susceptibles a mostrar sintomas disociativos. Lo mismo es cierto de pacientes con identidades fragmentadas o confusas. Narcisistas. Casos limites.
Para cuando J aparecio en la consulta de Sharon, sus fugas se estaban haciendo tan frecuentes, practicamente una por mes, que estaba empezando a sentir miedo de salir de casa, y usaba barbituricos para calmar sus nervios.
Sharon habia preparado un historial muy completo, buscando traumas en la primera infancia. Pero J habia insistido en que habia tenido una infancia de cuento de hadas: todas las comodidades materiales, unos padres atractivos y sofisticados, que la habian adorado, mimado y tratado como a una princesa, hasta que habian muerto en un accidente de automovil.
Todo habia sido maravilloso, insistia ella; no habia razon racional alguna para que tuviese estos problemas. La terapia seria corta… una simple puesta a punto, y pronto estaria en perfecto estado de marcha.
Sharon anotaba que este tipo de negativa, llevada al extremo, era consistente con un modo de actuacion disociativa. No creyo muy apropiado enfrentarse a J y le sugirio un periodo de seis meses de psicoterapia a modo de prueba, y cuando J se nego a comprometerse por tanto tiempo, se pusieron de acuerdo en un periodo de tres meses.
J no acudio a la primera cita, ni a la segunda. Sharon trato de llamarla, pero se encontro con que habian desconectado el telefono que ella le habia dado. Durante los siguientes tres meses no habia sabido nada de J y habia supuesto que la joven habria cambiado de idea respecto al tratamiento. Luego, una tarde, despues de que Sharon despidiera a su ultimo paciente, J habia irrumpido en su consulta, llorando y atontada por los tranquilizantes, suplicando que la visitase.
Le llevo un tiempo a Sharon el calmarla y escuchar su historia: convencida de que lo unico que realmente necesitaba era un cambio de ambiente («una huida voluntaria», comentaba Sharon), habia tomado un avion a Roma, ido de compras por la Via Veneto, comido en buenos restaurantes, y se lo habia pasado de maravilla, hasta que se habia despertado, varios dias despues, en una sucia callejuela de Venecia, con la ropa hecha jirones, medio desnuda, amoratada y dolorida, con el cuerpo y cara manchados por semen seco. Supuso que habia sido violada, pero no tenia ningun recuerdo de la agresion. Tras ducharse y vestirse, reservo una plaza en el primer vuelo de regreso a los Estados Unidos, y fue directamente desde el aeropuerto al consultorio de Sharon.
Ahora se daba cuenta de que habia estado equivocada, de que necesitaba ayuda, muy en serio. Y estaba dispuesta a llegar hasta donde fuera preciso.
A pesar de este destello de autoiluminacion, el tratamiento no habia procedido de un modo facil. J se mostraba ambivalente respecto a la psicoterapia, y alternaba entre periodos de adoracion a Sharon y otros en que la insultaba. Durante los dos siguientes anos, aclaro que la ambivalencia de J representaba un «elemento central de su personalidad, algo fundamental en ella». Presentaba dos caras: la necesitada y vulnerable huerfana, que suplicaba la apoyasen, que dotaba a Sharon con cualidades de diosa, y la llenaba de halagos y regalos; y la cria maleducada, maledicente, que siempre estaba exclamando: «?Yo no te importo una punetera mierda! ?Solo estas en esto para poder conseguir un jodido dominio sobre mi!».
Buena paciente, mala paciente. A J le fue siendo cada vez mas facil el pasar de una a otra y, hacia finales del segundo ano de terapia, los saltos se producian en diversas ocasiones durante una unica sesion.
Sharon puso en cuestion su diagnostico inicial y considero otro.
Sindrome de personalidad multiple, el mas raro de los males, la peor de las disociaciones. Pues, aunque J no habia exhibido dos personalidades distintas, sus saltos tenian el aspecto de «un sindrome multiple latente», y las quejas que la habian llevado a la terapia eran claramente similares a las exhibidas por los multiples desconocedores de su condicion.
Sharon habia consultado a su supervisor, el estimado profesor Kruse, y este le habia recomendado la hipnosis como herramienta de diagnostico. Pero J se habia negado a ser hipnotizada, no deseaba perder el control. Ademas, insistia, se encontraba maravillosamente, estaba segura de hallarse casi completamente curada ya. Y parecia estar mucho mejor: las fugas habian decrecido, la ultima «huida» se habia producido tres meses antes. Ya se habia liberado de los barbituricos y tenia una mayor autoestima. Sharon la habia felicitado, pero habia confiado sus dudas a Kruse. Este la recomendo aguardar y ver que pasaba.
