– ?Al lazareto?
– Si, al hospital para leprosos de Santa Maria Magdalena. ?Por que os sorprendeis tanto? Es nuestro deber como cristianos hacer lo que este en nuestras manos por los pobres de Cristo, los debiles, los enfermos y los afligidos y hay pocas aflicciones mas dolorosas que la lepra.
– Hermano Paul, ?quereis que os las lleve al lazareto?
El monje se quedo pasmado porque muy pocos voluntarios deseaban visitar el hospital de leprosos. Tan extendido estaba el temor a la enfermedad que habia personas que no se acercaban a un leproso si el viento soplaba en la direccion en que estaban.
– Si estais verdaderamente dispuesto, senor De Quincy, quedare en deuda con vos, porque tengo mas cosas para hacer que tiempo para hacerlas.
– Pues, ?hala!, de esta tarea no os teneis que preocupar -dijo Justino, pero su mente ya no estaba en el monje. «?Dios santo!, ?como podia haber olvidado al leproso?», penso.
El lazareto de Santa Maria Magdalena estaba a un kilometro mas o menos al este de Winchester, en el camino de Alresford. Lo rodeaba una valla de adobe y canas y tenia un aspecto desolado y siniestro. Justino tiro de las riendas a su caballo y miro el edificio con cierta inquietud, forzandose a atravesar montado la puerta de entrada. Nunca habia estado en un lazareto ni supuso que entraria por su propia voluntad. No faltaban conjeturas sobre la causa de la lepra. Habia gente que arguia que se debia a ingerir carne podrida y beber vino en malas condiciones. Otros atribuian el contagio de la enfermedad a compartir el lecho con una mujer que lo hubiera hecho con un leproso. Se mencionaba tambien como causa de contagio el aire infectado. Y por supuesto todo el mundo opinaba que el mayor peligro procedia de los propios leprosos.
– ?Ay, senora Leonor! -musito Justino para consigo mismo-, este camino tiene demasiadas y pronunciadas curvas. -Espoleo suavemente a
El primer edificio que encontro fue la capilla. Mas alla estaba el despacho del director y a continuacion el refectorio, donde comian y dormian los leprosos. Al otro lado se levantaba un granero, la copina, un pozo y, aunque no podia verlo, Justino sabia que habria un cementerio, porque hasta en la muerte se separaba a los leprosos. El hermano Pablo le habia dicho que el hospital tenia cabida para dieciocho leprosos. Eso le parecio a Justino un numero muy reducido. ?Que les pasaba a los leprosos que no podian entrar en un lazareto? Bien sabia el la contestacion a esta pregunta. Tenian que mendigar el pan a un lado del camino o morirse de hambre. Y algunas veces las dos cosas.
Cuando se bajo del caballo ante la capilla, tenia un grupo de leprosos alrededor. Le produjo un enorme desasosiego el ver aquellas espectrales figuras arrastrando los pies para acercarse a el, cubiertos con las largas capas de los leprosos, sombras fantasmales que se desvanecian generalmente al comienzo de un nuevo dia.
– Vengo de parte del hermano Pablo -dijo en voz alta- Quisiera hablar con el director del hospital, el padre Jeronimo.
– No esta aqui. -No eran las palabras, sino la voz lo que hizo que Justino girara sobre sus talones y mirara al que las habia pronunciado, porque era una voz aguda y joven, totalmente inapropiada para esta mansion de la muerte.
– Yo soy Simon. -La voz no habia mentido. El leproso mas pequeno que ahora le sonreia, era un nino. Al caersele el capuchon, Justino vio que estaba en la fase inicial de la enfermedad y que una erupcion rojiza se extendia como un rubor por sus mejillas-. El padre Jeronimo ha ido a la ciudad. ?Puedo acariciar a vuestro caballo?
Justino asintio con la cabeza, sin pronunciar palabra. Los demas leprosos se echaban a un lado para hacer sitio en el circulo a un nuevo curioso. Era alto y delgado, cargado de hombros y desgarbado. Llevaba una sotana negra de mangas cortas y muy gastada y remendada en los codos, pero tenia la sonrisa de un hombre rico, mas resplandeciente que monedas de plata recien acunadas.
– Que Dios bendiga al hermano Pablo -exclamo-, y a vos tambien, amigo, por traernos estas prendas. ?Me podeis ayudar a meterlas dentro?
– Por supuesto -dijo Justino muy a su pesar-. ?Quieres hacer el favor de cuidar de mi caballo, Simon? -El chiquillo asintio, con los ojos muy abiertos, y extendio la mano para coger las riendas, tan pronto como Justino se bajo de la montura. Vacilante al principio, Simon empezo a acariciar el cuello del caballo. Justino se volvio apresuradamente y siguio al sacerdote.
