de orden pecuniario. Ademas, la indigencia dificilmente podia ser peor que rebajarse de aquella manera.
Se desplazo al centro del vestibulo para que Rathbone no pudiera evitar toparse con ella.
El la vio y dio un paso en falso pero no se detuvo. Ella si, y aguardo a que la alcanzara, sus ojos en los suyos.
Rathbone siguio adelante con paso seguro. Estaba a pocos metros de Hester y esta se disponia a hablarle cuando otro hombre, de mas edad, salio de una estancia lateral. Su cara le sono pero no lo ubico de inmediato.
– ?Oliver! -saludo el susodicho.
Rathbone se volvio y, por un momento, el alivio de poder escaparse fue manifiesto.
– ?Arthur! Me alegro de verlo. ?Como esta?
Por supuesto: Arthur Ballinger, el padre de Margaret. Hester ya no podia hacer nada. La conversacion que deseaba solo cabia mantenerla en la mas absoluta privacidad, a espaldas incluso de Margaret. En realidad, quiza sobre todo a espaldas de Margaret. Hester no queria que llegara a enterarse de lo unidos que ella y Rathbone habian estado en el pasado. Lo que pudiera imaginar era una cosa; saberlo, otra.
Hester levanto un poco la barbilla y siguio caminando.
Capitulo 3
Las repreguntas de Rathbone a Hester comenzaron en cuanto el tribunal reanudo la sesion la manana siguiente. Volvio a ocupar su sitio en el estrado. Vestia un austero traje gris azulado, no muy distinto del uniforme que llevaria una enfermera aunque de un corte mas favorecedor que, le constaba, realzaba su cutis alabastrino y sus grandes ojos grises. Deseaba aparecer competente y femenina a un mismo tiempo, y, por supuesto, respetable. Tremayne se lo habia mencionado, aun siendo del todo innecesario. Hester entendia lo que agradaba a un jurado y a que clase de persona creeria. Durante los numerosos casos de Monk habia tenido ocasion de testificar, o de ver a otros hacerlo, y observar los rostros de los jurados.
– Permitame sumar mi admiracion a la del tribunal, senora Monk -comenzo Rathbone-. Su obra benefica demuestra una gran valentia.
– Gracias.
Hester no se fiaba de el aun sabiendo que la admiraba en grado sumo, incluso con cierta envidia de su apasionamiento. Con demasiada frecuencia el pensar en exceso habia impedido a Rathbone actuar. Solo desde hacia algun tiempo habia caido en la cuenta de que Hester poseia tanta imaginacion como el para pensar en el coste que para ella supondria fracasar; solo que si a ella algo le importaba de veras, se arriesgaba sin mas. Y ahora el, tan elegante como siempre, estaba de pie en medio del entarimado y la felicitaba.
– ?Cuanto tiempo dedica a su trabajo en Portpool Lane, senora Monk? -prosiguio Rathbone.
Tremayne se removio inquieto en su asiento. Hester supo que se debia a que esperaba un ataque por parte de Rathbone y no sabia desde que angulo vendria.
– Depende -contesto Hester, mirando a Rathbone a los ojos-. En los momentos de crisis trabajamos sin tregua, tornandonos para dormir. En otras ocasiones, cuando hay relativamente poco que hacer, puedo no ir cada dia, quiza solo dos o tres veces por semana.
– ?Una crisis? -Rathbone repitio la palabra como si estuviera paladeandola-. ?Que constituiria una crisis, senora Monk?
La pregunta parecia inocente y, no obstante, Hester intuia que encerraba una trampa, si no inmediata, si para mas tarde, despues de haberla conducido cuidadosamente hacia ella mediante otras preguntas. La desenvoltura con que hizo la pregunta fue como una advertencia. El sabia la respuesta. Habia estado presente durante la ultima y peor de las crisis. Habia contribuido a resolverla arriesgando su propia vida y, cosa quiza mas preciada para el, su reputacion. Hester le recordo en aquel entonces, su miedo y su coraje para armarse de valor y vencerlo, la repugnancia y la determinacion. ?Por que estaba defendiendo a Jericho Phillips? ?Que habia ocurrido mientras ella no prestaba atencion?
