ancianos pobres. Ahora, a la izquierda de Grace, aparecio la parte de la ciudad que mas le gustaba, el Hove Lawns, una extension grande de hierba perfectamente cortada detras del paseo maritimo, con sus cabanas verdes y, un poco mas adelante, sus casetas en la playa.

De dia podia verse a muchos viejecitos. Hombres con blazers azules, zapatos de cuero, panuelos, dando paseos, algunos apoyandose en bastones o andadores. Viudas con reflejos azules en el pelo, rostros blanquecinos y labios de rubi que sacaban a sus pequineses, sujetando las correas con las manos enfundadas en impecables guantes blancos. Figuras encorvadas con pantalones de franela blancos que se movian lentamente por las pistas de cesped donde se jugaba a la petanca. Y, cerca, sin prestarles atencion, como si hubieran muerto hacia ya mucho tiempo, grupitos de adolescentes se aduenaban de una parte del paseo, con iPods, patines en linea y monopatines, jugando al voleibol, daban rienda suelta a su juventud absoluta e inexperta.

A veces se preguntaba si el llegaria a viejo. Como seria. Estar jubilado, cojear, sentirse confundido por el pasado, apabullado por el presente y con un futuro basicamente irrelevante. Que alguien empujara tu silla de ruedas, una manta sobre las rodillas, otra sobre la mente. Sandy y el a veces solian bromear al respecto. «Prometeme que no babearas nunca, Grace, por muy chocho que estes», solia decirle. Pero era una broma comoda, el tipo de cona que compartian dos personas contentas, felices ante la perspectiva de envejecer, siempre que pudieran recorrer ese camino juntas. Otra razon por la que era incapaz de comprender su misteriosa desaparicion.

Munich.

Tenia que ir. Como fuera, tenia que ir hasta alli, y deprisa. Se moria por subirse a un avion, pero no podia. Tenia responsabilidades con el nuevo caso, las primeras veinticuatro horas resultaban cruciales. Ademas, sentia el aliento de Alison Vosper en su cogote… Tal vez, si las cosas iban, bien podria partir el proximo domingo. Ir y volver el mismo dia. Quiza podria arreglarselas con eso.

Solo habia un problema mas: ?que iba a decirle a Cleo?

Glenn Branson tenia el movil pegado a la oreja, a pesar de estar conduciendo. De repente, con tristeza, lo apago y se lo guardo de nuevo en el bolsillo superior.

– Ari no me lo coge -gruno, elevando la voz por encima de la musica que sonaba en la radio del coche-. Solo quiero darles las buenas noches a los ninos. ?Que crees que deberia hacer?

El sargento habia escogido una emisora local de pop. Un grupo del que Grace nunca habia oido hablar cantaba una cancion rap espantosa, a un volumen mucho mas alto de lo que sus oidos podian soportar.

– ?Para empezar baja eso!

Branson obedecio.

– ?Crees que tendria que pasarme…, cuando acabemos, quiero decir?

– Dios mio -dijo Grace-. Soy la ultima persona del planeta a quien pedir consejos matrimoniales. Mira que desastre de vida tengo yo.

– Bueno, es distinto. Quiero decir que, bueno, podria ir a casa, ?no?

– Legalmente, tienes derecho.

– No quiero montar una escena delante de los ninos.

– Creo que deberias dejarle espacio. Dale un par de dias, a ver si te llama.

– ?Seguro que no te importa que me quede en tu casa? ?No estare cortandote el rollo ni nada? ?Te parece bien?

– Por supuesto -dijo Grace, apretando los dientes.

Branson, que percibio una ausencia de entusiasmo en su voz, dijo:

– Podria ir a un hotel, si lo prefieres.

– Eres mi amigo -dijo Grace-. Los amigos cuidan los unos de los otros.

Branson giro a la derecha en una calle ancha y elegante, flanqueada a ambos lados de casas adosadas de la Regencia que en su dia fueron esplendidas. Redujo, luego paro delante de los tres portales del Lansdowne Place Hotel, apago el motor y, gracias a Dios, penso Grace, quito la musica. Luego desconecto las luces.

