senor Vidal?
– No, eso es incorrecto… pero, claro, usted solo ha visto una parte del todo.
– ?Y me va a mostrar usted ese todo?
– Si. -Tos-. Pero tiene que darme su palabra de que dejara de husmear, que permitira que, por fin, las cosas descansen.
– ?Y por que fingimos que tengo eleccion? -le replique-. Si no le doy lo que usted quiere, siempre puede aplastarme como a un bicho. Del mismo modo en que aplasto a Seaman Cross, Eulalee y Cable Johnson, Donald Neurath, los Kruse.
Estaba divertido.
– ?Cree usted que yo he destruido a toda esa gente?
– Usted, la Magna… ?que diferencia hay?
– ?Ah… la gran empresa estadounidense, vista como la nueva reencarnacion de Satanas!
– Solo esta empresa en particular.
Su risa era debil y siseante.
– Doctor, aunque tuviera algun interes en…
– ?Como?
– Oh, si. Hubo alguien que lo queria a usted mucho. Una persona encantadora y amable… por quien ambos sentiamos afecto.
No el bastante afecto como para impedirle borrar su identidad.
– Vi a ese alguien hablandole en aquella fiesta -le dije-. Deseaba algo de usted. ?Que era?
Los palidos ojos se cerraron. Se apreto las sienes con los dedos.
– De Holmby Hills a Willow Glen -dije-. Quinientos dolares al mes, en un sobre sin marca alguna. No suena como si usted le tuviera
Abrio los ojos.
– ?Quinientos? ?Eso es lo que le dijo Helen?
Lanzo otra risa silbante, rodo su silla hacia atras, puso los pies sobre su escritorio. Vestia pantalones negros de pana, zapatos castanos de piel de cordero, con calcetines de cuadros escoceses. Las suelas de sus zapatos estaban pulimentadas, sin marcas, como si jamas hubieran tocado el suelo.
– De acuerdo -dijo-. Basta ya de rodeos. Digame lo que usted cree que sabe… y yo corregire sus errores.
– Lo que quiere decir que asi averiguara hasta que punto puedo causarles problemas y luego actuara en consecuencia.
– Comprendo el motivo por el cual usted puede verlo asi, doctor. Pero lo que realmente deseo es ofrecerle algo de educacion preventiva… dandole a usted una vision completa, para que asi no tenga ya ninguna
Silencio.
– Si mi oferta no le atrae, hare que lo lleven inmediatamente de vuelta a casa.
– ?Que posibilidades tengo de llegar alli con vida?
– Un ciento por ciento. A menos que Dios decida otra cosa.
– O Dios haciendose pasar por la Magna Corporation.
Se echo a reir.
– De eso me he de acordar. Entonces, doctor, ?que hacemos? Usted elige.
Estaba a su merced. El seguirle la corriente significaba enterarse de mas cosas. Y ganar tiempo. Asi que le dije:
– Adelante. Eduqueme senor Vidal.
– Excelente. Hagamoslo como caballeros, mientras cenamos. -Apreto algo en la parte delantera de su escritorio. La pared con la coleccion de armas hizo una media rotacion, revelando un estrecho pasadizo con una puerta mosquitera que se abria al exterior.
Salimos a un largo patio cubierto, sostenido por columnas de madera de color gris marron y pavimentado con baldosas mexicanas color oxido. Unas buganvilias arreladas en macetas de barro reptaban en derredor de las columnas y llegaban hasta el techo, en donde se desparramaban. Cestas de mimbre con colas de burro y plantas jade colgaban de las vigas. Una gran mesa redonda estaba cubierta con tela de damasco azul cielo y preparada para dos: platos de arcilla, cuberteria de plata labrada, copas de cristal tallado y un centro de hierbas secas y flores. Habia estado seguro de lo que yo iba a elegir.
Un camarero mexicano aparecio de la nada y me sostuvo la silla. Pase junto a el, segui mas alla, cruzando el patio, y sali al aire libre. La posicion del sol me decia que se aproximaba el crepusculo, pero el calor era mas propio del mediodia.
Camine hasta estar lo bastante lejos del edificio
Mis ojos bajaron hasta fijarse en un punto en especial del cesped, buscando alli un banco de jardin, en madera. Nada. Pero, de todos modos, mi memoria colocaba uno alli.
Un lugar donde posar para una foto.
Dos ninitas vestidas de vaqueras, comiendo helado.
Mire hacia atras, a Vidal. Se habia sentado y estaba abriendo su servilleta, diciendole algo al camarero, mientras este le llenaba el vaso de vino.
El camarero lanzo una carcajada, lleno mi vaso y se marcho.
El antes llamado Billy el Celestino me mostro mi silla con la mano.
Le eche otra mirada a las montanas, y ahora solo vi piedra y arena. El juego de las luces y las sombras sobre una superficie inanimada.
Todos los recuerdos borrados.
Vidal me llamo con un gesto.
Camine de regreso al patio.
34
Vidal comia con ferocidad, de un modo obsesivo, cual si fuera una cobra de impecables modales. Atacando a su comida, cortandola en pedacitos y triturandola, machacandola, hasta convertirla en una masa blanda, antes de ingerirla. Nos sirvieron, guacamole, ostentosamente mezclado junto a la mesa por el camarero, usando un burdo almirez y su maja, ambos de piedra. Una ensalada de plantas silvestres y cebollas escabechadas. Tortillas de maiz caseras, mantequilla recien hecha, filetes de pez espada a la barbacoa, con seis clases de salsa, lomo de cerdo rustido con algun tipo de salsa dulce y picante a la vez. Un Chardonnay y un Pinot Noir, que el se preocupo de informarme que estaban criados en una bodega de Sonoma propiedad de la Magna y que se trataba de una reserva especial, exclusivamente dedicada a su propio consumo.
Un par de veces le vi hacer una mueca tras tragar, y me pregunte cuanto de su placer era gustatorio y cuanto agradecimiento de que su boca aun siguiese funcionando.
Habia aceptado una segunda porcion de cerdo, antes de darse cuenta de que mi comida permanecia sin tocar.
– ?No es de su gusto, doctor?
– Preferiria ser informado en vez de comer.
Sonrisa. Corta. Machaca. Una picadora humana.
– ?Donde estamos? -pregunte-. ?En Mexico?