padres lo bastante jovenes como para ser llamados chavales, acarreando manadas de querubines de pelo negro.
– Este si que es un buen publico -comente.
Asintio con la cabeza.
– La crema de la crema… y lo digo en serio: estos pobres diablos les entregan todo lo que tienen a los malditos
Pasamos por la zona de hospitales que se extiende entre Edgemont y Vermont, y cruzamos frente al Pediatrico del Oeste, en donde yo habia pasado una parte tan importante de mi vida.
– ?A donde vamos? -pregunte.
– Tu conduce. -Apago el cigarro en el cenicero-. Escucha, hay algo mas que debo decirte. Despues de que te deje anoche, fui hasta Newhall y hable con la chica de Rasmussen… Seeber.
– ?Como la encontraste? No te di ni su nombre.
– No te preocupes, tu virtud sigue incolume. En la oficina del sheriff de Newhall le tomaron declaracion respecto al accidente. Alli obtuve su nombre y direccion.
– ?Que tal le va?
– Parece haberse recuperado bien; ya tiene a otro tipo viviendo con ella. Un casanova chupado, con ojos de drogata y brazos llenos de puntadas, que se creyo que yo estaba haciendo una redada de droga y ya estaba medio fuera de la ventana antes de que pudiese calmarlo.
Se estiro y bostezo.
– De todos modos, le pregunte a la chica si Rasmussen habia estado trabajando mucho en los ultimos tiempos. Me dijo que no, que su mal caracter lo habia metido en demasiadas peleas y que nadie lo queria en su equipo. Ella habia estado ganando dinero por los dos en los ultimos seis meses, con ese trabajo del camion de las cucarachas. Cuando le solte lo de los mil pavos que el la habia dejado en la almohada, casi se mea en las bragas. Aunque el sheriff le habia devuelto el dinero, estaba aterrada de que yo lo fuese a confiscar… lo que aun le quede; seguro que el drogata ya se ha pinchado en el brazo la mayor parte de la pasta.
»El caso es que la calme, le dije que si cooperaba se lo podia quedar, que incluso se podia quedar el
– ?Cuanto tiempo era eso de ultimamente?
– Hace un par de semanas. Al menos una semana antes de que todo el mundo empezara a morir.
Segui conduciendo, mas alla del distrito de Silverlake y Echo Park, hacia el extremo oeste del centro de la ciudad, en donde se alzan los rascacielos, entre una marana de pasos elevados de las autopistas y callejuelas traseras, centelleando en plata y bronce contra un cielo con fondo de barro.
– Si eso fue pasta contante y sonante por un asesinato -dijo-, ya sabes lo que eso significa: premeditacion… que alguien habia estado planeando ese contrato. Arreglandolo.
Me dijo que girase hacia la izquierda en un callejon sin nombre que iba hacia el norte de Sunset y se abria paso entre dos almacenamientos al aire libre de suministros para la construccion. Pasamos junto a contenedores de desechos llenos hasta casi derramarse, paredes traseras de edificios cubiertas de graffittis, montones de pedazos de contrachapado, ventanas rotas y cajas de embalaje destrozadas. Otro medio kilometro y estabamos ondulando sobre asfalto cuarteado a traves de terrenos desocupados, llenos de malas hierbas. En la parte mas lejana de esos terrenos se veian chabolas que parecian a punto de derrumbarse. El callejon trazaba un angulo y se convertia en un camino de tierra. Cincuenta metros mas alla terminaba en una pared de ladrillos. A la izquierda mas hierbajos, a la derecha una vista lejana de la autopista, alla abajo.
– Aparca -me dijo Milo.
Bajamos. A pesar de lo alto que estabamos se oia rugir el trafico en la interseccion de autopistas.
La pared de ladrillos estaba coronada por alambre de espinos. Cortando la pared habia una puerta de madera, de parte superior redondeada, que habia sido pulimentada por el tiempo y los elementos. Ni cerradura, ni manija. Solo un herrumbroso clavo, hundido en la madera. A su alrededor, una tira de cuero anudada. Y, colgando de la tira, una oxidada campana de vaca. Un cartel sobre la puerta indicaba RUE DE OSCAR WILDE.
Alce la vista hacia el alambre de puas y pregunte:
– ?Donde estan los nidos de ametralladoras?
Milo fruncio el ceno, tomo un pedrusco y golpeo con el la campana. Emitio un tanido apagado.
De inmediato, del otro lado del muro nos llego una creciente algarabia de sonidos de animales: perros, gatos… montones de ellos. Y sonidos de granja: cloqueos de gallinas. Balidos de cabra. Los animales se acercaron y se fueron haciendo mas y mas sonoros… tanto, que casi no dejaban oir los ruidos de la autopista. Las cabras eran las mas escandalosas. Me hicieron pensar en ritos del vudu, y se me pusieron de punta los pelillos de la nuca.
– No me diras que no te llevo a sitios interesantes -comento Milo.
Los animales estaban rascando al otro lado del muro. Podia olerlos.
Milo grito:
– ?Hola!
Nada. Repitio el saludo, golpeo varias veces mas la campana.
Finalmente se oyo una gimoteante y cascada voz, de genero indefinido, que decia:
– ?Quietos ya, jodidos…! ?Quien hay ahi?
– Milo.
– ?Y? ?Que cono quieres que haga…, que abra el jodido Mouton Rothschild?
– Abrir la puerta seria un buen inicio.
– ?Tu crees?
Pero la puerta fue abierta desde dentro. Un viejo aparecio en el hueco de la misma, vistiendo unicamente un par de enormes pantalones blancos de boxeador, un panuelo rojo anudado al cuello y un largo collar de conchas puka, que descansaba sobre su pecho desnudo y sin vello. Tras el saltaban y gritaban un ejercito de cuadrupedos, removiendo el polvo: docenas de perros de incierto pedigri, un par de gatazos con recuerdos de mil batallas, y, al fondo, pollos, gallinas, patos, gansos, corderos y un par de cabras negras de Nubia, que lamieron el polvo de nuestras manos y trataron de comerse los punos de nuestras camisas.
– Tranquilos -dijo Milo, dandoles manotazos.
El viejo les dijo:
– Basta ya, quietos -sin entusiasmo. Cruzo la puerta y la cerro tras de el.
Era de tamano medio y muy delgado, pero flacido, con brazos como palillos y piernas varicosas y nudosas, pecho estrecho, colgante, de abuelita, y una tripa protuberante. Su piel habia sido quemada por el sol hasta adquirir el color del burbon, y tenia una tonalidad oleosa. El cabello en su cabeza era una pelusa blanca, como si le hubiesen untado el craneo con cola y luego lo hubieran pasado por copos de algodon. Tenia un menton debil, gran nariz picuda y unos ojos colocados muy juntos, que entrecerraba de tal manera, que parecian estar sellados. Un descuidado bigote blanco, a lo Fu Manchu, le colgaba a ambos lados de la boca, continuando mas alla del borde inferior de su mandibula, un par de centimetros en el aire.
Nos miro concienzudamente, fruncio el ceno y escupio al suelo.
Gandhi con gastritis.
– Buenas tardes, Ellston -dijo Milo-. Es bueno verte con tu habitual buen humor.
El sonido de su voz puso a ladrar a los perros.
– En voz baja. Los estas poniendo nerviosos…, siempre lo haces.