traslucia inteligencia y un muy bien disimulado sentido del humor.

– Buenos dias, Cribb -contesto Rathbone-. Confio en que este usted bien.

– Muy bien, gracias, senor. Me temo que el senor Ballinger todavia no ha llegado. ?Puedo serle util en algo?

Rathbone aborrecia lo que estaba haciendo. Cuan mas facil seria ser sincero. Sentia una incomodidad y una tension espantosas.

– Gracias -acepto. Debia echar los dados enseguida o perderia el valor-. Me parece que si. -Bajo la voz-. Ha llegado a mis oidos, y por supuesto no puedo decirle a traves de quien, que uno de los clientes del senor Ballinger podria estar implicado en un asunto a todas luces poco etico. Un conflicto de intereses, no se si me explico.

– Que desagradable -dijo Cribb con cierta compasion-. Si desea que informe al senor Ballinger, lo hare sin mas demora. O tal vez prefiera dejarle una nota personal. Puedo proporcionarle papel y pluma, y un sobre y cera para sellarlo.

Rathbone tuvo que hacer un esfuerzo para reprimir sus escrupulos.

– Se lo agradezco, pero de momento no tengo datos suficientemente concretos. Lo unico que se son las fechas en que ese caballero estuvo aqui. Si pudiera echar un vistazo a su dietario, quiza corroboraria o descartaria mis sospechas.

Cribb reacciono con manifiesta turbacion, tal como Rathbone habia previsto que haria.

– Lo lamento mucho, senor, pero no puedo mostrarle el dietario del senor Ballinger. Es confidencial, como sin duda tambien lo es el suyo. -Cambio el peso de pie casi imperceptiblemente-. Me consta que usted no querria ninguna… irregularidad…, senor.

Rathbone no tuvo que fingir que estaba confundido.

– No, por supuesto que no-confirmo-. Solo esperaba que si le explicaba a usted mi dilema, quiza se le ocurriria como resolverlo. Vera, la dificultad radica en que ese caballero es muy posible que sea amigo personal del senor Ballinger, tanto asi que quiza se niegue a creer semejante cosa de el hasta que sea demasiado tarde. Salvo si puedo demostrarlo.

– Santo cielo -dijo Cribb en voz baja-. Si, entiendo la dificultad, sir Oliver. Me temo que el senor Ballinger es mas caritativo de lo que quiza justifiquen las circunstancias.

Rathbone lo comprendio a la perfeccion. Cribb le daba a entender que Ballinger no siempre elegia a sus amistades con cuidado, sin faltar a la lealtad debida.

– Tal vez deberiamos discutir este problema en mi despacho, senor. Seria mas discreto, si no tiene inconveniente -propuso Cribb.

– Por supuesto -dijo Rathbone-. Gracias.

Siguio a Cribb a un cuartito minusculo, poco mas que un armario grande, donde un escritorio bien pulimentado quedaba casi encajado entre paredes forradas del suelo al techo con estanterias llenas de archivadores. Cribb cerro la puerta, tanto para que hubiera suficiente espacio para que cupieran los dos sentados, como por asegurar la privacidad. Miro un momento hacia una pared, sabiendo con toda exactitud donde se hallaban cada archivador y cada carpeta.

Rathbone siguio su mirada hasta el dietario del mes en cuestion.

– Se trata en efecto de un problema muy peliagudo -dijo Cribb, mirando de nuevo a Rathbone-. Lo cierto es que no se que sera lo mejor, sir Oliver. Siento un gran respeto por usted, y me consta que le preocupa el bienestar del senor Ballinger tanto en lo profesional como en lo personal. Tengo que reflexionar. ?Que le parece si le traigo una taza de te para que podamos discutirlo mas tranquilamente?

– Gracias -acepto Rathbone-. Seria todo un detalle de su parte.

Cribb titubeo un instante, mirando de hito en hito a Rathbone, y luego se disculpo y se marcho, cerrando la puerta al salir.

Rathbone se sentia vil, como si se dispusiera a robar algo. El dietario estaba en el estante. Estaba comprometido. Tanto si lo miraba ahora como si no, Cribb creeria que lo habia hecho. Se lo habia puesto en bandeja; esa era la traicion a Ballinger, no el resultado de ella.

No, eso era mentira. Cribb no tenia nada que ver. Se estaba sirviendo de Cribb a modo de excusa. Cribb creia que estaba salvando a Ballinger de su propia falta de criterio.

