como para decirlo abiertamente.
– Gracias -declino Hester enseguida-, pero tengo que volver a salir, y creo que es preciso que Squeaky me acompane. Conoce a ciertas personas que yo no se donde encontrar.
Claudine se quedo alicaida. Intento disimularlo pero el sentimiento era demasiado fuerte para que no lo reflejaran sus ojos.
– Es algo de lo que usted no sabe nada -dijo Squeaky bruscamente-. No se haga ilusiones de saber siquiera por que las chicas salen a vender su cuerpo a las calles, y mucho menos los chavales.
– Pues claro que lo se -le espeto Claudine-. ?Cree que no oigo lo que dicen? ?O que no las escucho?
Squeaky cedio un poco.
– Ninos -explico-. Aqui no tratamos a ninos pequenos. Si les pegan, nadie se entera; solo quien los tiene consigo, como Jericho Phillips.
Claudine solto un bufido.
– ?Y que tienen de distintos los motivos por los que estan en la calle? -pregunto-. Frio, hambre, miedo, ningun otro sitio al que ir, soledad…, alguien se ofrece a alojarlos, dinero facil al principio…
– Tiene razon -corroboro Hester, sorprendida de que Claudine hubiese prestado tanta atencion a lo que escondian las palabras tanto como a las palabras en si mismas, las cuales con frecuencia eran superficiales y repetitivas, a veces llenas de excusas y de autocompasion, mas a menudo con un amargo humor y un sinfin de chistes malos-. Pero debo demostrar que el comandante Durban no se los proporcionaba, de modo que hay que ser concretos.
– ?El comandante Durban? -Claudine se quedo horrorizada-. Nunca habia oido nada tan infame. No se preocupe, ya me ocupare yo de velar por la buena marcha de la clinica. Usted averigue cuanto pueda, ?pero tenga cuidado! -Fulmino a Squeaky con la mirada-. Cuide de ella o tendra que responder ante mi. Creame, lamentara haber nacido.
Dicho esto, dio media vuelta sacudiendo la austera falda gris como si fuera de seda carmesi, y salio con paso decidido.
Squeaky sonrio. Luego vio a Hester mirandolo y se puso serio al instante.
– Pues vayamonos yendo -dijo cansinamente-. Me pondre las botas viejas.
– Gracias -respondio Hester-. Lo espero en la entrada.
Pasaron una tarde deprimente, prolongada hasta la anochecida, yendo a ver, uno tras otro, a los contactos que Squeaky conservaba de sus tiempos como propietario de burdel.
Al dia siguiente prosiguieron, adentrandose mas en el dedalo de callejones de Limehouse, Shadwell y la Isle of Dogs en la margen norte del rio, y Rotherhithe y Deptford en la margen sur. Hester tenia la impresion de haber ido a pie como de Londres a York, avanzando en circulos por las mismas callejuelas llenas de albergues, tabernas, casas de empenos, burdeles y el sinfin de comercios relacionados con el rio.
Squeaky procedia con mucho cuidado, incluso con reserva, a proposito de sus pesquisas, pero su actitud cambiaba rotundamente en cuanto tenia que negociar. El aire despreocupado que hacia que pasara inadvertido desaparecia de repente y se volvia sutilmente amenazador. Su porte emanaba calma, su voz una amabilidad que contrastaba con el ruido y el ajetreo que lo rodeaban.
– Me consta que usted sabe mas, senor Kelp -dijo casi en un susurro.
Se encontraban en lo que aparentaba ser una tabaqueria, con las paredes forradas de oscuros paneles y una unica ventana cuyo cristal formaba circulos como culos de botella. Las lamparas estaban encendidas, pues de lo contrario no habrian podido ver los articulos expuestos, aunque el penetrante aroma era lo bastante fuerte para salir flotando al callejon y tentar a los transeuntes, superponiendose incluso al hedor a madera podrida y excrementos humanos.
Kelp abrio la boca para negarlo pero se lo penso mejor. Habia algo en la figura inmovil de Squeaky, en sus descoloridos pantalones a rayas y su vieja levita, en su pelo grenudo y su cara larga, que le infundia miedo. Era como si el propio Squeaky se supiera invulnerable, pese a que no parecia llevar ningun arma y que su unica compania era una mujer de complexion mas bien delgada. Era algo inexplicable, y cualquier cosa que no comprendiera alarmaba al senor Kelp.
Trago saliva.
