mujer por la que un hombre puede muy bien matar si no puede poseerla de otra manera… -Justino se encogio de hombros y concluyo gravemente-, ?Quien puede encontrar mas facil el hacer tratos con forajidos que el ayudante de un justicia? El conocera a muchos criminales y malvados dispuestos a matar por cuatro perras gordas. A los justicias no se los considera con frecuencia como santos en la tierra, senora. Se ha sorprendido a demasiados aprovechandose de su cargo para obtener ganancias de forma ilicita. Si un hombre esta ya vendiendo la justicia y recaudando multas, tal vez este ya a un paso para llegar al asesinato.

Leonor no contradijo su opinion peyorativa de los justicias. Tan frecuentes eran las quejas de corrupcion y abuso de poder que su marido convoco una investigacion judicial de los justicias y los resultados de la investigacion fueron tan condenatorios que casi todos los justicias fueron despedidos. De eso hacia mas de veinte anos, pero no tenia razon para asumir que la cosecha actual de justicias municipales fuera mas etica o mas honorable que la de sus predecesores. Y si Lucas de Marston era un oficial corrupto, ella no queria saberlo, pero si podia ver que la investigacion no habia tenido exito. Se levanto y empezo a recorrer el aposento.

– Siento haberos defraudado, senora. Pero no se como seguir trazando estas huellas porque se bifurcan en muchas direcciones. Pense que si os contaba como me habian ido las cosas, el justicia de Hampshire podia continuar a partir de aqui. Se que dijisteis que no queriais implicarlo en esto, pero no veo otra opcion…

Justino se daba cuenta de que estaba hablando demasiado, pero el contumaz silencio de Leonor le estaba poniendo los nervios de punta. Una vez disipado el eco de sus propias palabras, el unico sonido era el frufru de la seda de las faldas de la reina al moverse, inquieta, por el aposento. Justino se mordio los labios, esperando que Leonor le mandara que se retirara.

– No me habeis defraudado -dijo al fin-. Si ha habido algun fracaso, ha sido mio, porque os envie a un territorio desconocido sin un mapa. Teniendo en cuenta las circunstancias, lo habeis hecho bien y habeis averiguado mucho en muy poco tiempo. Pero yo debi ser mas franca con vos. -Leonor se sento en el banco de la ventana y permanecio sin chistar durante unos minutos-. Lo que habeis hecho en Winchester fue logico y bien concebido. Pero esta no es la investigacion ordinaria de un crimen. Hay mucho mas en juego que apresar a los asesinos del orfebre, mucho mas.

Justino estaba empezando a comprender por que la reina habia manifestado tan poco interes en sus revelaciones acerca de la familia del orfebre.

– Asi que -dijo cautelosamente- ?me estais diciendo que si se encuentra a los culpables en la familia de Fitz Randolph, os contentareis con dejar que el justicia del distrito se ocupe de que se haga justicia?

– Si -dijo la reina-. Quiero que se castigue a los culpables. Pero tengo una necesidad mas urgente. He de saber si los asesinos de Fitz Randolph estaban buscando la carta. Temo que el asesinato haya sido cometido a instancias del rey de Francia. Si es asi, necesito saberlo lo antes posible. Si Felipe esta tan desesperado como para dejar a los asesinos libres en Francia, eso no augura nada bueno para mi hijo. No tengo esperanzas de desbaratar sus planes, a no ser que tenga pruebas de su traicion. -Hizo una pausa y escogio cuidadosamente sus palabras-. Teneis que enteraros de si los asesinos estaban pagados por el rey de Francia. Si podeis demostrar que este ayudante del justicia o uno de los Fitz Randolph es el culpable, mejor que mejor. Me tranquilizara considerablemente el que mis sospechas no hayan tenido fundamento. Pero de una manera u otra, he de saberlo enseguida. La rapidez es aqui esencial, porque Ricardo no tiene tiempo que perder. -Leonor hizo otra pausa-. Se que la mision que os encomiendo es una mision peligrosa. Pero sois el unico que puede reconocer a los asesinos. Tengo que confiar en que me servireis bien. No me desilusioneis, Justino.

Su urgencia era tan imperiosa como sobrecogedora. Justino no habia contado con verse implicado en una conspiracion exterior. Pero en aquel momento no podia imaginarse nada peor que no cumplir con lo que Leonor esperaba de el.

– No puedo haceros la misma promesa que os hice, senora. No puedo jurar que voy a esclarecer este crimen, pero prometo hacer todo lo posible.

Leonor necesitaba mas que promesas, pero habia aprendido a aceptar lo que pudiera conseguir.

