– Eso es algo que me habeis estado diciendo con indudable claridad, senora -contesto con acritud-, durante toda mi vida.

Al cerrarse la puerta al salir Juan, su hermanastro salto de su asiento como si tuviera un resorte.

– Yo no le he dicho nada a Juan, senora, acerca de esa carta. Me lo pregunto, pero no le dije nada. ?Os lo juro!

– Lo se, Will. -Leonor se volvio hacia el y le sonrio, pero durante todo este tiempo sus pensamientos seguian a Juan, lanzandose detras de el por las sombras de la escalera. Will seguia defendiendo su inocencia, sin que hubiera necesidad de ello, porque su rostro abierto y pecoso era el espejo de su alma. Era tan incapaz de mentir con conviccion como lo era de volar. Una extrana ave de paso que tanto se parecia a su padre en apariencia como se diferenciaba en temperamento. Tenia el cabello rubio rojizo como Enrique, el color arrebatado de su rostro y hasta sus ojos grises. Pero no poseia nada del entusiasmo o la ironia de Enrique y nada en absoluto de su fuerte voluntad real.

Leonor sentia un sincero afecto por Will y se compadecia de su dificil situacion. Le desagradaba en extremo el tipo de hombre en que se habia convertido Juan, un cinico oportunista dispuesto a cometer cualquier desafuero que le ganara la corona inglesa. Pero Will conservaba afectuosos recuerdos de otro Juan, el hermano mas joven que necesitaba guia y consejo. Will habia protegido muchas veces a aquel muchachito solitario y ese carino de la infancia habia perdurado hasta que ambos se hicieron hombres. Leonor no podia por menos de preguntarse si la desgarradora historia de su familia habria sido diferente si Ricardo y Juan hubieran sido capaces de forjar tambien esa alianza mutua, pero sus hijos no habian aprendido nunca a amarse el uno al otro. Era esa una leccion que Enrique y ella no habian logrado ensenarles.

– Yo nunca traicionare la confianza que habeis puesto en mi, senora; nunca.

– Lo se, Will -dijo otra vez con una paciencia que jamas les habia mostrado a los otros-. Varias personas han oido a Justino de Quincy mencionar una carta que ha costado ya una vida. Cualquiera de ellas ha podido contarselo a Juan, sin darse cuenta o deliberadamente. Quiza fuera Durand. Juan y el comparten la aficion por jugar a los dados e ir de putas, aunque simulan no conocerse en mi presencia.

Will estaba escandalizado, no solo por la sugerencia de que Juan hubiera podido infiltrar un espia en la casa de su madre como por la total naturalidad con la que Leonor lo aceptaba.

– Senora, ?creeis que Juan sabe que Ricardo esta prisionero en Austria?

– No estoy segura, Will.

?Cuanto sabria Juan? ?Habria compartido Felipe su secreto? Si estaban tan intimamente relacionados como ella temia, Felipe habria enviado una comunicacion sin perdida de tiempo dias antes de que el arzobispo de Ruan pudiera conseguir su encubierta copia de la triunfante carta del emperador. Y si Juan estaba enterado de la cautividad de Ricardo y no lo decia, eso seria de por si una manera de consentirla. Porque el silencio en tales circunstancias era, en el mejor de los casos, sospechoso, y en el peor, siniestro. ?Hasta donde estaba dispuesto a llegar Juan en su deseo de arrebatarle la corona a su hermano?

– ?Senora? -Era Pedro de Blois el que estaba de pie en el umbral-. El senor De Quincy esta aqui. ?Le digo que entre?

Leonor se quedo asombrada. Justino se habia marchado hacia solo una semana.

– Si, le vere ahora mismo.

Cuando entro en el aposento, su aspecto inquieto a Leonor, porque parecia fatigado y nervioso.

– No os esperaba tan pronto -dijo, una vez que estuvieron solos-. ?Que habeis descubierto?

– Me siento incapaz de averiguar nada concreto sobre este crimen, senora. Me apena el defraudaros, pero…

La puerta se abrio bruscamente sin previo aviso, y se sorprendieron los dos. Juan dirigio una sonrisa a su madre, con un gesto desenfadado como si no hubieran acabado de tener unas palabras desagradables.

– Se me olvidaba preguntaros, madre… -Hizo una pausa y su mirada se fijo en Justino-. ?Os conozco? Vuestro aspecto me resulta familiar.

Leonor iba a empezar a hablar, pero Justino fue mas rapido y se presento a si mismo, antes de que ella pudiera intervenir. Observando atentamente a Juan, comprendio por que Justino no habia querido que mintiera: Juan sabia ya perfectamente quien era. Lo estaba ahora mirando con una sonrisa socarrona.

