hubiera estado en el jardin del Eden con Aldith en lugar de Eva no le habria importado que lo expulsaran del Paraiso con tal de que ella se fuera con el.

Justino sonrio.

– Edwin, pareces totalmente fascinado.

– ?Vos lo estariais tambien si la hubierais visto -dijo Edwin y le devolvio la sonrisa.

– ?Me puedes decir donde esta su casa de campo?

– Si, pero ?por que?

A Justino no se le ocurrio una razon convincente para justificar su deseo de hablar con la amante de Gervase. Lo mejor que podia decir era una verdad a medias.

– Digamos que Aldith ha suscitado mi curiosidad.

– Eso se le da muy bien a la senora Aldith, el estimular… la curiosidad de un hombre. Os explicare como llegar a la casa. ?Pero no digais jamas que yo no os lo he advertido! -declaro Edwin, rompiendo a reir.

Justino hizo una senal para que trajeran mas cerveza. Estaba convencido de que Edwin era no solo una util fuente de informacion, sino una compania entretenida. Pasaron una media hora agradable charlando de unas y otras cosas, pero de pronto el criado empujo de mala gana la mesa para salir de su sitio diciendo que tenia que volver, no fuera que lo echaran de menos. Justino se demoro un poco mas para terminar su bebida y pensar acerca de lo que habia descubierto ese dia.

La verdad es que estaba desalentado por su estancia en la casa de los Fitz Randolph. El orfebre asesinado habia sido un hombre decente, temeroso de Dios, tal vez obstinado y contumaz, pero aun asi un buen hombre. Marido, padre y hermano, su muerte debia haber dejado un gran vacio en la familia, pero apenas parecia haber hecho mella. Esta no era la forma en que Justino concebia la vida en familia. Para un huerfano eso era el Grial de la leyenda y el mito: un castillo en lo alto de una colina, un refugio seguro contra un mundo hostil. Fue una desilusion ver que en el castillo de Gervase habia muchas desavenencias y poca armonia.

Su vaso estaba vacio. Justino se levanto, busco una moneda y se dirigio a la puerta. El frio le corto el aliento. A falta de una linterna no tenia mas que la luz de las estrellas que le sirvieran de guia. La calle estaba desierta, helada a tramos y con profundas roderas. Cuando de pronto, una forma palida y fantasmal se atraveso en su camino, el retrocedio subitamente, pero despues sonrio. No era un diablillo de Satan, sino simplemente un gato extraviado. Se dio media vuelta para observar la huida escurridiza del felino y percibio un movimiento borroso detras de el, que se paro de repente.

El pulso de Justino se volvio a acelerar, esta vez en serio. Frunciendo el ceno escudrino la calle oscura y silenciosa. Todo parecia normal ahora. La figura encapuchada habia desaparecido. ?Habria conjurado el mismo algun fantasma de ultratumba o eran solo ilusiones suyas? Le habria gustado creerlo asi, pero la razon le decia todo lo contrario. Por breve que hubiera sido su vision, habia sido suficiente. Un hombre iba detras de el, escondiendose rapidamente en las sombras cuando el se volvia. Justino aflojo lentamente la espada que llevaba al cinto, escudrinando la oscuridad. Pero la noche no le revelo ningun secreto.

A la manana siguiente Justino acompano a la familia Fitz Randolph a la iglesia de Todos los Santos, para asistir a una misa de requiem por el alma del asesinado orfebre. Mediada la tarde fue al castillo. Su visita fue infructuosa. El justicia estaba todavia ausente de la ciudad y a su ayudante, Lucas de Marston, no le esperaban de regreso de Southampton hasta mas tarde.

Asi que fue a ultima hora cuando Justino logro finalmente ponerse en camino en busca de Aldith Talbot. Segun Edwin, la casa estaba situada en un area abierta cerca de las murallas de la ciudad, no lejos de la puerta del Norte. A medida que oscurecia, los pasos de Justino se aceleraron, porque el recuerdo de la ultima noche era todavia demasiado vivido y le inquietaba. ?De verdad le habia perseguido alguien? ?O habia sido producto de su imaginacion? La logica estaba a favor de esto ultimo, pero un instinto, mas fuerte que la razon, le decia que el peligro habia sido real y la luz del dia no consiguio disipar esta certeza.