Poco tiempo atras, este lugar habia sido un viejo vertedero de dos estrellas, habitado por un punado de huespedes ancianos y algunos turistas pobres que optaban por viajes organizados de bajo presupuesto. Ahora lo habian transformado en uno de los hoteles mas modernos de la ciudad.

Bajaron del coche y entraron deslumbrados por un derroche kitsch de velveton purpura, cromo y dorado; se dirigieron al mostrador de recepcion. La recepcionista, alta y escultural, que llevaba una blusa negra y un flequillo negro a lo Bettie Page, los saludo con una sonrisa. La chapa dorada de la solapa decia: «GRETA».

Grace le mostro su placa.

– Soy el comisario Grace del Departamento de Investigacion Criminal de Sussex. A mi companero y a mi nos gustaria hablar con un huesped que se registro hace un rato. El senor Brian Bishop.

Su sonrisa adquirio los movimientos de un globo deshinchandose mientras miraba la pantalla del ordenador y pulsaba el teclado.

– ?El senor Brian Bishop?

– Si.

– Un momento, caballeros. -Levanto el telefono y pulso un par de numeros. Al cabo de un minuto mas o menos, colgo el auricular-. Lo siento, parece que no contesta.

– Estamos preocupados por esta persona. ?Podriamos subir a su habitacion?

La chica se sintio totalmente desconcertada.

– Tengo que hablar con el director -respondio.

– De acuerdo -contesto Grace.

Cinco minutos despues, por segunda vez en una hora, se encontro entrando en otra habitacion de hotel vacia.

Capitulo 36

Skunk siempre estaba en su despacho los viernes por la noche, cuando estaban disponibles las ganancias mas sustanciales de la semana. La gente que salia a pasarlo bien era despreocupada -y descuidada-. A las ocho, los aparcamientos del centro de la ciudad estaban casi al limite de su capacidad. Ciudadanos locales y visitantes se empujaban por las calles viejas y estrechas de Brighton, abarrotaban los pubs, bares y restaurantes, y mas tarde, los mas jovenes, colocados y borrachos, comenzarian a hacer cola en las discotecas.

Una bolsa grande del Tesco se balanceaba en su brazo mientras avanzaba lentamente a traves de la ingente muchedumbre, abriendose paso a veces por entre las mesas de las terrazas abarrotadas. Mil aromas tenian el aire calido del centro. Colonias, perfumes, humo de tabaco, gases de tubos de escape, aceite de oliva y especias que se doraban en las sartenes y el fuerte olor a salitre. Con la mente en otra parte, apago el parloteo, las risas, el clac-clac-clac de los tacones altos caminando por el adoquinado, el rugido de la musica procedente de las puertas y ventanas abiertas. Aquella noche solo se fijo vagamente en los Rolex que lucian munecas bronceadas, los broches, collares y anillos de diamantes, los bultos de las chaquetas de los hombres, que delataban donde habia una cartera llena de billetes que esperaba a que alguien la cogiera.

Aquella noche tenia cosas mas importantes que hacer.

Mientras bajaba por East Street, se sentia como si le empujara la marea. Giro a la derecha, paso por delante del restaurante Latin in the Lane, detras del Thistle Hotel, luego doblo a la derecha al llegar al paseo maritimo, eludiendo a una adolescente que se peleaba con gritos y lagrimas con un chico con el pelo de punta; dejo atras el Old Ship, el Brighton Centre y los elegantes hoteles Grand y Metropole -en ninguno de los cuales habia estado-. Por fin, pegajoso por el sudor, llego a Regency Square.

Evitando la salida-entrada del aparcamiento, donde estaba sentado un empleado, se dirigio a la parte de arriba de la plaza, luego bajo los escalones de hormigon que apestaban a orina y accedio al centro del segundo nivel del aparcamiento. Con el dinero que iba a sacar con este trabajo, se compraria otra bolsita de caballo y luego cualquier otra cosa que le ofrecieran, mas tarde, aquella misma noche, en alguna discoteca. Lo unico que tenia que hacer era encontrar un coche que encajara con el de la lista de la compra que llevaba doblada en el bolsillo de los pantalones.

Dentro de la bolsa de plastico habia varias matriculas, copiadas del modelo que habia visto antes. Cuando

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