la menor inquietud.

Reunirse con Sullivan resulto mas complicado, y sintio una hostigadora inevitabilidad al respecto, como si en el fondo ya hubiese determinado que el hombre de Phillips era el. Dado que Sullivan era el juez que habia visto la causa, ese hecho bastaba para que la situacion estuviera horrorosamente enmaranada. A Rathbone se le encogio el estomago, notando algo frio y doloroso.

Resulto embarazoso maquinar para obtener una invitacion a una recepcion a la que en principio no estaba invitado. Fue sumamente consciente de que el conocido que se lo arreglo creia que deseaba asistir con el proposito de sacar algun provecho de indole profesional, cosa un tanto indecorosa y que hacia mucho tiempo que habia dejado de ser necesaria para el. Si permitio que pensara eso solo fue porque cualquier otra excusa habria parecido aun mas rara.

Tampoco fue facil pedir a Margaret que lo acompanara y, por descontado, todavia mas dificil darle alguna explicacion que no fuera claramente una evasiva.

– Lo siento, querida -dijo Rathbone, fingiendo ponerse bien los gemelos para no tener que mirarla a los ojos-. Soy consciente de que es injusto esperar que me dediques la velada avisando con tan poca antelacion, pero la ocasion se me ha presentado hoy mismo; de lo contrario te lo habria hecho saber antes. Asistiran personas a quien tengo muchas ganas de ver. No puedo comentar nada al respecto porque guarda relacion con un caso. - Ahora la miro a la cara. Las palabras habian acudido a sus labios justo a tiempo, y lo dicho parecio perfectamente razonable. Mas aun, era cierto, si se consideraba con el sesgo suficiente.

– Por supuesto -contesto Margaret, escrutando sus ojos para comprender el significado que le constaba que encerraban sus palabras.

Rathbone sonrio.

– Disfrutaria mucho mas si pudieras acompanarme.

Eso no era verdad, pero tuvo la impresion de que debia decirlo. Seria mas sencillo si acudiera solo. Se ahorraria tener que precaverse de ser observado con demasiado detenimiento y, posiblemente, ser sorprendido en una contradiccion, aunque nunca en algo tan flagrante como una falsedad.

– Ire encantada -contesto Margaret, y se dio la vuelta a su vez porque no habia visto en el la franqueza que esperaba. No habria sabido explicar que era lo que echaba en falta. ?Como describir la franqueza? ?Como una apertura, un afecto en la mirada, una ausencia de recelo?-. ?Es una velada formal?

– Si, eso me temo.

– No hay problema. Tengo un monton de vestidos.

Al menos eso era cierto. Rathbone habia visto que tenia mas que suficientes a la ultima moda por el simple placer de tenerlos. Podia mostrarse esplendida, si bien siempre con el gusto discreto de una mujer con clase. Margaret no sabia ser vulgar. Ese era uno de los rasgos de ella que mas agradaban a Rathbone. Le habria gustado decirselo pero hubiese sonado forzado. El cumplido quedaria despojado de toda sinceridad, y ello pensaba de veras.

Llegaron a la recepcion a la hora perfecta, ni tan pronto como para parecer ansiosos ni tan tarde como para causar la impresion de querer llamar la atencion. La ostentacion era de maleducados, por no decir algo peor.

El vestido de Margaret era de colores lisos, con predominio de azules mas que de rojos, y apagados, como en sombra. El canesu presentaba un corte bajo, aunque podia lucirlo sin revelar mas de lo que aconsejaba la modestia, porque era esbelta. Las faldas tenian mucho vuelo y siempre habia sabido caminar con suma gracilidad.

– Estas preciosa -le dijo Rathbone en voz baja mientras bajaban la escalera cogidos del brazo. Noto cierto rubor en su cuello y sus mejillas, y le alegro lo que significaba; no habia sido un cumplido huero.

Les recibieron los anfitriones, una dama delgada y atractiva de muy buena familia, casada con un hombre adinerado que la hacia dudar de que su eleccion hubiese sido tan sensata como creia. Sonreia con timidez al recibir a los invitados y luego se refugiaba en conversaciones absolutamente triviales, causando que los asistentes se preguntaran si les habian invitado por mera cortesia.

