– Vale.

– ?Prometido?

– ?Si!

– ?Eso era la dos?

– La uno be. La dos es decirme todo lo que haya averiguado acerca de la conexion entre Ransom y Kruse.

– Solo lo que ya le he dicho: la tesina. El fue su supervisor. Tenian una oficina juntos en Beverly Hills.

– ?Eso es todo?

– Eso es todo.

La estudie el tiempo suficiente como para decidir que me la creia.

– ?Y la tres? -me pregunto.

– ?De que iba la tesina?

– Ya le he dicho que solo le he dado una mirada.

– Digame lo que ha mirado.

– Era algo acerca de los gemelos… de los gemelos y las personalidades multiples y, creo, la integridad del ego. Usaba mucha jerga.

– El tres es hacerme una fotocopia.

– Ni hablar, yo no soy su secretaria.

– Correcto. Devuelvala a donde la ha hallado, probablemente sera en la biblioteca de publicaciones de psico en la universidad, y yo mismo me hare una copia.

Alzo una mano.

– ?Oh, que infiernos! Manana le traere una fotocopia.

– Nada de visitas -le recorde-. Enviela por correo… urgente.

Le escribi mi numero de apartado postal y se lo di. Lo coloco entre las paginas del libro de Wambaugh.

– Mierda -dijo-. ?Es usted asi de autoritario con sus pacientes?

– Asi son las cosas -le dije-. Hemos hecho un trato.

– ?Vaya trato! Al menos usted ha sacado algo. Yo no he conseguido una jodida cosa que no sean promesas.

Puso cara seria.

– Sera mejor que cumpla con su parte, doctor Delaware. Porque, de un modo u otro, voy a conseguir mi historia.

– Cuando tenga algo publicable, usted sera la primera persona a la que llame.

– Y una cosa mas -anadio, ya medio fuera-. No soy una maldita quinceanera. Tengo veintiuno. Cumplidos ayer.

– ?Feliz cumpleanos! -le dije-. Y que cumpla muchos mas.

Despues de que se hubo ido, llame a San Luis Obispo. Me contesto Robin.

– Hey, soy yo -le dije-. ?Eras tu, hace unos minutos?

– ?Como lo has adivinado?

– La persona que cogio el telefono me dijo que habia llamado una mujer irritada.

– ?La persona?

– Una cria periodista, que me esta dando la lata para que le conceda una entrevista.

– ?Cria como cuando se tienen doce anos?

– Cria como cuando se tienen veintiuno. Dientes de conejo, pecas, latiguillos al hablar.

– ?Por que sera que te creo?

– Porque soy un santo varon. Me encanta oirte. Queria llamarte…, cada vez que cuelgo lamento la forma en que se ha desarrollado la conversacion. Se me ocurren todas las cosas correctas que decirte, pero ya es demasiado tarde.

– Eso mismo me sucede a mi, Alex. El hablar contigo ha sido como caminar por un campo de minas. Como si fueramos ingredientes letales, que no pudieran ser mezclados sin estallar.

– Lo se -dije-. Pero quiero creer que no tiene por que ser asi. No siempre fue asi.

No dijo nada.

– Venga ya, Robin. Antes fue bueno.

– Claro que si… y buena parte de ello fue maravilloso. Pero siempre habia problemas. Quiza toda la culpa fuera mia…, siempre me quedaba las cosas dentro. Lo siento.

– No sirve de nada echarse las culpas. Lo que yo quiero es hacerlo mejor, Robin. Y estoy dispuesto a trabajar en ello.

Silencio.

Y luego dijo:

– Ayer fui a la tienda de papa. Ma la ha conservado tal cual estaba cuando el murio. No falta ni una herramienta de su sitio, tal como si fuera un museo. El Museo Joseph Castagna. Ella es asi: nunca suelta nada, nunca comercia con nada. Me encerre dentro, me quede alli, simplemente sentada, durante horas, oliendo el barniz y el serrin, pensando en el. Y luego en ti. Lo parecidos que sois los dos: bienintencionados calidos pero dominantes…, tan fuertes, que os haceis cargo de las situaciones. Le hubieras caido bien, Alex. Hubierais entrado en conflicto: como dos toros resoplando y rascando el suelo con la pezuna… pero, al cabo, los dos habriais sido capaces de reiros juntos.

Ella misma se echo a reir, luego a llorar.

– Sentada alli, me di cuenta de que parte de lo que me habia atraido a ti era la similitud… lo muy parecido que eras a papa. Incluso fisicamente: el cabello rizado, los ojos azules. De joven era guapo, con el mismo tipo de apostura que tu tienes. Vaya examen de mi interior, ?eh?

– A veces resulta dificil ver este tipo de cosas. Dios sabe que se me han escapado un monton de cosas evidentes.

– Supongo que si. Pero no puedo evitar sentirme estupida. Quiero decir que yo venga ir hablando de independizarme y de establecer mi identidad, venga estar resentida contigo por ser fuerte y dominante, y durante todo ese tiempo he deseado que se ocupasen de mi, tener de nuevo un papaito… Dios, como lo echo de menos, Alex, y tambien te echo de menos a ti, y ambas cosas se estan mezclando en un unico dolor.

– Vuelve a casa -le dije-. Podremos enfrentarnos a ello.

– Quiero hacerlo, pero no. Me temo que todo vuelva a ser igual a como era antes.

– Haremos que sea diferente.

No me contesto.

Una semana antes la hubiera presionado. Ahora, con los fantasmas pisandome los talones, le dije:

– Te quiero aqui y ahora mismo, pero tu tienes que hacer lo que creas que es mejor para ti. Tomate el tiempo que necesites.

– De veras que te agradezco que me digas eso, Alex. Te amo.

– Yo tambien te amo.

Oi un crujido, me volvi y vi a Milo. Me saludo y se retiro apresuradamente de la cocina.

– ?Alex? -pregunto Robin-. ?Sigues ahi?

– Es que acaba de entrar alguien.

– ?La pequena joven de dientes de conejo?

– El grandote del senor Sturgis.

– Dale todo mi carino. Y pidele que te mantenga alejado de cualquier problema.

– Lo hare. Cuidate.

– Tu tambien, Alex. En serio. Te llamare pronto. Adios.

– Adios.

El estaba en la biblioteca, hojeando mis libros de psico, simulando que le interesaban.

– Hola sargento.

– Ha sido una metedura de pata de primera division -me dijo-. Pero la jodida puerta de la calle estaba abierta. ?Cuantas-veces-no-te- habre-reganado-por-eso?

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