amo:

– ?Quereis que os lo desensille? Justino meneo la cabeza y repuso: -No te molestes.

No creia que fuera a estar mucho tiempo en la Torre. Una vez que le confesara a la reina que no podia desentranar el secreto del asesinato del orfebre, ?que otra cosa podia querer de el?

Estaba llegando a la entrada de la Torre cuando vio una pareja junto a las escaleras. Reconocio enseguida a la mujer: la dama de la reina, su angel protector. Y aunque no le habia servido de mucha ayuda, era demasiado atractiva para olvidarla. El hombre le resultaba desconocido, pero Justino noto enseguida que este extrano era una persona importante porque iba lujosamente ataviado y con una capa forrada de piel. Cuando alargo la mano para tocar el rostro de ella, una sortija de esmeralda centelleo corno una chispa de fuego. Ella no dio la impresion de que le gustara la caricia, pero tampoco la rechazo, mostrando un retraimiento que Justino encontro sorprendente. A el le habia dado la impresion de ser una coqueta redomada, elegante y segura de si misma. No le costo ningun trabajo desdenar las insinuaciones de Durand, de eso no cabia la menor duda. Pero ahora parecia nerviosa y agitada. Justino espero hasta estar seguro de que no necesitaba ninguna distraccion, porque era el quien le debia un favor y nada le agradaria mas que devolverselo.

Pero como la conversacion de la pareja parecia tocar a su fin, se echo hacia atras, sonriendo cortesmente, mientras el hombre se perdia escaleras arriba. Cuando desaparecio dentro de la Torre, Justino se acerco a ella, que se volvio con una subita sonrisa en los labios, esta vez mucho mas espontanea.

– ?Senor de Quincy! Crei que os habiais ido a cumplir una mision clandestina para la reina.

A Justino le halago el que se acordara de el, pero le sorprendio al mismo tiempo que supiera tanto sobre su persona.

– ?Que os hace pensar asi, demoiselle?

– Le pregunte a Pedro por vos -dijo con franqueza- y me contesto que la reina le habia dado una carta para entregarosla, pero no logre sonsacarle mucho mas. Pedro toma sus obligaciones con extrema seriedad. -Tenia en sus labios una atractiva sonrisa, al mismo tiempo maliciosa y coqueta-. Espero que a vos no os importe mi indiscrecion. Desgraciadamente, la curiosidad ha sido siempre mi pecado inveterado.

– Yo os perdonaria pecados mas graves que ese, demoiselle -dijo Justino con galanteria. No bien acababa de decirlo cuando se sintio ridiculo, porque la frase tenia ecos de versos trovadorescos. Pero a ella parecio agradarle y eso compensaba el ligero bochorno que el sintio al pronunciarlos. Se presento a continuacion como Claudine de Loudon y Justino aprovecho la oportunidad para besarle la mano. Pero cuando se aventuro a hacer una ligera referencia al galanteo por parte del caballero, que el acababa de presenciar, le sobresalto su respuesta.

– ?Teniais la intencion de rescatarme? -Sus ojos se abrieron de par en par-. Sois el hombre mas valiente que he conocido, o el mas loco, o ambas cosas a la vez. A no ser… que no sepais quien es el caballero. ?Lo sabeis?

– Evidentemente un senor de alcurnia – respondio Justino, en actitud defensiva, porque ella estaba realmente atonita, como si Justino no hubiera reconocido al Hijo de Dios.

– ?De alcurnia? Diria yo que esa es la mejor manera de describir a un futuro rey. Ese caballero es el hijo de la reina, es Juan, conde de Mortain. -La diversion que este pequeno incidente proporcionaba a Claudine empezo a desvanecerse. Mirando a su alrededor, bajo la voz y dijo-: He oido decir que estaba preguntando por vos.

Justino se quedo atonito.

– ?Estais segura? ?Como puede el conde de Mortain tener la menor idea de mi existencia?

– Tal vez no os conozca personalmente, pero parece muy interesado en esa carta que le trajisteis a la reina. -Bajo la voz un poco mas y sus ojos castanos adquirieron una expresion seria- Y si Juan esta interesado en vos, senor De Quincy, mas os vale saberlo.

Leonor escudrino esos ojos tan parecidos a los suyos, de un color de avellana dorada, totalmente opacos, ojos que no revelaban ningun secreto. ?Que poco conocia a ese extrano, que era su propio hijo, apartado durante tantos anos de la vida de su madre! El ultimo de sus aguiluchos, el hijo que nunca quiso, nacido en el ocaso de un matrimonio agonizante. Un rehen para la apasionada enemistad de un amor que se habia agriado. Tenia ahora veintiseis anos y seguia esquivandola. Ricardo y ella no tenian necesidad de hablar, tan facil e instintivo habia sido siempre el entendimiento entre los dos. Pero para describir a Juan, todas las palabras de la cristiandad parecian insuficientes.