Rathbone aguardaba su respuesta. Daba la sensacion de que todos los presentes en la sala la estuvieran mirando, aguardando con el.
– Varias personas malheridas a la vez, quizas en una reyerta -contesto con ecuanimidad-. O peor aun, en invierno, siete u ocho personas con pulmonia, o bronquitis, o tal vez tisis. Y para colmo una herida grave o un caso de gangrena.
Rathbone parecio impresionarse.
– ?Y como hacen frente a todo eso?
Tremayne miro al frente, como si fuera a protestar, pero nadie lo estaba observando.
– No siempre lo conseguimos -respondio Hester-. Pero ayudamos. Por lo general la situacion dista mucho de ser tan mala.
– ?No atienden a las mismas personas una y otra vez? -pregunto Rathbone.
– Si, por supuesto, como en la consulta de cualquier medico. -Hester esbozo una sonrisa-. ?Que tiene que ver eso? Intentas ayudar a quien puedes, a una persona, un dia tras otro.
– O dia y noche sin interrupcion -corrigio Rathbone.
– Cuando es necesario.
Hester comenzo a preocuparse, tambien. La estaba convirtiendo en una heroina, como si hubiese olvidado temporalmente que ella estaba alli para presentar las pruebas que condenarian a Jericho Phillips.
– Su dedicacion a los pobres y a los desdichados es maravillosa, senora Monk.
Rathbone lo dijo con respeto, incluso admiracion, pero ella aguardaba la pregunta pendiente, la que ocultaria un ataque.
– Gracias. A mi no me lo parece, se trata simplemente de hacer lo que una puede -contesto.
– Lo dice restandole importancia, senora Monk. -Rathbone retrocedio un par de pasos antes de volverse y caminar en direccion opuesta. La gentileza del gesto atrajo las miradas. Levanto de nuevo la vista hacia ella-. Pero sin duda esta usted hablando de una pasion, de un sacrificio que va mucho mas alla de lo que el comun de la gente conoce.
– Yo no lo veo asi -respondio Hester, no solo por modestia sino porque era verdad. Adoraba su trabajo. Resultaria hipocrita dejar que lo pintaran como un acto noble, a costa de ella misma.
Rathbone sonrio.
– Contaba con que diria eso, senora Monk. Existen mujeres como su mentora, la senorita Nightingale, cuya vida consiste en dedicar su tiempo y sentimiento a mejorar la del projimo.
Un murmullo de aprobacion en la sala.
Tremayne se puso de pie y adopto una expresion confundida y preocupada. Estaba sucediendo algo que no comprendia, pero que sabia que era peligroso.
– Senoria, me consta que sir Oliver conoce bien y desde hace tiempo a la senora Monk, y que lady Rathbone tambien dedica tiempo como voluntaria a la clinica de Portpool Lane. Por mas admirable que sea, las observaciones de sir Oliver no son preguntas y tampoco parecen ser relevantes para la causa contra Jericho Phillips.
Sullivan enarco las cejas.
– Sir Oliver, en el improbable caso de que la senora Monk no sea consciente de la consideracion que le merece, ?no seria mejor hacer tales comentarios en privado?
Rathbone se sonrojo, tal vez por la insinuacion, pero distaba mucho de estar desconcertado con su tactica.
– La relevancia quedara clara, senoria -repuso con reticencia-. ?Me permite?
Y sin aguardar respuesta se volvio de nuevo hacia Hester.
Tremayne se sento otra vez a reganadientes.
– ?Conocia al difunto comandante Durban, senora Monk? -pregunto Rathbone afablemente.
Estaba enterado de las circunstancias que envolvieron el caso Louvain; habia desempenado un papel destacado en el. Desde luego sabia muy bien que no conocia a Durban, salvo a traves de Monk.
– No -contesto ella, insegura de por que lo preguntaba. No estaba poniendo en duda su testimonio, que era lo