– Id con Dios, Justino, y tened cuidado, vigilad en quien depositais vuestra confianza. No es facil atrapar a un asesino y, ciertamente, no carece de peligros.

Al saber que Justino habia ido directamente a su presencia nada mas llegar a Londres, Leonor sugirio que buscara alojamiento para aquella noche en la cercana abadia de la Santisima Trinidad, en Aldgate. Justino decidio hacerlo, porque lo unico que necesitaba era mostrar la carta de la reina para asegurarse un calido recibimiento, una perspectiva mas atractiva que vagar por las calles de la ciudad buscando posada.

Despues de despedirse de Leonor, Justino se paro un momento en los ultimos peldanos de la entrada a la Torre. Por encima de su cabeza, un viento frio del este arremolinaba las nubes negras en un firmamento gris del atardecer. Tendria que hacer frente a una tormenta en su viaje de regreso a Winchester. Hacia demasiado frio para demorarse en el patio y sin mas se dirigio al establo para recoger su caballo.

Dentro del establo la oscuridad era completa, habitado ya por las sombras de la noche; las antorchas no estaban aun encendidas, por temor a que se declarara un incendio. No habia mozos de cuadra por ninguna parte. Un gato merodeaba por el tejado al acecho de algun raton y un viejo perro guardian del establo ladro antes de volver a escarbar en la [laja. El caballo de Justino dio un resoplido al verlo. Al entrar en el compartimiento, estaba Justino a punto de sacar de el a Copper cuando una mano le agarro por el hombro. Se dio la vuelta y se encontro cara a cara con el hijo de Leonor.

– ?Senor De Quincy! -dijo Juan sonriendo, y sus dientes resplandecian a la luz de su linterna-. Esto es realmente una sorpresa. Yo estaba esperando aqui para ver quien era el dueno de este caballo alazan. Si hubiera sabido que eras tu, me podria haber ahorrado la espera en este oscuro establo, azotado por terribles corrientes de aire.

– ?En que puedo serviros, milord? -Algo se movio en las sombras detras de Juan. Varios hombres se adelantaron para proteger a su senor. No dijeron nada, solo observaron impasibles a Justino, sin mostrar ni curiosidad ni hostilidad. Justino sospechaba que estarian dispuestos a degollarle con la misma indiferencia si Juan les ordenaba que lo hicieran.

– ?Puedes venderme tu caballo? -continuo Juan, acariciando el hocico de Copper-, Un animal verdaderamente hermoso. Siempre me han gustado los caballos alazanes. Asi que… ?que dices a esto, De Quincy?

Justino cambio de postura con cierta inquietud. Si los rumores eran ciertos, no convenia poseer algo que lord Juan deseara, fuera un caballo, una mujer o una corona.

– Mi caballo no esta en venta, senor conde.

– ?Estas seguro de eso? Tu mismo puedes fijar el precio.

– Estoy seguro -dijo Justino firmemente-. Pero estoy dispuesto a daros la primera opcion, si alguna vez cambio de opinion.

– Eres ciertamente obstinado. No obstante, piensalo bien -dijo Juan sonriendo.

– Asi lo hare. -Justino estaba seguro de que Juan mentia. Por mucho que apreciara a Copper, no era probable que el caballo tentara al hijo de un rey; Juan tendria establos llenos de briosos caballos. No, esto era simplemente un pretexto. No era Copper lo que Juan queria de el.

Juan continuo acariciando el cuello del semental. Tenia el mismo color de Justino; el resplandor de su antorcha revelaba un cabello mas negro que la medianoche. Era el unico moreno en una familia de rubios porque sus hermanos y hermanas habian recibido todos ellos el beso del sol. Se decia que Ricardo era alto como una lanza, y destacaba sobre todos los hombres, con sus ojos de color azul cielo y el cabello mas brillante que el oro fundido. Juan era un hombre de algo menos de mediana estatura, Justino le sacaba unos ocho o diez centimetros. No obstante, no era hombre que pasara desapercibido, estuviera con quien estuviera. Su inteligencia era evidente, un arma tan temible como la espada que colgaba de su cintura. Pero si era verdad solo la mitad de lo que Justino habia oido de Juan, sabia poco o nada de las fronteras de la moralidad. En suma, no era hombre a quien uno quisiera encontrarse en las sombras…

– ?Llevas al servicio de mi madre mucho tiempo?

– No, no mucho.

– Me han dicho que le entregaste una carta urgente hace unos diez dias. Me interesaria mucho conocer el contenido de esa carta, senor De Quincy.

– Siento no poder ayudaros, milord -dijo Justino tragando saliva-. Nunca habria osado leer una carta destinada a ser leida por los ojos de una reina. En cuanto a esa carta en particular, no recuerdo nada de ella que

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