– Bueno… -dijo, recurriendo a evasivas-. He oido cosas, por supuesto, si eso es lo que quiere…
Squeaky asintio lentamente.
– Eso es lo que quiero, senor Kelp. Cosas que haya oido, cosas exactas, cosas a las que usted de credito. Y, desde luego, lo mas prudente seria que no le contara a nadie que yo he preguntado y usted ha tenido la bondad de ayudarme. Hay quienes tienen el oido muy fino y no conviene que lo sepan. Dejemoslos en su ignorancia, ?le parece?
Kelp se estremecio.
– Oh, si, claro, senor Robinson, si. Por descontado.
Ni siquiera echo un vistazo a Hester, de pie detras de Squeaky, observando con creciente asombro. Aquel era un lado de Squeaky que no habia imaginado, y su propia ceguera le resultaba inquietante. Se habia acostumbrado a su aquiescencia en la clinica, olvidando al hombre que habia sido antes. En realidad, lo unico que en verdad sabia era el mero hecho de que fue el propietario del burdel que ocupo las casas de Portpool Lane hasta que ella coacciono a Rathbone para que le obligara a entregarlas a modo de donativo para una obra benefica. Comenzaba a percatarse de la enormidad de lo que habia hecho.
Squeaky rondaba la cincuentena, pero Hester le habia dado mas anos porque solia sentarse encorvado, y el canoso pelo largo le colgaba en finas mechas hasta el cuello de la camisa. Se habia quejado a voces de que lo hubiesen enganado, abusando de el, como si fuese un hombre de costumbres pacificas a quien hubieran tratado injustamente. El hombre que ahora veia en la tabaqueria no era asi en absoluto. Kelp le tenia miedo. Hester lo veia en su rostro, incluso llegaba a olerlo. Tuvo un escalofrio al pensar en su propia insensatez, y le costo lo suyo apartar de la mente aquella duda.
Kelp trago saliva como si engullera una nuez sin cascar y procedio a contar a Squeaky cuanto sabia sobre quienes y como procuraban ninos a los hombres como Jericho Phillips. Lo que refirio fue muy triste e inquietante, cuajado de bajeza humana y del oportunismo de sujetos codiciosos que se cebaban en los mas debiles.
Su relato tambien incluyo a Durban sorprendiendo a ninos, algunos de no mas de cinco o seis anos de edad, cuando robaban comida o pequenos articulos para venderlos. Rara vez habia presentado cargos contra ellos, y se suponia que se los habia comprado a sus padres con la intencion de venderselos a Phillips o a otros de su ralea. Pruebas no habia ni en un sentido ni en el otro, pero muchos de los chiquillos dejaron de aparecer por los sitios habituales y nadie sabia adonde habian ido ni con quien.
– Lo siento -dijo Squeaky cuando al caer la tarde caminaban por el sendero a orillas del rio en Isle of Dogs. Se dirigian a la escalinata de All Saints para tomar un transbordador que cruzara al muelle de la ribera sur y luego un omnibus hasta Rotherhithe Street, desde donde solo habia que dar un breve paseo para llegar a Paradise Place. Squeaky habia insistido en acompanar a Hester a casa, por mas que estuviera acostumbrada a viajar sola en omnibus o en coche de punto-. Parece que su Durban pudo ser mas retorcido que la cola de un cerdo -agrego Squeaky.
A Hester le costo trabajo contestar. ?Que iba a decirle a Monk? Tenia que saberlo antes de que el se enterase, de modo que pudiera estar prevenida y hacer algo para amortiguar el golpe. ?Pero el que? Si aquello era verdad, era peor de lo que habia imaginado.
– Lo se, lo se… -dijo con voz ronca.
– ?Quiere seguir con esto? -pregunto Squeaky.
– ?Si, por supuesto!
– Ya me lo figuraba, pero tenia que preguntar. -Miro a Hester un momento y enseguida aparto la vista-. Puede ponerse mas feo.
– Eso tambien lo se.
– Hasta los hombres fuertes tienen sus debilidades -dijo Squeaky-. Y tambien las mujeres, supongo. Me parece que la suya es creer en las personas. Tampoco es que sea algo malo.
– ?Se supone que debo estar agradecida?
– No. Entiendo que le duela. Pero si lo supiera todo seria demasiado lista para ser buena.
– Se presentan pocas ocasiones para serlo -repuso Hester, aunque esta vez sonrio, ligeramente, si bien Squeaky no pudo verlo bajo la luz intermitente del alumbrado.