– Pobrecita -dijo Margaret en voz baja mientras se perdian entre la concurrencia, saludando con la cabeza a conocidos, correspondiendo brevemente a aquellos cuyos nombres no recordaban a la primera o a los que preferian evitar. Algunas personas no sabian cuando permitir que una conversacion feneciera de muerte natural.

– ?Pobrecita? -cuestiono Rathbone, preguntandose si habria algo que el debiera saber.

Margaret sonrio.

– Nuestra anfitriona ha alcanzado una posicion economica envidiable al casarse, pero yo diria que se siente bastante fuera de lugar entre la burguesia, pues su familia pertenece a la mas rancia aristocracia -explico-. Aunque si una lo desea, puede aprender.

Rathbone enarco las cejas.

– ?Como dices?

Por primera vez en varios dias, Margaret se rio con deleite.

– Pareces preocupado, Oliver, ?te das por aludido? Yo en ningun momento he pensado que me hubiese empobrecido. Y, desde luego, no me case contigo por dinero. Rehuse a caballeros mas ricos que tu. Pense que quiza serias interesante.

Rathbone solto el aire lentamente, notando que un ligero sonrojo le subia a las mejillas. Aquella era la mujer de quien se habia enamorado.

– Soy un profesional -replico con impostada aspereza-. Lo cual no se parece en nada al comercio. Aunque eso no quita que siga constituyendo una enorme ventaja tener una esposa de buena cuna, incluso si esta posee mas ingenio y espiritu de lo que resultaria razonablemente comodo.

Margaret le apreto el brazo un momento nada mas.

– No te conviene estar comodo todo el tiempo -le dijo-. Te vuelves complaciente, y eso es muy poco atractivo. Quiza seria conveniente que buscaras a quien quieres ver.

Rathbone suspiro.

– Tal vez -concedio, sumiendose de nuevo en la desdicha, costandole otra vez respirar.

Fue relativamente facil abordar a Sullivan sin que resultara forzado, pero Rathbone notaba que el corazon le latia con tanta fuerza que a duras penas lograba evitar que la voz le temblara al hablar. ?Que haria si Sullivan simplemente se negaba a verlo a solas? Rathbone debia proponerlo sin suscitar ninguna sospecha. ?Seria siempre receloso un hombre que se supiera culpable?

Se encontraban a un par de metros del corrillo siguiente, y Sullivan daba la espalda a una hornacina llena de libros y objets d'art.

– ?Vaya! Encantado de verlo, Rathbone -saludo calurosamente el juez-. Seguira celebrando su victoria, me imagino. Consiguio algo que hubiese creido casi imposible.

Rathbone oculto sus sentimientos acerca del papel que habia desempenado en el juicio, que cada vez le repugnaba mas, sin darle tregua.

– Gracias -acepto, pues no hacerlo seria descortes y le tocaba mostrarse gentil, al menos hasta que encontrara el momento y el lugar para estar con Sullivan a solas, Estaba acostumbrado a verlo con peluca y toga, y a una distancia de varios metros desde el entarimado de la sala, encaramado en el banco del tribunal. De cerca, seguia siendo un hombre apuesto, pero sus facciones eran algo menos definidas, con la piel llena de manchas como si padeciera algun trastorno de salud, tal vez fruto de los excesos y de la consiguiente dispepsia-. Resulto menos dificil de lo previsto -agrego, ya que Sullivan parecia aguardar a que dijera algo mas.

– La Policia Fluvial cavo su propia tumba -respondio Sullivan con gravedad-. Tanto Durban como Monk. En mi opinion habria que poner freno a su autoridad. Quiza los periodicos tengan razon, y ya vaya siendo hora de dispersarlos y trasladar el mando a las comisarias de distrito. Tienen una jurisdiccion excesiva, ahora mismo.

Rathbone reprimio su protesta. Todavia no podia suscitar el antagonismo de Sullivan, pues no sacaria nada en claro si se ponia a la defensiva.

– ?Eso piensa? -pregunto, adoptando un aire de sumo interes-. Segun parece, conocen muy bien su territorio, y debo anadir que hasta ahora tienen un indice de exitos excelente.

– Hasta la fecha -asintio Sullivan-. Pero a decir de todos, Durban no era tan inteligente ni tan honorable como suponiamos, y su sustituto, ese tal Monk, ha seguido sus pasos. Basta con echar un vistazo al caso Phillips para darse cuenta de que no esta a la altura del cargo que ostenta. Me atreveria a decir que su ascenso fue indebido.

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