Se presentaron el uno al otro mientras llevaban las mantas hacia el refectorio. Justino estaba todavia afectado por su encuentro con el muchacho, el padre Gregorio no dejo que la conversacion decayera, charlando sin parar como si fueran viejos amigos que volvian a reencontrarse sin saberlo. Era bastante joven y parecia asombrosamente relajado y afable para un hombre que convivia un dia tras otro con la muerte. ?Que le impulsaba a uno a escoger un camino asi? Justino no podia por menos de maravillarse ante lo que no podia comprender.
– Tenemos pocas visitas, asi que no es de sorprender que vuestra llegada haya causado tal agitacion. A nuestros enfermos les hace mucho bien el ver que no todo el mundo se aparta de ellos.
Justino se habia sentido pocas veces tan incomodo.
– El nino, ?tiene familia aqui?
– No, la familia de Simon se deshizo de el una vez que supo su enfermedad. -El sacerdote no parecia escandalizado ni adoptaba el tono de erigirse en juez de las acciones del projimo, pero los sentimientos de Justino eran muy distintos. Emitio un sonido de desaprobacion y meneo la cabeza. Al padre Gregorio no le sorprendio su silencio: habia acciones que no se podian censurar con palabras.
– ?Sabeis lo que pasa una vez que a un leproso le diagnostican su enfermedad, senor De Quincy? Se le lleva a la iglesia, se le obliga a arrodillarse cubierto por un pano negro mientras se dice la misa y el sacerdote lo proclama «muerto para el mundo, renacido para Dios». En Francia se obliga a los leprosos a que permanezcan de pie delante de una tumba abierta. Aqui en Inglaterra somos mas misericordiosos, pero tambien se les aparta de los demas, se les prohibe que entren en las iglesias, en las ferias, en los mercados y en las tabernas. Se les condena a vagar por zonas desiertas senalados por el dedo de todos los hombres. Asi que cuando vos estais dispuesto a venir a nuestra casa y mostrar piedad hacia un nino del Senor, no se puede negar que esto sea importante y digno de…
– No -interrumpio Justino, con mas brusquedad de la que hubiera deseado mostrar-. Me estais atribuyendo un merito que no tengo, padre Gregorio. Yo tuve mis razones personales para ofrecerle ayuda al hermano Pablo, razones que no tienen nada que ver con la caridad cristiana. He venido aqui con la esperanza de encontrar a un hombre, un leproso, que acaso me ayude a descubrir un asesinato.
Justino no estaba seguro de como reaccionaria, pero no recibio la reaccion que esperaba. El joven sacerdote ni siquiera cambio de expresion, simplemente asintio con un gesto de cabeza, como si esto fuera algo que ocurria a diario.
– ?Y creeis que este hombre esta aqui?
– No lo se -confeso Justino-. No os puedo decir su nombre, ni su aspecto fisico, ni su estatura, lo vi solo en cuclillas a un lado del camino la manana del dia de la Epifania, con el rostro cubierto por el capuchon. Supongo ‹|ue estoy pidiendo un milagro si espero que identifiqueis a alguien, con tan escasa informacion…
– Se llama Job -dijo el sacerdote, con una sonrisa de triunfo que se convirtio en una sonora carcajada ante el asombro de Justino-. No, no hay ningun milagro, muchacho. La respuesta es simple, no sois el primero en venir aqui en busca de Job. El ayudante del justicia municipal vino tambien en su busqueda.
– ?Como! ?Lucas de Marston lo esta buscando…? -pregunto Justino lenta y deliberadamente, y el sacerdote volvio a asentir.
– Sabia poco mas que vos, solo que el criado del maestro Fitz Randolph recordaba haber pasado al lado de un mendigo en el camino. Tan pronto como me dijo que era el dia de la Epifania, comprendi que tenia que ser Job porque ningun otro se habria aventurado a salir de casa con la nieve que caia. Por desapacible que sea el tiempo, Job sale a pedir limosna y despues esconde el dinero antes de regresar.
Ya habian llegado al refectorio. Era una estancia con un pasillo en medio. El sacerdote se detuvo delante de una gran arca.
– Aqui guardamos las mantas. -Una vez que las tuvieron cuidadosamente dobladas y puestas dentro, el sacerdote se sento sobre la tapa y le hizo un gesto a Justino invitandole a que se sentara a su lado-. Tienen la obligacion de entregar todas las limosnas que reciben, porque no se les permite tener propiedades personales.
