible que ella se quedara sentada como un buitre, a la espera de que pasara el funeral y un periodo decente de duelo. Si, le gustaba. Le gustaba mucho, en realidad. De hecho, lo adoraba. La excitaba, en parte porque, de acuerdo, la halagaba tener a ese hombre mayor, sumamente atractivo y triunfador que la idolatraba, pero que tambien era un amante increible, aunque un poco pervertido. El mejor, de largo, que habia tenido en su vida, aunque su experiencia, lo reconocia, era limitada.

Una cosa que no acababa de comprender era que negara que anoche habian dormido juntos. ?Le preocupaba que le hubieran pinchado el telefono? ?Lo negaba por el dolor? Supuso que estaba aprendiendo, a medida que se hacia mayor, que a veces los hombres eran criaturas extranas. Quiza siempre.

Sophie alzo la mirada, mas alla de la zona de juegos, hacia la playa. Parecia llena de parejas: amantes besandose, acurrucandose, caminando cogidos del brazo, de la mano, riendo, relajandose, deseando que llegara el fin de semana. Aun habia muchas barcas en el mar. Las siete y veinte; todavia quedaba un rato de luz. Las tardes serian claras durante algunas semanas mas, antes de que la oscuridad invernal comenzara a ganar terreno.

De repente, sin motivo alguno, se estremecio.

Siguio caminando, pasando por delante de los restos del West Pier. Durante mucho tiempo penso que era una aberracion horrenda, pero ahora empezaba a gustarle bastante. Ya no le parecia un edificio que se habia derrumbado, sino que para ella la estructura ennegrecida por el incendio se asemejaba al torax de un monstruo surgido de las profundidades. Un dia la gente se quedaria paralizada al ver que todo el mar de la costa de Brighton se llenaba de estas criaturas, penso por un instante.

Que ideas tan raras se le ocurrian a veces… Quiza fuera porque leia demasiados guiones de terror. O quiza su conciencia la castigaba por obrar mal. Acostarse con un hombre casado. Si, estaba completa, absoluta y rematadamente mal.

Cuando se lo habia confiado a su mejor amiga, la primera reaccion de Holly habia sido de emocion. Jubilo de complicidad. El mejor secreto del mundo. Pero luego, como ocurria siempre con Holly -una persona practica a quien le gustaba pensar las cosas detenidamente-, aparecieron todos los puntos negativos.

En algun lugar, entre la tienda donde compro un aguacate maduro, unos tomates organicos y un envase de coctel de gambas del Atlantico y la puerta de su casa, habia tomado la decision, muy firme, de poner fin a su relacion con Brian Bishop.

Solo tendria que esperar al momento mas adecuado. Mientras tanto, recordo el mensaje de Holly que habia recibido por la manana, donde le hablaba de una fiesta para el dia siguiente por la noche. Seria lo mas sensato. Ir a la fiesta y socializar con gente de su edad.

Su piso estaba en la tercera planta de una casa adosada victoriana bastante maltrecha, justo al norte de la concurrida calle comercial de Church Road. La cerradura de la puerta principal estaba tan floja que cualquiera podia abrirla con un simple empujon brusco para hacer saltar los tornillos de la madera casi podrida. Su casero, un irani simpatico y diminuto, siempre le prometia que lo arreglaria, igual que la cisterna del bano, que goteaba, pero nunca lo hacia.

Abrio la puerta y la recibio el olor a moqueta humeda, un aroma tenue a comida china y un tufo fuerte a marihuana. Desde el otro lado de la puerta del piso de la planta baja salia la musica frenetica, fuerte y ritmica de un bajo. El correo estaba desparramado sobre la moqueta gastada del vestibulo, intacto en el mismo lugar donde habia caido por la manana. Se arrodillo y lo comprobo. El fajo habitual de menus de pizza, ofertas de rebajas estivales, folletos de conciertos, seguros del hogar y una tonelada de correo basura mas, con algunas cartas personales y facturas intercaladas.

De naturaleza ordenada, Sophie separo la correspondencia en dos montones, uno con el correo basura, otro

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