?Seria lo mejor un desafio cara a cara, o matices y evasivas? No era generalmente tan indecisa. Pero con Juan seguia siempre vericuetos desconocidos y nunca estaba segura de lo que iba a encontrar al volver un recodo del camino.

– Me han dicho que circulan rumores alarmantes acerca de Ricardo -sentencio bruscamente, decidida a intentar un ataque frontal-. Hay gente que asegura que esta muerto, que naufrago en su viaje de regreso de Tierra Santa. Todo esto no es nuevo. Empezo a comentarse cuando el barco de Ricardo no llegaba a Brindisi. Pero los rumores de ahora son especificos y se han extendido por todas partes, casi como si los hubieran sembrado deliberadamente. Me disgustaria en sumo grado enterarme de que tu tenias algo que ver con esos rumores.

– No puedo negar que en mi opinion las esperanzas se han desvanecido. Pero no teneis derecho a censurarme a mi, dado que hay otros muchos que piensan lo mismo.

– ?Por que estas tan seguro de que Ricardo ha muerto?

– ?Y por que estais vos tan segura de que no? No quiero ser cruel, madre, pero he de ser franco. Hace ya tres meses que no se sabe nada de Ricardo. Si algo malo le ha ocurrido, ?por que desconocemos hasta ahora su paradero? A no ser que… vos hayais sabido algo de el.

– No, no he sabido nada de Ricardo. ?Por que me lo preguntas?

Juan se encogio de hombros.

– Supongo que se me vinieron a la mente los rumores que he oido: algo sobre una carta misteriosa entregada por un mensajero igualmente misterioso. Naturalmente senti curiosidad y como pienso tanto en Ricardo estos dias, la idea se apodero de mi.

Leonor oyo detras de ella un grito ahogado, inmediatamente reprimido, al tiempo que William Longford se incorporaba en su asiento. Sin hacer caso de la consternacion de Will, Leonor dirigio una sonrisa a su hijo.

– Yo en tu lugar, no creeria en murmuraciones. Tu, mejor que nadie, debes estimar lo poco fidedignos que son. Todo el pasado ano se dijo que tu estabas conspirando con el rey de Francia para quitarle el trono a Ricardo. Pero ambos, tu y yo, sabemos que eso es una falsedad atroz. ?No estas de acuerdo?

– La forma mas mezquina de difamacion -agrego Juan con gravedad, pero le brillaban los ojos a la luz de la lampara.

Uno de los atractivos de Juan era la capacidad de reirse de si mismo. En estimacion de Leonor, esto era una innegable cualidad, porque hacia ya mucho tiempo que habia llegado a la conclusion de que, si la falta de sentido del humor no era un pecado, debia serlo. Pero esto era lo que, en su opinion, ella hacia con excesiva frecuencia con Juan: rebuscar entre la maleza para dar con esa ramita en flor.

Volviendose hacia la mesa, Juan cogio una jarra de vino. Cuando su madre asintio, se sirvio una copa para el y otra para Will. Leonor habia hecho salir del aposento a todos los demas, porque su hijo tenia la tendencia a hacerse escuchar. Penso a menudo que habria sido un buen actor, con un talento particular para expresar indignacion justificada y desconcertada inocencia.

Juan se echo un trago de vino y deposito despues la copa en la mesa.

– Tengo aun cosas que hacer -dijo-, asi que es mejor que me vaya. -Adelantandose, beso la mano de Leonor y, como de costumbre, su galanteria tenia un leve matiz de sorna. Tratandose de Juan, hasta sus amabilidades eran ligeramente sospechosas. ?O estaba siendo injusta con el, el benjamin de sus hijos y al que menos conocia? Todos sus instintos le aconsejaban cautela, todos le advertian que no se podia confiar en el y, sin embargo, era su hijo, carne de su carne. No era posible renegar de el.

– ?Juan! -Tenia ya cogido en sus manos el pomo de la puerta pero se paro en el acto, inmovilizado por la repentina vehemencia de su madre. Atravesando rapidamente la estancia, Leonor puso la mano en el brazo de su hijo-. Escuchame -anadio, en voz baja y resuelta-. Durante los proximos dias, mira por donde vas. Un paso en falso puede hacer que el mundo que te rodea se te derrumbe. Voy a hacer uso ahora de tu proverbial «franqueza». Se que no quieres a Ricardo. Se tambien cuanto deseas su corona, pero no conspires contra el, Juan. En interes propio, no lo hagas. Si esto acaba en una guerra, no creo que puedas competir con Ricardo.

En los ojos de Juan habia un destello de luz duro y verdoso.

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