?Que estaba intentando hacer Rathbone? Averiguar la verdad sin reparar a quien perjudicaba o favorecia.

Cogio el libro y busco las paginas pertinentes. Anoto los nombres deprisa. Apenas habia terminado y devuelto el dietario al estante cuando Cribb regreso, no sin antes hacer oir sus pasos sobre el entarimado antes de abrir la puerta.

Cribb dejo la bandeja del te encima del escritorio.

– Gracias -dijo Rathbone con la boca seca.

– ?Se lo sirvo, senor? -se ofrecio Cribb.

– Se lo ruego.

Rathbone se dio cuenta de que le temblaban las manos. Se planteo ofrecer a Cribb alguna clase de recompensa. ?Que seria adecuado sin resultar ofensivo? ?Treinta monedas de plata?

Cribb sirvio el te, solo una taza para Rathbone. Fue lo mas dificil que jamas hubiese bebido. El te sabia amargo, pero tenia claro que era el mismo quien lo habia emponzonado.

– Gracias -dijo en voz alta. Deseaba agregar algo mas, pero todo le parecia artificioso, ofensivo.

– No hay de que, sir Oliver -contesto Cribb con calma. Parecia no ver nada raro en la actitud de Rathbone; de hecho, no daba ninguna muestra de haber reparado en su terrible desasosiego-. Lo he estado pensando detenidamente y me temo que no se me ocurre ninguna solucion.

– Me he equivocado al pedirselo -contesto Rathbone, y al menos de eso si estaba seguro-. Debo buscar otra solucion. -Se termino el te-. Le ruego que no inquiete al senor Ballinger con este asunto hasta que se me ocurra la manera de contarselo sin causarle mayores trastornos. Ademas, con un poco de suerte quiza resulte ser un error.

– Esperemos que asi sea, sir Oliver -dijo Cribb-. En el interin, como dice, sera mejor no afligir al senor Ballinger innecesariamente.

Rathbone volvio a darle las gracias y Cribb lo acompano hasta la puerta. Rathbone bajo pesadamente la escalera hasta la calle, sintiendose preso de si mismo y abrumado por un dilema moral del que ya no habia escapatoria posible.

Fue directamente a su bufete y dedico las cuatro horas siguientes a comparar las notas de casos que conocia, fechas de audiencias, juicios pasados y pendientes, con los nombres que habia copiado del dietario de Ballinger. Siguio cada caso hasta el final, averiguando quienes eran las personas implicadas, de que se les acusaba, quien los habia defendido y cuales fueron los veredictos.

En su mayoria eran causas de menor importancia y bastante faciles de descartar como mero tramite. De hecho, muchas tenian que ver con fincas, testamentos o disputas familiares sobre propiedades. Algunas eran juicios o acuerdos privados por causas de incompetencia o mala praxis financiera. Las que habian ido a juicio y estaban concluidas tambien las podia descartar. Su curso estaba claro y eran del dominio publico, simples casos de declive moral bastante comunes, terminados en tragedia.

?Al final tan solo le quedaron tres personas que podian ser el benefactor o la victima de Phillips! Sir Arnold Baldwin, el senor Malcolm Cassidy y lord Justice Sullivan. Fue este ultimo nombre el que helo la sangre de Rathbone y le hizo apretar el papel. Pero aquello era ridiculo. Lord Justice Sullivan sin duda tenia un abogado, igual que cualquier otro hombre. Tendria propiedades, con toda probabilidad una casa en Londres y otra en el campo. Toda propiedad conllevaba escrituras, dinero, posibles disputas. Y por supuesto habia testamentos y herencias y otros asuntos objeto de litigios.

La tarea inminente consistia en saber mas cosas sobre cada uno de los tres hombres de la lista y, si era preciso, encontrarse con ellos. Aunque cayo en la cuenta que aun asi no sabria determinar cual de ellos era el que buscaba. ?Que aspecto tenia un hombre dominado por semejante apetito? ?Vivia asustado, atormentado por la culpa? ?Tendria un caracter compulsivo como el de quienes apuestan o beben en exceso? ?O seria como cualquier otra persona y ese lado oscuro de su naturaleza solo emergia cuando el lo permitia, secretamente, de noche, en el rio?

Pudo constatar que era asi cuando se las ingenio para verse con Cassidy y con Baldwin, el primero en un almuerzo, el segundo en un club del que el mismo era socio. En ninguno de los dos observo nada que le suscitara

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