– Estoy molestando -dijo empezando a levantarse-. Estais esperando a alguien…
– Sentaos -insistio ella-. Tenemos tiempo de hablar, me gustaria que me contarais como murio Gervase. ?Sufrio mucho?
Era la primera persona que le preguntaba eso.
– Tuvo muchos dolores, senora Talbot, pero no duraron mucho tiempo. La muerte llego enseguida.
– Gracias le sean dadas al Dios Todopoderoso por ello -dijo tristemente, y, bajo la mirada fija de sus ojos verde-azulados, el le conto como habia muerto, omitiendo cualquier mencion a la carta de la reina y a la propia y precipitada promesa que le hizo al orfebre. Cuando termino, Aldith exhalo un suspiro, se seco con naturalidad los ojos con la amplia manga de su tunica e insistio en ofrecerle a Justino una copa de vino-. Me alegro mucho de que hayais venido a verme y hayamos podido tener esta oportunidad de hablar. Yo estoy tambien encantada de poder daros las gracias, senor De Quincy, por todo lo que hicisteis por Gervase y tambien por Edwin.
Justino habia tenido esta misma conversacion una vez con la esposa de Gervase. Pero a ella no se le habia ocurrido incluir a Edwin. No habia esperado que Aldith fuera tan afectuosa… o tan candida. No debia abrirles la puerta a desconocidos o aceptar de buena fe lo que se le decia. Logro controlar este incipiente deseo de proteccion, al menos durante el tiempo que necesitaba para hacerle unas cuantas y bien calculadas preguntas sobre Gervase, preguntas que ella contesto de buena gana.
– Si -confirmo-, Gervase habia ido en viaje de negocios a Ruan. Despues de que atracara su barco en Southampton la vispera de la Epifania, continuo viaje a Winchester. A ultima hora de la tarde vino a verme para decirme que habia regresado y para informarme de que tenia que salir al dia siguiente para Londres. Estuvo conmigo una hora mas o menos, porque estaba cansado y queria dormir en su propia cama. Esa fue la ultima vez que le vi, porque no me invitaron a asistir a su entierro.
Gervase me conto muy poco acerca de los asuntos que tenia en Londres. Insinuo que me lo contaria todo a su regreso. Era una gran oportunidad, la mas importante que se le habia presentado en su vida, me dijo, la posibilidad de granjearse el favor de un rey. Yo no lo comprendi, pero cuando le pregunte lo que queria decir, simplemente se echo a reir y me prometio traerme una chucheria de Londres.
Volvio a suspirar y Justino deliberadamente siguio mirandola fijamente a la cara, no dejando que sus ojos siguieran los movimientos de subida y bajada de sus senos. No debia sentir deseos lujuriosos por una mujer que acababa de perder al ser amado. Pero estaba sentada tan cerca de el que le resultaba muy dificil mantener sus pensamientos alejados de la entrada en territorio prohibido. Su esencia le perfumaba el aliento, su boca parecia tan suave y madura como las fresas del verano. Era demasiado confiada, sin ni siquiera darse cuenta de que la estaban interrogando.
– Pobre Gervase… -Una lagrima le temblo en las pestanas y Justino la contemplo involuntariamente fascinado, mientras le bajaba por las mejillas hasta tocar la suave piel de su garganta-. Yo no le amaba -dijo con inesperada candidez-, pero sentia un gran afecto por el. Un afecto sincero. Fue siempre muy bueno conmigo. Merecia una muerte mejor que la que sufrio. Y cuanto peor habria sido si no hubiera sido por vos, senor De Quincy… Justino, si me permites que te llame asi. Tu le sostuviste la cabeza contra tu pecho cuando estaba agonizando, tu trataste de aliviar su dolor, tu rezaste con el, y por todo eso, tendras mi eterna gratitud. -E inclinandose hacia adelante, beso a Justino en la mejilla, un beso leve como una pluma y dulce como la miel. Luego, echandose hacia atras, se puso a reir y exclamo-: ?Ah, mira lo que te he hecho, mancharte el rostro con mi pintura de labios! Ven, dejame que te la quite… -y chupandose ligeramente el dedo, toco las manchas rojizas y empezo a frotarle suavemente. Justino se repetia para sus adentros que esta era una mujer de moral dudosa, una mujer al menos diez anos mayor que el, una mujer de luto… Pero no era ahora su cerebro lo que dirigia sus actos y cuando ella le sonrio, el impulso de besarla era ya irresistible.