Dos semanas mas tarde, J termino la terapia. Cinco semanas mas tarde regreso a la consulta de Sharon, con cuatro kilos menos, enganchada de nuevo en las drogas, habiendo experimentado una fuga de siete dias, que la habia dejado perdida en medio del desierto de Mojave, desnuda, con su coche sin gasolina, con el bolso desaparecido, y una botella de pastillas, vacia, en la mano. Todo el progreso que habia logrado hasta el momento parecia haberse esfumado. Sharon habia demostrado tener razon, pero expreso «una profunda tristeza ante la regresion de J».
De nuevo fue sugerida la hipnosis. J reacciono con ira, acusando a Sharon de ansiar lujuriosamente el control mental sobre ella… «Lo que tu estas es celosa, porque yo soy tan sexy y hermosa, y tu no eres mas que una mala zorra marchita y solterona. No me has hecho ni un jodido apice de bien… asi que, ?como te atreves a pedirme que te entregue mi mente?».
J habia salido del consultorio, llena de ira, proclamando que todo habia acabado definitivamente, que ya estaba «harta de toda esta mierda… me voy a buscar otro comecocos». Tres dias mas tarde estaba de regreso, colgada de barbituricos, llena de costras y quemaduras del sol, arrancandose la piel a tiras y sollozando que «esta vez si que la he hecho buena», y deseando hacer cualquier cosa para acabar con aquel dolor interno.
Sharon habia iniciado un tratamiento hipnotico. Y, cosa nada sorprendente, J era un sujeto excelente para el mismo: la hipnosis es en si misma una disociacion. Los resultados fueron espectaculares y casi inmediatos.
Desde luego, J estaba sufriendo de un sindrome de personalidad multiple; bajo trance habian emergido dos identidades: J y Jana… gemelas identicas, precisas replicas fisicas la una de la otra, pero opuestas, de lado a lado, en lo psicologico.
La persona «J» tenia buenos modales, buen caracter, era una triunfadora, aunque tendia hacia la pasividad. Le preocupaba la otra gente y, a pesar de sus ausencias inexplicadas, debidas a las fugas, lograba desarrollar una excelente actividad en una «profesion orientada hacia la gente». Tenia unas ideas «anticuadas» respecto al sexo y el amor… creia en el autentico amor, en el matrimonio, en la familia, en la fidelidad absoluta… pero admitia ser sexualmente activa con un hombre por el que sentia un profundo afecto. No obstante, esta relacion se habia acabado, a causa de una intrusion de su otro yo.
«Jana» era tan descarada como recatada lo era J. Le encantaba usar pelucas de colorines, ropa muy descocada y mucho maquillaje. No veia nada malo en «ponerse ciega de droga, tomandose algun que otro tranquilizante», y le gustaba beber… daiquiris de fresa. Alardeaba de ser una «mala mujer que vive al dia, reina del mariposeo de cama en cama, una calentorra total metida en un cuerpo de senora buenisima, lo que le hacia ponerse aun mas caliente por dentro». Le encantaba el sexo promiscuo; contaba el caso de una fiesta en la que habia tomado tranquilizantes y tenido relaciones sexuales, consecutivamente, con diez hombres, en una sola noche. Los hombres, decia riendo, eran debiles monos primitivos, gobernados por sus deseos lujuriosos. «Un cono mojadito lo es todo para ellos. Con uno de
Ninguna de las «gemelas» reconocia la existencia de la otra. Sharon consideraba su existencia como una batalla campal por la posesion del ego de la paciente. Y, a pesar del olfato de Jana por el drama, parecia ser la ordenada J la que estaba ganando la batalla.
J ocupaba aproximadamente el noventa y cinco por ciento de la consciencia de la paciente, servia como su identidad publica, era la que llevaba su nombre. Pero el cinco por ciento sobre el que tenia control Jana era la raiz de todos los problemas de la paciente.
Jana tomaba el control, teorizo Sharon, durante los periodos de mucho estres, cuando el sistema de defensa de la paciente era mas debil. Las fugas eran breves periodos de «ser» Jana. Haciendo cosas que J no podia reconciliar con su imagen de ser una «perfecta dama».
Gradualmente, bajo hipnosis, Jana reaparecia mas y mas; y, al cabo, comenzo a describir lo que habia sucedido durante las «horas perdidas».
Las fugas eran precedidas por una necesidad acuciante de llevar a cabo una huida fisica, un placer casi sensual de salir huyendo. Pronto seguia un viajar compulsivo: la paciente se colocaba una peluca, se vestia con sus «ropas de fiesta», saltaba a su coche, entraba a la autopista mas cercana y conducia sin objetivo fijo, a menudo durante cientos de kilometros, sin itinerario marcado, «sin siquiera escuchar la musica, solo oyendo el ruido de mi propia sangre latiendome en las sienes».