Anochecia cuando vislumbro la casa y una delgada columna de palido humo que salia en espiral de su tejado de paja. La luz se filtraba por las rendijas de las lamas de las persianas de madera. Era una casa pequena pero bien cuidada, con sus paredes recientemente encaladas. Vacilo al acercarse a la puerta porque no habia pensado aun en una excusa que explicara su presencia alli. Esperando que la inspiracion surgiera en el ultimo momento, extendio el brazo hasta tocar el aldabon de metal de la puerta. Se oyo un estruendo dentro, un ladrido tan atronador que le hizo estremecerse. ?Que tenia alli dentro, una jauria de perros?

Al abrirse la puerta, la luz se disipo. La mujer estaba en sombras y no se percibian sus rasgos. Lo que atrajo la atencion de Justino fue el perro, mas negro que el carbon, el mastin mas grande que Justino habia visto jamas. Afortunadamente, su ama parecia tenerlo bien sujeto por el cuello.

– ?Si? -Su voz, fragil y apagada para una mujer, con un caracteristico tono ronco, reavivo en Justino el deseo de volverla a oir.

– ?Senora Talbot? Se que es un atrevimiento por mi parte presentarme en vuestra casa sin previo aviso. Pero espero que podais dedicarme unos minutos. Me llamo Justino de Quincy. Estaba con el maestro Gervase Fitz Randolph cuando el murio.

– Entrad.

Cuando abrio un poco mas la puerta, Justino se abrio paso cuidadosamente hacia dentro, sin dejar de mirar al mastin.

– No os preocupeis por Jezabel -dijo Aldith, con un tono de ironia-. Ha comido ya.

?Jezabel? Por lo menos esta mujer tenia sentido del humor. El perro era una prueba mas del amor de Gervase, porque estos pura sangre eran escandalosamente caros y los mastines valian su peso en oro.

Cuando la mujer se volvio para cerrar la puerta, Justino echo una curiosa ojeada a la casita. Habia una chimenea contra la pared opuesta, una cama con dosel parcialmente oculta por un biombo, un banco de madera tapizado, una mesa de caballete de roble, varios taburetes y arcones y un tapiz tejido en tonos brillantes de color rojo y amarillo. Era una habitacion comoda y no habia que esforzarse para imaginarse a Gervase apresurandose a venir aqui despues de una discusion con su hermano o una pelea con su hijo.

No se habia dado cuenta de que su inspeccion habia sido tan evidente hasta que Aldith murmuro:

– ?Os habeis fijado en la colcha de la cama forrada de piel?

Justino sonrio, disculpandose.

– Supongo que lo estaba mirando todo con mucho detenimiento, pero…

No pudo continuar porque Aldith Talbot le dejo literalmente sin respiracion. No se la podia considerar hermosa en el estricto sentido de la palabra, porque tenia la boca demasiado grande, la barbilla demasiado puntiaguda y los pomulos demasiado anchos. Pero la combinacion de todo esto la hacia magica. Su cabello era abundante, de un color castano oscuro, sedoso y resplandeciente cuando la luz del fuego de la chimenea lo heria con su brillo. Lo llevaba suelto sobre los hombros, lo cual le conferia un impacto erotico, porque las mujeres lo llevaban cubierto en publico y suelto solamente en la intimidad de sus hogares. Tenia los ojos almendrados como los de los gatos y de un vibrante color verde azulado. Justino estaba seguro de que una prolongada mirada podria hacer derretirse a los hombres como la cera de una vela ardiendo. ?No era de sorprender que Gervase la hubiera considerado merecedora de cometer un pecado mortal!

– ?Habeis terminado, senor De Quincy?

Justino se ruborizo, sintiendose como un mozalbete imberbe confuso y desorientado al ver por primera vez un fino tobillo de mujer.

– Casi -respondio timidamente-. Lo unico que me falta es tropezar con vuestro perro y derramar vino sobre vuestra falda.

– Tal vez querais tambien romper un vaso -sugirio Aldith, pero Justino podia ver la risa centellear en las profundidades de aquellos ojos color turquesa, como la luz del sol en el agua-.Voy a compartir un secreto con vos -anadio ella-. No hay una mujer en este mundo que no estime un halago de vez en cuando y el vuestro ha sido el tributo mas halagador de todos: el que se hace involuntariamente.

Cogiendole del brazo, lo llevo hacia el divan. Pero una vez que estuvieron sentados, Justino percibio un sabroso aroma que procedia de la chimenea, donde un caldero estaba hirviendo sobre una trebede de hierro. Mirando alrededor de la casa, vio por primera vez una mesa y lo que contenia: el mantel blanco, los candelabros de hierro forjado, dos jarras de vino gemelas y unas copas, una hogaza de pan recien hecho, dos fuentes talladas, cucharas y cuchillos esmeradamente colocados.

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