Pero Justino no iba a llegar a saber nunca si iba o no a sucumbir a la tentacion. No hubo ningun aviso previo. No oyo nada hasta que resono un grito estentoreo, un «?por los clavos de Cristo!» que parecio llenar la habitacion como un trueno. Se dio la vuelta en el divan con tal rapidez que derramo algo del vino de su copa y se quedo mirando fijamente al hombre que estaba en el umbral.
Tuvo el tiempo suficiente para dirigir una rapida ojeada al intruso -alto, de cabello pardo rojizo, hecho una furia- antes de que el intruso se lanzara hacia adelante, atravesara la estancia en tres zancadas e hiciera un nudo en el cuello de la tunica de Justino. Este, reaccionando con furia, y sin pensarselo dos veces, lanzo el contenido de su copa de vino al rostro del atacante. El hombre exhalo un grito ahogado y la fuerza con que tenia agarrado a Justino fue disminuyendo hasta que este pudo zafarse de el. Farfullando de indignacion y profiriendo juramentos, parecia dispuesto a reanudar su ataque. Pero para entonces Justino estaba de pie y Aldith se habia situado firmemente entre los dos.
– ?Te has vuelto loco? ?Has tenido suerte de que no haya azuzado a
El hombre no hizo ningun caso ni a Aldith ni a su perro. Sin apartar los ojos de Justino, gruno:
– ?Supongo que he de saber vuestro nombre para saber que decirle al forense! ?Quien diablos sois?
– Lo mismo os puedo preguntar yo -replico Justino-, aunque es evidente que sois ?el loco del pueblo!
– ?Una conjetura erronea, hijo de puta! Soy el ayudante del justicia de Hampshire.
Justino estaba asombrado.
– ?Vos? ?Vos sois Lucas de Marston?
– Si, ?siento decir que lo soy! -Aldith miraba fijamente al oficial de la justicia.
– Si no hubieras entrado aqui desvariando y despotricando, te habrias enterado de que este caballero es Justino de Quincy, el hombre que acudio en ayuda de Gervase en el camino de Alresford.
Los ojos de Lucas se entornaron al fijar la mirada desde Aldith hasta Justino. Su rostro perdio la expresion y se torno indescifrable.
– ?Y estais aqui en otra mision caritativa? -le dijo a Justino-. Parece ser que no podeis cesar de hacer buenas obras, ?no es asi?
Justino no le hizo caso y se volvio hacia el sofa para recoger su capa.
– Me voy ahora mismo, senora Talbot.
– Si -asintio ella-. Creo que eso es lo mejor -y acompanando a Justino a la puerta, le dirigio una sonrisa intima y apenada-. Lo siento mucho…
– Si -respondio Justino friamente-, yo tambien. -Al encontrarse sus ojos, Aldith tuvo el detalle de sonrojarse un poco. Empezo a hablar, pero se detuvo enseguida. No obstante, se quedo de pie en el umbral hasta que la voz de Lucas la hizo regresar.
La temperatura habia descendido despues de la puesta del sol, pero a Justino el frio le dejo indiferente. Pensamientos a medio formar le daban vueltas en el cerebro. Pero un hecho se destacaba con implacable claridad. Lo que acababa de ocurrir estaba amanado contra el. No tenia la menor duda de que Aldith habia arreglado la escena comprometedora en beneficio de Lucas. Pero Justino no comprendia por que. ?Era una de esas mujeres a quienes les gustaba hacer que los hombres se pelearan por ellas? ?Habia una intencion mas especifica para hacer lo que hizo, una estratagema deliberada para provocar los celos de Lucas de Marston?
Unos momentos despues, cuando Justino se habia olvidado ya de su orgullo herido, se detuvo de repente en la oscura calle al darse cuenta, con retraso e inquietud, del significado de lo que acababa de presenciar. El perro de Aldith no habia ladrado al entrar Lucas en la casa ni Lucas habia llamado a la puerta. El ayudante del justicia municipal tenia una llave para entrar en la casita de campo de Aldith.
4. LA TORRE DE LONDRES
El criado cogio las riendas de