– ?Le habeis traido otra importante carta a mi senora madre, senor De Quincy?

– ?Una carta importante, milord? -repitio Justino, el tambien con una mirada ironica-. Estoy aqui en nombre del abad de San Werburgh, en Chester, por un asunto rutinario y de ninguna urgencia.

Sin decir palabra, Juan echo una mirada a las botas cubiertas de lodo y al manto de Justino y luego, sosegadamente, dijo:

– No hay hombre que venga a presencia de la reina con un aspecto tan desalinado para «un asunto rutinario y de ninguna urgencia», -Juan reparo en las botas embarradas de Justino durante el tiempo suficiente para darle a entender que sabia que habia mentido.

Leonor se situo entre los dos.

– Juan ?por que has vuelto? ?Que querias preguntarme?

– Bueno… si os he decir la verdad, madre, se me ha olvidado lo que tenia que preguntaros, por extrano que os parezca.

– No me parece extrano -contesto Leonor con sequedad-. La memoria es un fuego fatuo, imprevisible y caprichoso.

– ?Estais hablando de la memoria, del tiempo… o de los hijos? -Y aunque esto fue dicho en broma, encubria una de las caracteristicas pullas de Juan.

Tan pronto como se fue, Justino dijo:

– Cuando estabamos abajo, milord Juan, ya a punto de marcharse, oyo al senor Pedro mencionar mi nombre. Parece excesivamente curioso en lo que a mi concierne y esto me inquieta, senora. ?Sabe… sabe algo acerca de la carta del rey de Francia?

– Yo no le he dicho nada. -Que era verdad, hasta cierto punto. Si pecados de omision tambien son asi pecados, ?se puede aplicar este razonamiento a las mentiras de omision? A Leonor no le preocupaba mentir si la ocasion lo exigia; siempre opino que la honestidad era una virtud sobrestimada. Pero le debia a Justino algo mas que verdades a medias y evasivas. No queria mancharse las manos con su sangre, si podia evitarlo-. Juan sabe que me trajisteis una carta. Pero no se cuanto le ha revelado el rey de Francia ni si le ha revelado algo.

No podia decir mas que eso ni Justino esperaba que lo hiciera; por muy preocupada que estuviera por su hijo, nunca lo habria elegido a el como confidente. Asi que no se sorprendio cuando Leonor dijo con decision:

– Y ahora, vamos a ver, ?por que creeis que me habeis defraudado? ?No habeis sido capaz de encontrar a ningun sospechoso?

– Ese es el problema -dijo Justino con una mueca en los labios-. ?He encontrado demasiados! Los propios hijos de este hombre tenian suficientes razones para desear su muerte. Pero tampoco puedo excluir a su hermano. ?Y la ley no nos va a servir de ayuda porque es muy posible que el justicia del distrito sea el que tenga mas motivos que nadie!

– ?Me estas diciendo que el asesinato fue cuestion personal? ?Que no le mataron por motivo de la carta? -dijo Leonor con la sorpresa marcada en su rostro.

– No lo se, senora -respondio Justino-. Descubri motivos, pero no hay pruebas que los relacionen con el crimen. -Y acto seguido empezo a hablarle de sus sospechas, tratando de ser tan justo como conciso.

Confeso que esperaba que el asesino no fuera Tomas, simplemente porque no queria creer que un hijo pudiera matar a su padre por un motivo tan perverso. ?Habia algo mas diabolico que una piedad tan retorcida y tan profana que llevara al asesinato?

En cuanto a Jonet y Miles, si eran ellos, estaba seguro de que ninguno de los dos habria actuado a solas. La impresion que saco de Miles era la de una persona que necesitaba que se le empujara un poco; no podia concebir un complot de asesinato arraigado en un terreno tan superficial. La idea tenia que haber salido de Jonet, pero ella sola no podia haberla llevado a cabo. Una muchacha no podia ir de taberna en taberna en busca de asesinos a sueldo. Estaba a punto de seguir exponiendole sus razonamientos a Leonor cuando esta le interrumpio y le dijo con impaciencia.

– Habeis mencionado al justicia. ?Que razon podia tener para desear la muerte del orfebre?

– La razon se llama Aldith Talbot. Era la concubina de Fitz Randolph, pero estoy convencido de que ella y el ayudante del justicia, Lucas de Marston, eran amantes antes de que el orfebre fuera asesinado. Y ella es una

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