– ?Y si hubiese hojeado un viejo Libro Azul?
Nego con la cabeza.
– A Sherry no le gustaban los libros, no leia… nunca aprendio a leer correctamente. Fue algun tipo de bloqueo, que los tutores no pudieron superar.
– Pero, de todos modos, Kruse lo descubrio. ?Como?
– No tengo ni idea.
Pero yo si la tenia: encontrandose a su antigua paciente en una Jornada de Carreras de una universidad. Y averiguando que no era su antigua paciente, sino una copia de papel carbon, una copia de espejo.
– Me sangro durante anos -prosiguio ella-. Espero que este abrasandose en el fuego eterno.
– ?Y por que no le arreglo ese asunto su hermano Billy?
– No… no lo se. Se lo conte a Billy, y siempre me dijo que tuviera paciencia.
Me dio la espalda. Le servi mas martini, pero no se lo bebio, se limito a aferrar con mas fuerza el vaso y enderezar su postura. Sus ojos se cerraron y su respiracion se hizo mas profunda. Tenia la tolerancia del alcoholico habitual, pero no pasaria mucho antes de que se quedase traspuesta. Estaba pensando mi siguiente pregunta para que causase el maximo impacto, cuando se abrio la puerta.
Dos hombres entraron en el solarium. El primero era Cyril Trapp con camisa de polo blanca, bien planchados tejanos de marca, zapatos de piel cara y una chaqueta negra Members'Only. El estilo casual de California, que era estropeado por la tension en su rostro manchado de blanco y por el revolver de acero azulado que llevaba en su mano derecha.
El segundo hombre mantenia sus manos en los bolsillos mientras examinaba la habitacion con el ojo experto de un detective profesional. Mayor que el otro, a mediados de los sesenta, alto y ancho, con grandes huesos almohadillados por prieta grasa. Vestia un traje tipo Oeste, color gamuza, camisa de seda marron, corbata de tiras sujeta por un prendedor que era un gran topacio ahumado, botas de piel de lagarto color mantequilla de cacahuete y un sombrero de vaquero de paja. El tono de su piel hacia juego con el de las botas. Unos quince kilos mas pesado que Trapp, pero con la misma mandibula de hacha y delgados labios. Sus ojos se clavaron en mi. Su mirada era la de un naturalista estudiando algun especimen raro, pero repugnante.
– Senor Hummel -dije-. ?Que tal van las cosas por Las Vegas?
No me contesto, simplemente movio los labios en el modo en que lo hacen los que usan dentadura postiza.
– ?Callate! -me dijo Trapp, apuntandome a la cara con la pistola-. Pon las manos en la nuca y no te muevas.
– ?Amigos suyos? -le pregunte a Hope Blalock, quien nego con la cabeza. Sus ojos echaban chispas por el miedo.
– Estamos aqui para ayudarla, senora -dijo Hummel. Su voz era el bajo profundo de los malos de pelicula, estropeada por el tabaco y la bebida, y por el aire del desierto.
Ramey entro, todo el impoluto sarga negra y blanco almidonado.
– Todo esta bien, senora -dijo-. Todo esta en orden.
Me miro con airada furia y no tuve duda de quien habia llamado a los matones.
Trapp se adelanto y ondeo el revolver.
– Pon esas manos en la nuca.
No me movi lo bastante deprisa como para complacerle y me apreto con violencia el arma contra la nariz.
Hope Blalock jadeo. Ramey fue a su lado.
Trapp puso algo mas de peso tras el arma. Mirar al duro metal me hizo bizquear los ojos. En movimiento reflejo, aprete los musculos. Trapp empujo mas fuerte.
Royal Hummel le dijo:
– Tranquilo.
Se situo a mi espalda. Oi rascar metal y note algo frio rodeandome las munecas.
– ?No estan demasiado apretadas, hijo?
– Perfectas,
– Cierra tu jodida boca -me advirtio Trapp.
Hope Blalock parpadeo.
– Tranquilo C.T. -dijo Hummel y me dio unas palmadas en la parte de atras de la cabeza. Su toque me molesto mas que el de la pistola-. Cierra los ojos, hijo.
Le obedeci. La presion del revolver fue reemplazada por algo apretado y elastico que me rodeaba la cabeza. Y que me vendaba los ojos con tanta fuerza, que no podia abrirlos. Unos fuertes brazos me agarraron por los sobacos. Fui alzado, de modo que solo las puntas de mis zapatos tocaban el suelo, e impulsado hacia adelante como una cometa por un fuerte viento.
Era una casa muy grande. Me arrastraron durante largo tiempo, antes de que oyera abrirse una puerta y notase aire caliente en la cara.
Trapp se echo a reir.
– ?Que? -le pregunto su tio, convirtiendo la silaba en dos.
– Estaba pensando en como hemos cazado a este payaso. Es como en las novelas de crimenes…, «ha sido el mayordomo».
33
Me registraron, confiscaron mi reloj, llaves y cartera, y me metieron en un coche que olia a nuevo. - Acomodate, hijo -me dijo Hummel, colocandome en el asiento trasero y quitandome las esposas. Cerro la puerta de golpe. Le oi dar la vuelta para ir al frente; luego se puso en marcha el motor… con sordina, como si yo tuviera algodon en los oidos.
Levante un poco el vendaje de un ojo, e inspeccione el interior del coche: tenia ventanillas oscurecidas, que solo dejaban entrar atisbos de luz. Una particion de cristal negro sellaba la parte de atras del coche. Era una celda tapizada de vinilo gris: un asiento duro como una piedra, alfombrado de nailon, techo de tela. No habia luz en el techo, ninguna ornamentacion, y tampoco clave alguna de que clase de coche se trataba. Por el estilo parecia un coche economico, de tamano medio, hecho en los Estados Unidos: uno de los modelos mas baratos de la Ford, Dodge u Oldsmovile, pero con una peculiaridad… no habia manijas en las puertas. Ni ceniceros o cinturones de seguridad. Y nada de metal.
Pase las manos por las puertas, tratando de hallar algun cierre oculto. Nada. Un golpe seco en la particion no obtuvo respuesta. La prision de San Quintin sobre ruedas.
Comenzamos a movernos. Me quite del todo el vendaje. Era un elastico negro, grueso, sin marcas de ninguna clase. Ya hedia del miedo que habia en mi sudor. Oi el golpear de la grava, pero ahogado, como el encendido. El coche estaba aislado de ruidos.
Aprete la cara contra el espejo, pero solo vi mi reflejo contra el oscurecido cristal. Y no me gusto el aspecto que tenia.
Fuimos tomando velocidad. Lo note del mismo modo en que uno nota la aceleracion en un ascensor: por un tiron de las tripas. Aislado del mundo, solo podia escuchar a mi propio miedo…, era como si me hallase en una cripta.
Un subito giro hizo que me deslizara por el asiento. Cuando el coche se estabilizo, le di una patada a la puerta. Luego, le di otra patada, de karate, con mucha fuerza. Nada. Di punetazos a la ventanilla hasta que me hicieron dano los punos, ataque a la particion. Ni siquiera note una vibracion.
Supe entonces que estaria alli tanto tiempo como ellos deseasen que estuviese. Note una constriccion en el pecho. Cualquier sonido de la carretera que dejase pasar el aislamiento era tapado por el latir de mi corazon.
Me habian privado sensorialmente; la clave era, pues, recuperar mi orientacion. Busque signos de direccion mentales; la unica cosa que me quedaba era el tiempo. Pero no tenia reloj.
Comence a contar: Mil uno. Mil dos. Me acomode para la duracion del viaje.